Jonás conduce su camión por la N232 con
destino Burgos. Es de noche y hay niebla. Por desgracia la carretera va en
paralelo al río Ebro. Es un gran inconveniente, porque la niebla nace del río mismo
y la visibilidad en las inmediaciones es prácticamente nula. Conducir en ese escenario
es un suicidio, pero Jonás se ha comprometido a entregar la carga antes de la
medianoche y está obligado a seguir con el viaje. Le quedan doscientos
kilómetros por delante, no puede perder ni un minuto.
A la altura de
Calahorra, la niebla se vuelve opaca. Tan densa que parece un muro sólido y
gris. Jonás reduce a tercera sin quitar la mirada del frente, atento por lo que
pueda surgir. Conducir en esas condiciones es un riesgo estúpido e innecesario.
Jonás lo sabe. Y aunque no quiere faltar a su palabra y entregar la carga a
tiempo, la realidad se impone. Hay un restaurante junto a la carretera. La
última vez que paró ahí tenían una tarta de queso que quitaba el sentido. Jonás
toma el desvío. El aparcamiento está vacío, así que estaciona en la zona más
cercana al local. Descansará un poco y de paso cenará. Con suerte la niebla se
habrá despejado cuando vuelva a ponerse en marcha. Jonás se apea del camión.
Hace frío y la humedad se mete en los huesos. Se abotona la cazadora y se
asegura de que todas las puertas del vehículo quedan bien cerradas.
El restaurante
está tan vacío como el aparcamiento. Por no haber, no hay nadie detrás de la
barra. El único rastro de vida, si se le puede llamar así, es el televisor
encendido que cuelga de una repisa. En la pantalla, un periodista informa sobre
cómo van los resultados de las votaciones. Hoy se han llevado a cabo las
elecciones generales. Jonás no ha ido a votar. Él cree que los políticos
actuales son una panda de ladrones que solo piensan en el beneficio propio, así
que para qué molestarse. Se quita la cazadora y se acomoda en uno de los
taburetes que están junto a la barra esperando a que aparezca el camarero.
Mientras, aprovecha para hacer una llamada con su móvil.
-Soy yo… Mal… He
tenido que parar por la niebla… Te aseguro que es como ir con una venda en los
ojos… No, no tengo ni idea de cuánto va a durar esto… A unos ciento cincuenta kilómetros… ¿Y qué
quieres que yo le haga?... No… Intentaré llegar a tiempo, pero no te aseguro
nada… Ok, nos vemos.
Jonás busca a alguien que le pueda
atender.
-¿A quién se la
tengo que chupar para que me sirvan una cerveza?-dice levantando la voz.
Se escucha el ruido de una cisterna.
Seguidamente se abre la puerta de uno de los baños y sale un hombre delgado con
la piel amarillenta. El tipo se cuela detrás de la barra sin mediar palabra. La
última vez que Jonás estuvo en el restaurante lo atendía una joven guapa y
simpática, nada que ver con el individuo de aspecto enfermizo que ahora está al
cargo.
-¿Qué va a
tomar?
-Una cerveza sin
alcohol y algo caliente para comer.
-Ahí está la
carta. Escoja lo que más le guste.
Jonás lee el menú. Realmente no tiene
hambre, pero sabe que si no cena ahora es posible que no lo haga en toda la
noche.
-Quiero el
número ocho, pero en vez de pimientos me pones doble ración de patatas fritas.
-¿Algo más?
-Eso es todo,
por ahora.
El camarero entra en la cocina. Jonás se
gira hacia el ventanal que da al aparcamiento. Da la impresión de que los
cristales estuvieran ahumados, pero no, es la niebla que sigue ahí como un muro
de humo que lo encierra todo. Apenas se puede distinguir el contorno del
camión. Jonás bebe un trago de cerveza y la escupe de inmediato.
-¡Maldita sea!
La bebida tiene un sabor extraño. Aparta
el vaso a un lado y se limpia la lengua con una servilleta de papel.
-¡Jefe!
El camarero asoma la cabeza por la
puerta de la cocina.
-¿Sí?
-Te he pedido
cerveza, no meaos.
-¿Disculpe?
-Digo que esa
mierda está podrida. He bebido un trago y de poco me enveneno.
-Ahora mismo le
pongo otra.
El camarero retira la bebida en mal
estado y la sustituye por otra. Luego regresa a la cocina. Jonás huele la
cerveza antes de probarla, cuando está seguro de que no se va a llevar otra
sorpresa, bebe. En el televisor anuncian a bombo y platillo los resultados
definitivos de las votaciones. Como era de esperar han ganado los de siempre.
Jonás no sabe de política, y por mucho que se quiebra la cabeza no logra
entender que unos ciudadanos que son robados vilmente por sus gobernantes sigan
dando sus votos a esos mismos gobernantes. Es de locos, sin embargo acaba de
ocurrir. Jonás brinda por ello. Si el país entero quiere convertirse en una
cueva de ladrones, quién es él para impedirlo.
Al
rato, el camarero sale de la cocina con la comida.
-¿Le sirvo en la
barra o prefiere comer en una de las mesas?
-Prefiero esa
mesa de ahí.
Jonás le señala la mesa que está junto
al ventanal que da al aparcamiento. El camarero deja el plato sobre la mesa elegida.
Jonás toma asiento. El filete con patatas tiene buena pinta. Arremete contra la
carne y se lleva un buen trozo a la boca. Está tierna y en su punto exacto de
sal. Las patatas que lo acompañan también están exquisitas.
-Jefe, esto está
de puta madre. Mis felicitaciones al cocinero.
El camarero levanta el pulgar, pero lo
hace sin ningún entusiasmo. Jonás devora la comida. Toda la inapetencia que
sentía hace unos minutos ha desaparecido, de repente tiene tanta hambre que se
comería un caballo entero. Por su parte, el camarero se apoya en una de las
cámaras frigoríficas y con el mando a distancia va cambiando de canal. En todas
las cadenas están con el tema de las elecciones. Finalmente desiste, deja el
mando donde estaba y desaparece detrás de la puerta de la cocina. Jonás apura
el vaso de cerveza.
-Jefe.
El camarero sale de la cocina expulsando
una bocanada de humo por la boca. Jonás le muestra el vaso vacío. El camarero
coge un nuevo botellín de cerveza sin alcohol, lo vierte en un vaso y se lo
acerca a Jonás.
-¿Algo más?
-Cuando acabe
con esto necesitaré un café muy cargado, pero no hay prisa.
-Entonces, esperaré
a que termine.
Jonás señala con el tenedor hacia la
niebla que se ve por la ventana.
-¿Esto es normal
por aquí?
-En estas
fechas, sí.
-¿Tardará mucho
en escampar?
-Quién sabe.
Ayer estuvo así durante toda la noche.
Jonás tuerce el gesto. No le gusta lo
que acaba de escuchar. El camarero regresa a la cocina a terminar el cigarro
que ha dejado a medias. Jonás mira con preocupación por la ventana. Sabe que su
camión está aparcado a unos pocos metros, aunque debido a la niebla le es
imposible distinguirlo. La niebla en lugar de disiparse lo que está haciendo es
ganar en solidez. Desde donde está Jonás parece que algo la estuviera
comprimiendo contra el cristal de la ventana. La cosa está mal y tiene pinta de
ir a peor. No tenía que haber parado,
se dice a sí mismo mientras mastica un pedazo de carne.
Jonás acaba de
comer y retira el plato a un lado de la mesa. Eructa con satisfacción. A pesar
del fastidio de la niebla, reconoce que la cena ha merecido la pena.
-Jefe ¿Qué hay
de ese café?
El camarero sale de la cocina y va
directamente donde está la cafetera.
-Recuerda que lo
quiero con extra de cafeína-dice hurgándose entre los dientes con un palillo.
El camarero empieza a cansarse de las
exigencias de Jonás, pero dado que es su único cliente opta por seguir haciendo
su trabajo procurando no enfadarse. Una vez que la cafetera ha vertido el
líquido negro dentro de la taza, el camarero la acompaña de un plato, una
cucharilla y un sobre de azúcar y lleva todo el conjunto a la mesa de Jonás.
-¿Con el doble
de cafeína?
El camarero asiente resignado.
-Necesitaré otro
sobre de azúcar.
El camarero se dirige a la barra y desde
ahí lanza a Jonás el sobre de azúcar. Éste lo atrapa al vuelo. En el televisor
el presidente electo saluda a sus fieles desde el balcón de la sede del
partido. Es bien sabido que esa sede que ha sido pagada con dinero negro, es de
dominio público, sin embargo la multitud que jalea a su líder con un entusiasmo
que roza el fanatismo parece que se ha olvidado de ese detalle. Jonás no logra
comprenderlo, por mucho que se esfuerza sus neuronas no consiguen encontrarle
lógica.
-Jefe, quita esa
mierda y busca algo que se pueda ver.
-En todas las
cadenas están con lo mismo.
-Pues, no sé,
quita la tele y pon música.
-A mí me interesa
lo que están diciendo.
Por un momento mantienen un duelo de
miradas. Hasta que el camarero vuelve a girarse para seguir viendo la tele. Jonás
echa los dos sobres de azúcar en la taza de café y le da vueltas con la
cucharilla. Mira por la ventana, pero es como mirar a una pared de hormigón.
-Puta niebla de
los cojones.
Al camarero se le escapa una pequeña
sonrisa. Saber que su cliente está en apuros por culpa de la niebla le produce
una agradable sensación. Jonás se levanta de la silla y entra en los servicios.
Cuando está
sentado en la taza del váter suena su móvil.
-
Dime…
Sigo aquí, parado… Ahora mismo es imposible conducir… No te preocupes, en
cuanto pueda me echo a la carretera… Vale… Ok, nos vemos.
Deja el móvil en el bolsillo de su
pantalón y se concentra en vaciar sus tripas.
Cuando
Jonás sale de los servicios se encuentra con el restaurante en pleno ajetreo.
Ha parado un autobús en la misma entrada y hay una docena de personas
repartidas por todo el local. Si no fuera por la decoración y por la cara
enfermiza del camarero, Jonás diría que se encuentra en un garito diferente al
que estaba. Desde ahí observa cómo el camarero va de un lado a otro de la barra
atendiendo a los viajeros. Al fondo, está el conductor del autobús, reconocible
en todo momento por su uniforme de empresa. Jonás se acerca hasta él.
-¿De dónde
venís?
-De Valladolid.
-¿Cómo estaba la
carretera? ¿Había niebla?
-Desde el Puerto
de la Pedraja hasta aquí hemos tenido niebla cerrada durante todo el camino.
-Entonces, no me
aconsejas salir ahora.
-Nosotros hemos
llegado vivos de milagro. Pensaba que no lo contábamos. Yo no pienso mover el
autobús de aquí hasta que se vaya la niebla.
-El camarero me
ha dicho que ayer estuvo así durante toda la noche.
-Me da lo mismo,
como si se tira toda la semana. No vuelvo a la carretera en estas condiciones
ni de coña.
Jonás le agradece la información y
vuelve a ocupar su mesa. Su café se ha enfriado. Hace amago de pedir otro, pero
el camarero está demasiado ocupado. En el televisor el presidente elegido
democráticamente por su pueblo habla de un futuro lleno de luz y esperanza.
Jonás mira por la ventana y lo único que ve es niebla.
pepe pereza