jueves, 27 de octubre de 2011

EL ROBO

Todo el mundo se jactaba de haber robado en SIMAGO, de hecho, Simago era conocido comúnmente como SIMANGO. Por aquel entonces no había alarmas electrónicas y solo se contaba con la eficacia de los vigilantes para evitar los hurtos. Todos presumían de lo fácil que era llevarse algo de las estanterías de aquellos grandes almacenes. Yo no, jamás había robado nada en Simago, entre otras cosas porque mi padre trabajaba allí, en la carnicería, y no era cuestión de poner en peligro su puesto de trabajo. Robaba en otros sitios que no fuera allí.
Era verano y en el colegio nos habían dado vacaciones. Yo tenía trece años y empezaba a aficionarme a los cómics y a la lectura de libros de aventuras. El problema era que tanto unos como otros estaban fuera del alcance de mi economía. La paga que me asignaban mis padres era ridícula y por mucho que me empeñase en ahorrar nunca lo conseguía. Para hacernos con los números que salían de Spiderman y otros superhéroes, mis amigos y yo acudíamos a la librería Balmes, un sitio pequeño con un solo dependiente. Le pedíamos que nos sacase los cómics de la colección Marvel. El dependiente ponía una pila de unas treinta revistas encima del mostrador y nosotros nos lanzábamos a escudriñar las portadas en busca de esos números que no teníamos. Cuando localizábamos alguno lo apartábamos y nos dirigíamos al dependiente para pedirle que sacase más revistas. En cuanto se volvía hacia las estanterías cogíamos el comic elegido y lo escondíamos entre la cintura del pantalón, ocultando el resto con la camiseta o jersey, chaqueta, abrigo… según la época del año. Éramos tan hábiles que el dependiente nunca nos pilló.
Un día, Miguel Gurrea llegó con un libro en su poder. En cuanto vi el dibujo de la portada me quedé prendado. Era una imagen nocturna del Capitolio azotado por una gran tormenta de nieve. Por encima de los tonos azules de la ilustración destacaban las letras amarillas del título: “Ventisca”

- ¿De dónde lo has sacado?
- Lo he mangaó en “Simango”.
- ¿Me lo dejarás leer?
- Si quieres leerlo mángate uno para ti.

Esa noche la pasé casi en vela, valorando los pros y los contras del robo. Por un lado estaba el miedo a que me pillasen y como consecuencia mi padre se quedase sin trabajo, lo cual significaba mi muerte. Por otro estaba la emoción del riesgo y la recompensa final de hacerme con el libro gratis. ¿Qué debía hacer?... Me quedé dormido antes de tomar una decisión.
Por la tarde me acerqué hasta Simago. La carnicería estaba en la planta baja mientras que la librería se hallaba en la primera planta, no había peligro de que mi padre y yo coincidiéramos. Me di cuenta de que me temblaban las piernas. Traté de calmarme. No había hecho nada, tan solo caminaba hacia la sección de librería. Aún no tenía claro si estaba allí para robar el libro o simplemente para echarle un vistazo y leer la sinopsis de la contraportada. Llegué a dicha sección sudando y con la boca seca. No sabría decir si era miedo lo que sentía, el caso es que las piernas seguían temblándome. Me planté frente a las estanterías con largas filas de libros convenientemente expuestos. Eché una rápida mirada a los ejemplares hasta que di con el dibujo de la portada que tanto me había cautivado. Allí estaba el libro con sus letras amarillas: VENTISCA. Me acerqué, al extender el brazo para cogerlo vi que mi mano temblaba sospechosamente. Miré con disimulo alrededor para comprobar si alguien me observaba. Todo el mundo estaba a lo suyo. Cogí el libro y lo estuve ojeando. Mi cabeza era un caos, traté de tomar una decisión al respecto pero no conseguí aclarar mis pensamientos. Mientras tanto seguí sujetando el libro. Fingí que leía la sinopsis, pero por mucho que me concentré en leer las primeras líneas me fue imposible ya que mis nervios estaban a flor de piel y mis pensamientos vacilaban entre esconderme el libro en la entrepierna o dejarlo en la estantería y salir de allí con las manos vacías y la conciencia tranquila. Por un momento conseguí dejar mi mente en blanco y para cuando quise darme cuenta tenía el libro escondido debajo del jersey. Me dirigí a la puerta de salida que en aquellos momentos se me antojó a cientos de kilómetros. Caminé tratando de aparentar normalidad. A cada paso notaba cómo las esquinas del libro se me clavaban en la tripa y en la ingle. Tuve la impresión de que libro sobresalía por debajo de mi ropa delatando sus contornos, no quise comprobarlo para no levantar más sospechas. Pasé por delante de dos cajeras convencido de que me iban a dar el alto. Ni siquiera me miraron. Llegué a la puerta principal y salí a la calle. No me lo podía creer, lo había conseguido. Era tal el exceso de adrenalina que circulaba por mis venas que sentí el impulso de anunciar mi éxito a voz en grito, en lugar de eso eché a correr. Corrí a toda velocidad a pesar de que los cantos del libro seguían clavándoseme con cada zancada. Aun con esas corrí, alentado por la alegría y por la necesidad de soltar lastre. El libro ya era mío. Seguí corriendo.
La casa de Álvaro, mi mejor amigo, estaba a más de tres kilómetros del centro comercial, no paré de correr hasta llegar a su puerta. En el portal me levanté el jersey y saqué el libro. El sudor de mi abdomen estaba esparcido por toda la portada, lo froté con la manga hasta secarlo. La tapa era de cartón duro plastificado y no quedaron restos de humedad. Me lo acerqué para olerlo y comprobé que el aroma a papel nuevo prevalecía por encima de cualquier otro olor. Antes de llamar al timbre me tomé un par de minutos para regodearme en la visión del libro. Lo apreté con fuerza sobre el pecho, quería hacerlo mío a base de abrazarlo, sentirlo de mi propiedad. Finalmente llamé al timbre.
Álvaro y yo subimos a su habitación.

- ¿Dónde lo has comprado?
- En “Simango”.
- ¿Lo has robado?

Asentí con la cabeza sintiéndome más orgulloso aún.

- ¿Me lo dejaras leer?

Quise negarme en rotundo, pero viendo la ilusión que le hacía no pude. Al fin y al cabo era mi mejor amigo.

- Está bien. Pero léetelo deprisa porque yo también quiero hacerlo cuanto antes.
- Gracias tío. Lo leeré a toda hostia, no te preocupes.

De hecho, Álvaro se puso a leerlo de inmediato dejándome a mí a mi aire. Para entretenerme cogí un par de cómics de Los Cuatro Fantásticos y ojeé las viñetas por encima, sin detenerme en leer los bocadillos. De vez en cuando miraba a mi amigo de soslayo y al verlo enfrascado en la lectura sentía envidia. Varias veces estuve a punto de retractarme y pedirle que me devolviera el libro. Después de un par de horas le dije que me iba a casa a cenar. Álvaro apenas levantó la cabeza del libro y tan solo me dedicó un pequeño gesto con la mano a modo de despedida. De camino maldije para mis adentros. Había pasado por una gran angustia para hacerme con el dichoso librito y todo para nada. Calculé que a buen ritmo, mi amigo, tardaría una semana en leérselo. No estaba dispuesto a esperar tanto.
Esa noche también me costó conciliar el sueño. No podía comprender mi grado de estupidez. Había puesto en peligro el trabajo de mi padre por conseguir un libro que de buenas a primeras cedía a un amigo. No cabía duda, yo era un gilipollas de primera, y para confirmar que realmente lo era, decidí que al día siguiente robaría otro libro, es decir, el mismo libro.
Por la mañana me levanté temprano y después de desayunar me fui a buscar a Miguel Gurrea. Quería que él estuviera a mi lado vigilando mientras yo birlaba el libro. No me costó convencerle, Miguel Gurrea siempre estaba dispuesto para ese tipo de cosas. Quedamos en vernos a eso de las cinco de la tarde.
A la hora convenida me reuní con él y juntos encaminamos nuestros pasos hacia los grandes almacenes. En cuanto cruzamos el umbral de la puerta principal yo sentí la misma angustia del día anterior, Miguel Gurrea, por el contrario, parecía seguro de sí mismo. Intenté estar a su altura y actuar con tranquilidad. Claro que era más fácil pensarlo que hacerlo. Al pasar por delante de las cajeras, Miguel G. se detuvo para coger una cesta. El cabrón se comportaba como si fuera a comprar una lista de productos que le había encargado su madre. De camino a la sección de librería Miguel Gurrea se paró delante de algunos artículos. Antes de llegar donde estaban expuestos los libros ya se había guardado en los bolsillos unas pilas alcalinas, una linterna de bolsillo y un tubo de dentífrico con sabor a lima. Con cada artículo robado yo no sabía cómo reaccionar. Me dio la impresión que por culpa de mi inexperiencia le iban a coger. Por fin llegamos donde estaba expuesto el libro. Ahora me tocaba actuar a mí. Estaba tan nervioso que al cogerlo de la estantería se me resbaló de la mano y cayó al suelo. Algunos clientes se volvieron a causa del ruido que hizo al golpear contra las baldosas. Me quedé petrificado. Miguel G. se agachó, recogió el libro y me lo dio como si fuera la cosa más natural del mundo. A mí me hubiera gustado salir corriendo. Sujeté el libro cómo si éste fuera a explotar. Mi amigo me miró inquisitivamente para hacerme comprender que debía calmarme. Le hice un gesto con la cabeza dándole a entender que todo estaba controlado, mentira. Abrí el libro a boleo y fingí leer un párrafo. Él se desplazó hasta el otro extremo de la estantería, cogió un ejemplar cualquiera y se puso a ojearlo. Tres segundos más tarde pude ver por el rabillo del ojo cómo lo ocultaba debajo de su cazadora. Casi me da un ataque. Se supone que su misión era vigilar, en lugar de eso, el muy cabrito se estaba dedicando a vaciar la tienda. Le vi coger un libro más. Esta vez lo ocultó entre la parte trasera del pantalón y su espalda. Después de eso se volvió y al ver que yo todavía sujetaba el libro en mis manos, hizo un gesto despectivo y se dirigió a la salida. Le vi alejarse sin que nadie le diera el alto. Miré alrededor para hacerme una idea de la situación. Al contrario de lo que yo pensaba nadie estaba pendiente en mí. Me levanté el jersey y oculté el libro en la entrepierna. Justo cuando me estaba marchando apareció uno de seguridad.

- ¿Qué llevas ahí?
- Nada.
- ¿Puedes levantarte el jersey para que pueda ver que no llevas nada?

Me llevaron a las oficinas del gerente y me dejaron allí en su presencia. El gerente era un tipo alto y corpulento que con su mera presencia imponía. Mi gran preocupación era que por mi culpa despidieran a mi padre. Yo sabía que si eso ocurría mi familia lo iba a pasar muy mal. El único sueldo que entraba en casa era el de mi padre, y aunque a mi madre solían hacerle encargos de costura con lo que sacaba no era suficiente para llegar a fin de mes.

- Con que robando libros.

Bajé la mirada al suelo, avergonzado. El gerente me miró de arriba abajo. Luego cogió el libro (el tipo de seguridad lo había dejado sobre la mesa) y lo ojeó detenidamente. Al rato lo dejó a un lado y se centró en mí.

- Tu cara me suena. ¿Te conozco de algo?
- ¡Por favor, no despidan a mi padre!
- ¿Quién es tu padre?
- Pepe… el carnicero.
- Así que Pepe es tu padre. Ya decía yo que te conocía de algo… ¿Y cómo eres capaz de robarnos cuando tu padre trabaja para la empresa?

No supe qué contestar así que me encogí de hombros y no dije nada.

- ¿Te parece bonito lo que has hecho?
- Le prometo que ha sido la primera vez. No lo pienso hacer más.
- No te jode. Solo faltaba que lo volvieras hacer.
- Nunca más, se lo juro. Pero por favor no despida a mi padre.
- Eso ya lo veremos.
- Por favor…
- Basta ya. Si no hubieras robado ahora no tendríamos que estar pasando por esto.

Se me hizo un nudo en la garganta y estuve a punto de echarme a llorar.

- De primeras tendrás que pagar el libro.
- No… no tengo… dinero.
- O sea que no tienes dinero. Por eso lo has robado.
- Sí.
- Yo no tengo dinero para comprarme todo lo que quiero y no me dedico a robar a la gente.
- …
- A dónde iríamos a parar si todo el mundo hiciera lo mismo que tú.
- …
- ¿Tenéis teléfono en casa?
- No
- ¿Estás seguro?
- Sí señor.
- ¿No querrás que se lo pregunte a tu padre?
- No señor.
- Está bien, te creo. Lo que vas a hacer es ir a casa y contarle a tu madre lo que has hecho. Luego os venís para acá y pagáis el libro. ¿Me has entendido?
- Sí señor.
- Pues, marchando.

Hice mención de irme.

- Antes coge el libro y devuélvelo a su estantería.

Cogí el libro y salí del despacho. Crucé las oficinas sin mirar a los empleados y bajé por unas escaleras hasta la zona pública de los almacenes. Yo creía que todos los presentes sabían lo del robo lo cual me hacía sentir más vergüenza de la que ya sentía. Estaba tan azorado y compungido que hubiera preferido morirme mil veces antes que llevar el libro hasta su sección.
Mi casa estaba cerca de las vías. Antes de entrar en el portal sopesé seriamente arrojarme desde el puente cuando pasase algún tren. Sin duda era la salida más sencilla. Finalmente me armé de valor y entré en el portal.
Como es de suponer mi madre se llevó un gran disgusto cuando le conté lo ocurrido. Me echó una bronca de esas que marcan. Entre rabia y lágrimas me dijo cosas duras y dolorosas. Nada que no me mereciese.
Salimos de casa en dirección a Simago. Tener que regresar al centro comercial, y además, acompañado de mi madre, era algo que no quería hacer ni por todo el oro del mundo. Sin embargo lo hice y gratis.
Llegamos y subimos por las escaleras que llevaban al despacho del gerente. Entramos en las oficinas. Yo miré al suelo para no cruzar la mirada con los que trabajaban allí.

- ¿Dónde es? – preguntó mi madre refiriéndose al despacho del gerente.

Señalé con el índice. Mi madre llamó a la puerta indicada y una voz procedente del interior dijo: Adelante. Entramos. El gerente se levantó del sillón que estaba detrás de su mesa para recibirnos.

- Si no me equivoco, usted debe ser la esposa de Pepe, el carnicero.
- No se equivoca.
- Encantado. Aunque ya siento que nos conozcamos en estas circunstancias.
- Sí, es una lástima.
- Siéntese por favor… En cuanto a ti prefiero que esperes fuera mientras tu madre y yo hablamos.

Salí del despacho y cerré la puerta. Noté la mirada de los oficinitas y clavé la mía en el suelo. La vergüenza que sentía era de tal magnitud que me arrepentí de no haberme arrojado a las vías del tren. Ahí, en la oficina, todo el mundo era consciente de que yo había intentado robar a la empresa y seguro que también sabían que era el hijo de Pepe el carnicero. ¿Por qué no me tiré a las ruedas del tren? Seguí mirando al suelo, deseando que éste se abriese, me tragara y ser digerido a las profundidades del infierno. Seguro que aquello no es peor que esto, pensé. Con agrado le hubiera dado mi alma al diablo si a cambio me hubiese sacado de aquella oficina. Apenas podía moverme, tenía el cuerpo agarrotado de la tensión y la vergüenza. Deseaba esfumarme, convertirme en polvo y volar lejos de allí. A mi alrededor sólo había vergüenza, dentro de mi cabeza únicamente encontré vergüenza, mi cuerpo estaba paralizado por la vergüenza. No vi pasado ni futuro y el presente era un tupido y pesado manto de vergüenza que me cubría y aprisionaba. ¿Por qué cuando tuve ocasión no me arrojé a las ruedas del tren? ¿Por qué?... Cuando todo va de culo es sabido que las cosas pueden ir a peor. Escuché una voz familiar, era la voz de mi padre. Alguien lo había avisado por megafonía para que se acercase a las oficinas. Mi primer pensamiento fue el de saltar por una de las ventanas, atravesar el cristal, caer al vacío y romperme el cuello contra el asfalto. Antes de que pudiera dar el primer paso, mi padre se dirigió a mí extrañado de verme allí.

- ¿Qué haces aquí?
- Mamá está dentro. - respondí señalando la puerta del despacho del gerente.
- ¿Y a qué habéis venido?

Bajé la cabeza y me quedé mirando la punta de mis botas. Gracias a mi silencio mi padre intuyó que algo malo había pasado. Levantó el tono de su voz y me preguntó de nuevo:

- ¿Me escuchas?... ¿A qué habéis venido tu madre y tú?

¿Por qué no me arrojé a las ruedas del puto tren? Si lo hubiera hecho ahora no tendría que estar pasando por esto. De haberlo hecho ahora sería carne picada. La carne picada no siente miedo ni vergüenza. ¿Por qué no me tiré al puto tren? ¿Por qué?

- Me quieres contestar… ¿Qué coño ha pasado?

La puerta del despacho se abrió y el gerente le dijo a mi padre que pasase dentro, que él se lo explicaría todo. De reojo vi a mi madre llorando. ¿Por qué cojones no me tiré a la puta vía? Ahora sería carne picada, sin sentimientos. Mi padre entró en la oficina y la puerta se cerró frente a mis narices. La vergüenza dio paso al miedo y el miedo al terror. Empecé a temblar. Cada milímetro de mi cuerpo tiritaba. Miré a las ventanas y mentalmente elegí la que estaba más cerca. Intenté dar un paso hacia ella pero era como si tuviera pegados los pies a las baldosas del suelo. No podía moverme, solo temblar. Hice un nuevo intento, nada. Estaba paralizado por el miedo. Me dije a mí mismo que no podía desaprovechar la oportunidad de arrojarme por la ventana, ya perdí la oportunidad de tirarme al tren y llevaba arrepintiéndome desde entonces. Hice un nuevo esfuerzo por despegar los pies del suelo y a punto estuvo de soltárseme la vejiga. Me quedé quieto. Solo faltaba que me mease encima para que el único resquicio de dignidad que me quedaba se fuera por la punta de la polla. Fue entonces cuando oí la voz de mi padre que salía a través de la puerta y paredes del despacho del gerente. La oí yo y todos los presentes.

- Le mato. A ese desgraciado lo mato.

Un escalofrío me recorrió la médula espinal. Si quería saltar por la ventana ese era el momento de hacerlo. Una de dos: o me mataba yo o lo hacía mi padre. Debía decidir. Me di cuenta de que no quería morir de ninguna de las maneras. Yo lo único que quería era salir de aquella oficina y esconderme en algún oscuro rincón. Ser consciente de que ya no iba a saltar por la ventana me quitaba la única opción que me quedaba. Desde ese momento supe que estaba en manos del destino y que debía acatar las consecuencias de mi acto. Maldije el libro para mis adentros. Maldije la hora que se me ocurrió robarlo, maldije a Miguel Gurrea, a Álvaro, maldije el puto día que estaba viviendo, la puta oficina, al guardia de seguridad que me pilló, al gerente. Finalmente, me maldije a mí mismo.

- Te digo que lo mato.
- Pepe, por favor… - trató de calmarle mi madre.
- Ni por favor ni hostias. Ese sinvergüenza se va a enterar.
- Pepe. Le ruego que se calme.

Recé para que el gerente no hubiera despedido a mi padre. Estuve a punto de clavarme de rodillas para pedirle a Dios, cualquier Dios, que no despidieran a mi padre. Al rato la puerta del despacho se abrió y salieron mis padres acompañados del gerente. Mi padre me miró furioso.

- Cuando llegue a casa te vas a enterar.
- Pepe, por favor. Ya hablaremos todos después – se interpuso mi madre.
- No sean demasiado duros con el chaval. Todos hemos sido jóvenes y hemos cometido errores – dijo el gerente tratando quitar importancia al asunto.

Mis padres y yo bajamos las escaleras y entramos en la parte pública del centro comercial. Mi padre murmuraba insultos que iban dirigidos a mí, mientras que mi madre hacía de muro entre él y yo, atenta por lo que pudiera pasar. Mi padre se dirigió a la planta baja para seguir trabajando en la carnicería, por lo que pude deducir que no estaba despedido. Sentí un gran alivio. Mi madre y yo avanzamos hasta la librería.

- ¿Cuál es?
- Ése de ahí.

Mi madre cogió el libro y después fuimos a la caja para pagarlo.
Cuando llegamos a casa mi madre no pudo aguantar más y rompió a llorar. Me insultó, me amenazó con castigos para todo el verano, hizo mención de darme un guantazo, al final me mandó a mi cuarto y ordenó que me metiese en la cama. Obedecí. Desde la cama vi el reloj. Eran las siete de la tarde, quedaba una hora para que mi padre saliera del trabajo, hora y veinte minutos para que llegase a casa. Empecé a temblar.

® pepe pereza

EXPERIMENTOS IN DA NOTTE - Y AL FINAL (BUNBURY)

5-Experimentos in da notte - Y Al Final by Experimentos in da notte

ACERCA DE LAS VERSIONES
Año: 2009
Aqui recopilamos las distintas versiones que han sido publicadas en distintos recopilatorios u otros medios.
'La Modelo', tema original de Kraftwerk, pero con la versión de la letra de Niños del Brasil, aunque adaptada por Octavio Gómez Milián.
Este tema fue publicado en el recopilatorio de homenaje a Niños del Brasil 'Al oeste nos encontrarás'. En este recopilatorio se encuentran más temas grabados en RotHaus Studio, con labor de interpretación y producción en varios de ellos, como los de Nubosidad Variable, Motavation, DeVito, Polizei y Mister Hyde.
'Y al final', versión incluida en el disco virtual de homenaje a Enrique Bunbury 'Pequeño gran hombre' organizada por BunburyClub.com

INTÉRPRETES
Octavio Gómez Milián: Voz
Pablo Malatesta: Producción, Interpretación, Voces

COLABORADORES
Ana Muñoz: Voces


EXPERIMENTOS IN DA NOTTE - JANE BIRKIN EP


ACERCA DE JANE BIRKIN EP
Año: 2009
Primer Ep de Experimentos in da Notte, autoeditado tras muchos conciertos en diferentes salas, recintos y festivales de literatura.
Jane Birkin EP consta de 4 temas, de los cuales, los tres primeros fueron grabados, mezclados y masterizados en RotHaus Studio, Zaragoza (anteriormente Downward Studio, como se ve en la contraportada). El cuarto, 'Esperando a Bebeto' está grabado en directo en el centro cívico Universidad.
El sonido del disco es bastante heterogéneo, revelando un sonido crudo y hasta Lo-fi setentero (como en 'Jane Birkin'). Como curiosidad, el tema 'Audi 100' fue grabado en directo en primera toma en el estudio por Manuel y Pablo, con claras referencias a los pianos de John Cale (Velvet Underground).

INTÉRPRETES
Octavio Gómez Milián: voz y textos
Pablo Malatesta: Producción, composición, guitarras, bajos, pianos, baterias
Luis Cebrián: Guitarra acústica y coros en 'Esperando a Bebeto'

COLABORADORES
Manuel Vilas: Voz y Texto en 'Audi 100'
Mamen Zalacaín: Voces y suspiros en 'Morente' y 'Jane Birkin'


http://soundcloud.com/experimentos-in-da-notte/sets/experimentos-in-da-notte-jane

http://www.pablomalatesta.com/eidn/eidn_versiones.html

VIVIR Y MORIR EN LAVAPIÉS - JOSÉ ÁNGEL BARRUECO POR FRANCESCO SPINOGLIO

Si este libro lo hubiera escrito alguno de los supuestos "grandes escritores", uno de los que están cabalgando la ola de la gloria (mi más sincera enhorabuena a todos ellos, más allá de los gustos personales), ahora los medios y los críticos más respetables estarían hablando de obra maestra. Pero no. Esta novela no ha salido del plumero de Javier Marías, sino que solo es el producto del enorme talento de José Ángel Barrueco, escritor y periodista relegado injustamente, por caprichos de la vida, a un segundo plano en el mundillo literario. Los que hemos tenido el honor de conocerlo sabemos de quién estamos hablando: un tipo humilde, sencillo, honrado y valiente. Su blog es uno de los más seguidos de España, su literatura es potente, su forma de ser encomiable. ¿Qué más se le puede pedir a un tipo así? Bueno, pues que se saque de la manga una gran novela, algo que le dé un empujón hacia el jodido cabezo del Olimpo, y he que cuando menos te lo esperas, cuando piensas que el señor Barrueco está cansado de luchar y su literatura se orienta más bien hacia horizontes admirables aunque empapados de un pesimismo algo moralizante (véase la novela Asco), el hombre va y publica Vivir y Morir en Lavapiés con Ediciones Escalera, otra editorial pequeña que trabaja como una grande. Se lo saca de la manga igual que un mago sacaría a un conejo de la chistera, igual que un tanto de Cristiano Ronaldo en el tiempo añadido de un partido decisivo de Liga. Y el público va en delirio. Yo por supuesto me considero parte de ese público descontrolado y delirante. He pagado dieciséis pavos por un libro, igual que un aficionado paga por su entrada, y me espero algo a cambio: buena literatura, emociones, profundidad. No quiero que me vendan mierda vomitada. Bastante tengo ya con mis pesadillas nocturnas (y cada vez más frecuentes) en las que sueño que me ahogo en un mar de diarrea. Si la historia resulta ser un bodrio me cabreo, me siento estafado y me dan ganas de entrar en la librería con una recortada. Con esta novela podéis estar seguros de que no os va a pasar eso. Serán los dieciséis euros mejor gastados del mes y disfrutaréis de un mosaico de personajes y situaciones que desde luego no dejan indiferente a nadie. En medio de todo eso, hasta tendréis tiempo de saborear una micronovela negra que el autor introduce hábilmente dentro de la narración. Más no se le puede pedir al autor. Aquí va un breve extracto:

LSD

- Lavapiés lo es todo, tío.
- ¿A qué te refieres?
- Es una caricia en el rostro. Y, a la vez, un puñetazo. Es basura y es poesía. Es flor y barro. Es un sucio y puto estercolero y es una maravilla y un paraíso. Habitan ángeles y demonios, aquí. Sí, tío...
Los dos amigos, en un banco, flipan.
- Eres un poeta.
-No, coño. Es lo que nos hemos metido. Buena mierda... (pág.: 98)

Sin miedo a equivocarme, puedo decir que este libro está a la literatura como Pulp Fiction al cine. Lo demás se lo lleva el viento, incluso el sombrero que me quito ante semejante pieza artística.

CALENDARIO APOCALITTICO – MIGUEL ÁNGEL MARTÍN

CALENDARIO APOCALITTICO – MIGUEL ÁNGEL MARTÍN
29 de octubre 13h presentación del calendario Apocalíttico 2012 en el Festival de Comics de Lucca (Italia)
Inspirado en la profecía maya del fin del mundo. Una interpretación sicotrónica de los signos del Zodíaco, con nuevos días fastos y nefastos.


3 de noviembre 18h velada apocalíptica en Forte Fanfulla -Via Fanfulla da Lodi, 5 Roma.
Presentación del calendario apocalíptico 2012 con sesión de firmas y música ambiental terminal seleccionada por Miguel Angel Martín.

5 de noviembre 18:30h Inaugurazión de la exposición de originales del calendario apocalíptico con presencia del autor en la Galeria Miomao -Via Podani 19-21, Perugia

CARIBOU ISLAND – DAVID VANN

CARIBOU ISLAND – DAVID VANN
En medio del paisaje salvaje de Alaska, el matrimonio formado por Irene y Gary va a la deriva. Para cumplir un viejo sueño de Gary deciden construir una cabaña en un remoto rincón de la isla. Irene sospecha que el plan de Gary es el primer paso para abandonarla y pronto comienza a sufrir extrañas jaquecas y le asaltan recuerdos de un trágico pasado familiar. Cuando el duro invierno llega sin previo aviso, la pareja se ve sometida a una tensión insólita. Su hija mayor, Rhoda, intenta ayudarles aunque ella misma está atravesando una crisis personal.
Caribou Island cuenta una tragedia demoledora, una historia ambientada en una tierra hostil a la vez que grandiosa. La novela tira de ese hilo vital que es la comunión con el entorno y sitúa a los personajes en un auténtico paraje animado, pero ni siquiera la idílica alianza con la naturaleza ayuda a los personajes a escapar de una amenaza terrible y constante.

David Vann nació en la isla de Adak, Alaska, y en la actualidad vive en San Francisco, donde imparte clases en la universidad. Es autor de Legend of a Suicide, volumen de relatos que incluye la nouvelle Sukkvan Island, traducida al español. Legend of a Suicide obtuvo el prestigioso Prix Médicis al mejor libro extranjero publicado en Francia, y fue seleccionado por la revista New Yorker como libro del Club. Su Memoir A Mile Down: The True Story of a Disastrous Career at Sea fue best seller en Estados Unidos. Otro de sus libros de ensayo, Last Day On Earth: A Portrait of the NIU School Shooter, Steve Kazmierczak fue galardonado con el premio AWP Nonfiction.
La lista de galardones y reconocimiento a su obra es extensa: ha obtenido más de diecisiete premios literarios, además de recibir la beca Guggenheim 2011. Su obra se ha traducido a dieciséis idiomas y han aparecido en listas de libros más vendidos de cinco países.

PARA LEER EL PRIMER CÁPITULO:

Cortado y pegado de:

martes, 25 de octubre de 2011

GSÚS BONILLA Y SU REBAÑO DE OVEJAS ESQUILADAS EN EL CULTURAL

Ovejas esquiladas que temblaban de frío
Gsús Bonilla
Bartleby, 2010. 95 pp., 9 euros

A. SÁENZ DE ZAITEGUI Publicado el 15/07/2011

Hay poetas que se esfuerzan y poetas que lo son. Gsús Bonilla (Don Benito, 1971) es poeta. Se nota. Ovejas esquiladas, que temblaban de frío no es obra de un impostor. Bonilla no imita, no finge, no adopta los modos que la cultura contemporánea impone a sus poetas. Lucha contra la represión (institucional o no) con la libertad de quien no tiene nada que perder, excepto la libertad misma: “aquellos tíos tan listos/ desconocían por completo/ que nuestra sangre era azul/ puesto que éramos príncipes,/ miserables, pero príncipes”. Técnica poética no hay. Lo que hay, de sobra, es poesía. Epígrafes monstruosos, que lo devoran todo (“Gallinas sin cresta y sin barba, que pedían un grano de maíz de limosna”). Imágenes devastadoras en su belleza, rota por encabalgamientos brutales (“mamá/ sangra prisión de hierro forjado. mamá/ rasga tu puerta más fuerte que nunca”). La materia prima es la vida: el Jesusito de mi vida, el por mí y por todos mis compañeros, la heroína, el Atleti. Poemas como “Recuerdo de vuestra 1ª comunión” son latigazos en la espalda del mundo. Bonilla escribe el español que le da la gana, que para eso es suyo. Ni una concesión al preciosismo, al virtuosismo, a la parodia que a menudo los poetas hacen de sí mismos. Bonilla no necesita parecer poeta, porque lo es.

Poderoso en su infinita vulnerabilidad, Ovejas esquiladas... es arte blindado, a prueba de idiotas. Nadie puede leer esto y dudar de que la poesía es el mejor invento después del oxígeno. Ni uno solo de sus versos procede de la corrupción del lenguaje o de la mente. Es opresivo, negro, literatura que traga. Y, sin embargo, rezuma luz, no tiene doble fondo, vomita verdades. Para esto necesitamos la poesía: para mostrar la herida.


VINALIA TRIPPERS en LA CRÓNICA DE LEÓN

Vinalia Trippers dedica su nuevo número al género del teror.

Un compendio de relatos e ilustraciones y un poemario, oferta de la revista leonesa.

L.Castellanos. León.


Vinalia Trippers ha concebido el hecho cultural desde una perspectiva que elude cualquier clase de formalismos y, a lo largo de su peripecia, ha abierto sus páginas a todos aquellos escritores y artistas gráficos leoneses con lenguaje propio. Nacido en 1966 por iniciativa de Alfonso Xen Rabanal, Silvia D.Chica y Vicente Muñoz, el fanzine conoció una primera etapa que se extendió hasta 2002 y abarcó un total de nueve números. Tras un tiempo ausente, un libro antológico, Tripulantes, devolvió el sello Vinalia a la actualidad y sirvió de punto de inflexión en la historia de la publicación. Desde entonces, Vinalia Trippers ha publicado dos nuevos ejemplares: uno, el año pasado, dedicado a la ciencia ficción; y el último, de reciente aparición, bajo la denominación Trippers from the crypt y centrado en el tema del terror, que además, a modo de apéndice, incluye un poemario, Poemash. Especial Masters of Horror, con las aportaciones de catorce autores.

Tomando como referente estético y estilístico Tales from the crypt, una revista de terror muy popular en la década de los cincuenta (la portada de Mik Baro se ajusta al diseño del original)), el nuevo número de Vinalia incluye una treintena de relatos cortos inéditos acompañados de su correspondiente ilustración y, en su mayoría, a cargo de colaboradores habituales de Vinalia a lo largo de su historia. "El terror es el motivo temático y cada uno de los autores lo ha abordado a su manera y con total libertad. Las ilustraciones han sido creadas ex profeso para cada uno de los relatos ", indica Vicente Muñoz.


La Crónica de León, 19 de Octubre de 2011.

EL ARCA DE LA ISLA – MIGUEL ARANGUREN

EL ARCA DE LA ISLA – MIGUEL ARANGUREN
Una novela, un viaje, una aventura…

Mario Guillén de Haro es un adolescente adoptado por un matrimonio muy original, ya que su padre se dedica a la transformación de coches de lujo en piezas de museo. Su apacible vida de adolescente cambia para siempre la noche en la que recibe una llamada de la policía. Sus padres han fallecido en un accidente de tráfico. Sin embargo, un testigo asegura haber visto algo extraño: una sombra monstruosa caída del cielo que determinará el comienzo de una aventura febril.

Seis años antes, cuando la URSS comienza a desmoronarse con la caída del Muro de Berlín, el coronel general Viktor Pozdneev, que trabaja en una base secreta ubicada en Siberia, está a punto de sacar a la luz el más sorprendente de los experimentos bélicos, al que el imperio comunista ha dedicado durante años millones de rublos con los que se han puesto a prueba sobrecogedores experimentos biotecnológicos.

Pero es un tal Telmo en quien de verdad arranca el devenir de “El arca de la isla”. En los años cincuenta del siglo XX recorre el continente africano como un singular white hunter que apresa piezas salvajes para servirlas a los zoológicos de una Europa devastada por la Guerra. Vividor y egoísta, redimirá sus culpas en una escalofriante odisea sin retorno.

Entremedias, el lector conoce a Heimdall, a Odín y a otros inquietantes engendros que habitan una isla en mitad del océano Atlántico, lugar misterioso que atrae al joven Mario con la fuerza de un imán y en el que, sin él saberlo, se unirán todos los hilos que tejen esta inclasificable novela.

Como curiosidad, Aranguren ha dibujado ilustraciones con las que da inicio a cada uno de los capítulos.

domingo, 23 de octubre de 2011

PARKING

Cuando salimos de casa hacía un día precioso, el sol se explayaba en medio de un cielo sosegado y limpio, pero cuando llegamos a las proximidades del centro comercial, observé que unos nubarrones habían ido conquistando las alturas. Era muy posible que pronto empezase a llover. Entramos con el coche en el parking subterráneo y antes de apearnos, apuramos el porro que estábamos fumando.
Abnegados del influjo narcótico del t.h.c. transitamos por los pasillos del supermercado llenando el carrito de la compra. Después de pasar por caja, sentiste el impulso incontrolable de comprarte unos vaqueros. Así que nos acercamos a las tiendas de moda y las recorrimos todas. Te probaste multitud de pantalones, pese a ello ninguno era de tu gusto. Con unos te veías el culo gordo, con otros la cintura era demasiado alta, a estos le sobraban pernera, a aquellos les faltaba dobladillo, los bolsillos eran muy grandes, el color no era el adecuado, el corte estaba pasado de moda, el tejido era excesivamente basto o le faltaba consistencia…
No aguantaba más. Te dije que siguieses tú sola, mientras tanto yo iría a dejar la compra y te esperaría con el coche a la salida de centro, así ganaríamos tiempo a la hora de salir de allí. La verdad era que mi cuerpo necesitaba nicotina, ése era el motivo real de mi escaqueo. Empujé el carrito metálico hasta el parking con el ansía de fumarme un cigarro en cuanto estuviese dentro del coche. Pero una vez en el recinto no supe dónde dirigirme. No recordaba la plaza, ni el nivel en el que aparqué. Busqué por los alrededores con la esperanza de encontrar mi coche, pero enseguida comprendí que no iba a ser fácil dar con él. El parking contaba con tres niveles y cada nivel era inmenso. Cogí el móvil y marqué tu número.

- Cariño ¿recuerdas en qué plaza aparcamos?
- Casi no te oigo, habla más alto.
- Digo que si recuerdas la plaza donde hemos dejado el coche.
- Se te oye muy bajito.
- Es que estoy en el parking y casi no hay cobertura… Escucha ¿En qué plaza hemos aparcado?
- No lo sé.
- Y el nivel ¿te acuerdas del nivel?
- No te oigo… cuelgo.

Y colgaste.

- ¡Mierda!

Si no tenía un golpe de suerte iba a pasar horas buscando el coche. Me encendí el cigarro allí mismo, no podía esperar más. Dos mujeres de mediana edad se acercaron con sus respectivos carritos, al pasar a mi lado una de ellas se encaró conmigo.

- Está prohibido fumar aquí.
- Lo sé.
- Entonces ¿por qué lo hace?
- El vicio.
- No se da usted cuenta que está jugando con la salud de los demás.
- Señora, estamos en un aparcamiento.
- Da igual, el humo me perjudica de igual manera.
- ¿Qué pasa, que el humo de mi cigarro es nocivo pero el que echan los tubos de escape no? Déjeme en paz.

Las dos mujeres siguieron su camino recriminándome la falta de civismo. Me dio igual, yo lo que quería era encontrar mi coche y salir de allí. Intenté visualizar el lugar donde había aparcado. Nada, no recordaba una mierda. Al aparcar estábamos tan colocados que no me preocupé de memorizar el dato. Ese fallo me iba a costar caro, lo sabía. Debía elaborar un plan. Podía buscar a diestro y siniestro sin ningún fundamento o recorrer concienzudamente cada nivel hasta dar con el coche. Decidí informarte de la situación. Busqué un lugar donde la cobertura fuera decente, y te llamé.

- ¿Cariño? Escucha…
- Mi amor, me he comprado unos vaqueros que vas a flipar de lo bien que me quedan.
- Me alegro. Escucha…
- Te oigo fatal ¿Dónde estás?
- En el parking. Aun o he encontrado el coche.
- Todavía no lo has encontrado ¿y a qué esperas?
- No es tan fácil. Esto es inmenso y no sé dónde buscar. He pensado que lo mejor es empezar por el primer nivel… ¿me escuchas?
- Te escucho entrecortado.
- Digo que me va a llevar tiempo encontrar el coche. Por qué no vas a la cafetería y te tomas algo mientras yo… ¿estás ahí?...

La línea se había cortado.

- ¡Mierda puta!

Empujé el carrito hasta el primer nivel. Una vez allí, me hice un esquema global del perímetro y mentalmente lo dividí en cinco parcelas, de esta forma facilitaría la búsqueda. Empecé a escudriñar la primera parcela.
Cuando estaba en la tercera, vi que un grupo de seis enanos se bajaba de un coche. Me pareció bastante curioso, pero no le dí mayor importancia y seguí buscando. Minutos después, otro grupo de enanos se apearon de un cuatro por cuatro. Tanto enano me resultó sospechoso, y más cuando delante de mis narices aparcó una furgoneta y salieron una docena más. Me fije que todos ellos llevaban una camiseta roja con letras blancas que decían: LOS PRECIOS MÁS BAJOS. Comprendí que debía tratarse de algún tipo de promoción organizada por los grandes almacenes. Seguí con la búsqueda. Me encendí otro cigarro y sonó el móvil. Eras tú.

- ¿Se puede saber qué coño estás haciendo?
- Cariño, esto es como una película de David Lynch.
- Déjate de chorradas y pasa a recogerme de una vez.
- ¿Dónde estás?
- Esperándote en la puerta principal.
- Te dije que me esperases en la cafetería, que iba a tardar.
- Pues date prisa porque está empezando a llover y no quiero que se me mojen los vaqueros nuevos.
- Es mejor que me esperes en la cafetería… ¿me oyes?

La comunicación se cortó. Estuve tentado de llamarte y acabar la conversación pero pensé que era prioritario dar con el coche cuanto antes. En la cuarta y quinta parcela no estaba, eso quería decir que se encontraba en el segundo o tercer nivel. Subí en el ascensor hasta el segundo nivel. Hice lo mismo que en el primero, dividí el espacio en cinco parcelas imaginarias y me dispuse a recorrerlas una a una. Cuando estaba pasando al lado de una columna escuché un ruido extraño por encima de mi cabeza. Era un murciélago enredado en una inmensa telaraña, el ruido lo producían las alas al golpear contra la columna en su intento desesperado por liberarse de la trampa de seda. La araña causante de tanta hebra debía de ser enorme. Me quedé vigilando por ver si salía de su escondrijo. El murciélago cada vez estaba más enredado y apenas podía mover sus alas. Al cabo de un minuto el quiróptero comprendió que estaba derrotado y resignado se rindió a su destino. La araña no dio señales de vida... ♫♫♫, ♫♫♫, ♫♫♫. El móvil. De nuevo eras tú quien llamaba.

- ¿Qué haces?
- ¿Qué crees que hago?
- Joder ¿aún no lo has encontrado?
- Voy por el segundo nivel, espero encontrarlo pronto.
- Más te vale porque ya me he tomado dos cafés y en la calle está diluviando.
- ¿Y qué quieres que haga?
- Darte prisa, eso el lo que quiero que hagas.

Y colgaste. Me encendí un cigarro, mejor eso que mosquearse. Me sentí como el murciélago, atado de pies y manos, rendido a la evidencia por mi mala cabeza. De los errores se aprende. Seguro que otra vez me acordaré de fijarme donde aparco. El carro de la compra me precedía por los largos pasillos flanqueados de hileras de coches. Yo levantaba la cabeza y miraba por encima intentando atinar sobre un Opel Corsa de color oro azteca. Una tonalidad bastante peculiar y poco frecuente, al menos contaba con esa ventaja para localizarlo. Arrojé el cigarro al suelo, lo que realmente necesitaba era un porro que me calmase los nervios. No lo dudé, me situé entre dos coche y me puse a liarlo. Me sudaba el capullo que alguien me viera, me iba a fumar un porro sí o sí. Mientras quemaba la piedra me llamó la atención un Audi que estaba aparcado enfrente. El vehículo tenía encima una capa de polvo de varios milímetros de espesor. Evidentemente estaba abandonado. Eso me hizo pensar. ¿Por qué alguien abandona su coche en el aparcamiento de un centro comercial? No era normal. Me encendí el porro y seguí cuestionando el motivo de tal decisión. Quitando la capa de mugre, al coche se le veía en bastante buen estado. ¿Acaso el dueño sufrió un ataque al corazón y tuvo que ser trasladado a un hospital donde falleció sin dejar constancia de donde había dejado el coche? Se me ocurrieron varias hipótesis, todas ellas descabelladas… ♫♫♫, ♫♫♫, ♫♫♫.

- Dime.
- ¿Lo has encontrado ya?
- Sigo buscando.
- Lo tuyo es increíble. Llevas casi una hora y no has encontrado el puto coche.

Me tocaba los cojones cuando te ponías así. Antes de cabrearme en serio, aproveché la excusa de la mala cobertura para concluir la conversación.

- No se te escucha, así que cuelgo.

Colgué y aspiré del porro con rabia.

- A ver si te crees que estoy de paseo. No, estoy aquí, jodido y deseando salir de este agujero. Si tanta prisa tienes por qué no vienes y buscas tú misma el puto coche.

Estaba hablando solo, al darme cuenta me sentí avergonzado. Miré una última vez al Audi abandonado y seguí con la búsqueda del mío.
En el segundo nivel no estaba, sin duda debía encontrarse en el tercero. Maldita ley de Murphy. Subí en ascensor al tercer nivel, delimité las cinco parcelas imaginarias y continué buscando.
♫♫♫, ♫♫♫, ♫♫♫.

- Todavía no lo he encontrado, si es por lo que llamas.
- Me lo imaginaba. Mira, estoy harta de esperar. Voy a llamar un taxi y ya nos veremos en casa.

Y colgaste. Noté la adrenalina y el cabreo. La situación empezaba a desbordarme. Cogí una lata de cerveza del carrito, estaba caliente pero la abrí, me bebí media de un trago y apuré el resto con un trago más.
Tres cuartos de hora después terminé con el tercer nivel, no obstante el coche seguía sin aparecer. Me hubiera gustado quemar el mundo. ¿Cómo era posible? Una de dos, o no había buscado tan bien como yo pensaba, o me lo habían robado. No sabía qué coño hacer, si empezar a buscar de nuevo, llamar a la policía o tirarme a las vías del tren.

® pepe pereza (del libro Amores breves)

viernes, 21 de octubre de 2011

CARLA BADILLO CORONADO GANADORA DEL PREMIO NACIONAL DE POESÍA "CESAR DÁVILA ANDRADE

Discurso Premio Nacional de Poesía “Cesar Dávila Andrade” 2011, por Carla Badillo Coronado

Autoridades presentes, miembros del jurado, familia, amigos, señoras y señores:

Recibo a la distancia, con mucha emoción, la grata noticia de haber ganado el Premio Nacional de Poesía “César Dávila Andrade”, con mi poemario inédito "Partituras Incompletas (apuntes de música y otras obsesiones)", y al no poder estar presente en la entrega del mismo, he decidido escribir un pequeño discurso que será leído por Rocío, mi madre, lo que se vuelve a la vez un acto de agradecimiento hacia la mujer que hace veintiséis años me trajo al mundo y que hoy nuevamente dará a luz -a través de su voz- estas palabras que ahora escribo desde San Francisco.

Para ser sincera la noticia me sorprendió mucho. Era la primera vez que enviaba mis poemas a un concurso, 'arriesgándome', además, al que considero el certamen más prestigioso del país en este género, y por lo tanto sabía, de antemano, que la posibilidad de perder era mayor. Pero me lancé. Y aquí estoy. Quizá es algo que me han enseñado los viajes, las carreteras desoladas, los trenes, los ríos, las montañas, los desiertos. Cuando estás en un cruce de caminos y debes decidir entre dos rutas desconocidas, es preciso avanzar, pues si te quedas parado por temor a lo que puedas encontrar del otro lado, si te parece muy grande lo que promete el horizonte, es probable que anochezca y acabes por perderte incluso sin haberte movido. Así que acabé entregando mi manuscrito el último día, apenas una hora antes de que se cerrara el plazo.

Sin embargo, más allá del premio, que desde luego me place y me honra (porque además lleva el nombre de uno de los más grandes poetas ecuatorianos, a quien admiro profundamente), está la satisfacción de haberme obligado a mí misma a cerrar una etapa pendiente, y a trabajar a diario, con mucho más ahínco, en mi obra. Confieso que soy caótica en mi escritura, acumulo versos, citas, espasmos, crónicas, desvaríos, en hojas sueltas, en máquinas sin respaldo, en servilletas manchadas de whisky o de café, y en diarios que a veces pierdo, por lo que este fue el pretexto para plantearme más organización y compromiso con mi escritura.

Por otra parte, siempre me he movido en los extremos. He tenido en mi vida profesores que han dicho que he sido su mejor alumna y otros que han dicho lo contrario. Los últimos alegaban indisciplina. Y es cierto. Pero me temo que lo que para ellos era ‘indisciplina’, para mí era simplemente la incapacidad de quedarme callada ante cualquier infamia. Mi abuelo, Carlos Coronado, el sastre, no era un hombre de letras, pero sí un hombre de palabra. Y fue de él quien heredé el nombre y el valor de decir las cosas de frente. Mis padres, por su parte, siempre me defendían, por ejemplo, cuando en la escuela la maestra se quejaba de mi terrible caligrafía, a lo que ellos respondían que no podían hacer nada pues sus letras también eran chuecas, y sin embargo sabían que, a fin de cuentas, era el contenido lo que importaba.

De esa especie de rebeldía se ha nutrido mi poesía, y de las enseñanzas de la gente que considero mi tribu: de los nómadas y sedentarios, de los guerreros nativos, de los artistas anónimos, de los danzantes, de los eruditos sentados en Cafés, y de los aventureros que desafían la gravedad, de los viejos, de los locos, de los enamorados, de los que arriesgaron todo por un sueño, de los malandrines de buen corazón, y, desde luego, de los innumerables libros y autores a los que en gran parte he llegado sola, como buena autodidacta, ya que nunca he asistido a ningún taller de poesía ni he estudiado literatura como carrera.

Agradezco profundamente a los miembros del jurado, que se dieron la oportunidad de leerme con una mirada limpia y que se conectaron con cada uno de mis poemas, es decir con todas las voces que me habitan y desde las cuales escribo. Agradezco también, de todo corazón, a mi hermana y a mis padres, seres maravillosos que han confiado en mí, y a quienes entiendo que -en su infinito amor- muchas veces les cuesta comprender mi mundo, y sin embargo están ahí, siempre, siempre, con la sonrisa dispuesta, con el ejemplo, con el gesto, con la espera, con su bendición.

Por otro lado, me he enterado también que soy la primera mujer en recibir este célebre premio, lo que desde luego también es un estímulo. Sin embargo creo firmemente que más allá de cualquier género, edad o nacionalidad está la buena o mala poesía. O mejor aún: es poesía o no lo es. Emily Dickinson decía: "Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía". Estoy de acuerdo. Y quizá eso es lo que he intentado transmitir con este poemario, en el que la música lo constituye de principio a fin, bajo la estructura de una sinfonía demencial, empezando por el tiempo y acabando en el silencio, y cuyas partituras incompletas anuncian, una a una, muchas de mis obsesiones, sin las cuales, desde luego, esta obra no existiría.

“Vengo de la muerte de mil cuerpos errantes”, anunciaba Dávila Andrade cuando tenía mi edad. Yo también siento lo mismo, y sin embargo es a través del lenguaje que también resucito. La poesía es a fin de cuentas mi verdadera patria, el lugar en el que mejor me siento, mi refugio, mi parnaso, mi trinchera, mi infierno, mi salvación, mi abismo. La poesía es, en sí misma, una transgresión a los límites y las reglas, tal como lo es el amor. Y precisamente este libro está dedicado a Mark, mi compañero, mi musa, mi himno en el destiempo, con quien tengo una historia fuera de toda ley, de toda norma, de todo tiempo. Rilke decía que las obras de arte son siempre el producto de un riesgo, de una experiencia llevada al límite. Por eso me niego a vivir en un mundo ya dado, un mundo que quiere seguir imponiéndome su orden. Un orden que no es el mío. Por eso hoy enarbolo el amor y la poesía como banderas de mi transgresión. A fin de cuentas no sé que rostro tendrá el futuro, y sin embargo estoy segura que me encontrará escribiendo, como siempre, sujetando mi pluma como un escudo.

Muchas gracias.

Carla Badillo Coronado
San Francisco, California
17 octubre de 2011


ESCRITO POR: CARLA BADILLO CORONADO

CÓMICS CANGREJO ROJO - YA ESTAMOS EN LA APP STORE

Con un mes de retraso, pero con las ilusiones intactas: ¡Ya estamos en la App Store!
Desde esta pasada madrugada ya se puede descargar nuestra App, ¡enhorabuena a todos!
Ha sido un año de trabajo duro pero muy bonito, de pura creatividad. Hoy estamos realmente emocionados, y nos gustaría compartirlo con todo el mundo.
Este es el enlace en la App Store, para los que tengáis iPad: Cómics Cangrejo Rojo
Por el momento se pueden descargar dos números de la primera colección, ambos gratuitos. En los próximos días, una vez que hayan sido revisados por Apple, se publicarán otros dos cómics, esta vez de pago. También se puede adquirir la colección completa de Litteracómics por un precio muy bajo, que compensará sin duda a quien se anime, ya que de cara al futuro se irá completando con más historietas, al menos hasta llegar a veinte.

Cortado y pegado de http://blog.cangrejorojo.com/

UNA LECCIÓN DE HISTORIA Y DE LINGÜÍSTICA

Asunto: Curiosidad "histórica" lingüística
La palabra GILIPOLLAS.
ORIGEN:

En Madrid hay una calle llamada de Gil Imón, haciendo de travesaño entre el Paseo Imperial y la Ronda de Segovia, para más señas. Es una calle dedicada al que fue alcalde de la capital, D. Gil Imón, en los tiempos en que el duque de Osuna organizaba sus célebres bailes, a los que acudía la alta sociedad, para poner en el escaparate familiar a jovencitas de la buena cuna, como oferta casadera. A las damitas de entonces se les aplicaba el apelativo de "pollas", que en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) llevan, como sexta acepción, figurada y familiarmente, el significado de jovencitas, algo que hoy prácticamente se ignora. La polla de entonces no tenía nada que ver con el significado de morbosas connotaciones por el que ha sido sustituido ahora.
El tal Don Gil era un personaje de relieve (la prueba está en que tiene dedicada una calle) y su nombre aparecía frecuentemente en los ecos de sociedad de las revistas del corazón de la época. El hombre se sentía obligado a responsabilizarse de sus deberes familiares, como buen padre. Tenía dos hijas en edad de merecer, feúchas, sin gracia, y bastante poco inteligentes. Y se hacía acompañar por ellas a absolutamente todos aquellos sitios a los que, invitado como primera autoridad municipal, tenía que acudir.

- ¿Ha llegado ya D. Gil?
- Sí, ya ha llegado D. Gil y, como siempre, viene acompañado de sus pollas.

Mientras D. Gil se encargaba de atender las numerosas conversaciones que su cargo de alcalde comportaban, sus pollitas iban a ocupar algún asiento que descubrieran desocupado, a esperar a que algún pollo (o jovencito) se les acercase, cosa que nunca sucedía. La situación, una y otra vez repetida, dio lugar a la asociación mental de tonto o tonta con D. Gil y sus pollas.
¿Cómo describir esa circunstancia tan compleja de estupidez? Los imaginativos y bien humorados madrileños lo tuvieron fácil: para expresar la idea de mentecato integral e inconsciente ¡Ya está!: Gil (D.Gil)-y-pollas (las dos jovencitas hijas suyas) = gil-i-pollas. Cundió por todo Madrid, que compuso esta palabra especial, castiza, nacida en la Capital del Reino y, después exportada al resto de España, ganándose a pulso con el tiempo el derecho de entrar en la Real Academia Española.

HUNTER S. THOMPSON

Primeros años
Nacido en Louisville, Kentucky, Thompson creció en "El triángulo Cherokee", un barrio histórico de las zonas altas de la ciudad, y estudió secundaria en el colegio masculino de Louisville. Sus padres, Jack y Virginia, se casaron en 1935. La muerte del padre dejó a tres hijos (Hunter, Davison y James) al cuidado de su madre, que tenía problemas de alcoholismo.
Hunter fue arrestado en 1956 por robo, después de chocar un camión de entregas de la empresa de envíos en la que trabajaba, se alistó en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos durante el periodo de espera obligatorio antes del servicio militar. Después de trabajar en el departamento de información de la base en Eglin, Florida, en 1956, se convirtió en el redactor de noticias deportivas para el periódico de la base, The Command Courier. También escribió para varios diarios locales, infringiendo reglas de la Fuerza Aérea.
Fue dado de baja honorable en 1958, por recomendación de su oficial superior. "En suma, este soldado, aunque talentoso, no podrá ser guiado por las políticas", escribió el Coronel W.S. Evans, jefe de los servicios de información, al oficial en jefe de la base de Eglin, "a veces su actitud de superioridad y rebeldía parece pegarse en otros miembros de la escuadra". Thompson se burló en una declaración de prensa inventada sobre su baja, diciendo que fue declarado como "completamente inclasificable".
A su salida, se mudó a Nueva York e ingresó a la Universidad de Columbia, donde hizo cursos de escritura de cuentos.
Durante este tiempo, trabajó para la Revista Time como copista, por un sueldo de 51 dólares a la semana. Trabajando, aprovechó para copiar en su máquina de escribir los libros El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, y Adiós a las armas de Ernest Hemingway, argumentando que quería aprender sobre los estilos de los autores. En 1959, fue despedido de Time por insubordinación. Más tarde ese año, trabajó como periodista para el Middletown Daily Record, en Nueva York. Fue despedido poco después, por dañar una máquina de dulces de las oficinas del diario y por discutir con el dueño de un restaurante, a su vez patrocinador del medio.
En 1960, Thompson se mudó a San Juan, Puerto Rico, para trabajar en la revista deportiva El Sportivo, la cual no duró mucho. Pero el cambio a Puerto Rico le permitió viajar al Caribe y Sudamérica, escribiendo como freelance para distintos medios del continente. También trabajó como corresponsal para Sudamérica para una publicación de Dow jones & Company, The National Observer.
Durante ese periodo, escribió dos novelas (Prince Jellyfish y El diario del ron) y envió varios cuentos a distintas publicaciones. The Rum Diary fue publicado en 1998, mucho después de que Thompson se volviera famoso.
El 19 de mayo de 1963 se casó con su novia de siempre, Sandra Dawn Conklin (luego conocida como Sandra Conklin Thompson, y posteriormente Sondi Wright), y tuvieron un hijo, Juan Fitzgerald Thompson, nacido el 23 de marzo de 1964. La pareja intentó tener 5 hijos más, pero Sandra sufrió tres abortos y dos bebés murieron al poco tiempo de nacer. En una edición tributo a Hunter de la revista Rolling Stone, Sandy escribió: Quiero reconocer los cinco hijos que Hunter y yo perdimos ¡Me habría encantado tener más Hunters! Uno de los más maravillosos regalos que Hunter me dio... fue Sarah, nuestro bebé de cuatro kilos, que vivió cerca de doce horas. Estaba esperando acostada en el hospital de Aspen valley, y cuando vi la cara del doctor, me fue insoportable. Pensé que me iba a volver loca. Hunter se acercó a mi cama y me dijo: Sandy, si quieres salir por un rato, hazlo, pero quiero que sepas que Juan y yo realmente te necesitamos. De inmediato me recuperé." Después de diecinueve años juntos y diecisiete casados, Hunter y Sandy se divorciaron en 1980; los dos siguieron siendo amigos hasta la muerte de Hunter en 2005.
A los 67 años, el periodista se quitó la vida de un disparo en la cabeza, el 20 de febrero. Su hijo, Juan, emitió un comunicado de prensa en el que informó "el doctor Hunter S. Thompson terminó con su vida disparándose en la cabeza en su recinto fortificado en Woody Creek, Colorado. Hunter guardaba celosamente su intimidad y rogamos que sus amigos y admiradores respetan esa intimidad y la de su familia".

Desarrollo como periodista
En 1965, el editor de The Nation, Carey Williams, le ofreció a Thompson la oportunidad de escribir un artículo sobre su experiencia con la banda de motociclistas Hells Angels. Thompson había pasado un año viviendo y andando con los Hells Angels, pero la relación se quebró cuando los motociclistas empezaron a sospechar que Thompson ganaba dinero con sus textos. La banda exigió parte de las ganacias, y todo terminó con Thompson recibiendo una salvaje paliza. Cuando The Nation publicó el artículo el 17 de mayo de 1965, Thompson recibió varias ofertas de publicar un libro, hasta que Random House publicó la edición de tapa dura, llamada Hells Angels: la extraña y terrible saga de las bandas forajidas de motociclistas, en 1966.
La mayor parte del mejor trabajo de Thompson fue publicada en la revista Rolling Stone. Su primer artículo publicado en ella fue Freak Power in the Rockies, en el que relataba su candidatura de 1970 para sheriff del condado de Pitkin, Colorado, como miembro del partido "Freak Power". Thompson perdió en una estrecha votación, habiendo prometido en su campaña la despenalización del consumo de drogas (no así del narcotráfico, que desaprobaba completamente), destruir las calles y convertirlas en pastizales para que la gente caminase, prohibir edificios tan altos que escondiesen el paisaje y la vista a las montañas y rebautizar Aspen, Colorado como la "Ciudad Gorda". Para darse el placer de llamar "mi oponente melenudo" al rival republicano contra el que compitió, se rasuró la cabeza.
Thompson fue a trabajar como corresponsal político para Rolling Stone, reteniendo el título de Director de Asuntos Nacionales durante treinta años, hasta su muerte. Dos de sus libros, Miedo y Asco en Las Vegas y Miedo y asco en la campaña presidencial de 1972, fueron publicados (por entregas) en la revista. Junto con Joe Eszterhas y David Felton, Thompson fue fundamental en el proceso de expansión de Stone hacia más allá de la crítica musical. De hecho, Thompson fue el único escritor de plantilla de aquella época que no contribuyó jamás con un artículo sobre música en la revista. Sin embargo, sus historias siempre tenían pinceladas y referencias a la música popular, desde Howlin' Wolf hasta Lou Reed. Armado con una de las primeras máquinas de fax a dondequiera que fuese, se hizo famoso por entregar sus artículos a última hora, casi ilegibles, a las oficinas de la revista en San Francisco, siempre demasiado tarde para editarlos y corregirlos, pero justo a tiempo para publicarlos.
En 1970, Thompson escribió un artículo llamado El Derby de Kentucky es decadente y depravado (The Kentucky Derby is Decadent and Depraved) para una pequeña revista deportiva llamada Scanlan's Monthly. Aunque no fue muy leído en su momento, el artículo es el primero en el que Thompson utiliza las técnicas de lo que posteriormente sería el periodismo gonzo, un estilo que ocuparía durante la mayor parte del resto de su carrera literaria. La descripción maniática y subjetiva en primera persona fue supuestamente el resultado de la desesperación de Thompson, quien se enfrentaba a una inminente fecha límite para entregar el artículo. Ya sin tiempo, arrancó las páginas de su cuaderno de apuntes y se las mandó a su editor, sin corregirlas o siquiera organizarlas. Ralph Steadman, quien colaboraría luego con Thompson en gran cantidad de artículos, contribuyó elaborando dibujos expresionistas a tinta y lápiz. Thompson estaba resignado, seguro de ser despedido, cuando su editor lo llamó para felicitarlo por el "excelente" artículo que había escrito.
El primero que usó la palabra Gonzo para describir el trabajo de Thompson fue el periodista Bill Cardoso. Cardoso conoció por primera vez a Thompson en 1968, en un bus lleno de periodistas viajando para cubrir el comienzo de las elecciones presidenciales estadounidenses en New Hampshire. Cardoso describió la aparición del artículo Kentucky Derby como una iluminación: "Ahora sí, esto es Gonzo puro. Si éste es el principio, que siga llegando". Thompson tomó la palabra de inmediato y, según Ralph Steadman, dijo: "Ok, eso es lo que hago. Gonzo."