jueves, 2 de abril de 2009

EL BOSQUE (corte I)

Debía admitirlo. Se había perdido en aquel maldito bosque. Miró a su alrededor y solo vio una inmensa y anárquica masa vegetal que lo rodeaba. Llevaba horas andando y no tenía ni idea de dónde estaba el camino de regreso al pueblo. Aun así, no estaba asustado ni preocupado. En la mochila llevaba suficientes alimentos para pasar unos días. También llevaba su saco de dormir de alta montaña, con lo que el calor estaba garantizado por las noches, por muy frías que fueran. Además del camping gas y la tienda de campaña plegable, iba bien preparado. Sus ropas y calzado eran los adecuados para esas fechas (finales del invierno), así que no tenía por qué preocuparse. Había salido a primera hora de la mañana con el objetivo de estar solo y pasar el fin de semana alejado de todo y de todos. Pues bien, hasta ese momento lo había conseguido. Lo mejor era olvidarse de su desorientación y más adelante ya se encontraría con alguien que le podría orientar. Siguió andando, adentrándose cada vez más en la espesura del bosque. Llegó a un pequeño claro y se sentó a descansar sobre un tronco caído. Desde su partida no había comido nada, así que aprovechó y comió unas cuantas galletas y un par de barritas energéticas. Una ligera brisa trajo el olor de la hierba mojada y del musgo rancio. Miró al cielo. No faltaba mucho para que anocheciera y decidió acampar allí mismo. Montó la tienda y recogió leña para el fuego.
Sentado al amparo de la hoguera se dio cuenta de que el saberse perdido, en vez de alarmarle, le producía el efecto contrario. La sensación de no saber dónde se encontraba le daba una calma y una serenidad que no había experimentado en años. Era como si el mundo que él conocía se hubiera evaporado y solo existiese la armonía y la complejidad del bosque. Era como quedarse solo en el planeta. Nadie dependía de él y él no dependía de nadie, excepto de sí mismo. Le gustó esa sensación. Echó un pedazo de leña a la hoguera y observó las chispas que volaron en espiral hacia las estrellas.
A la mañana siguiente se levantó al alba. Había dormido bien y se encontraba en plena forma. Avivó el fuego y se preparó unos huevos fritos con beicon. Mientras se comía los huevos y el beicon, la cafetera empezó a silbar y él la aparto del fuego. Después de beberse un par de tazas de café recogió todo, apagó la hoguera y se puso en camino. Eligió la parte más frondosa del bosque para internarse dentro. A media mañana le asaltó una pregunta: ¿Y si no regresaba nunca? Pensó en ello detenidamente. No estaba obligado a regresar. ¿Para qué iba a regresar? El mundo que conocía nunca fue de su agrado. Habían bastado unas pocas horas en el bosque para darse cuenta de que todo lo que dejaba atrás carecía de valor. No recordó la última vez que se sintió tan vivo como lo estaba en esos momentos. Llegó a la ribera de un riachuelo. Bebió de sus aguas y descendió siguiendo por la orilla izquierda. Ambas orillas estaban flanqueadas por helechos que le llegaban a la altura de la cintura. Siguió el curso del riachuelo apartando la espesa vegetación. A cada paso que daba sentía el gozo gratificante de la libertad absoluta. Notaba como sus instintos más ancestrales se iban acomodando dentro de él y como el bosque le acogía como si fuese una más de sus criaturas. Mirase donde mirase todo era belleza y armonía. Un sentimiento fue brotando de su yo más profundo hasta que escapó por la garganta en forma de grito. Un grito de felicidad. Una declaración en toda regla de que él pertenecía al bosque. Unos metros más delante, el riachuelo giraba a la derecha dejando una pequeña playa libre de vegetación. Llegó a la playa y se sentó en la arena. No es que estuviera cansado, simplemente le apetecía contemplar el paisaje con detenimiento. Al rato de estar sentado, vio que en la otra orilla la maleza se apartaba para dejar paso a un inmenso ciervo con poderosa cornamenta. El animal se acercó a la orilla y bebió. Tan solo estaba a unos pocos metros de distancia. Él lo observó en silencio, tratando de no espantarle. En un momento dado el ciervo levantó la cabeza y se quedó mirándolo. Ambos se miraron. Después, el ciervo dio media vuelta y tranquilamente se fue por donde había venido. Se sintió tan dichoso que estuvo a punto de volver a gritar. Era tal el cúmulo de emociones que permaneció sentado en la arena durante casi una hora, asimilándolas. Allí, sentado en la playa, tuvo la certeza de que jamás abandonaría el bosque. Fue consciente de que era la decisión más importante de su vida, sin embargo no le costó ningún esfuerzo tomarla. Definitivamente se quedaría a vivir allí, en el bosque…

Continuará

13 comentarios:

  1. Bienvenido, señor Pereza, a este lado del mundo. Suerte con ASPEREZAS, que la tendrás, sin duda .

    Luis Miguel

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  2. Pepe, muchas gracias y mucha suerte para tu nuevo blog, lo estábamos esperando.

    Patxi

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  3. pepe saludos desde los madriles,
    estamos técnicamente de parto,

    en breve os doy la buena nueva.

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  4. Bienvenido, muchacho... Hace tiempo que te esperábamos...

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  5. Gracias por darme la oportunidad de conocerte mejor a través de este nuevo espacio, he oído mucho hablar de ti, y casi todo bien, je, je...

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  6. Me uno al coro de bienvenida... Esto promete...

    Un abrazo

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  7. Qué alegría, amigo, ya era hora. Muchos esperábamos este espacio. Salud!

    C.

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  8. Gracias a todos, amigos. Espero o defraudaros y estar a la altura.
    Un abrazo enorme a todos, en especial a Mª Jesús (Alfaro) por su paciencia y ayuda para crear este blog.

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  9. ¿Ves? todo va perfecto, y además cuántos estaban esperándote.
    Un abrazo.

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  10. Fuerte abrazo, Pepe.
    La vida es cuento.
    Salud!!!

    Te linkeo ahora mismo en el blog del Laberinto (dedicado al cuento):
    http://ellaberintodenoe.blogspot.com/

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  11. Vengo del Blog de Alfaro. Me alegro que por fin te hayas decidido a abrir uno...ya verás ya, es toda una experiencia.

    Voy a por el siguiente, que esto promete!

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