Evaristo estaba sentado en el sofá viendo las noticias de la noche. El presentador anunciaba, con evidente preocupación, que debido a la sequía, lo más seguro es que hubiese algunos incendios. A Evaristo le gustaba ver las noticias mientras hacía la digestión. Esa noche para cenar se había metido entre pecho y espalda dos platos de callos. Para cualquier otro, eso habría sido una exageración, pero para él solo era un tentempié. Pesaba ciento cincuenta y seis kilos y medía más de dos metros de estatura. Su mujer, Clara, había tratado mil veces, sin éxito, ponerle a dieta, pero él era un saco sin fondo donde se podía vaciar la nevera entera. De pronto, Evaristo empezó a sentir un ligero ardor de estomago al que no dió ninguna importancia. Al rato comenzó a sudar. El ardor de estomago empezaba a resultar bastante molesto. Tendría que haber hecho caso a su mujer y no abusar tanto del picante. Clara fregaba los platos en la cocina intentando memorizar la compra que tendría que hacer al día siguiente.
- Clara, hazme una manzanilla.
- Ya te dije que no te echases tanto picante… - Le gritó Clara desde la cocina. –…En cuanto termine de fregar, te la llevo.
Evaristo sudaba cada vez más, grandes chorretones de sudor le caían empapándole la camiseta. Sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se secó cuello y cara. Intentó incorporarse del sofá pero sólo logró soltar un eructo. Los gases de su estomago al abandonar su boca lo hicieron en forma de un pequeño fogonazo azul, parecido a los que echan los dragones de los dibujos animados. Nunca antes le había pasado algo parecido. Intentó, de nuevo, incorporarse pero las fuerzas no le respondían. Seguía sudando a mares y su rostro se fue volviendo rojo intenso. Llamó a su mujer pidiendo ayuda.
- Claaaraaaaa…
- Enseguida te la llevo, déjame terminar con ésto. - Le contesto ella desde la cocina.
Un pequeño chispazo de electricidad estática producido por el roce con el sofá fue el detonante de la combustión espontánea. Evaristo no pudo hacer nada, en cuestión de segundos estaba ardiendo como una gran antorcha humana. Minutos después, cuando Clara le llevó la manzanilla, comprobó aterrada que el salón estaba lleno de humo negro. En el sofá había un gran ronchón aún incandescente y en el suelo estaban las zapatillas de andar por casa de su marido, que calzaban dos pies que terminaban en unos tobillos carbonizados. El resto de su marido era ceniza.
- Clara, hazme una manzanilla.
- Ya te dije que no te echases tanto picante… - Le gritó Clara desde la cocina. –…En cuanto termine de fregar, te la llevo.
Evaristo sudaba cada vez más, grandes chorretones de sudor le caían empapándole la camiseta. Sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se secó cuello y cara. Intentó incorporarse del sofá pero sólo logró soltar un eructo. Los gases de su estomago al abandonar su boca lo hicieron en forma de un pequeño fogonazo azul, parecido a los que echan los dragones de los dibujos animados. Nunca antes le había pasado algo parecido. Intentó, de nuevo, incorporarse pero las fuerzas no le respondían. Seguía sudando a mares y su rostro se fue volviendo rojo intenso. Llamó a su mujer pidiendo ayuda.
- Claaaraaaaa…
- Enseguida te la llevo, déjame terminar con ésto. - Le contesto ella desde la cocina.
Un pequeño chispazo de electricidad estática producido por el roce con el sofá fue el detonante de la combustión espontánea. Evaristo no pudo hacer nada, en cuestión de segundos estaba ardiendo como una gran antorcha humana. Minutos después, cuando Clara le llevó la manzanilla, comprobó aterrada que el salón estaba lleno de humo negro. En el sofá había un gran ronchón aún incandescente y en el suelo estaban las zapatillas de andar por casa de su marido, que calzaban dos pies que terminaban en unos tobillos carbonizados. El resto de su marido era ceniza.
¡Genial!
ResponderEliminarSr. Pepe Pereza, esto definitivamente es lo suyo.
Abrazo, amigo.
pd: de alguna manera el efecto de llenura del pobre Evaristo, yo lo viví en carne propia... y un hombre riojano de buena fe me ayudó en tan terrible escena, quién será? jaja.
Pepe, de lo macabro a lo humorístico o viceversa, lo que pasa es que recién desayunada...
ResponderEliminarFenomenal, el poder de los callos... Lo pensaré para ahorrar en calefacción el próximo invierno.
Gracias por tus ideas.
Besazo.
Madre mía, jaja, lo que dice Begoña, de lo macabro a lo humorístico y, añado, siempre con creatividad.
ResponderEliminarAbrazos.
Carla, bonita, quiteñas de mis amores.
ResponderEliminarQue alegría me causa tu visita. Recuerdo ese día que dices y lo hago con mucho cariño. Pronto te escribiré dando respuesta a tu email y te cuento. Veo que con el paquete de libros que pienso mandarte, tendré que añadir una botella de buen rioja para que brindes a nuestra salud.
Begoña, siento mucho haberte fastidiado el desayuno. La verdad es que una ración de callos es lo menos indicado para untar en el café. En cuanto a ahorrar en calefacción, no te lo recomiendo.
Javier, amigo, tiempo atrás fui cómico en una compañía de teatro, supongo que algo de ese humor (normalmente negro) se me ha quedado.
Un besazo a los tres por la visita y por dejar constancia.
Vaya!... pero qué dices..paquete?libros? rioja?..:) no puedes camuflarte en el envío? jaja. Abrazo amigote querido. Y yo también, pronto contaré en mi blog la susodicha escena. ;)
ResponderEliminar... y a Begoña, muchas gracias por su generoso comentario en el blog de Alfonso. Ya pasaré por tu espacio. Abrazo andino.
ResponderEliminar