domingo, 29 de diciembre de 2013
jueves, 19 de diciembre de 2013
ALZHEIMER (ESQUINAS - EDICIONES LUPERCALIA)
Ilustración: LERAÚL
Hacía demasiado frío para andar
con la moto de un lado a otro de la ciudad. Aprovechando que estaba cerca de
donde vivía Cristian, decidió hacerle una visita. Miki paró el ciclomotor. Hizo
una llamada a su amigo para comprobar que estaba en casa y confirmar que era
bien recibido.
-
Claro, tío. Pásate por aquí y nos fumamos unos petas.
Un porro era justo lo que
necesitaba. Le dio caña al acelerador y en menos de dos minutos ya estaba
aparcando frente al portal. Un poco más allá había un colmado. Entró en el
establecimiento y compró un pack de seis cervezas de marca desconocida y una
bolsa de patatas fritas.
-
Joder, tío. No hacía falta que trajeras nada. En la
nevera hay cerveza para parar un tren.
Cristian estaba viendo unos
capítulos de Walking Dead que se
acababa de bajar de la red. Miki se
acopló en uno de los sillones. Se abrió una lata y echó un trago largo. En la
pantalla un grupo de zombis atacaban a un tipo que se defendía a tiros y a
hachazos.
-
Mola cuando les revientan el cerebro a esos hijos de
puta.
Cristian simuló las detonaciones de
una pistola
-
¡PUMBA! ¡PUMBA! ¡PUMBA! ¡Morid cabrones!
Era un fanático del gore y
trataba de contagiar su entusiasmo a todo el que podía. Miki terminó la cerveza
y se abrió otra.
-
¿Y esos petas, tron?
-
Ahí tienes, capullo. Líate los que quieras.
Encima de la mesa había lo
necesario. Miki se puso manos a la obra. Estaba poniéndole el filtro al porro
cuando sonó su móvil. Según pudo ver en el rótulo era su madre.
-
¡Mierda!
Lo dejó sonar hasta que se
terminó de liar el canuto. Cuando lo encendió contestó a la llamada.
-
Dime.
-
¿La has encontrado?
-
No.
-
Estoy llamando a tu padre por si sabe algo, pero no
contesta. ¿Tú dónde estás?
-
En casa de un colega. He parado un momento para tomar
algo caliente. No veas el frío que hace.
-
Me lo imagino. Abrígate bien cuando vuelvas a la calle.
Y llámame en cuanto sepas algo.
-
Vale.
Dejó el móvil
sobre la mesa.
-
¡Qué puta mierda, tron!
-
¿Qué pasa?
-
Mi abuela. Últimamente, le ha dado por escaparse de
casa. A la que nos despistamos coge la puerta y se larga.
-
¿Y eso?
-
El alzheimer.
-
Qué chungo es eso.
-
La putada es que cada vez que ocurre mi viejo y yo
tenemos que salir a buscarla.
-
Avisad a la pasma y que se ocupen ellos.
-
Ya la han traído un par de veces a casa. Por lo visto,
va donde están las putas y se queda con ellas.
-
¿Qué dices, primo?
-
Lo que oyes, colega.
-
¿Y qué hace tu abuela con esas zorras?
-
Y yo qué coño sé.
-
Se quitará la dentadura postiza y ofrecerá mamaditas a
veinte euros.
Ambos se rieron del comentario.
Miki se terminó la cerveza y dudó si abrirse otra. No era cuestión de coger la
moto estando borracho. Solo de pensar que tenía que regresar al frío de la
noche le hizo estremecerse. Al final alcanzó la lata y la abrió con
determinación.
-
¿Sabes lo que te digo? Que le den. Hace demasiado frío
para andar en moto...
Adela volvió a marcar el número
de su marido. Sin respuesta. Angustiada dejó el teléfono sobre la mesa. Los
nervios la estaban matando. Los últimos meses estaban siendo una tortura. Lo
malo era que la pesadilla seguía e iba a peor. ¿Dónde estaría su madre? Una
anciana de ochenta y cinco años. En sus condiciones, perdida por esas calles de
Dios. Además había salido sin abrigo, con la que estaba cayendo. Hacía tanto
frío que no era de extrañar que se pusiera a nevar. Se acercó a la ventana y
miró a través del cristal. La calle estaba desierta. Había anochecido y todo el
mundo estaba en sus casas. Le dieron ganas de salir a buscarla. Pero se tenía
que quedar allí por si le daba por volver. Su pobre madre con el juicio
perturbado y desaparecida en la fría noche. Era muy triste verla perder la
cabeza día tras día. Casi era mejor que se muriera y acabar con todo de una
vez. A mejor no iba a ir, en todo caso la enfermedad aceleraría su proceso.
Siguió mirando por la ventana con la esperanza de verla doblar la esquina.
-
¿Dónde estará esta mujer? Me voy a volver loca como no
aparezca pronto.
Rogó a Dios para que la
protegiera y la trajese de vuelta cuanto antes. En cierto modo Adela se sentía
culpable. No sabía a dónde iba su madre cuando se escapaba, pero sí conocía el
motivo de por qué lo hacía. El alzheimer de su madre las había arrastrado a
ambas al pasado. A un periodo de sus vidas que ella personalmente llevaba
décadas tratado de olvidar. No podía más. Se apartó de la ventana y telefoneó
de nuevo a su marido…
Bzzzzzzzz Bzzzzzzzzz
Bzzzzzzzzzzz. Él sabía que la que llamaba era Adela. No hizo caso y siguió
follando con la prostituta que había contratado. Bzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzz
Bzzzzzzzzzzzzzzz. Ya que a su suegra le daba por frecuentar esos ambientes y
dado que él se veía obligado a buscarla en los suburbios, qué menos que sacar
algún provecho de la situación.
-
Date la vuelta.
La puta obedeció y se puso a
cuatro patas. La cosa no dejaba de tener su guasa. Gracias a los desvaríos de
su suegra él se había enterado de que su esposa ejerció la prostitución en su
juventud. Por el motivo que fuera, cuando Adela tenía diecinueve años tomó la
decisión de vender su cuerpo para ganarse la vida. Por lo visto su madre se
enteró. Para poner fin al disparate de su hija, se presentaba todos los días en
el lugar de trabajo y espantaba a sus clientes. Tal fue su tenacidad que al final
consiguió convencerla de su error. Era por eso que ahora su suegra se escapaba
de casa. Obnubilada por la devastadora enfermedad, la anciana desandaba en el
tiempo para buscar a su hija entre las mujerzuelas de los arrabales.
-
Túmbate hacia arriba.
La fulana se dio la vuelta y él
se le puso encima. ¿Se sentía dolido por los pecados de juventud de su esposa?
En cierto modo sí. A pesar de que todo había ocurrido décadas atrás y que por
aquel entonces ni siquiera se conocían, el pasado de su mujer le dolía y
guardaba un resquemor en su interior. Quizás por eso, cada vez que tenía que
salir en busca de su suegra terminaba acostándose con una puta. Era su forma de
vengarse. Bzzzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzzzzzz…
La anciana se acercó a un grupo
de prostitutas que se estaban calentando alrededor de una hoguera. Les mostró
una fotografía antigua de su hija.
-
¿Conocéis a mi hija? La estoy buscando.
Miraron la foto y le dijeron que
no. La anciana continuó su búsqueda. Estaba aterida y le costaba caminar. Hacía
tanto frío que los charcos se habían congelado y los parabrisas de los
vehículos se iban cubriendo de una fina capa de escarcha. De pronto su cerebro
se desconectó para segundos más tarde volver a concertarse en el presente. Miró
a su alrededor pero no reconoció el lugar. No sabía dónde estaba y sintió
miedo. Los dientes le castañeaban y tiritaba al borde de la hipotermia. No
llegó a comprender por qué estaba en mitad de la calle en vez de en casa con su
hija y su yerno. Supuso que por algún motivo ellos la habían dejado allí. Pensó
que ambos estarían cerca y que enseguida pasarían a recogerla.
-
No pueden tardar, sino no me habrían dejado sin abrigo.
Esperaré hasta que lleguen.
Y así lo hizo.
martes, 17 de diciembre de 2013
lunes, 16 de diciembre de 2013
sábado, 14 de diciembre de 2013
jueves, 12 de diciembre de 2013
miércoles, 11 de diciembre de 2013
lunes, 9 de diciembre de 2013
viernes, 6 de diciembre de 2013
lunes, 2 de diciembre de 2013
jueves, 21 de noviembre de 2013
SE RUEGA SILENCIO (Fragmento)
El Culebras lleva
semanas desaparecido. Así que he tenido que buscarme un nuevo suministrador: El
Tronco. Un tipo peligroso que tiene fama de írsele la olla. Lo bueno es que gasta
buen material y te da el peso justo.
Llamo al portero automático de su
casa.
-
¿Sí?
-
Tronco, soy yo.
-
¿Y quién cojones es yo?
Me identifico y abre la puerta. Dentro
del portal oigo que algo baja galopando por las escaleras. Es un Rottweiler
enorme que viene directo a por mí. Cuando quiero darme cuenta ya lo tengo
encima. Me arrincona contra la pared levantando las patas delanteras y poniéndomelas
en los hombros. De esta forma su cabeza queda a la altura de la mía. Me enseña
los dientes. Son enormes y puntiagudos. Gruñe y deja caer espumarajos de su boca.
Estoy al borde del pánico y temo que de un momento a otro me destroce el cuello
de un bocado. Por detrás aparece El Tronco.
-
Quédate quieto y no te hará nada.
Estoy totalmente paralizado. No
podría ni pestañear.
-
Judas, ven aquí.
La bestia acata la orden y va a
reunirse con su amo.
-
Lo tengo por si viene la pasma. Este cabrón los huele a
distancia.
Estoy demasiado acojonado para
articular palabra. Finalmente negociamos. Salgo con una piedra de hachís gomoso
y con una bolsita con setas alucinógenas que ha tenido el detalle de regalarme
para compensar el susto que me he llevado. Antes de volver a casa quiero dar un
paseo. Llego al parque de El Carmen. Elijo un banco apartado y me siento en él.
Discretamente me lío un porro. Al rato se acerca un anciano con aspecto de
vagabundo. Toma asiento a mi lado. Luego saca un cortaúñas y procede a hacer
uso de él. Tiene manos de cirujano. Limpias y cuidadas. No pegan para nada con
su aspecto desaliñado.
-
Eso que fumas huele de maravilla.
Le paso el canuto. Fuma una
calada y la saborea como si estuviera catando vino caro.
-
Muy buena calidad, sí señor. ¿Puedo acabármelo?
-
Todo tuyo.
Le da una larga chupada y
mantiene el humo dentro sin expulsarlo.
-
Me gusta esta ciudad. La habitáis buena gente.
-
¿De dónde eres?
-
De todo el mundo. Ya sabes, el que no tiene donde
quedarse va y viene como una peonza.
Su voz suena cercana y amiga.
Tiene algo en su tono que da prestancia a todo lo que dice. Me habla de sus
viajes. Salta de una ciudad a otra, de un país al siguiente. No se para a dar
demasiados detalles, tan solo subraya aquellos sitios donde encontró gente de
calidad. En un momento dado se queda callado. Sus ojos se entristecen y unas
arrugas se cruzan en su frente. Me habla de una mujer. Me dice que le dio todo
lo que tenía pero que no fue suficiente. Vuelve a quedarse en silencio. Mirando
a la nada. Noto que se ha ido lejos, en busca de esa mujer. Termina el porro y
se despide. Se aleja encorvado y con paso tranquilo. Andados unos metros se
detiene para dibujar con el pie un círculo en la grava del camino. Después
sigue por el sendero hasta que sale del parque. Al rato, unos gorriones se
posan cerca del círculo. Picotean el suelo y dan saltitos de aquí para allá.
Uno de ellos se acerca al círculo. Cuando está dentro cae muerto. Se levanta
una brisa que trae el olor rancio de las aguas del estanque. Alzo la vista a un
grupo de niños que corren detrás de una pelota. Sus gritos forman parte del
parque, tanto o más que los árboles que hay en él, el propio estanque o los
jardines que lo visten.
pepe pereza
EL DESCRÉDITO en PUNTO DE LIBRO
El descrédito: Viajes
narrativos en torno a Louis-Ferdinand Céline
VV.
AA. Selección de Vicente Muñoz Álvarez y Julio César Álvarez
Ediciones
Lupercalia
Vicente
Muñoz Álvarez y Julio César Álvarez son los antólogos de esta obra que intenta
poner en su lugar a unos de los mejores escritores de la primera mitad del
siglo XX, Louis-Ferdinand Céline. Un lugar de artista destacado que a menudo se
le niega por el declarado antisemitismo del que el autor hizo gala antes,
durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
Vicente
Muñoz Álvarez es poeta, ensayista y narrador que se maneja con soltura tanto en
el relato corto como en la novela. Nuestros lectores han podido leer
recientemente nuestras reseñas de sus poemarios Canciones de la gran deriva
(Ed. Origami, 2012) y Animales perdidos (Ed. Baile del Sol, 2012) y del libro
de relatos Marginales (Excodra Editorial, 2013).
Julio
César Álvarez, además de psicólogo, es autor de las novelas El tiempo nos va
desnudando (Ed. Magnéticas, 2009), Madrugada (Ed. Eutelequia, 2012) y Luz fría
(Ed. Origami, 2013). En colaboración con Hugo Alonso elaboró Mientras el mundo
cae (Ed. Magnéticas, 2010), donde se radiografía el estado de la cultura joven
en León a través de sus 50 nombres más representativos.
Relación
de autores: Miguel Sánchez Ortiz, Mario Crespo, Celia Novis, José Ángel
Barrueco, Óscar Esquivias, Bruno Marcos, Pepe Pereza, Isabel García Mellado,
Álex Portero, Vanity Dust, Juanjo Ramírez Mascaró, Patxi Irurzun, Juan Carlos
Vicente, Velpister, Esteban Gutiérrez Gómez, Pablo Cerezal, Javier Esteban,
José M. Alejandro, «Choche», Miguel Baquero, Carlos Salcedo Odklas, Joaquín
Piqueras, Adriana Bañares Camacho, Gsús Bonilla, Alfonso Xen Rabanal, Daniel
Ruiz García, Enrique Vila-Matas.
Louis
Ferdinand Destouches, conocido como Louis-Ferdinand Céline o, simplemente,
Céline, asombró y escandalizó con su primera novela, Viaje al fin de la noche,
por su falta de sujeción a cualquier norma. En esa novela de tintes
autobiográficos su prosa rauda y violenta, su lenguaje absolutamente libre y
brutal, grosero e irreverente, conviven con un fondo radicalmente
antibelicista. Confirmó su categoría de escritor innovador y de calidad con
Muerte a crédito, una obra que reinventa la novela, que crea una nueva estructura,
un nuevo ritmo narrativo, y que con su aparente desorden muestra la visión que
Céline tenía de la existencia, de la vida y de la muerte. Después vinieron
otras obras que no han sido tan celebradas, hasta llegar a las tres que le
acabarían hundiendo y que, décadas más tarde, siguen siendo una losa que pesa
sobre su memoria: los tres panfletos antisemitas -usamos los
términos con los que comúnmente se hace referencia a Bagatelles pour un
massacre, L’école des cadavres y Les beaux draps-. Ya en la primera de esas
obras Céline firmaba su odio hacia los judíos y su admiración por Hitler. Y
poco importa que en el conjunto de esos tres textos también dejase evidencia de
su odio contra los rusos, los chinos, los comunistas, los masones y, ya
puestos, contra la Humanidad entera. Que en vísperas de la Segunda Guerra
Mundial se mostrase antisemita y que ya en pleno conflicto aceptase
abiertamente las tesis del nazismo y la ocupación de Francia, ha tenido un
efecto irremediable. Su obra ha quedado eclipsada, oculta bajo su figura odiosa
y odiada.
El
descrédito es una obra magna y compleja, casi un trabajo de excavación
arqueológica. A lo largo de los textos recopilados para este volumen, casi una
treintena de voces hacen su aportación y dan su particular y subjetiva visión
de este literato que, pese a todo, está considerado como uno de los más grandes
de la Francia del siglo XX. Los textos recogidos aquí no pueden ser más
variados. Nos permitimos empezar por el final, por el texto que firma
Vila-Matas y que cierra el volumen. Los calificativos que dedica a Céline van
desde “cerdo repugnante” a ideólogo del Holocausto. Ello no le impide elogiar,
en una rapidísima pero completa revisión de su obra, las dos primeras novelas,
las únicas que en su opinión tienen gran valor literario. Aunque no deja de
admitir los sentimientos encontrados que le produce Fantasía para otra ocasión,
se pregunta si, como dijeron en su día otros literatos, Céline fue un hombre de
un solo libro -o dos, para ser exactos-. En la misma línea de revisar algunas
de sus obras van otros textos de esta antología, como Indigestión al fin de la
noche, o La derrota de Bardamu que es quizá el texto que más se más se acerca a
los panfletos, precisando las ideas y frases por las que Céline es más odiado.
Algunos
de los textos intentan contextualizar la obra de Céline, buscar las razones de
su odio universal contra la Humanidad. No para excusarle, ni siquiera para
condescender con él, sino únicamente para entender de dónde surgen actitudes y
palabras que hoy nos siguen pareciendo tan terribles. Así, varios de los textos
hablan de su participación en la Primera Guerra Mundial, donde sufrió
importantes daños físicos y donde se incubó su antibelicismo y su desprecio y
desconfianza en el hombre. Así ocurre en Y la noche se derramó sobre Céline,
que se construye sobre la participación de Céline en una guerra en la que no
creía, y en su posterior viaje-huida en hacia África.
Pero
la variedad es el elemento clave en El descrédito. Así encontramos verdaderos
aunque breves ensayos, como No hay tregua para los malditos donde se hacen
patentes las contradicciones de Céline, o textos que parten de una anécdota,
como La entrega del testigo, centrada en una visita que los escritores William
Burroughs y Allen Ginsberg hacen a Céline, y que sirve de excusa para hablar de
intertextualidad y de las curiosas y, a veces, extrañas conexiones entre
diferentes autores. Incluso nos encontramos con un texto que recrea las últimas
horas de vida de Céline, Tres rosas podridas, que aprovecha ese momento final
de la existencia del autor para rescatar pequeños retazos, frases clave de su
obra, en una selección mínima pero impresionante por lo representativa que
consigue ser.
Y
también encontramos textos que, en su forma, son verdaderos relatos que podrían
aparecer en antologías muy diferentes a la obra que nos ocupa, pero que tienen
siempre una importante conexión con el autor maldito. Algunos consiguen
maravillar al lector, como Charles Chaplin Céline, donde a través de una
comparativa con el personaje de Charlot se dan pistas sobre la visión de Céline
del mundo, un mundo en el que la masa -la Humanidad- atropella al individuo. O
como El mejor de los mundos, un cuento magnífico donde la grandeza con que está
creado el personaje protagonista, un médico cooperante en África, hace que se
queden pequeñas las poco más de diez páginas que ocupa el relato. El espacio al
que tenemos que ceñirnos hace imposible mencionarlos todos, pero cuentos como
Al norte del dolor, un relato desnudo, árido y doloroso, en el que Céline se
mezcla por casualidad o por destino con la trama, o De regreso a la noche,
donde se da al autor la oportunidad de vivir una segunda vida, son solo dos
ejemplos de una magnífica literatura.
El
descrédito no huye de la polémica en torno a la figura de Céline. Más bien todo
lo contrario. Ahí está el texto de Alfonso Xen Rabanal -quizá el más celiniano
de todos los autores que han colaborado en esta compilación- escupiéndonos en
plena cara todo lo que le provoca asco de esta Humanidad a la que, después de
leer el texto, uno casi entiende que Céline llegase a odiar. O el de Joaquín
Piqueras, en el que a través de una conversación con formato de chat escuchamos
a varios personajes discutir sobre las posibles causas del antisemitismo de
Céline. O el de Álex Portero, que da las claves más claras para entender las
razones de que Céline esté en el ostracismo y de que, a pesar de ello, su obra
siga fascinando a no pocos lectores.
El
denominador común de todos estos textos es que en ningún caso se intenta crear
una dualidad entre escritor y persona. No hay un Céline autor y un Destouches
hombre; no hay un literato magnífico y una persona despreciable. No valen
frases que intenten convencernos de que una cosa es la persona y otra su obra.
La obra es la consecuencia del autor, forma parte de él. Será cuestión de cada
lector decidir si Céline fue un ingenuo, un hombre terriblemente equivocado, un
provocador, o un monstruo. Pero en cualquier caso deberá admitir que incluso un
monstruo puede crear obras literarias de la máxima relevancia. Eso es lo que El
descrédito ayuda a entender y a valorar.
El
lector mínimamente curioso que no conozca la obra de Céline querrá, tras la
lectura de El descrédito, lanzarse a conseguir y leer sus obras. Algunas de
ellas pueden encontrarse con relativa facilidad. Existen ediciones de bolsillo
de Viaje al fin de la noche, Muerte a crédito o Fantasía para otra ocasión que
se pueden obtener en librerías sin demasiados problemas. Algunas de ellas,
incluso, están disponibles en formato electrónico. Otra cosa es encontrar los
panfletos antisemitas. Sus traducciones al castellano son virtualmente
inexistentes, y sus reediciones escasísimas desde la Segunda Guerra Mundial.
Para el lector curioso -y versado en la lengua francesa-, la opción es
conseguir alguno de los raros y caros ejemplares de segunda mano editados en
francés. Por fortuna, leer El descrédito, es una magnífica manera de hacer un
primer acercamiento a esas obras y también a la vida de este autor maldito.
Publicado en el nº 32 de la revista Punto de libro
sábado, 16 de noviembre de 2013
LA NEGRA "ESQUINAS"
ilustración: MIK BARO
LA NEGRA
Se preparó para salir, pero antes
se acercó hasta el dormitorio donde convalecía su anciano marido. El pobre
hombre llevaba varias semanas enfermo.
-
Voy a salir. Enseguida vuelvo.
En la calle hacía frío. Se
abrochó el abrigo. Al hacerlo notó que uno de los botones estaba medio suelto y
que el hilo que lo unía al tejido estaba deshilachado. Quiso comprobar su
consistencia y se quedó con él en la mano.
-
¡Porras!
Tiró de los hilos que habían
quedado expuestos y los fue quitando uno a uno para que no quedase huella. Pensó
en cómo iba a coserlo de nuevo. Enhebrar una aguja era tarea imposible, aunque
se pusiese las gafas. Tampoco podía pedir ayuda a ningún vecino. En el edificio
ya no quedaban. Se habían ido muriendo poco a poco, o habían sido trasladados a
asilos y hospitales. Los nuevos ni siquiera se dignaban a devolverle el saludo
cuando coincidían en el ascensor. De haber tenido a alguien de confianza le
habría encargado que vigilase a su marido mientras ella estaba fuera de casa. Estamos
solos, se dijo con resignación. Las bombillas de las farolas se fueron
encendiendo. La luz iluminó unos pocos copos de nieve que, más que caer, flotaban
a media altura mecidos por el viento. El frío se colaba por el hueco sin
abotonar. Tuvo que agarrar la zona y taponarla con la mano. Con su marido
enfermo no se podía permitir resfriarse. Observó la algarabía de gentío y
tráfico. La ciudad crecía y se modernizaba a pasos agigantados, mientras que
ella cada día que pasaba se sentía más vieja e insignificante. No reconocía los
comercios, la mayoría eran tiendas nuevas. Todo era tan distinto. Todo estaba
diseñado para la gente joven. Los cajeros, los electrodomésticos, los mandos
del televisor… todo funcionaba apretando un interruptor, pero de todos ellos
¿cuál era el indicado? Ella nunca lo sabía y se sentía inútil y tonta. No, ya
no había sitio en el mundo para ellos. Su marido pronto moriría, cosas de la
edad, y ella se quedaría más sola que nunca, sin otra cosa que hacer que
esperar su hora. Era triste llegar a esas edades. Se adentró en el casco
antiguo. Vio a los hombres en las tabernas brindando por el fin de la jornada.
Siguió calle abajo sorteando grupos de estudiantes que reían y hablaban subidos
de tono. Por fin llegó a su destino e hizo amago de entrar en el local. El portero, un tipo
corpulento y con el pelo a cepillo, le dio el alto.
-
¿Dónde va usted?
-
Dentro.
-
¿Sabe dónde está entrando?
-
Claro.
-
¿Está usted segura?
-
Sí señor, esto es un prostíbulo.
-
Perdone mi indiscreción… ¿Le puedo preguntar por qué
quiere entrar en un sitio como éste?
-
Para qué va a ser. Para contratar los servicios de una
prostituta.
El portero la miró extrañado. No
comprendía que una anciana necesitase las atenciones de una puta. De todas
formas él había visto cosas mucho más raras en aquel lugar. Le abrió la puerta
y se dispuso para dejarla pasar. Antes la anciana preguntó:
-
¿Aquí tienen negras?
-
Tenemos una.
-
¿Es guapa?
-
Sí.
-
¿Cómo se llama ella?
-
Yamila.
La anciana entró en el prostíbulo
y avanzó hacia el bar. Apenas había clientes y la mayoría de las putas estaban
sentadas alrededor de la barra. Cuando la anciana irrumpió todas las miradas se
posaron en ella. No era corriente ver a una octogenaria visitando el lugar. Ella
escrutó el garito buscando a Yamila. Al no encontrarla decidió preguntar al
camarero.
-
Joven, ¿sabe usted dónde está Yamila?
-
En estos momentos está ocupada. Si quiere algo con ella
tendrá que esperar.
-
Bien, esperaré.
-
¿Quiere tomar algo mientras tanto?
-
¿Es obligatorio?
-
No.
-
Entonces no.
La anciana esperó. Era la primera
vez que pisaba un prostíbulo. Observó el lupanar con curiosidad. Todo tenía un
aspecto deprimente y oscuro. Se dio cuenta de que las putas la miraban de
reojo. No le importó, era consciente de que estaba fuera de lugar y que allí no
pegaba ni con cola.
Al cuarto de hora Yamila bajó por
las escaleras acompañada de un cliente satisfecho. Se le veía en la estúpida
sonrisa que colgaba de su cara. La anciana esperó a que se despidiera del tipo y
luego la abordó.
-
¿Podría hablar un momento con usted?
-
Usted dirá.
-
Quería saber cuánto me costaría contratar sus
servicios.
Yamila miró a su alrededor
buscando las caras de sus compañeras, creyendo que éstas le estaban gastando
una broma.
-
¿Habla en serio?
-
Totalmente.
Yamila sopesó la oferta
intentando decidir si la rechazaba o no. Finalmente resolvió que si alguien
solicitaba sus servicios, como profesional que era estaba obligada a
ofrecérselos.
-
Por media hora cobro sesenta euros, por una hora cien.
Y le advierto que yo no hago cosas raras.
-
No se preocupe, lo único que tiene que hacer es
desnudarse delante de mi marido.
-
¿Su marido?
-
Sí, el pobre está enfermo en la cama. Hoy es su
cumpleaños. Cumple noventa y dos años.
-
¿Y solo tengo que desnudarme?
-
Como comprenderá el pobre hombre ya no tiene ánimo para
más.
-
Está bien. Acepto.
Yamila recogió su abrigo y se
pusieron en camino. Al salir por la puerta del local el portero se dirigió a
ellas con recochineo.
-
Adiós chicas.
Cuidado con lo que hacéis.
En respuesta Yamila le enseñó el
dedo corazón. La temperatura estaba bajando y al poco se puso a nevar. No había
taxis por la zona. Decidieron hacer el camino a pie.
-
Hija, ¿me permite cogerla del brazo?
-
Claro.
Yamila se sintió conmovida cuando
la anciana se agarró a ella. Por un momento se acordó de su abuela materna. Un alud
de emociones estuvo a punto de humedecerle los ojos. Decidió iniciar una
conversación para alejarse de todas las nostalgias.
-
Debe querer mucho a su marido para hacer esto por él.
-
El pobre, siempre ha tenido obsesión por ver a una
negra desnuda, pero nunca ha podido cumplir su sueño.
-
Con los hombres nunca se sabe.
-
No digo que no haya visto alguna en las películas, pero
al natural estoy segura que no.
-
Insisto en que con los hombres nunca se sabe. Hágame
caso, de esto sé un rato.
-
Mi marido, en todo lo que llevamos de casados, siempre
me ha sido fiel. Lo sé porque es un hombre sin un ápice de malicia. Toda su
vida ha estado pendiente de mí. A su lado nunca me ha faltado de nada, me lo ha
dado todo. Ahora me toca a mí. El pobrecito se muere y antes de que Dios se lo
lleve a su lado quiero que su sueño se haga realidad.
Los copos de nieve eran del
tamaño de pelotas de ping-pong y el viento los impulsaba contra sus caras. Cuando
llegaron la ventisca estaba en pleno apogeo. Al entrar en la casa la anciana se
llevó el índice a sus labios, indicándole a Yamila que guardase silencio. Las
mujeres se dirigieron directamente al dormitorio. La anciana le hizo un gesto
para que esperase en el pasillo. Después ella cruzó la puerta del dormitorio.
-
¡Feliz cumpleaños, mi amor!
El anciano trató de incorporarse
pero solo tuvo fuerzas para un amago de sonrisa. Ella se acercó a la cama y le
acarició la cara.
-
Ya pensabas que me había olvidado ¿eh...? Tengo una
sorpresa para ti.
Él la miró con curiosidad.
-
Ya puedes entrar.
Yamila entró en el dormitorio en
plan seductor.
-
Cariño, te presento a Yamila.
De repente la pesada máscara de
la enfermedad desapareció de la cara del anciano y un brillo vital se reflejó
en sus pupilas.
-
Yamila tiene algo para ti, así que os dejo solos.
Yamila avanzó hasta los pies de
la cama y empezó a desabrocharse la camisa. Mientras tanto la anciana se dirigió
al salón. Se quitó el abrigo, dejó el botón sobre la mesa y sacó la caja de la
costura. Sabía de antemano que era una batalla perdida, aun así se puso las
gafas y trató de enhebrar una aguja. Llevaba más de un cuarto de hora
pretendiendo acertar con el hilo cuando Yamila entró en el salón.
-
¿Ya?
-
Sí.
La anciana sonrió satisfecha mientras
siguió intentando pasar el hilo a través del ojal.
-
Déjeme a mí.
-
Te lo agradezco hija, porque soy incapaz.
-
Su marido quiere verla.
El enfermo sonreía de oreja a
oreja cuando entró su esposa.
-
¿Estás contento?
El anciano asintió sin dejar de
sonreír.
-
Me alegro.
Se inclinó sobre él y le beso en
los labios.
Cuando regresó encontró a Yamila
terminando de coser el botón.
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No tenías que haberte molestado.
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No es ninguna molestia, además ya está.
Efectivamente el botón estaba
firmemente zurcido al abrigo.
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Eres muy amable.
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No ha sido nada.
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Lo digo por todo lo que has hecho. Te lo agradezco con
el corazón. Por cierto, tengo que pagarte. Dime cuánto te debo.
La anciana echó mano del monedero
y sacó unos billetes.
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¿Sabe qué...? No voy a cobrarle.
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Hija, cómo dices eso. Es tu trabajo…
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No, esto no ha sido trabajo, se lo aseguro. Esto ha
sido algo muy bonito y agradable de hacer. Por eso no puedo aceptar su dinero.
El gesto conmovió a la anciana.
-
Muchísimas gracias, hija. Hacía mucho tiempo que nadie
se portaba tan bien con nosotros.
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Gracias a usted por darme la oportunidad de hacer algo
tan… decente.
Las dos mujeres se abrazaron y
permanecieron así durante unos segundos.
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¿Sabe?... Usted me recuerda a mi abuela. Por eso quisiera
pedirle algo.
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Claro.
-
Me gustaría darle un beso.
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A los viejos no nos gusta que nos besen. Estamos llenos
de gérmenes y enfermedades.
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Aun así, lo voy a hacer.
Se besaron. A continuación se
despidieron, conscientes en todo momento de que su adiós era definitivo.
pepe pereza