Paulino había sido un subalterno toda su vida. Sus escasos estudios le impedían optar a algo mejor y con el tiempo había asumido que seguiría así hasta que la jubilación lo apartase de su oficio. Pero hasta que llegase ese momento, seguiría limpiando oficinas. Como era el último mono, cualquier pichicato podía ordenarle limpiar lo que otro había ensuciado y él se veía obligado a obedecer sin dejar de sonreír. Tantas horas de sumisión alteran el carácter y la personalidad de cualquiera, volviéndolo débil y cobarde. Llega un momento en el que agachar la cabeza, ya no importa demasiado. Te convences a ti mismo de que lo que realmente importa es la nómina a fin de mes. Al final, en lugar de protestar por tus derechos más legítimos, clavas la mirada en el suelo y dejas que cualquiera pase por encima de tu orgullo y dignidad. Pero Paulino tenía un método para no caer en el indigno hábito de doblegarse a los demás, una válvula de escape para soltar toda la mierda que tragaba allá donde limpiaba: Sado-maso. Acudía a aquellos locales y en cuanto se calzaba la máscara de cuero, se transformaba en un tipo dominante que dando órdenes sin titubear, sometía a una puta disfrazada de señora de la limpieza. Si no era obedecido de inmediato, sacaba la fusta y azotaba las nalgas de la mujer hasta hacerlas sangrar. Entre aquellas cuatro paredes, él era el puto amo y la puta, su esclava. Con la máscara de cuero él era un hombre que ostentaba un gran poder. Un poder de alquiler y pagado de antemano pero néctar vigorizante para su orgullo y dignidad al fin y al cabo. La puta lamía literalmente sus botas mientras él, henchido de satisfacción, le gritaba:
- ¿Quién es tu puto amo?
- Tú y solo tú. – Le contestaba la puta.
Paulino era consciente de que todo era un juego, pero las palabras de la puta le sabían a gloria bendita. Allí, con ella, él era un h-o-m-b-r-e, no un empleado encargado de limpiar la mierda que otros con demasiada prisa dejaban flotando al fondo del retrete.
- ¿Quién es tu puto amo?
- Tú y solo tú.
- ¡Dilo más alto! – Gritaba Paulino.
- ¡¡TÚ!! - Gritaba la puta.
- ¡Más alto, qué te oiga todo el mundo!
- ¡¡¡TÚ, TÚ Y SOLO TÚ!!! - Se desgañitaba la puta.
Entonces Paulino eyaculaba en su cara, dando por terminada la sesión. En cuanto se quitaba la máscara, dejaba de ser altivo y arrogante y volvía a su personalidad habitual. Salía del local con la cabeza gacha y la mirada clavada en el suelo para no encontrase de frente con las miradas de los que no tenían que recoger la mierda ajena. Llegaba a su minúsculo apartamento pagado con cientos de miles de horas limpiando baños y suelos, y se metía en la cama a esconderse de la miserable vida que le había tocado vivir. Al día siguiente, mientras limpiaba lo que otros ensuciaban con una sonrisa perenne en su cara, pensaba en su puta favorita recibiendo el esperma en la boca y entonces su pene se levantaba como un puño en alto, protestando por tanta servidumbre, su miembro se elevaba como un estandarte inhiesto que demostraba que aun quedaba algo de orgullo y dignidad dentro de él. Y ya que él se tenía que doblegar a diario, en compensación y por justicia que su polla hiciera lo contrario.
- ¿Quién es tu puto amo?
- Tú y solo tú. – Le contestaba la puta.
Paulino era consciente de que todo era un juego, pero las palabras de la puta le sabían a gloria bendita. Allí, con ella, él era un h-o-m-b-r-e, no un empleado encargado de limpiar la mierda que otros con demasiada prisa dejaban flotando al fondo del retrete.
- ¿Quién es tu puto amo?
- Tú y solo tú.
- ¡Dilo más alto! – Gritaba Paulino.
- ¡¡TÚ!! - Gritaba la puta.
- ¡Más alto, qué te oiga todo el mundo!
- ¡¡¡TÚ, TÚ Y SOLO TÚ!!! - Se desgañitaba la puta.
Entonces Paulino eyaculaba en su cara, dando por terminada la sesión. En cuanto se quitaba la máscara, dejaba de ser altivo y arrogante y volvía a su personalidad habitual. Salía del local con la cabeza gacha y la mirada clavada en el suelo para no encontrase de frente con las miradas de los que no tenían que recoger la mierda ajena. Llegaba a su minúsculo apartamento pagado con cientos de miles de horas limpiando baños y suelos, y se metía en la cama a esconderse de la miserable vida que le había tocado vivir. Al día siguiente, mientras limpiaba lo que otros ensuciaban con una sonrisa perenne en su cara, pensaba en su puta favorita recibiendo el esperma en la boca y entonces su pene se levantaba como un puño en alto, protestando por tanta servidumbre, su miembro se elevaba como un estandarte inhiesto que demostraba que aun quedaba algo de orgullo y dignidad dentro de él. Y ya que él se tenía que doblegar a diario, en compensación y por justicia que su polla hiciera lo contrario.
Todos buscamos la felicidad, cuanto más duradera mejor o mas dura, je, je...
ResponderEliminarMe gusta ese estilo, tan directo incluso escatológico que no provoca tomar distancia sino que hace que cualquiera se pueda poner en la piel del protagonista. Todos necesitamos una tabla y agarrarnos fuertemente.
Besos.
Begoña, cada uno, como bien dices, necesitamos algo a lo que aferrarnos si no estaríamos perdidos.
ResponderEliminarun beso y gracias por lo que dices.
Todos nos agarramos a algo, claro está, aunque sea a la tristeza o al dolor.
ResponderEliminarMe encanta como manejas las historias, las llevas de allí para acá, las manejas a tu antojo, las agitas, las acaricias,...y, por lo general, te sale bien.
Abrazos.
Gracias, Javier. Lo intento.
ResponderEliminarun abrazo