lunes, 28 de diciembre de 2015

BLUES DEL ESPANTAPÁJAROS – XEN RABANAL

"... de las encrucijadas trovar,
de los caminos juglar..."
 El Caminante

Le conocí anclado en un cruce de caminos.

Escuchar a todos los vientos, resistirse a ellos, le hizo el más sabio... y el más envidiado, pues cada viento sólo se escucha a sí mismo. Por ello intentaron domeñarle y desgarraron sus harapos y su carne de paja hasta dejarle desnudo:

dos putos palos cruzados atados con una cuerda,
fue cuando descubrió su corazón espartano...
y lo mostró orgulloso.

Los vientos se rieron
hasta que vieron
que no le mellaban.

En silencio, se dedicó a estudiar todos los idiomas.
Cuentan las señoras que al alba visten de flores los cruceiros, que sus maestros fueron los pájaros que trajeron los vientos, para intentar humillarle y que le cagasen encima...  el lastre de nuestros tiempos, lleno de esa mierda egotista que sobra en este Blues.
También aprendió a reconocer los gemidos vacíos de riadas de clones que se creían únicos, y lloraban por los caminos no recorridos, e imploraban la presencia de un diablo al que vender su alma por un minuto de gloria... ni uno se encontró pues su mente estaba pautada y nunca tuvieron un pentagrama en clave de látigo en sus espaldas, y sus acordes nunca fueron originales. A sus pies estallaron como burbujas vacías, pop, pop, pop. Nunca supieron verse, ser, serse, y siempre envidiaron a la vida, la de los otros, los que brillan por sí mismos, sin necesidad de espejos neones, y tejen con su esencia alas que no se encarcelan entre barrotes estadísticos... los poseedores de un don que sólo podía ser obra del diablo, no entienden de otra manera sus mentes occidentales, cuadriculadas, escindidas. 

Ahora son sólo polvo que se amontona en la encrucijada, polvo sin semilla que el viento arrastra como plaga... glorias que hacen desiertos.

Él esperó pacientemente hasta que no tuvo nada. Ese es el camino, me decía, el trabajo, llevo en él toda la vida, tejiendo hilo a hilo las hebras de mi corazón.
Ya no he de cantar
más caminos frustrados
de los que sólo buscan
un selfie con el diablo
en la hora trina y oscura...

aquí no existen atajos a...
pues no existen metas.

Los que lleguen
que hollen en su paso

que no sean lo que son
lo que les han enseñado a ser:

veletas que reciben vientos con el culo abierto
que no conocen
pues conocer es resistir, no aprendes si no te desgarras y pierdes aditamentos en una lucha que te hace crecer... sólo así se aprende:
perdiendo sin doblegarte.

Si no, nada te enseñan
y, desde luego, nadie respeta a una veleta y menos los vientos
que la sodomizan.

Entiéndelo,
reconócete,
me dice.
..

Cuando te rompas de ti surgirá un acorde...
reconócelo como tuyo
y teje con él tus alas
como yo tejí una vela
y fui cometa sin más hilos
que mi derrota
entre los vientos...
los que ahora me sirven
:

Sólo dos estacas unidas por un corazón de cuerda necesitas para volar
y reclamar lo que es tuyo fuera
pues lo construiste dentro, una vez destruida una imagen, apariencia de harapos.

Sólo desde esa libertad se puede buscar... escribir:

y lo van a flipar,

no lo dudes
...


sábado, 26 de diciembre de 2015

EN CASA DE MAICA, ESTEBAN Y JOSÉ

En casa de José G. Cordonié

En casa de Maica Miranda

En casa de Esteban Gutiérrez Gómez

viernes, 25 de diciembre de 2015

YA A LA VENTA

SE RUEGA SILENCIO - Pepe Pereza
YA A LA VENTA!!

Un tipo de treinta y cinco años que está escribiendo su primera novela. Un perdedor sin un duro en los bolsillos, encerrado en una casa cochambrosa, obsesionado por los ruidos de sus vecinos que no le dejan concentrarse en lo único que de verdad importa: acabar la puñetera novela. (Del prólogo de Carlos Salcedo Odklas)

12,95 €

Autor: Pepe Pereza
Prólogo: Carlos Salcedo Odklas
Productor literario: Gsús Bonilla
Portada: Pedro Espinosa
Corrección: Adriana Bañares
Diseño y maquetación: Alejandra Adrover
Editor: Ricardo Moreno Mira
Tamaño:14 x 21 cm.
Nº de páginas: 156
Género: Narrativa
Editorial: Lupercalia Editorial
Lengua: Español
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788494333279
Año edición: 2015
Plaza de edición: LA ROMANA


lunes, 14 de diciembre de 2015

SE RUEGA SILENCIO - PRÓLOGO de CARLOS SALCEDO ODKLAS

León. 5 de Octubre del 2015. Tengo treinta y cinco años y estoy intentando escribir mi primera novela. Son las nueve y media de la mañana, llevo toda la noche sin dormir. Mis horarios de sueño están alterados tras los excesos del fin de semana. Si planeo llevar un horario normal entre semana que me permita terminar el jodido libro no es muy aconsejable que me acueste en estos momentos. Este viene a ser el dilema de todos los domingos por la noche. A veces la jugada me sale bien, y a veces no.
     Aunque en otras ocasiones la tranquilidad de la noche me ha empujado a escribir, parece ser que ahora ya no es así. No tengo ni idea de por qué. La conclusión es que la mayor parte de las noches en vela las paso principalmente meditando mirando al vacío de las paredes de esta vieja habitación o, en el peor de los casos, perdiendo el tiempo en Internet. Cualquier cosa en lugar de escribir. Y eso no es bueno. Tengo que terminar la maldita novela. Es un trabajo que me está obsesionando y consumiendo el alma. Me está destrozando por dentro. Tengo la trama en la cabeza, y llegado a este punto todo se limita a una labor de redacción. Pero es tan jodido...
     Quizás esté intentando abarcar demasiado. Quizás me esté tomando a mí mismo demasiado en serio. Siempre me pasa igual, me creo que estoy escribiendo la biblia o algo así. Y a fin de cuentas, ¿para qué? Si llega el día en que mi novela esté terminada será leída, por un puñado de personas: con suerte, con mucha suerte, un par de cientos. Casi todo amigos y conocidos que me dirán con una sonrisa que no me ha quedado mal, que está curioso, que está bien escrito, cuando por dentro estarán pensando «pobre chaval, se le ha ido la cabeza del todo. Es entrañable, pero va a acabar en un manicomio».
     La puta vida del escritor alcohólico y drogadicto. Suena romántico, fascinante, seductor, atrayente... pero eso son adornos que ponen una vez que has muerto y si te ha llegado la fama. Desde aquí os puedo asegurar que no hay nada de todo eso. En realidad es una mierda. Un agujero silencioso y que se cae a pedazos. Como esta vieja habitación.
     Me levanto a mear. Atravieso el largo pasillo, el mismo que servía de portada a mi primer libro, una colección de relatos que pasó sin pena ni gloria por el panorama editorial. Intento no hacer ruido para no despertar a los moradores del resto de habitaciones. Menuda colección de perdedores hay aquí, cada uno en su agonía personal y espiritual. Al menos ellos no se auto-torturan intentando escribir una puta novela...
     Hay luz en la habitación número tres. El tipo que se ha metido a vivir ahí es fascinante. Un treintañero delgado y larguirucho que se pasa las veinticuatro horas ahí dentro encerrado, solo. Lo ves pasar de vez en cuando al baño, pero poco más. ¿Qué coño hará ahí dentro? Quizás planea asesinarnos a todos... Pego la oreja a su puerta como si fuese una vulgar maruja. No se escucha nada. Tras un rato de absoluto silencio, un suspiro y el leve ruido de la silla al moverse. Eso me indica que está ahí, que está vivo y que planea matarnos a todos. Luego, de nuevo el silencio.
     Prosigo mi peregrinaje al retrete. Levanto la tapa y evacuo. Me tiro un pedo tímido. Tiro de la cadena y deshago lo andado.
     De nuevo en la habitación. Debería escribir, debería terminar esta mierda. Pero no me apetece hurgar en ciertas heridas, acudir a ciertos recuerdos, no ahora...
     Mientras tanto, el tiempo y la vida pasan. Y lo hacen rápido. Cada vez que miro el calendario no me lo puedo creer. Los días caen tan deprisa... Me da la impresión de no estar enterándome de nada. Seguramente así sea, teniendo en cuenta que me paso una mitad del tiempo pedo y la otra resacoso.
            Llevo unos meses cayendo por un pozo oscuro. Se jodió todo tanto... historias de amor y desamor, el rollo de siempre... en fin. En cualquier caso, lo cierto es que la cosa va rápida, los días caen como guillotinas. Se me escapan entre los dedos y puede que no me quede mucho tiempo. La idea de la muerte me obsesiona últimamente. Es posible que solo sea la paranoia debida al abuso de drogas, pero puede que no...
     El caso es que el reloj de arena está dado la vuelta y los granos caen. Tengo que terminar la novela. Seguramente sea el único testigo mudo de mi paso por aquí. Me recito el mantra: terminar la novela, terminar la novela, terminar la novela...
     Encima el otro día me endosaron un marrón, también relacionado con este rollo literario y que es lo último que necesito en estos momentos. Tengo que escribir un prólogo para la primera novela de Pepe Pereza. Y encima el cabrón solo me ha dado unos días de margen. Venga, más presión.
     Pepe es otro escritor de pacotilla, otro ingenuo. Nos conocemos desde hace unos años, por eso de que somos «coleguillas de gremio», en fin... Al menos Pepe es bastante más auténtico que la mayoría de los que he conocido dentro de la farándula artístico/literaria. Y encima escribe bien, cosa extraña en dichos ambientes. Nos mandamos mensajes de vez en cuando. Alguna vez le he escrito, a las tantas de la madrugada, en momentos jodidos, cuando el bajón y el ansia de la coca hacen que te sientas la persona más abandonada del mundo y necesitas comunicarte con alguien, aunque sea solo a través de un mísero mensaje de texto. Lo que se dice un grito de auxilio en mitad del desierto.
     En su día también le pedí que prologara mi libro de relatos. Lo hizo. Y supongo que ahora me devuelve la pelota, el muy cabrón...
     ¿Y qué cojones hago? No me gustaría escribir el típico prólogo insulso, el rollo de siempre:
    
     «La escritura de Pepe es directa, precisa, afilada. Se nota perfectamente su mano obsesiva cincelando cada párrafo, dejándolo libre de cualquier impureza. Dando como resultado una escritura sin fisuras, sin añadidos innecesarios, recordándonos en muchos momentos al gran Carver, con un poso de agonía y pesimismo que nos acercan también a Hubert Selby Jr...»

     Venga, coño. No me jodas. Paso de hacer algo así. Pero por otra parte estoy bloqueado. Además, ¿para qué un prólogo? En el mejor de los casos mancharé el texto original de Pepe, afeándolo como si fuese un grano en la nariz de un adolescente el día de su primera cita.
     Me pasó el libro, me lo leí y es fabuloso.
     Cuando conocí a Pepe, no había publicado nada formalmente, solo tenía un libro de relatos editado digitalmente dando tumbos por Internet. Poco después, editó su primer libro de relatos. Un libro bastante notable. Luego revisó aquella primera publicación digital y la sacó también en papel. Era un libro bueno. Pero esto ya es otra cosa. Es la primera novela. Es un paso importante para un escritor. El siguiente peldaño.
     Ya sabía más o menos lo que me iba a encontrar, conozco la obra de Pepe bastante bien. Leí con atención sus otros libros y también extractos de esta novela que iba publicando en su blog. Alguna vez por privado me comentaba lo mal que lo estaba pasando escribiendo esto. Estuvo a punto de tirar la toalla un par de veces.
Pepe es un escritor especial, de esos que se sientan en silencio, fumando, de brazos cruzados, leyendo una y otra y otra vez cada puto párrafo para asegurarse de que ese puñetero verbo tiene que estar ahí y no en otro sitio. Seguro que es un rollo muy angustioso. Lo mío es más verborrea, vomitona, que diría Xen. Pepe es tirando a artesano, y en la novela lo demuestra con creces. No en vano es un trabajo que le ha llevado casi tres años. Mientras la leía, metiéndome en el papel de «coleguilla del gremio», no podía evitar pensar cada poco: qué cabrón, qué cabrón, es bueno...
      Lo que me sorprendió (y acojonó) fue la temática. Pepe es algo mayor que yo, pero el protagonista de su novela es un tipo de treinta y cinco años que está escribiendo su primera novela. Un perdedor sin un duro en los bolsillos, encerrado en una casa cochambrosa, obsesionado por los ruidos de sus vecinos que no le dejan concentrarse en lo único que de verdad importa: acabar la puñetera novela.
     Mierda, todo me sonaba demasiado familiar, eso demuestra que muchos estamos en la misma olla pestilente. Ignoro qué porcentaje de autobiografía y qué de ficción habrá en la historia. Será un poco de ambas, seguramente, como hacemos algunos. Estuve tentado de preguntárselo, pero creo que prefiero conservar ese misterio. Terminé el libro enseguida y la sensación fue sin duda inmejorable. Tenía claro que era un gran libro y que estaba muy bien escrito. Una novela estupenda. Y ahora me tocaba el marrón de prologarla...
     Me levanto y me acerco a la ventana. Amaneció hace un rato. Hoy es festivo pero la gente ya se va poniendo en marcha. La gente... espero no tener que interactuar demasiado con ellos hoy, no siempre es algo agradable, pero encima sin dormir se vuelve particularmente extraño, con un deje surreal...
     Puto prólogo... mientras observo a los transeúntes y su agonía desde mi ventana, repaso la novela de Pepe en mi mente, buscando cosas que decir sobre ella. Estaría bien que fuese un texto en cierta medida complementario. Sobre todo no quiero que parezca que intento venderla, no lo necesita. A mí me ha llegado especialmente, pero no hace falta tener treinta y cinco años y estar escribiendo una novela para disfrutar del viaje, cualquiera que guste de un buen libro y una buena historia sabrá ver su valor.
     Me alejo de la ventana y vuelvo al sofá. Me doy cuenta de que ya entra bastante luz del exterior y a pesar de ello tengo la bombilla de la habitación encendida. Me levanto a apagarla. Puta factura de la luz, putos ladrones, puta miseria...
     Vuelvo al sofá y me tumbo, pongo música y observo la pared. Hago un recorrido desde ahí: los pilares de libros, la ropa tirada, la guitarra, los ceniceros rebosantes, todas mis miserables cosillas...
     Entonces me viene. Me cago en la puta, ya era hora, justo a tiempo. Abro una página en blanco en el procesador de textos. Malditas páginas en blanco. Te vas a cagar, cabrona.
     A ver si hay suerte y despacho el texto pronto y puedo dedicarme a acabar mi jodida novela, necesito sacarla de dentro y arrojarla lejos. Me pongo al teclado y escribo:

León. 5 de Octubre del 2015. Tengo treinta y cinco años y estoy intentando escribir mi primera novela. Son las nueve y media de la mañana, llevo toda la noche sin dormir. Mis horarios de sueño están alterados tras los excesos del fin de semana, si planeo llevar un horario normal entre semana que me permita terminar el jodido libro no es muy aconsejable que me acueste en estos momentos. Este viene a ser el dilema de todos los domingos por la noche. A veces la jugada me sale bien, y a veces no.


jueves, 10 de diciembre de 2015

MÁQUINAS EXPENDEDORAS DE RELATOS


Crean una máquina expendedora de relatos cortos
En Francia ya comienzan a instalarse estos dispositivos, que permiten escoger historias que se puedan leer en uno, tres y cinco minutos

Las máquinas expendedoras han evolucionado mucho en los últimos años. La comida o la bebida han dado paso a nuevos productos dirigidos a hacer más llevadera la espera del transporte público. Hace ya tiempo que comenzaron a poblar las paradas de autobuses y metros máquinas que permitían adquirir libros, pero una empresa francesa ha decidido darle una nueva vuelta de tuerca al servicio. 
En algunos lugares ya se empiezan a colocar máquinas expendedoras de relatos cortos. Llamada Distributeur d'histoires courtes (Distribuidor de historias cortas) y dirigida por la editorial Short Edition -especializada en textos que se pueden leer en menos de 20 minutos- esta máquina permite escoger historias que se puedan leer en uno, tres y cinco minutos. 
Esta será la única opción que se pueda escoger, porque el contenido y tipo de historia quedará en manos del azar. El texto se imprime en una especie de ticket que se podrán leer de manera cómoda mientras se espera en la parada de autobús durante un corto periodo de tiempo. 
El objetivo que se persigue es bastante ambicioso: intentar que la lectura sustituya al móvil.


miércoles, 2 de diciembre de 2015

SE RUEGA SILENCIO EN PALABRAS DE VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ

Portada de PEDRO ESPINOSA

Si a alguien tengo siempre presente desde hace años al embarcarme en cualquier proyecto literario colectivo, lo mismo en las antologías que he coordinado que en el fanzine que edito, Vinalia Trippers, es al autor de esta novela, Pepe Pereza, para mí uno de los escritores mejor dotados de la narrativa actual española. Su prosa realista y sobria, su incisiva capacidad de análisis (que en ocasiones nos recuerda al mejor Raymond Carver) y el modo en que consigue involucrar al lector en sus textos, haciéndole cómplice de sus vivencias, le convierten en un escritor tremendamente cercano, alguien de quien te puedes fiar y al que estás deseando siempre leer y escuchar, porque te identificas con él y habla tu mismo idioma. Y eso, precisamente, es lo que valida y hace trascender a la literatura autobiográfica: lograr que la experiencia personal refleje la colectiva. Lo comprobaréis, estoy seguro, leyendo este libro.

Vicente Muñoz Álvarez


martes, 1 de diciembre de 2015

“SE RUEGA SILENCIO” EN PALABRAS DE PABLO CEREZAL Y GSÚS BONILLA


PABLO CEREZAL
El gran Pepe Pereza me otorgó el honor de leer una joya que en breve verá la luz en papel... no pude más que ensuciar una página con estas palabras:
"Leer a Pepe Pereza es deshonrar su apellido artístico. Nada más en las antípodas de la pereza que las sensaciones que esculpe este autor, con el cincel afilado y granate de su pluma.
En tiempos en que muchos (tal vez demasiados) ningunean el tan cacareado realismo sucio, Pepe aplica un puñetazo de valentía sobre el pecho de los autores que dieron nombre a tal género, con el ánimo exclusivo de revivirlos para que puedan gozar la literatura de su más digno heredero. Certero, feroz, sensible, exacto como una deflagración terrorista calculada al milímetro, pero con la Belleza que a dicha explosión siempre faltará, la prosa de Pepe Pereza es piedra en que afilar los colmillos de la literatura más pugnaz.
 Si ya nos sorprendió con sus “Relatos del humo (y hachís)”, y nos exacerbó el deseo y la misericordia con su “Esquinas”, con este “Se ruega silencio” abandona la milimétrica perfección del relato que domina como pocos en este país, para regalarnos la clarividencia de una novela que desenmascara la poco gloriosa épica del hombre común y del proceso creativo. Pura geometría de la palabra. Aritmética exacta del sentimiento. Pereza no es buen apellido para este autor. Ignoro si la cultiva en su vida diaria, pero a nosotros nos la arrebata con sus páginas."
Salud, hermano, y todo el éxito!

GSÚS BONILLA
El año quince agoniza y entretanto se hacen listas panegíricas de escribidores mediocres y reguleros para unos, eminentes y fabulosos para otros. A mí, sin embargo, más que el envoltorio lo que me importa del bledo es su entraña, y el palo, lo que más me entretiene.
Hace unos pocos meses tuve el enorme privilegio de leer este original, hoy libro, y eso sí que no me lo va a quitar nadie. Para los coleccionistas de mariposas os dejo mi alfilerazo y en él lo que puedo decir sobre mi capullo preferido: Pepe Pereza es el mejor y vosotros no.

lunes, 30 de noviembre de 2015

SE RUEGA SILENCIO - EN PRE-VENTA


SE RUEGA SILENCIO - Pepe Pereza
YA EN PRE-VENTA!!! (Mientras dure la pre-venta, por la compra de SE RUEGA SILENCIO, regalamos un ejemplar de ESQUINAS, del mismo autor)


12,95 €


domingo, 29 de noviembre de 2015

SE RUEGA SILENCIO

Portada de PEDRO ESPINOSA

Desconozco si al coleccionista biográfico le atraería una nota que dijese algo así como: Pepe Pereza, escritor español nacido en Guijuelo, Salamanca, y afincado en Logroño. Combinó sus primeros trabajos literarios con labores tan dispares como la de actor, operario en una fábrica de estructuras metálicas y en otra de envasado de refrescos; vendimiador ocasional y temporero navideño travestido de Papá Noel, cristalero… Su obra más importante, hasta hoy desconocida, es la novela autobiográfica Se ruega silencio. En ella, el salmantino sigue haciendo gala de un estilo propio, natural y desaflorado, basado en la ternura hacia sus personajes y con un magnífico sentido de la espontaneidad. Menos aún sé, si esta nota sería del agrado de cualquier lector al que le atraigan géneros literarios como el malditismo o el realismo sucio… pero me da exactamente igual, ellos se lo pierden, porque estamos ante un narrador que pertenece a otro reino más verídico y yo he tenido el privilegio de leerle. 

Gsús Bonilla
En el Valle del Kas a Septiembre de 2015


Si a alguien tengo siempre presente desde hace años al embarcarme en cualquier proyecto literario colectivo, lo mismo en las antologías que he coordinado que en el fanzine que edito, Vinalia Trippers, es al autor de esta novela, Pepe Pereza, para mí uno de los escritores mejor dotados de la narrativa actual española. Su prosa realista y sobria, su incisiva capacidad de análisis (que en ocasiones nos recuerda al mejor Raymond Carver) y el modo en que consigue involucrar al lector en sus textos haciéndole cómplice de sus vivencias, le convierten en un escritor tremendamente cercano, alguien de quien te puedes fiar y al que estás deseando siempre leer y escuchar, porque te identificas con él y habla tu mismo idioma. Y eso, precisamente, es lo que valida y hace trascender a la literatura autobiográfica: lograr que la experiencia personal refleje la colectiva. Lo comprobaréis, estoy seguro, leyendo este libro.

Vicente Muñoz Álvarez



viernes, 27 de noviembre de 2015

AL NORTE DEL DOLOR

Me enfrento a la primera noche sin ti…
Siento miedo. Y dolor. Tanto que no sé cómo describirlo. Creo que no hay palabras para hacerlo. Por mucho que junte la D con la O, le sume una L, otra O y le añada una R jamás conseguiré expresar el cúmulo de padecimientos que soporto. No hay metáforas para el dolor. Tampoco hay centímetro en mis entrañas que no esté sometido a todo un catálogo de ellos ¿Cómo describirlos? Se supone que la palabra “dolor” abarca todos ellos. Lo que puedo hacer es escribirlo con mayúsculas, empaparlo en negrita y que el tamaño de la fuente sea excesivo para que dicha palabra se acerque un poco, muy poco, a la sombra de lo que siento: DOLOR
Deambulo del salón a la cocina, luego salgo al pasillo. Lo recorro cien veces…
Por fin, me atrevo a entrar en el dormitorio. No he cambiado las sábanas porque huelen a ti. Ahora mismo es lo único que conservo: tu olor. Olor y dolor. Un poeta resabiado sabría qué hacer con estas dos palabras. No estoy para poemas. Ahora me toca sufrir y olvidar. Aún es pronto para olvidar. Es triste y descorazonador llegar al punto donde dos personas fundidas en un solo ente tienen que separarse. Romper esa simbiosis. La soldadura que les une en un doloroso desgarramiento de carne y sentimientos. No soporto ver la cama y saber que nunca más te acostarás en ella. Me duele verla así, vacía. Si no fuera tan cobarde me echaría a llorar. Escapo del dormitorio y regreso al salón. Siento deseos de abrirme el pecho y dejar salir el avispero. Quisiera sacarme los ojos para situar el dolor en un punto concreto. La cabeza me va a estallar. Me llevo las manos a las sienes y trato de masajear la zona con la esperanza de que la angustia disminuya. Cierro los ojos y me los froto ejerciendo una leve presión. Eso hace que mil chispas de color surjan de la oscuridad que encierra mis párpados y converjan en un mismo punto. Un punto de luz. Quizás todo radique en eso: encontrar un punto de luz al que dirigirse. No importa lo que tengas que avanzar, ni la oscuridad que te rodea. Lo trascendente es que tienes una meta a la que llegar. Necesito hacer algo. Si no para calmar el dolor, que al menos sirva para acompañarlo. Decido raparme la cabeza. Lo hago en el baño.
Al final mi rostro queda desnudo en la imagen que me devuelve el espejo. Me doy asco por no haber sabido conservarte. Escupo al reflejo. En un arrebato cojo un puñado del pelo cortado. Me lo meto en la boca y lo mastico. Es repugnante pero sigo masticando. Hago por tragar. Por mucho que lo intento no soy capaz de engullir la masa de queratina. Me ayudo con el dedo. Empujo hacia dentro y trago. Termino vomitando en el retrete…
Maldita sea, no hagas más tonterías. Siéntate a ver la tele o ponte a leer. O si no come algo que no sea pelo. Cómo voy a comer si no puedo ni respirar. Lo que sí hago es fumar. Llevo casi tres paquetes. Me escuecen los pulmones. Aun así sigo encendiéndome un cigarro tras otro. Por enésima vez vuelvo al salón. Enciendo la tele. En todos los canales emiten películas de amor. El destino se ríe de mí. La apago. ¿Por qué todo me recuerda a ti? Supongo que es como cuando tienes una herida y todos los golpes que te das son precisamente ahí. Me agobio y salgo al pasillo. Vueltas y más vueltas. Las paredes se me echan encima y siento claustrofobia. Tengo que escapar de aquí. Cojo las llaves del coche y me dispongo a salir. Sé que fuera hace frío. Pero no tengo cojones para entrar de nuevo en el dormitorio, que es donde guardo toda la ropa de abrigo. Prefiero helarme que entrar ahí y ver la cama vacía. Salgo a la calle con un fino jersey y unos vaqueros como única protección. Hace muchísimo frío. Donde más lo noto es en el cráneo recién pelado. Llego al coche y entro. Estoy aterido. Casi no puedo meter la llave en el contacto. Arranco y le doy a la calefacción. El calor tarda en llegar. Mientras tanto me fumo un cigarro, otro más. La ciudad está vacía de tráfico y gente. Tomo la primera calle para luego girar a la derecha y continuar por la siguiente. Me dan ganas de acelerar y estrellarme contra el muro que tengo en frente. Al aproximarme giro a la izquierda y sigo por la avenida principal. Conducir no mejora mi estado de ánimo pero al menos tengo la mente ocupada en algo. Por el retrovisor veo que un coche de la policía se sitúa detrás. Parece que se hubiera materializado ahí mismo. Hago un repaso mental para cerciorarme de que llevo todo en regla. Una alarma se enciende en mi cabeza. Guardo una piedra de hachís en el bolsillo del vaquero. Joder, ya era el peor día de mi vida sin necesidad de terminar en un calabozo para confirmarlo. Afortunadamente el coche me adelanta y coge la rotonda que lo desvía hacia el casco viejo. Yo sigo recto. Llego a las cercanías de basurero municipal. Toda la mierda termina aquí. Sin duda este es mi sitio. Me desvío del camino principal por una vereda sin asfaltar y aparco en una elevación situada frente al vertedero. Apago las luces y dejo el motor al ralentí para que la calefacción siga funcionando. Desde aquí puedo ver a los camiones descargar la inmundicia. Y sobre ellos un cielo negro que no tiene fin. Me lío un porro y me lo fumo observando las estrellas. Sobre todo a las que les da por ser fugaces… El dolor es el mismo aquí que en el salón de casa. Perjudica de igual manera. Comienza a nevar y veo tu cara en cada copo que cae. Cada uno de ellos contiene un gesto tuyo, una instantánea... De pronto el motor se apaga. Me he quedado sin gasolina. Estaba tan ensimismado en mi propia desgracia que no me he fijado que el piloto de aviso estaba en rojo. Otra gota que añadir al vaso. Salgo al frío mortal. Abro el maletero para coger una garrafa de plástico y dirigirme a una gasolinera. Además de la garrafa, tengo la suerte de encontrar un viejo chubasquero que guardo aquí desde hace tiempo. Está roto por algunos sitios y es una mínima protección contra el frío. No obstante me alegro de poder hacer uso de él. Me lo pongo y me siento un poco mejor. Para terminar, debajo del jersey meto las páginas de un periódico que me ayudarán a conservar el calor. Cierro las puertas del coche y me pongo en camino. Calculo que estoy a unos cinco kilómetros de la gasolinera más cercana. Ahora mismo mi punto de luz está en esa gasolinera. Cada vez nieva más. Acelero el paso. Me castañean los dientes y tengo congelada la mano con la que sujeto la garrafa. Cambia el viento y me llega toda la fetidez del estercolero. Los copos de nieve se me quedan adheridos y me duele la cabeza de tanto frío.
Después de hora y media caminando bajo la ventisca llego a la gasolinera. Casi no puedo andar por la hipotermia. Antes de llenar la garrafa en el surtidor, decido entrar en el bar y tomar algo caliente que me devuelva la vida. El local está casi vacío, a excepción del camarero y unos pocos noctámbulos. Me acerco a la barra y pido un café con leche doble, muy caliente. Pongo especial énfasis en el “muy” para que el camarero comprenda que lo quiero hirviendo.
-Mala noche, ¿eh?
-La peor.
Ocupo una de las mesas. Aún estoy helado y tirito. El café está demasiado caliente para beberlo. Mientras espero que se enfríe sigo aferrado al vaso con ambas manos para absorber el calor a través de ellas. Dos tipos que están sentados al fondo suben el tono de sus voces y empiezan a discutir. Me quedo con sus movimientos de mandíbula e intuyo que han tomado algún tipo de anfetamina. El más alto pierde la paciencia y poniéndose en pie grita:
-Céline no era antisemita, entérate.
Aparta la silla de una patada y se dispone a salir. Al pasar a mi lado, algo cae del bolsillo del abrigo que se está poniendo. El tipo sale del local sin percatarse de lo que ha perdido. Es un libro de la Editorial Lumen: -Norte- de Louis-Ferdinand Céline. Un ejemplar que lleva años agotado y que es difícil de conseguir. Además es el único que me falta para completar su trilogía. No lo dudo, lo recojo del suelo y me lo escondo debajo del impermeable. Echo una sutil mirada para ver si alguien me ha visto. Todos están a lo suyo. Solo por este regalo merece la pena la caminata que me he dado hasta aquí, el frío que he pasado y el que me queda por pasar en el viaje de vuelta.
Unos minutos después, el tipo alto regresa al local. Se acerca a su colega y le pregunta por el libro.
-¿Dónde está mi libro?
-Y a mí qué coño me cuentas.
Se pone a buscarlo debajo de la mesa y por los alrededores. Evidentemente no lo encuentra porque lo tengo yo.
-Hace un momento lo tenía y cuando he salido ya no estaba.
-Pues yo no lo tengo.
-¡ME CAGO EN DIOS!
Sigue mirando debajo de las mesas, apartando las sillas sin miramientos. El camarero se ve obligado a poner orden. Discuten y trata de sacarlo del local. El alto no quiere irse sin recuperar lo que es suyo. Pierde los nervios. Hay un conato de pelea entre ambos. Entonces el tipo agarra una botella por el cuello. La revienta contra la barra y con los restos amenaza al camarero. Este retrocede, coge la bandeja de servir las bebidas y se protege con ella a modo de escudo. El alto insiste.
-Devolvedme el puto libro.
No me cabe la menor duda de que va puesto de cristal. Nadie en su sano juicio se comporta así por un libro, aunque sea de culto y esté agotado. Yo permanezco callado, parapetado detrás del vaso de café, observando la escena y preguntándome cómo acabará todo. De pronto el tipo se dirige a mí.
-¿Lo tienes tú?
Me hago el tonto.
-¿El qué?
-El libro, joder.
-No lo tengo
-Mierda… ¿Y dónde está?
No me molesto en contestar porque la última pregunta la hace extensible al resto de concurrencia. Al no obtener respuesta, se planta delante de la puerta del local y lanza un ultimátum.
-Pues hasta que aparezca, os juro por mis muertos que nadie va a salir de aquí.
El camarero amenaza con llamar a la policía. El alto no se acobarda y sigue en sus trece. De pronto, la puerta del local se abre a sus espaldas. El tipo se asusta e instintivamente ataca a la joven que acaba de entrar. Le clava los cristales en la base del cuello, justo por encima de la clavícula. La chica cae sobre su pareja. Ocurre tan deprisa que a todos nos cuesta un momento asimilar lo que está pasando. Aprovechando el desconcierto el agresor huye del local. La mujer herida sangra abundantemente. Su acompañante intenta taponarle la herida con las manos. El camarero se acerca con un paño limpio. Tampoco con eso logran detener la hemorragia. El joven nos grita que llamemos a una ambulancia, que por favor venga un médico. Céline era médico… El camarero corre al teléfono y hace la llamada. Al ver tanta sangre, el estómago se me revuelve y vomito una papilla de pelo y bilis que aún guardaba en las entrañas. No puedo seguir presenciando esto. Suficiente desgracia arrastro ya. Me pongo en pie y rodeando a la pareja salgo de la cafetería. Al abrir la puerta me pringo la mano con una de las salpicaduras de sangre. Pobre chica, me siento culpable. Fuera ha dejado de nevar y no hace tanto frío. Me acerco a los aseos para lavarme, pero antes saco el libro. Abro la cubierta y en la página en blanco que sigue estampo la mano ensangrentada. Un recuerdo indeleble de este viaje mío al fin de la noche. La primera sin ti. La más dolorosa y difícil de superar. Pese a ello, no pienso rendirme. Intentaré encontrar el punto de luz. Hasta que lo haga caminaré a ciegas, como lo he hecho esta primera noche que ya se acaba.

Cuando estoy llenando la garrafa en el surtidor llega la ambulancia. Menos mal. Mientras pago les veo cargar con la chica en la camilla. Parece que han llegado a tiempo. Me alegra. La ambulancia arranca y se incorpora a la carretera. Espero que se recupere. Me giro y en el horizonte veo despuntar el sol. ¿Será ese el punto de luz que estoy buscando? No lo sé. Pero ya que me cae de camino, oriento mis pasos hacía él.

pepe pereza

miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL AULLIDO

Mis padres murieron en un accidente. No entraré en detalles. Solo diré que quedé huérfano, mis tíos me acogieron y tuve que trasladarme a aquel bosque. Recuerdo la angustia que arrastraba conmigo en el tren que me llevó hasta allí. El miedo a lo desconocido y ser consciente de que era el principio de una nueva vida. Cuanto más me alejaba de mi ciudad natal, más desprotegido y asustado me sentía. Estaba aterrado. Según avanzaba el tren me dio la impresión de que retrocedíamos en el tiempo. Cada estación que dejábamos atrás era como desandar un par de décadas. Con cada kilómetro recorrido el paisaje iba envejeciendo, y las gentes, aunque no más viejas en edad, si degeneraban en cuanto a época y moda.
Sabía que tenía que apearme en una aldea llamada Peñas de Cameros pero, al llegar a la pequeña estación el letrero rezaba: Penas de Cameros. Pregunté al revisor y me aclaró que el rabito de la “ñ” se había borrado, de ahí mi confusión.
Se suponía que mis tíos estarían esperándome. Sin embargo, nadie acudió a darme la bienvenida. Me adentré en la villa. Era pequeña y las gentes que la habitaban tenían el rostro triste y amargado. No vi a nadie con una sonrisa en la boca. Pensé que deberían olvidarse definitivamente del rabito de la “ñ”. Penas de Cameros se ajustaba perfectamente al ánimo de sus oriundos. No tenía ni idea de dónde vivían mis tíos. Pregunté a una anciana que estaba a la puerta de su casa. Al oír el nombre de mis familiares, la vieja se persignó y se encerró en la vivienda, dejándome con la palabra en la boca. No sabía qué pasaba y aquello me pareció de lo más extraño. Volví a preguntar, esta vez a un hombre que transitaba por allí.
-Chaval, olvídate de esos malnacidos y regresa por dónde has venido.
Esa fue la respuesta que recibí. ¿Malnacidos? ¿A qué se estaba refiriendo? Entonces vi a un cura y me acerqué a él. Me informó de que mis tíos no vivían en el pueblo desde hacía años. Por lo visto, tuvieron problemas con los vecinos y se vieron obligados a mudarse al bosque. Algo relacionado con un intento de violación a una niña de cinco años por parte de mi primo. Me dijo que para llegar hasta ellos tenía que salir del pueblo por un camino que llevaba a las montañas, desviarme a la derecha por el sendero que se adentraba en el bosque y seguirlo hasta dar con la vivienda. El párroco me sugirió que me diese prisa en llegar, no fuera que se echase la noche encima, advirtiéndome, además, de que el lugar era peligroso. Dejé el pueblo atrás y puse rumbo a las montañas. El otoño estaba en las últimas y las temperaturas habían bajado considerablemente. Me abotoné el abrigo y seguí caminando. Al llegar a lo alto de una colina pude ver el bosque extendiéndose a lo largo del paisaje. Tenía un aspecto tenebroso y los sonidos que brotaban de su interior no invitaban a adentrarse en él. Llegué al desvío y tomé el sendero que conducía a una variada frondosidad de ocres y marrones. Me detuve frente a las lindes de la arboleda y sentí un escalofrío. Algo me decía que debía regresar. ¿Regresar? ¿Dónde? Mis tíos eran la única alternativa. Me armé de valor y avancé por la senda. A cada paso, la vegetación iba devorando parte del camino, hasta el punto de reducirlo a una delgada línea no más ancha que mis pies. Me dolían los brazos de cargar con la maleta y cualquier sonido me ponía el vello de punta. Yo era un chico de ciudad y estaba fuera de mi ambiente. El sol empezó a ocultarse. Aceleré mis pasos.
De pronto la vegetación se abrió a una zona despejada de árboles. En medio estaba situada la propiedad de mis tíos. Pude ver los corrales con las ovejas, el establo y la vivienda, hecha de adobe y madera. Esa va a ser mi casa de ahora en adelante, me dije.  Rodeé la verja y entré. Pasé por delante de la morada pero no vi a nadie. Llamé a la puerta. No abrieron. Entonces me pareció escuchar voces que venían de la cuadra. Dejé la maleta frente a la entrada y me dirigí al establo. Según me acercaba escuché claramente a un par de personas. También unos escalofriantes mugidos. Al asomarme, vi a una mujer que era el mismo retrato de mi madre. Sin duda era mi tía. Tenía el brazo metido hasta más allá del codo en el culo de una vaca y hurgaba dentro de sus entrañas. Le acompañaba un joven corpulento: mi primo. Por su fisonomía y su comportamiento supe que era deficiente mental. Ambos estaban tan pendientes de sus actos que no se percataron de mi presencia. Mi tía introdujo el brazo hasta el hombro en el interior de la vaca.
-El ternero viene de culo.
Mi primo contestó con gruñidos y frases ilegibles. Parecía nervioso, con una mano se rascaba la cabeza mientras que con la otra se golpeaba la frente con la palma abierta. No me atreví a intervenir, continué asomado a la puerta observando la escena en silencio.
Desgraciadamente, el ternero nació muerto. Lo achacaron a mi llegada. Es un mal fario, dijo mi tío cuando más tarde llegó acompañado del veterinario.
Después de cenar me obligaron a compartir cuarto y cama con el deficiente. El insensato no tuvo reparos en masturbarse estando yo tumbado a su lado. Cerré los ojos y me tapé los oídos, pero aun así notaba cómo el colchón subía y bajaba. Echaba de menos a mis padres y a mis amigos. Añoraba mi habitación, mi cama, mis cosas… Tenía que ser fuerte y adaptarme. No quedaba otro remedio. Debía dejar atrás mi anterior vida y empezar de nuevo. Por fin, mi primo calmó sus ardores y al rato se quedó dormido. Yo no pude, estaba demasiado alterado. Desde la cama observé la ventana y a través de ella un cielo plagado de estrellas. Nunca había visto tantas. Por encima de los ronquidos me pareció escuchar un aullido. Me levanté, me acerqué al ventanal y lo abrí. Efectivamente, era un aullido, claro y nítido, atravesando la curva de la noche. Mi nueva vida también incluía lobos.
De madrugada, mi tío partió con el rebaño. Desde la cama le escuché arengar a las ovejas para que saliesen del corral. Mi primo no estaba. Había dejado una mancha de saliva en su lado de la almohada. De pronto entró mi tía.
-¿A qué esperas para levantarte? Aquí nos ponemos a trabajar al alba, así que espabila.
Me puso a limpiar el establo. En cuanto terminé, me ordenó cavar una fosa detrás de la cuadra para enterrar el ternero muerto. Después de estar un rato cavando, tenía las manos llenas de ampollas. A pesar de ello, seguí con la tarea. No quería que me tachasen de blandengue. Cuando acabé, se lo hice saber a mi tía. Fuimos en busca del novillo pero había desaparecido. Según ella se lo había llevado mi primo. Los buscamos por toda la granja y los encontramos ocultos entre unas alpacas de heno. Mi primo tenía consigo el cadáver. Por alguna razón que desconozco, se había encariñado de él y no había manera de quitárselo. Tratamos inútilmente de convencerlo, pero se aferraba al becerro como si le fuera la vida en ello. Como era más fuerte que nosotros y tuvimos que rendirnos.
-Ya verás cuando venga tu padre.
Mi tío regresó con el rebaño al final del día. Mi tía no perdió tiempo y le contó lo sucedido. El tema se zanjó con una brutal paliza. El padre se impuso al hijo y, por fin, pudimos enterrar el cadáver en el hoyo que yo había cavado.
Aquella noche el dormitorio fue solo para mí. A mi primo lo castigaron encerrándole en el establo. Agradecí un poco de intimidad. No obstante, estaba tan cansado que me quedé dormido en cuanto me metí en la cama.
A la mañana siguiente encontramos la puerta de la cuadra reventada y la zanja vacía. Mi primo y el becerro habían desaparecido. Lo buscamos por la casa y alrededores. Todo indicaba que se había internado en el bosque. Mi tío y yo dedicamos la mañana entera a seguir su rastro. No pudimos dar con él. Después de comer, continuamos buscando. Al caer la noche, tuvimos que regresar. Mi tía estaba muy preocupada. No era para menos, el frío y los lobos eran amenazas palpables que debían tenerse en cuenta.
-Tranquila, mujer, no es la primera noche que la pasa en el bosque. Seguro que estará bien.
No supimos nada de él en dos días. Al tercero regresó escoltado por una pareja de la guardia civil. Por lo visto aquella misma mañana apareció en el pueblo cargando con el ternero.
Cuando los beneméritos se fueron fue el turno de mi tío. Se quitó el cinturón y golpeó con la hebilla a su vástago. Así hasta que mi primo fue reducido y soltó el becerro. Después fue conducido hasta el establo. Una vez ahí, le ajustaron una cadena alrededor del cuello y le pusieron un candado. El otro extremo de la cadena estaba firmemente anclado a una viga.
Esa misma tarde mi tío y yo nos adentramos en el bosque para poner fin de una vez por todas al problema del ternero. El plan era abandonar el cadáver a varios kilómetros para que las alimañas se encargasen de él. Así lo hicimos. De regreso, mi tío hizo algo que llamó mi atención: se acercó a un árbol, olfateó el tronco y meó sobre la corteza que acababa de olisquear. Solamente dejó salir un pequeño chorro, el resto se lo guardó.
-A los lobos, si quieres que te entiendan, hay que hablarles en su idioma.
Hacía cinco días que vivía con ellos y era la primera vez que me dedicaba una frase de más de tres palabras. Llegamos a otro árbol y repitió la misma escena, es decir: lo olió y vertió un chorro de meada sobre el tronco.
-Hay que dejarles claro que tú meas más alto que ellos. Así sabrán que este no es su territorio y dejarán en paz a nuestras ovejas.
Mi tío había sido pastor desde niño. Según él, los lobos jamás habían atacado a sus rebaños. De pronto se puso en guardia. Había visto algo. Se agachó muy despacio, cogió una piedra del suelo y la lanzó. El pedrusco dio en el blanco: una liebre que tuvo la mala suerte de pasar por ahí.
-Ve a buscarla.
Me acerqué hasta el animal. Aún vivía. Tenía espasmos en las patas traseras y sangraba por las orejas y la nariz. Percibí el miedo en sus ojos. Yo también lo tenía. Era la primera vez que veía agonizar a un ser vivo.
-¿A qué esperas para cogerlo?
No me apetecía tocar a la liebre. Ni mancharme de sangre. Vomité. Fue él mismo quien se encargó de coger la pieza. La levantó del suelo y con un golpe de mano le rompió el cuello. Volví a vomitar.
Esa noche la cena consistió en un guiso de liebre con patatas. No quise probar bocado.
Al día siguiente mi primo fue puesto en libertad. En cuanto lo soltaron se puso a buscar al ternero por toda la zona. Probó a escavar con sus manos en varios sitios que él mismo eligió al azar. Al ver que no lo encontraba gruñó y berreó, pataleó, se golpeó la cabeza con los puños, e incluso se arrancó algunos mechones de pelo. Todo fue inútil. Finalmente se ocultó entre las alpacas de heno y allí pasó el resto de la jornada.

Pasaron los días y cayó la primera nevada. Acondicionamos el establo y trasladamos las ovejas dentro. El trabajo era duro pero según transcurrían las semanas me iba acostumbrando a mi nueva vida. Los modales bruscos y primitivos de mis tíos ya no me lo parecían tanto. Lo peor era tener que compartir cama con mi primo. El depravado seguía masturbándose sin importarle que yo estuviera a su lado. Eso no dejaba de cohibirme e inquietarme. Y sucedió que una de esas noches mi primo me violó. Estaba durmiendo. De pronto noté un peso encima. Enseguida tomé conciencia de sus intenciones. Traté de resistirme pero él era más fuerte. Además, me había cogido por sorpresa y me tenía totalmente sometido. Quise gritar. Lo impidió tapándome la boca con su manaza. Recuerdo que le olía a semen rancio. Nada pude hacer. Me sodomizó sin miramientos. Cuando terminó se dio la vuelta y al poco se quedó dormido. Fui incapaz de moverme o tomar represalias. Estaba tan cohibido, tan conmocionado, tan humillado… que solo pude llorar. Lo hice durante toda la noche. A la mañana siguiente me levanté como si no hubiera pasado nada. Delante de mis tíos me comporté con naturalidad y no les dije ni palabra del asunto. No obstante, el dolor y la vergüenza iban por dentro. Debía aguantar, entre otras cosas porque había jurado vengarme.

Me desperté sobresaltado. Había tenido una pesadilla, pero nada más abrir los ojos mi mente borró todo registro de ella. Tan solo quedó una imagen: Un árbol de navidad decorado con vísceras y restos humanos. En lugar de espumillón había intestinos. Orejas cortadas, dedos amputados, globos oculares sustituían las típicas bolas de colores. En vez de una estrella coronando el árbol, estaba un corazón sangrante que aun palpitaba… El dormitorio estaba en penumbra. Todavía era de noche. Pensé en mis padres. Quizás porque iban a ser las primeras navidades que pasaría sin ellos. Los echaba de menos. Qué lejos quedaban aquellos días felices. Miré a mi primo. Dormía con la boca abierta. Lo odiaba profundamente por lo que me había hecho. Cada vez que lo veía me hervía la sangre. Sentirlo en la misma cama me asqueaba y a la vez me aterraba. Tenía miedo de que volviera a violarme. Por las noches no pegaba ojo, pendiente en todo momento de cualquiera de sus movimientos.
Mis temores se vieron confirmados la noche antes de navidad. Estaba tan cansado que, sin querer, me quedé dormido. Mi primo aprovechó el descuido y quiso follarme por segunda vez. Sabía que resistirme no iba a valer de nada. Él era más fuerte, así que esta vez utilicé la inteligencia.
-¿Te acuerdas del ternero?
Capté su atención al momento.
-Sé dónde está escondido.
Lo tenía encima. Notaba su verga dura sobre mi espalda.
-Si no me haces nada, te diré dónde está.
Se aporreó la frente con los puños, como si necesitase de los golpes para poner en funcionamiento las escasas neuronas de su cerebro. Al final me dejó libre. Quiso que fuéramos de inmediato a por el becerro, pero le convencí de que sería mejor esperar a que se hiciera de día.
Por la mañana me lo llevé al bosque. Anduvimos durante muchos kilómetros entre la espesa vegetación hasta que llegamos al chaflán de un profundo barranco.
-Está ahí. Asómate y lo verás.
El ingenuo no cuestionó mis palabras y se acercó al borde. De una patada lo envié al vacío. Vi su gesto de asombro mientras se precipitaba al fondo del barranco. Finalmente se estrelló contra las rocas. En un arranque de júbilo grité a los cuatro vientos. Dejé salir la rabia y la humillación. Mi grito fue volviéndose un aullido. Aullé como un poseído. Para mi sorpresa a mi aullido llegó otro en forma de respuesta. Los lobos estaban cerca. Les grité:
-Estoy aquí y he venido a quedarme.

Eché una última mirada al cadáver de mi primo. Ese malnacido jamás volvería a hacerme daño. Con un poco de suerte los lobos lo encontrarían y se darían un festín. En cuanto a mis tíos, sabía que no sospecharían de mí. Darían como bueno que el loco de su hijo se hubiera despeñado por un barranco. En cierto modo les había hecho un favor. De regreso me paré a oler algunos árboles y a mear sobre sus troncos, tal y como me había enseñado mi tío. Era hora de dejar mi marca. Que todo bicho viviente supiera que ese iba a ser mi territorio. Me lo había ganado. 


pepe pereza