martes, 29 de diciembre de 2015
lunes, 28 de diciembre de 2015
BLUES DEL ESPANTAPÁJAROS – XEN RABANAL
"... de las encrucijadas trovar,
de los caminos juglar..."
de los caminos juglar..."
El
Caminante
Le conocí anclado en un cruce de
caminos.
Escuchar a todos los vientos, resistirse a ellos, le hizo el más sabio... y el más envidiado, pues cada viento sólo se escucha a sí mismo. Por ello intentaron domeñarle y desgarraron sus harapos y su carne de paja hasta dejarle desnudo:
dos putos palos cruzados atados con una cuerda,
fue cuando descubrió su corazón espartano...
y lo mostró orgulloso.
Los vientos se rieron
hasta que vieron
que no le mellaban.
En silencio, se dedicó a estudiar todos los idiomas.
Cuentan las señoras que al alba visten de flores los cruceiros, que sus maestros fueron los pájaros que trajeron los vientos, para intentar humillarle y que le cagasen encima... el lastre de nuestros tiempos, lleno de esa mierda egotista que sobra en este Blues.
Escuchar a todos los vientos, resistirse a ellos, le hizo el más sabio... y el más envidiado, pues cada viento sólo se escucha a sí mismo. Por ello intentaron domeñarle y desgarraron sus harapos y su carne de paja hasta dejarle desnudo:
dos putos palos cruzados atados con una cuerda,
fue cuando descubrió su corazón espartano...
y lo mostró orgulloso.
Los vientos se rieron
hasta que vieron
que no le mellaban.
En silencio, se dedicó a estudiar todos los idiomas.
Cuentan las señoras que al alba visten de flores los cruceiros, que sus maestros fueron los pájaros que trajeron los vientos, para intentar humillarle y que le cagasen encima... el lastre de nuestros tiempos, lleno de esa mierda egotista que sobra en este Blues.
También aprendió a reconocer los
gemidos vacíos de riadas de clones que se creían únicos, y lloraban por los
caminos no recorridos, e imploraban la presencia de un diablo al que vender su
alma por un minuto de gloria... ni uno se encontró pues su mente estaba pautada
y nunca tuvieron un pentagrama en clave de látigo en sus espaldas, y sus
acordes nunca fueron originales. A sus pies estallaron como burbujas vacías,
pop, pop, pop. Nunca supieron verse, ser, serse, y siempre envidiaron a la
vida, la de los otros, los que brillan por sí mismos, sin necesidad de espejos
neones, y tejen con su esencia alas que no se encarcelan entre barrotes
estadísticos... los poseedores de un don que sólo podía ser obra del diablo, no
entienden de otra manera sus mentes occidentales, cuadriculadas,
escindidas.
Ahora son sólo polvo que se
amontona en la encrucijada, polvo sin semilla que el viento arrastra como
plaga... glorias que hacen desiertos.
Él esperó pacientemente hasta que no tuvo nada. Ese es el camino, me decía, el trabajo, llevo en él toda la vida, tejiendo hilo a hilo las hebras de mi corazón.
Ya no he de cantar
más caminos frustrados
de los que sólo buscan
un selfie con el diablo
en la hora trina y oscura...
aquí no existen atajos a...
pues no existen metas.
Los que lleguen
que hollen en su paso
que no sean lo que son
lo que les han enseñado a ser:
veletas que reciben vientos con el culo abierto
que no conocen
pues conocer es resistir, no aprendes si no te desgarras y pierdes aditamentos en una lucha que te hace crecer... sólo así se aprende:
perdiendo sin doblegarte.
Si no, nada te enseñan
y, desde luego, nadie respeta a una veleta y menos los vientos
que la sodomizan.
Entiéndelo,
reconócete,
me dice.
..
Cuando te rompas de ti surgirá un acorde...
reconócelo como tuyo
y teje con él tus alas
como yo tejí una vela
y fui cometa sin más hilos
que mi derrota
entre los vientos...
los que ahora me sirven
:
Sólo dos estacas unidas por un corazón de cuerda necesitas para volar
y reclamar lo que es tuyo fuera
pues lo construiste dentro, una vez destruida una imagen, apariencia de harapos.
Sólo desde esa libertad se puede buscar... escribir:
y lo van a flipar,
no lo dudes
...
más caminos frustrados
de los que sólo buscan
un selfie con el diablo
en la hora trina y oscura...
aquí no existen atajos a...
pues no existen metas.
Los que lleguen
que hollen en su paso
que no sean lo que son
lo que les han enseñado a ser:
veletas que reciben vientos con el culo abierto
que no conocen
pues conocer es resistir, no aprendes si no te desgarras y pierdes aditamentos en una lucha que te hace crecer... sólo así se aprende:
perdiendo sin doblegarte.
Si no, nada te enseñan
y, desde luego, nadie respeta a una veleta y menos los vientos
que la sodomizan.
Entiéndelo,
reconócete,
me dice.
..
Cuando te rompas de ti surgirá un acorde...
reconócelo como tuyo
y teje con él tus alas
como yo tejí una vela
y fui cometa sin más hilos
que mi derrota
entre los vientos...
los que ahora me sirven
:
Sólo dos estacas unidas por un corazón de cuerda necesitas para volar
y reclamar lo que es tuyo fuera
pues lo construiste dentro, una vez destruida una imagen, apariencia de harapos.
Sólo desde esa libertad se puede buscar... escribir:
y lo van a flipar,
no lo dudes
...
sábado, 26 de diciembre de 2015
viernes, 25 de diciembre de 2015
YA A LA VENTA
SE RUEGA SILENCIO - Pepe Pereza
YA A LA VENTA!!
Un tipo de treinta y cinco años que está escribiendo su primera novela.
Un perdedor sin un duro en los bolsillos, encerrado en una casa cochambrosa,
obsesionado por los ruidos de sus vecinos que no le dejan concentrarse en lo
único que de verdad importa: acabar la puñetera novela. (Del prólogo de Carlos Salcedo Odklas)
12,95 €
Autor: Pepe Pereza
Prólogo: Carlos Salcedo Odklas
Productor literario: Gsús Bonilla
Portada: Pedro Espinosa
Corrección: Adriana Bañares
Diseño y maquetación: Alejandra Adrover
Editor: Ricardo Moreno Mira
Tamaño:14 x 21 cm.
Nº de páginas: 156
Género: Narrativa
Editorial: Lupercalia
Editorial
Lengua: Español
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788494333279
Año edición: 2015
Plaza de edición: LA ROMANA
lunes, 21 de diciembre de 2015
miércoles, 16 de diciembre de 2015
lunes, 14 de diciembre de 2015
SE RUEGA SILENCIO - PRÓLOGO de CARLOS SALCEDO ODKLAS
León. 5 de Octubre del
2015. Tengo treinta y cinco años y estoy intentando escribir mi primera novela.
Son las nueve y media de la mañana, llevo toda la noche sin dormir. Mis
horarios de sueño están alterados tras los excesos del fin de semana. Si planeo
llevar un horario normal entre semana que me permita terminar el jodido libro
no es muy aconsejable que me acueste en estos momentos. Este viene a ser el dilema
de todos los domingos por la noche. A veces la jugada me sale bien, y a veces
no.
Aunque en otras ocasiones la tranquilidad
de la noche me ha empujado a escribir, parece ser que ahora ya no es así. No
tengo ni idea de por qué. La conclusión es que la mayor parte de las noches en
vela las paso principalmente meditando mirando al vacío de las paredes de esta
vieja habitación o, en el peor de los casos, perdiendo el tiempo en Internet.
Cualquier cosa en lugar de escribir. Y eso no es bueno. Tengo que terminar la
maldita novela. Es un trabajo que me está obsesionando y consumiendo el alma.
Me está destrozando por dentro. Tengo la trama en la cabeza, y llegado a este
punto todo se limita a una labor de redacción. Pero es tan jodido...
Quizás esté intentando abarcar demasiado.
Quizás me esté tomando a mí mismo demasiado en serio. Siempre me pasa igual, me
creo que estoy escribiendo la biblia o algo así. Y a fin de cuentas, ¿para qué?
Si llega el día en que mi novela esté terminada será leída, por un puñado de
personas: con suerte, con mucha suerte, un par de cientos. Casi todo amigos y
conocidos que me dirán con una sonrisa que no me ha quedado mal, que está
curioso, que está bien escrito, cuando por dentro estarán pensando «pobre
chaval, se le ha ido la cabeza del todo. Es entrañable, pero va a acabar en un
manicomio».
La puta vida del escritor alcohólico y
drogadicto. Suena romántico, fascinante, seductor, atrayente... pero eso son
adornos que ponen una vez que has muerto y si te ha llegado la fama. Desde aquí
os puedo asegurar que no hay nada de todo eso. En realidad es una mierda. Un
agujero silencioso y que se cae a pedazos. Como esta vieja habitación.
Me levanto a mear. Atravieso el largo
pasillo, el mismo que servía de portada a mi primer libro, una colección de
relatos que pasó sin pena ni gloria por el panorama editorial. Intento no hacer
ruido para no despertar a los moradores del resto de habitaciones. Menuda
colección de perdedores hay aquí, cada uno en su agonía personal y espiritual.
Al menos ellos no se auto-torturan intentando escribir una puta novela...
Hay luz en la habitación número tres. El
tipo que se ha metido a vivir ahí es fascinante. Un treintañero delgado y
larguirucho que se pasa las veinticuatro horas ahí dentro encerrado, solo. Lo
ves pasar de vez en cuando al baño, pero poco más. ¿Qué coño hará ahí dentro?
Quizás planea asesinarnos a todos... Pego la oreja a su puerta como si fuese
una vulgar maruja. No se escucha nada. Tras un rato de absoluto silencio, un suspiro
y el leve ruido de la silla al moverse. Eso me indica que está ahí, que está
vivo y que planea matarnos a todos. Luego, de nuevo el silencio.
Prosigo mi peregrinaje al retrete. Levanto
la tapa y evacuo. Me tiro un pedo tímido. Tiro de la cadena y deshago lo
andado.
De nuevo en la habitación. Debería
escribir, debería terminar esta mierda. Pero no me apetece hurgar en ciertas
heridas, acudir a ciertos recuerdos, no ahora...
Mientras tanto, el tiempo y la vida pasan.
Y lo hacen rápido. Cada vez que miro el calendario no me lo puedo creer. Los
días caen tan deprisa... Me da la impresión de no estar enterándome de nada.
Seguramente así sea, teniendo en cuenta que me paso una mitad del tiempo pedo y
la otra resacoso.
Llevo unos meses cayendo por un pozo oscuro. Se jodió
todo tanto... historias de amor y desamor, el rollo de siempre... en fin. En
cualquier caso, lo cierto es que la cosa va rápida, los días caen como
guillotinas. Se me escapan entre los dedos y puede que no me quede mucho tiempo.
La idea de la muerte me obsesiona últimamente. Es posible que solo sea la
paranoia debida al abuso de drogas, pero puede que no...
El caso es que el reloj de arena está dado
la vuelta y los granos caen. Tengo que terminar la novela. Seguramente sea el
único testigo mudo de mi paso por aquí. Me recito el mantra: terminar la
novela, terminar la novela, terminar la novela...
Encima el otro día me endosaron un marrón,
también relacionado con este rollo literario y que es lo último que necesito en
estos momentos. Tengo que escribir un prólogo para la primera novela de Pepe
Pereza. Y encima el cabrón solo me ha dado unos días de margen. Venga, más
presión.
Pepe es otro escritor de pacotilla, otro
ingenuo. Nos conocemos desde hace unos años, por eso de que somos «coleguillas
de gremio», en fin... Al menos Pepe es bastante más auténtico que la mayoría de
los que he conocido dentro de la farándula artístico/literaria. Y encima
escribe bien, cosa extraña en dichos ambientes. Nos mandamos mensajes de vez en
cuando. Alguna vez le he escrito, a las tantas de la madrugada, en momentos
jodidos, cuando el bajón y el ansia de la coca hacen que te sientas la persona
más abandonada del mundo y necesitas comunicarte con alguien, aunque sea solo a
través de un mísero mensaje de texto. Lo que se dice un grito de auxilio en
mitad del desierto.
En su día también le pedí que prologara mi
libro de relatos. Lo hizo. Y supongo que ahora me devuelve la pelota, el muy
cabrón...
¿Y qué cojones hago? No me gustaría
escribir el típico prólogo insulso, el rollo de siempre:
«La escritura de Pepe es directa,
precisa, afilada. Se nota perfectamente su mano obsesiva cincelando cada
párrafo, dejándolo libre de cualquier impureza. Dando como resultado una escritura
sin fisuras, sin añadidos innecesarios, recordándonos en muchos momentos al
gran Carver, con un poso de agonía y pesimismo que nos acercan también a Hubert
Selby Jr...»
Venga,
coño. No me jodas. Paso de hacer algo así. Pero por otra parte estoy bloqueado.
Además, ¿para qué un prólogo? En el mejor de los casos mancharé el texto
original de Pepe, afeándolo como si fuese un grano en la nariz de un
adolescente el día de su primera cita.
Me pasó el libro, me lo leí y es fabuloso.
Cuando conocí a Pepe, no había publicado
nada formalmente, solo tenía un libro de relatos editado digitalmente dando
tumbos por Internet. Poco después, editó su primer libro de relatos. Un libro
bastante notable. Luego revisó aquella primera publicación digital y la sacó
también en papel. Era un libro bueno. Pero esto ya es otra cosa. Es la primera
novela. Es un paso importante para un escritor. El siguiente peldaño.
Ya sabía más o menos lo que me iba a
encontrar, conozco la obra de Pepe bastante bien. Leí con atención sus otros
libros y también extractos de esta novela que iba publicando en su blog. Alguna
vez por privado me comentaba lo mal que lo estaba pasando escribiendo esto. Estuvo
a punto de tirar la toalla un par de veces.
Pepe
es un escritor especial, de esos que se sientan en silencio, fumando, de brazos
cruzados, leyendo una y otra y otra vez cada puto párrafo para asegurarse de
que ese puñetero verbo tiene que estar ahí y no en otro sitio. Seguro que es un
rollo muy angustioso. Lo mío es más verborrea, vomitona, que diría Xen. Pepe es
tirando a artesano, y en la novela lo demuestra con creces. No en vano es un
trabajo que le ha llevado casi tres años. Mientras la leía, metiéndome en el
papel de «coleguilla del gremio», no podía evitar pensar cada poco: qué cabrón,
qué cabrón, es bueno...
Lo que me sorprendió (y acojonó) fue la
temática. Pepe es algo mayor que yo, pero el protagonista de su novela es un
tipo de treinta y cinco años que está escribiendo su primera novela. Un
perdedor sin un duro en los bolsillos, encerrado en una casa cochambrosa,
obsesionado por los ruidos de sus vecinos que no le dejan concentrarse en lo
único que de verdad importa: acabar la puñetera novela.
Mierda, todo me sonaba demasiado familiar,
eso demuestra que muchos estamos en la misma olla pestilente. Ignoro qué porcentaje
de autobiografía y qué de ficción habrá en la historia. Será un poco de ambas,
seguramente, como hacemos algunos. Estuve tentado de preguntárselo, pero creo
que prefiero conservar ese misterio. Terminé el libro enseguida y la sensación
fue sin duda inmejorable. Tenía claro que era un gran libro y que estaba muy
bien escrito. Una novela estupenda. Y ahora me tocaba el marrón de
prologarla...
Me levanto y me acerco a la ventana.
Amaneció hace un rato. Hoy es festivo pero la gente ya se va poniendo en
marcha. La gente... espero no tener que interactuar demasiado con ellos hoy, no
siempre es algo agradable, pero encima sin dormir se vuelve particularmente
extraño, con un deje surreal...
Puto prólogo... mientras observo a los
transeúntes y su agonía desde mi ventana, repaso la novela de Pepe en mi mente,
buscando cosas que decir sobre ella. Estaría bien que fuese un texto en cierta
medida complementario. Sobre todo no quiero que parezca que intento venderla,
no lo necesita. A mí me ha llegado especialmente, pero no hace falta tener
treinta y cinco años y estar escribiendo una novela para disfrutar del viaje,
cualquiera que guste de un buen libro y una buena historia sabrá ver su valor.
Me alejo de la ventana y vuelvo al sofá.
Me doy cuenta de que ya entra bastante luz del exterior y a pesar de ello tengo
la bombilla de la habitación encendida. Me levanto a apagarla. Puta factura de
la luz, putos ladrones, puta miseria...
Vuelvo al sofá y me tumbo, pongo música y
observo la pared. Hago un recorrido desde ahí: los pilares de libros, la ropa
tirada, la guitarra, los ceniceros rebosantes, todas mis miserables cosillas...
Entonces me viene. Me cago en la puta, ya
era hora, justo a tiempo. Abro una página en blanco en el procesador de textos.
Malditas páginas en blanco. Te vas a cagar, cabrona.
A ver si hay suerte y despacho el texto
pronto y puedo dedicarme a acabar mi jodida novela, necesito sacarla de dentro
y arrojarla lejos. Me pongo al teclado y escribo:
León. 5 de Octubre del 2015. Tengo treinta y cinco años y
estoy intentando escribir mi primera novela. Son las nueve y media de la
mañana, llevo toda la noche sin dormir. Mis horarios de sueño están alterados
tras los excesos del fin de semana, si planeo llevar un horario normal entre
semana que me permita terminar el jodido libro no es muy aconsejable que me
acueste en estos momentos. Este viene a ser el dilema de todos los domingos por
la noche. A veces la jugada me sale bien, y a veces no.
jueves, 10 de diciembre de 2015
MÁQUINAS EXPENDEDORAS DE RELATOS
Crean
una máquina expendedora de relatos cortos
En Francia
ya comienzan a instalarse estos dispositivos, que permiten escoger historias
que se puedan leer en uno, tres y cinco minutos
Las
máquinas expendedoras han evolucionado mucho en los últimos años. La comida o
la bebida han dado paso a nuevos productos dirigidos a hacer más llevadera la
espera del transporte público. Hace ya tiempo que comenzaron a poblar las
paradas de autobuses y metros máquinas que permitían adquirir libros, pero una
empresa francesa ha decidido darle una nueva vuelta de tuerca al
servicio.
En
algunos lugares ya se empiezan a colocar máquinas expendedoras de relatos
cortos. Llamada Distributeur d'histoires courtes (Distribuidor de historias
cortas) y dirigida por la editorial Short Edition -especializada en textos que
se pueden leer en menos de 20 minutos- esta máquina permite escoger historias
que se puedan leer en uno, tres y cinco minutos.
Esta será
la única opción que se pueda escoger, porque el contenido y tipo de historia
quedará en manos del azar. El texto se imprime en una especie de ticket que
se podrán leer de manera cómoda mientras se espera en la parada de autobús
durante un corto periodo de tiempo.
El
objetivo que se persigue es bastante ambicioso: intentar que la lectura
sustituya al móvil.
sábado, 5 de diciembre de 2015
jueves, 3 de diciembre de 2015
miércoles, 2 de diciembre de 2015
SE RUEGA SILENCIO EN PALABRAS DE VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ
Portada de PEDRO ESPINOSA
Si a alguien tengo
siempre presente desde hace años al embarcarme en cualquier proyecto literario
colectivo, lo mismo en las antologías que he coordinado que en el fanzine que
edito, Vinalia Trippers, es al autor de esta novela, Pepe Pereza, para mí uno
de los escritores mejor dotados de la narrativa actual española. Su prosa
realista y sobria, su incisiva capacidad de análisis (que en ocasiones nos
recuerda al mejor Raymond Carver) y el modo en que consigue involucrar al
lector en sus textos, haciéndole cómplice de sus
vivencias, le convierten en un escritor tremendamente cercano, alguien de quien
te puedes fiar y al que estás deseando siempre leer y escuchar, porque te
identificas con él y habla tu mismo idioma. Y eso, precisamente, es lo que
valida y hace trascender a la literatura autobiográfica: lograr que la
experiencia personal refleje la colectiva. Lo comprobaréis, estoy seguro,
leyendo este libro.
Vicente Muñoz Álvarez
martes, 1 de diciembre de 2015
“SE RUEGA SILENCIO” EN PALABRAS DE PABLO CEREZAL Y GSÚS BONILLA
PABLO CEREZAL
El gran Pepe Pereza me otorgó el
honor de leer una joya que en breve verá la luz en papel... no pude más que
ensuciar una página con estas palabras:
"Leer a Pepe Pereza es deshonrar su apellido
artístico. Nada más en las antípodas de la pereza que las sensaciones que
esculpe este autor, con el cincel afilado y granate de su pluma.
En tiempos en que muchos (tal vez demasiados) ningunean el tan cacareado realismo
sucio, Pepe aplica un puñetazo de valentía sobre el pecho de los autores que
dieron nombre a tal género, con el ánimo exclusivo de revivirlos para que
puedan gozar la literatura de su más digno heredero. Certero, feroz, sensible,
exacto como una deflagración terrorista calculada al milímetro, pero con la
Belleza que a dicha explosión siempre faltará, la prosa de Pepe Pereza es
piedra en que afilar los colmillos de la literatura más pugnaz.
Si ya nos sorprendió con sus “Relatos del humo
(y hachís)”, y nos exacerbó el deseo y la misericordia con su “Esquinas”, con
este “Se ruega silencio” abandona la milimétrica perfección del relato que
domina como pocos en este país, para regalarnos la clarividencia de una novela
que desenmascara la poco gloriosa épica del hombre común y del proceso
creativo. Pura geometría de la palabra. Aritmética exacta del sentimiento.
Pereza no es buen apellido para este autor. Ignoro si la cultiva en su vida
diaria, pero a nosotros nos la arrebata con sus páginas."
Salud, hermano, y todo el éxito!
GSÚS
BONILLA
El
año quince agoniza y entretanto se hacen listas panegíricas de escribidores mediocres
y reguleros para unos, eminentes y fabulosos para otros. A mí, sin embargo, más
que el envoltorio lo que me importa del bledo es su entraña, y el palo, lo que
más me entretiene.
Hace
unos pocos meses tuve el enorme privilegio de leer este original, hoy libro, y
eso sí que no me lo va a quitar nadie. Para los coleccionistas de mariposas os
dejo mi alfilerazo y en él lo que puedo decir sobre mi capullo preferido: Pepe
Pereza es el mejor y vosotros no.
lunes, 30 de noviembre de 2015
SE RUEGA SILENCIO - EN PRE-VENTA
SE RUEGA SILENCIO - Pepe Pereza
YA EN PRE-VENTA!!! (Mientras dure la pre-venta, por la compra de SE
RUEGA SILENCIO, regalamos un ejemplar de ESQUINAS, del mismo autor)
12,95 €
domingo, 29 de noviembre de 2015
SE RUEGA SILENCIO
Portada de PEDRO ESPINOSA
Desconozco si al coleccionista biográfico le atraería
una nota que dijese algo así como: Pepe Pereza, escritor español nacido en
Guijuelo, Salamanca, y afincado en Logroño. Combinó sus primeros trabajos
literarios con labores tan dispares como la de actor, operario en una fábrica
de estructuras metálicas y en otra de envasado de refrescos; vendimiador
ocasional y temporero navideño travestido de Papá Noel, cristalero… Su obra más
importante, hasta hoy desconocida, es la novela autobiográfica Se ruega silencio.
En ella, el salmantino sigue haciendo gala de un estilo propio, natural y
desaflorado, basado en la ternura hacia sus personajes y con un magnífico
sentido de la espontaneidad. Menos aún sé, si esta nota sería del agrado de
cualquier lector al que le atraigan géneros literarios como el malditismo o el
realismo sucio… pero me da exactamente igual, ellos se lo pierden, porque
estamos ante un narrador que pertenece a otro reino más verídico y yo he tenido
el privilegio de leerle.
Gsús Bonilla
En el Valle del Kas a Septiembre de 2015
Si a alguien tengo siempre presente desde hace años al embarcarme en cualquier proyecto literario colectivo, lo mismo en las antologías que he coordinado que en el fanzine que edito, Vinalia Trippers, es al autor de esta novela, Pepe Pereza, para mí uno de los escritores mejor dotados de la narrativa actual española. Su prosa realista y sobria, su incisiva capacidad de análisis (que en ocasiones nos recuerda al mejor Raymond Carver) y el modo en que consigue involucrar al lector en sus textos haciéndole cómplice de sus vivencias, le convierten en un escritor tremendamente cercano, alguien de quien te puedes fiar y al que estás deseando siempre leer y escuchar, porque te identificas con él y habla tu mismo idioma. Y eso, precisamente, es lo que valida y hace trascender a la literatura autobiográfica: lograr que la experiencia personal refleje la colectiva. Lo comprobaréis, estoy seguro, leyendo este libro.
viernes, 27 de noviembre de 2015
AL NORTE DEL DOLOR
Me enfrento a la primera noche sin ti…
Siento miedo. Y dolor. Tanto que no sé
cómo describirlo. Creo que no hay palabras para hacerlo. Por mucho que junte la
D con la O, le sume una L, otra O y le añada una R jamás conseguiré expresar el
cúmulo de padecimientos que soporto. No hay metáforas para el dolor. Tampoco
hay centímetro en mis entrañas que no esté sometido a todo un catálogo de ellos
¿Cómo describirlos? Se supone que la palabra “dolor” abarca todos ellos. Lo que
puedo hacer es escribirlo con mayúsculas, empaparlo en negrita y que el tamaño
de la fuente sea excesivo para que dicha palabra se acerque un poco, muy poco,
a la sombra de lo que siento: DOLOR
Deambulo del salón a la cocina, luego
salgo al pasillo. Lo recorro cien veces…
Por fin, me atrevo a entrar en el
dormitorio. No he cambiado las sábanas porque huelen a ti. Ahora mismo es lo
único que conservo: tu olor. Olor y dolor. Un poeta resabiado sabría qué hacer
con estas dos palabras. No estoy para poemas. Ahora me toca sufrir y olvidar.
Aún es pronto para olvidar. Es triste y descorazonador llegar al punto donde
dos personas fundidas en un solo ente tienen que separarse. Romper esa
simbiosis. La soldadura que les une en un doloroso desgarramiento de carne y
sentimientos. No soporto ver la cama y saber que nunca más te acostarás en
ella. Me duele verla así, vacía. Si no fuera tan cobarde me echaría a llorar.
Escapo del dormitorio y regreso al salón. Siento deseos de abrirme el pecho y
dejar salir el avispero. Quisiera sacarme los ojos para situar el dolor en un
punto concreto. La cabeza me va a estallar. Me llevo las manos a las sienes y
trato de masajear la zona con la esperanza de que la angustia disminuya. Cierro
los ojos y me los froto ejerciendo una leve presión. Eso hace que mil chispas
de color surjan de la oscuridad que encierra mis párpados y converjan en un
mismo punto. Un punto de luz. Quizás todo radique en eso: encontrar un punto de
luz al que dirigirse. No importa lo que tengas que avanzar, ni la oscuridad que
te rodea. Lo trascendente es que tienes una meta a la que llegar. Necesito
hacer algo. Si no para calmar el dolor, que al menos sirva para acompañarlo.
Decido raparme la cabeza. Lo hago en el baño.
Al final mi rostro queda desnudo en la
imagen que me devuelve el espejo. Me doy asco por no haber sabido conservarte.
Escupo al reflejo. En un arrebato cojo un puñado del pelo cortado. Me lo meto
en la boca y lo mastico. Es repugnante pero sigo masticando. Hago por tragar.
Por mucho que lo intento no soy capaz de engullir la masa de queratina. Me
ayudo con el dedo. Empujo hacia dentro y trago. Termino vomitando en el
retrete…
Maldita sea, no hagas más tonterías.
Siéntate a ver la tele o ponte a leer. O si no come algo que no sea pelo. Cómo
voy a comer si no puedo ni respirar. Lo que sí hago es fumar. Llevo casi tres
paquetes. Me escuecen los pulmones. Aun así sigo encendiéndome un cigarro tras
otro. Por enésima vez vuelvo al salón. Enciendo la tele. En todos los canales
emiten películas de amor. El destino se ríe de mí. La apago. ¿Por qué todo me
recuerda a ti? Supongo que es como cuando tienes una herida y todos los golpes
que te das son precisamente ahí. Me agobio y salgo al pasillo. Vueltas y más
vueltas. Las paredes se me echan encima y siento claustrofobia. Tengo que
escapar de aquí. Cojo las llaves del coche y me dispongo a salir. Sé que fuera
hace frío. Pero no tengo cojones para entrar de nuevo en el dormitorio, que es
donde guardo toda la ropa de abrigo. Prefiero helarme que entrar ahí y ver la
cama vacía. Salgo a la calle con un fino jersey y unos vaqueros como única
protección. Hace muchísimo frío. Donde más lo noto es en el cráneo recién
pelado. Llego al coche y entro. Estoy aterido. Casi no puedo meter la llave en
el contacto. Arranco y le doy a la calefacción. El calor tarda en llegar.
Mientras tanto me fumo un cigarro, otro más. La ciudad está vacía de tráfico y
gente. Tomo la primera calle para luego girar a la derecha y continuar por la
siguiente. Me dan ganas de acelerar y estrellarme contra el muro que tengo en
frente. Al aproximarme giro a la izquierda y sigo por la avenida principal.
Conducir no mejora mi estado de ánimo pero al menos tengo la mente ocupada en
algo. Por el retrovisor veo que un coche de la policía se sitúa detrás. Parece
que se hubiera materializado ahí mismo. Hago un repaso mental para cerciorarme
de que llevo todo en regla. Una alarma se enciende en mi cabeza. Guardo una
piedra de hachís en el bolsillo del vaquero. Joder, ya era el peor día de mi
vida sin necesidad de terminar en un calabozo para confirmarlo. Afortunadamente
el coche me adelanta y coge la rotonda que lo desvía hacia el casco viejo. Yo
sigo recto. Llego a las cercanías de basurero municipal. Toda la mierda termina
aquí. Sin duda este es mi sitio. Me desvío del camino principal por una vereda
sin asfaltar y aparco en una elevación situada frente al vertedero. Apago las
luces y dejo el motor al ralentí para que la calefacción siga funcionando.
Desde aquí puedo ver a los camiones descargar la inmundicia. Y sobre ellos un
cielo negro que no tiene fin. Me lío un porro y me lo fumo observando las
estrellas. Sobre todo a las que les da por ser fugaces… El dolor es el mismo
aquí que en el salón de casa. Perjudica de igual manera. Comienza a nevar y veo
tu cara en cada copo que cae. Cada uno de ellos contiene un gesto tuyo, una
instantánea... De pronto el motor se apaga. Me he quedado sin gasolina. Estaba
tan ensimismado en mi propia desgracia que no me he fijado que el piloto de
aviso estaba en rojo. Otra gota que añadir al vaso. Salgo al frío mortal. Abro
el maletero para coger una garrafa de plástico y dirigirme a una gasolinera.
Además de la garrafa, tengo la suerte de encontrar un viejo chubasquero que
guardo aquí desde hace tiempo. Está roto por algunos sitios y es una mínima
protección contra el frío. No obstante me alegro de poder hacer uso de él. Me
lo pongo y me siento un poco mejor. Para terminar, debajo del jersey meto las
páginas de un periódico que me ayudarán a conservar el calor. Cierro las
puertas del coche y me pongo en camino. Calculo que estoy a unos cinco
kilómetros de la gasolinera más cercana. Ahora mismo mi punto de luz está en
esa gasolinera. Cada vez nieva más. Acelero el paso. Me castañean los dientes y
tengo congelada la mano con la que sujeto la garrafa. Cambia el viento y me
llega toda la fetidez del estercolero. Los copos de nieve se me quedan
adheridos y me duele la cabeza de tanto frío.
Después de hora y media caminando bajo
la ventisca llego a la gasolinera. Casi no puedo andar por la hipotermia. Antes
de llenar la garrafa en el surtidor, decido entrar en el bar y tomar algo
caliente que me devuelva la vida. El local está casi vacío, a excepción del
camarero y unos pocos noctámbulos. Me acerco a la barra y pido un café con
leche doble, muy caliente. Pongo especial énfasis en el “muy” para que el
camarero comprenda que lo quiero hirviendo.
-Mala noche,
¿eh?
-La peor.
Ocupo una de las mesas. Aún estoy helado
y tirito. El café está demasiado caliente para beberlo. Mientras espero que se
enfríe sigo aferrado al vaso con ambas manos para absorber el calor a través de
ellas. Dos tipos que están sentados al fondo suben el tono de sus voces y
empiezan a discutir. Me quedo con sus movimientos de mandíbula e intuyo que han
tomado algún tipo de anfetamina. El más alto pierde la paciencia y poniéndose
en pie grita:
-Céline no era
antisemita, entérate.
Aparta la silla de una patada y se
dispone a salir. Al pasar a mi lado, algo cae del bolsillo del abrigo que se
está poniendo. El tipo sale del local sin percatarse de lo que ha perdido. Es
un libro de la Editorial Lumen: -Norte-
de Louis-Ferdinand Céline. Un ejemplar que lleva años agotado y que es difícil
de conseguir. Además es el único que me falta para completar su trilogía. No lo
dudo, lo recojo del suelo y me lo escondo debajo del impermeable. Echo una
sutil mirada para ver si alguien me ha visto. Todos están a lo suyo. Solo por
este regalo merece la pena la caminata que me he dado hasta aquí, el frío que
he pasado y el que me queda por pasar en el viaje de vuelta.
Unos minutos después, el tipo alto
regresa al local. Se acerca a su colega y le pregunta por el libro.
-¿Dónde está mi
libro?
-Y a mí qué coño
me cuentas.
Se pone a buscarlo debajo de la mesa y
por los alrededores. Evidentemente no lo encuentra porque lo tengo yo.
-Hace un momento
lo tenía y cuando he salido ya no estaba.
-Pues yo no lo
tengo.
-¡ME CAGO EN
DIOS!
Sigue mirando debajo de las mesas,
apartando las sillas sin miramientos. El camarero se ve obligado a poner orden.
Discuten y trata de sacarlo del local. El alto no quiere irse sin recuperar lo
que es suyo. Pierde los nervios. Hay un conato de pelea entre ambos. Entonces
el tipo agarra una botella por el cuello. La revienta contra la barra y con los
restos amenaza al camarero. Este retrocede, coge la bandeja de servir las
bebidas y se protege con ella a modo de escudo. El alto insiste.
-Devolvedme el
puto libro.
No me cabe la menor duda de que va
puesto de cristal. Nadie en su sano juicio se comporta así por un libro, aunque
sea de culto y esté agotado. Yo permanezco callado, parapetado detrás del vaso
de café, observando la escena y preguntándome cómo acabará todo. De pronto el
tipo se dirige a mí.
-¿Lo tienes tú?
Me hago el tonto.
-¿El qué?
-El libro,
joder.
-No lo tengo
-Mierda… ¿Y
dónde está?
No me molesto en contestar porque la
última pregunta la hace extensible al resto de concurrencia. Al no obtener
respuesta, se planta delante de la puerta del local y lanza un ultimátum.
-Pues hasta que
aparezca, os juro por mis muertos que nadie va a salir de aquí.
El camarero amenaza con llamar a la
policía. El alto no se acobarda y sigue en sus trece. De pronto, la puerta del
local se abre a sus espaldas. El tipo se asusta e instintivamente ataca a la
joven que acaba de entrar. Le clava los cristales en la base del cuello, justo
por encima de la clavícula. La chica cae sobre su pareja. Ocurre tan deprisa
que a todos nos cuesta un momento asimilar lo que está pasando. Aprovechando el
desconcierto el agresor huye del local. La mujer herida sangra abundantemente.
Su acompañante intenta taponarle la herida con las manos. El camarero se acerca
con un paño limpio. Tampoco con eso logran detener la hemorragia. El joven nos
grita que llamemos a una ambulancia, que por favor venga un médico. Céline era
médico… El camarero corre al teléfono y hace la llamada. Al ver tanta sangre,
el estómago se me revuelve y vomito una papilla de pelo y bilis que aún
guardaba en las entrañas. No puedo seguir presenciando esto. Suficiente
desgracia arrastro ya. Me pongo en pie y rodeando a la pareja salgo de la
cafetería. Al abrir la puerta me pringo la mano con una de las salpicaduras de
sangre. Pobre chica, me siento culpable. Fuera ha dejado de nevar y no hace
tanto frío. Me acerco a los aseos para lavarme, pero antes saco el libro. Abro
la cubierta y en la página en blanco que sigue estampo la mano ensangrentada.
Un recuerdo indeleble de este viaje mío al fin de la noche. La primera sin ti.
La más dolorosa y difícil de superar. Pese a ello, no pienso rendirme.
Intentaré encontrar el punto de luz. Hasta que lo haga caminaré a ciegas, como
lo he hecho esta primera noche que ya se acaba.
Cuando estoy llenando la garrafa en el
surtidor llega la ambulancia. Menos mal. Mientras pago les veo cargar con la
chica en la camilla. Parece que han llegado a tiempo. Me alegra. La ambulancia
arranca y se incorpora a la carretera. Espero que se recupere. Me giro y en el
horizonte veo despuntar el sol. ¿Será ese el punto de luz que estoy buscando?
No lo sé. Pero ya que me cae de camino, oriento mis pasos hacía él.
pepe pereza
miércoles, 25 de noviembre de 2015
EL AULLIDO
Mis padres murieron en un accidente. No entraré en detalles. Solo diré
que quedé huérfano, mis tíos me acogieron y tuve que trasladarme a aquel
bosque. Recuerdo la angustia que arrastraba conmigo en el tren que me llevó
hasta allí. El miedo a lo desconocido y ser consciente de que era el principio
de una nueva vida. Cuanto más me alejaba de mi ciudad natal, más desprotegido y
asustado me sentía. Estaba aterrado. Según avanzaba el tren me dio la
impresión de que retrocedíamos en el tiempo. Cada estación que dejábamos atrás
era como desandar un par de décadas. Con cada kilómetro recorrido el paisaje
iba envejeciendo, y las gentes, aunque no más viejas en edad, si degeneraban en
cuanto a época y moda.
Sabía que tenía que apearme en una aldea llamada Peñas de Cameros
pero, al llegar a la pequeña estación el letrero rezaba: Penas de Cameros.
Pregunté al revisor y me aclaró que el rabito de la “ñ” se había borrado, de
ahí mi confusión.
Se suponía
que mis tíos estarían esperándome. Sin embargo, nadie acudió a darme la
bienvenida. Me adentré en la villa. Era pequeña y las gentes que la habitaban
tenían el rostro triste y amargado. No vi a nadie con una sonrisa en la boca.
Pensé que deberían olvidarse definitivamente del rabito de la “ñ”. Penas de
Cameros se ajustaba perfectamente al ánimo de sus oriundos. No tenía ni idea de
dónde vivían mis tíos. Pregunté a una anciana que estaba a la puerta de su
casa. Al oír el nombre de mis familiares, la vieja se persignó y se encerró en
la vivienda, dejándome con la palabra en la boca. No sabía qué pasaba y aquello
me pareció de lo más extraño. Volví a preguntar, esta vez a un hombre que
transitaba por allí.
-Chaval, olvídate de esos malnacidos y regresa por dónde has venido.
Esa fue la
respuesta que recibí. ¿Malnacidos? ¿A qué se estaba refiriendo? Entonces vi a
un cura y me acerqué a él. Me informó de que mis tíos no vivían en el pueblo
desde hacía años. Por lo visto, tuvieron problemas con los vecinos y se vieron
obligados a mudarse al bosque. Algo relacionado con un intento de violación a
una niña de cinco años por parte de mi primo. Me dijo que para llegar hasta
ellos tenía que salir del pueblo por un camino que llevaba a las montañas,
desviarme a la derecha por el sendero que se adentraba en el bosque y seguirlo
hasta dar con la vivienda. El párroco me sugirió que me diese prisa en llegar,
no fuera que se echase la noche encima, advirtiéndome, además, de que el lugar
era peligroso. Dejé el pueblo atrás y puse rumbo a las montañas. El otoño
estaba en las últimas y las temperaturas habían bajado considerablemente. Me
abotoné el abrigo y seguí caminando. Al llegar a lo alto de una colina pude ver
el bosque extendiéndose a lo largo del paisaje. Tenía un aspecto tenebroso y
los sonidos que brotaban de su interior no invitaban a adentrarse en él. Llegué
al desvío y tomé el sendero que conducía a una variada frondosidad de ocres y
marrones. Me detuve frente a las lindes de la arboleda y sentí un escalofrío.
Algo me decía que debía regresar. ¿Regresar? ¿Dónde? Mis tíos eran la única
alternativa. Me armé de valor y avancé por la senda. A cada paso, la vegetación
iba devorando parte del camino, hasta el punto de reducirlo a una delgada línea
no más ancha que mis pies. Me dolían los brazos de cargar con la maleta y
cualquier sonido me ponía el vello de punta. Yo era un chico de ciudad y estaba
fuera de mi ambiente. El sol empezó a ocultarse. Aceleré mis pasos.
De pronto la vegetación se abrió a una zona despejada de árboles. En
medio estaba situada la propiedad de mis tíos. Pude ver los corrales con las
ovejas, el establo y la vivienda, hecha de adobe y madera. Esa va a ser mi casa
de ahora en adelante, me dije. Rodeé la
verja y entré. Pasé por delante de la morada pero no vi a nadie. Llamé a la
puerta. No abrieron. Entonces me pareció escuchar voces que venían de la
cuadra. Dejé la maleta frente a la entrada y me dirigí al establo. Según me
acercaba escuché claramente a un par de personas. También unos escalofriantes
mugidos. Al asomarme, vi a una mujer que era el mismo retrato de mi madre. Sin
duda era mi tía. Tenía el brazo metido hasta más allá del codo en el culo de
una vaca y hurgaba dentro de sus entrañas. Le acompañaba un joven corpulento:
mi primo. Por su fisonomía y su comportamiento supe que era deficiente mental.
Ambos estaban tan pendientes de sus actos que no se percataron de mi presencia.
Mi tía introdujo el brazo hasta el hombro en el interior de la vaca.
-El ternero viene de culo.
Mi primo
contestó con gruñidos y frases ilegibles. Parecía nervioso, con una mano se
rascaba la cabeza mientras que con la otra se golpeaba la frente con la palma
abierta. No me atreví a intervenir, continué asomado a la puerta observando la
escena en silencio.
Desgraciadamente,
el ternero nació muerto. Lo achacaron a mi llegada. Es un mal fario, dijo mi
tío cuando más tarde llegó acompañado del veterinario.
Después de cenar me obligaron a compartir cuarto y cama con el
deficiente. El insensato no tuvo reparos en masturbarse estando yo tumbado a su
lado. Cerré los ojos y me tapé los oídos, pero aun así notaba cómo el colchón
subía y bajaba. Echaba de menos a mis padres y a mis amigos. Añoraba mi
habitación, mi cama, mis cosas… Tenía que ser fuerte y adaptarme. No quedaba
otro remedio. Debía dejar atrás mi anterior vida y empezar de nuevo. Por fin,
mi primo calmó sus ardores y al rato se quedó dormido. Yo no pude, estaba
demasiado alterado. Desde la cama observé la ventana y a través de ella un
cielo plagado de estrellas. Nunca había visto tantas. Por encima de los
ronquidos me pareció escuchar un aullido. Me levanté, me acerqué al ventanal y
lo abrí. Efectivamente, era un aullido, claro y nítido, atravesando la curva de
la noche. Mi nueva vida también incluía lobos.
De madrugada, mi tío partió con el rebaño. Desde la cama le escuché
arengar a las ovejas para que saliesen del corral. Mi primo no estaba. Había
dejado una mancha de saliva en su lado de la almohada. De pronto entró mi tía.
-¿A qué esperas para levantarte? Aquí nos ponemos a trabajar al alba,
así que espabila.
Me puso a
limpiar el establo. En cuanto terminé, me ordenó cavar una fosa detrás de la
cuadra para enterrar el ternero muerto. Después de estar un rato cavando, tenía
las manos llenas de ampollas. A pesar de ello, seguí con la tarea. No quería
que me tachasen de blandengue. Cuando acabé, se lo hice saber a mi tía. Fuimos
en busca del novillo pero había desaparecido. Según ella se lo había llevado mi
primo. Los buscamos por toda la granja y los encontramos ocultos entre unas
alpacas de heno. Mi primo tenía consigo el cadáver. Por alguna razón que desconozco, se
había encariñado de él y no había manera de quitárselo. Tratamos inútilmente de
convencerlo, pero se aferraba al becerro como si le fuera la vida en ello. Como era más fuerte que nosotros y tuvimos que rendirnos.
-Ya verás cuando venga tu padre.
Mi tío
regresó con el rebaño al final del día. Mi tía no
perdió tiempo y le contó lo sucedido. El tema se zanjó con una brutal paliza.
El padre se impuso al hijo y, por fin, pudimos enterrar el cadáver en el hoyo
que yo había cavado.
Aquella noche el dormitorio fue solo para mí. A mi primo lo castigaron
encerrándole en el establo. Agradecí un poco de intimidad. No obstante, estaba
tan cansado que me quedé dormido en cuanto me metí en la cama.
A la mañana siguiente encontramos la puerta de la cuadra reventada y
la zanja vacía. Mi primo y el becerro habían desaparecido. Lo buscamos por la
casa y alrededores. Todo indicaba que se había internado en el bosque. Mi tío y
yo dedicamos la mañana entera a seguir su rastro. No pudimos dar con él.
Después de comer, continuamos buscando. Al caer la noche, tuvimos que regresar.
Mi tía estaba muy preocupada. No era para menos, el frío y los lobos eran
amenazas palpables que debían tenerse en cuenta.
-Tranquila, mujer, no es la primera noche que la pasa en el bosque.
Seguro que estará bien.
No supimos
nada de él en dos días. Al tercero regresó escoltado por una pareja de la
guardia civil. Por lo visto aquella misma mañana apareció en el pueblo cargando
con el ternero.
Cuando los
beneméritos se fueron fue el turno de mi tío. Se quitó el cinturón y golpeó con
la hebilla a su vástago. Así hasta que mi primo fue reducido y soltó el
becerro. Después fue conducido hasta el establo. Una vez ahí, le ajustaron una
cadena alrededor del cuello y le pusieron un candado. El otro extremo de la
cadena estaba firmemente anclado a una viga.
Esa misma tarde mi tío y yo nos adentramos en el bosque para poner fin
de una vez por todas al problema del ternero. El plan era abandonar el cadáver
a varios kilómetros para que las alimañas se encargasen de él. Así lo hicimos.
De regreso, mi tío hizo algo que llamó mi atención: se acercó a un árbol,
olfateó el tronco y meó sobre la corteza que acababa de olisquear. Solamente
dejó salir un pequeño chorro, el resto se lo guardó.
-A los lobos, si quieres que te entiendan, hay que hablarles en su
idioma.
Hacía cinco
días que vivía con ellos y era la primera vez que me dedicaba una frase de más
de tres palabras. Llegamos a otro árbol y repitió la misma escena, es decir: lo
olió y vertió un chorro de meada sobre el tronco.
-Hay que dejarles claro que tú meas más alto que ellos. Así sabrán que
este no es su territorio y dejarán en paz a nuestras ovejas.
Mi tío
había sido pastor desde niño. Según él, los lobos jamás habían atacado a sus
rebaños. De pronto se puso en guardia. Había visto algo. Se agachó muy
despacio, cogió una piedra del suelo y la lanzó. El pedrusco dio en el blanco:
una liebre que tuvo la mala suerte de pasar por ahí.
-Ve a buscarla.
Me acerqué
hasta el animal. Aún vivía. Tenía espasmos en las patas traseras y sangraba por
las orejas y la nariz. Percibí el miedo en sus ojos. Yo también lo tenía. Era
la primera vez que veía agonizar a un ser vivo.
-¿A qué esperas para cogerlo?
No me
apetecía tocar a la liebre. Ni mancharme de sangre. Vomité. Fue él mismo quien
se encargó de coger la pieza. La levantó del suelo y con un golpe de mano le
rompió el cuello. Volví a vomitar.
Esa noche la cena consistió en un guiso de liebre con patatas. No
quise probar bocado.
Al día siguiente mi primo fue puesto en libertad. En cuanto lo
soltaron se puso a buscar al ternero por toda la zona. Probó a escavar con sus
manos en varios sitios que él mismo eligió al azar. Al ver que no lo encontraba
gruñó y berreó, pataleó, se golpeó la cabeza con los puños, e incluso se
arrancó algunos mechones de pelo. Todo fue inútil. Finalmente se ocultó entre
las alpacas de heno y allí pasó el resto de la jornada.
Pasaron los días y cayó la primera nevada. Acondicionamos el establo y
trasladamos las ovejas dentro. El trabajo era duro pero según transcurrían las
semanas me iba acostumbrando a mi nueva vida. Los modales bruscos y primitivos
de mis tíos ya no me lo parecían tanto. Lo peor era tener que compartir cama
con mi primo. El depravado seguía masturbándose sin importarle que yo estuviera
a su lado. Eso no dejaba de cohibirme e inquietarme. Y sucedió que una de esas
noches mi primo me violó. Estaba durmiendo. De pronto noté un peso encima.
Enseguida tomé conciencia de sus intenciones. Traté de resistirme pero él era
más fuerte. Además, me había cogido por sorpresa y me tenía totalmente
sometido. Quise gritar. Lo impidió tapándome la boca con su manaza. Recuerdo
que le olía a semen rancio. Nada pude hacer. Me sodomizó sin miramientos.
Cuando terminó se dio la vuelta y al poco se quedó dormido. Fui incapaz de
moverme o tomar represalias. Estaba tan cohibido, tan conmocionado, tan
humillado… que solo pude llorar. Lo hice durante toda la noche. A la mañana
siguiente me levanté como si no hubiera pasado nada. Delante de mis tíos me
comporté con naturalidad y no les dije ni palabra del asunto. No obstante, el
dolor y la vergüenza iban por dentro. Debía aguantar, entre otras cosas porque
había jurado vengarme.
Me desperté sobresaltado. Había tenido una pesadilla, pero nada más
abrir los ojos mi mente borró todo registro de ella. Tan solo quedó una imagen:
Un árbol de navidad decorado con vísceras y restos humanos. En lugar de
espumillón había intestinos. Orejas cortadas, dedos amputados, globos oculares
sustituían las típicas bolas de colores. En vez de una estrella coronando el
árbol, estaba un corazón sangrante que aun palpitaba… El dormitorio estaba en
penumbra. Todavía era de noche. Pensé en mis padres. Quizás porque iban a ser
las primeras navidades que pasaría sin ellos. Los echaba de menos. Qué lejos
quedaban aquellos días felices. Miré a mi primo. Dormía con la boca abierta. Lo
odiaba profundamente por lo que me había hecho. Cada vez que lo veía me hervía
la sangre. Sentirlo en la misma cama me asqueaba y a la vez me aterraba. Tenía
miedo de que volviera a violarme. Por las noches no pegaba ojo, pendiente en
todo momento de cualquiera de sus movimientos.
Mis temores
se vieron confirmados la noche antes de navidad. Estaba tan cansado que, sin
querer, me quedé dormido. Mi primo aprovechó el descuido y quiso follarme por
segunda vez. Sabía que resistirme no iba a valer de nada. Él era más fuerte,
así que esta vez utilicé la inteligencia.
-¿Te acuerdas del ternero?
Capté su
atención al momento.
-Sé dónde está escondido.
Lo tenía
encima. Notaba su verga dura sobre mi espalda.
-Si no me haces nada, te diré dónde está.
Se aporreó
la frente con los puños, como si necesitase de los golpes para poner en
funcionamiento las escasas neuronas de su cerebro. Al final me dejó libre.
Quiso que fuéramos de inmediato a por el becerro, pero le convencí de que sería
mejor esperar a que se hiciera de día.
Por la
mañana me lo llevé al bosque. Anduvimos durante muchos kilómetros entre la
espesa vegetación hasta que llegamos al chaflán de un profundo barranco.
-Está ahí. Asómate y lo verás.
El ingenuo
no cuestionó mis palabras y se acercó al borde. De una patada lo envié al
vacío. Vi su gesto de asombro mientras se precipitaba al fondo del barranco.
Finalmente se estrelló contra las rocas. En un arranque de júbilo grité a los
cuatro vientos. Dejé salir la rabia y la humillación. Mi grito fue volviéndose
un aullido. Aullé como un poseído. Para mi sorpresa a mi aullido llegó otro en
forma de respuesta. Los lobos estaban cerca. Les grité:
-Estoy aquí y he venido a quedarme.
Eché una
última mirada al cadáver de mi primo. Ese malnacido jamás volvería a hacerme
daño. Con un poco de suerte los lobos lo encontrarían y se darían un festín. En
cuanto a mis tíos, sabía que no sospecharían de mí. Darían como bueno que el
loco de su hijo se hubiera despeñado por un barranco. En cierto modo les había
hecho un favor. De regreso me paré a oler algunos árboles y a mear sobre sus
troncos, tal y como me había enseñado mi tío. Era hora de dejar mi marca. Que
todo bicho viviente supiera que ese iba a ser mi territorio. Me lo había
ganado.
pepe pereza