Allí estaban los dos, Ramón tratando de abrir la caja fuerte y Santiago vigilando la entrada del local. Santiago no podía estarse quieto y se balanceaba cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra.
- …Quieres estarte quieto de una puta vez. – Dijo Ramón perdiendo la paciencia.
- Si no he hecho nada.
- Silencio, joder. Necesito concentrarme.
Ramón pegó la oreja a la ruleta de la caja fuerte y la hizo girar lentamente. Santiago intentó tranquilizarse. Aspiró aire y lo fue soltando poco a poco.
- Pareces un búfalo, tío... Respira sin hacer ruido. – Le reprendió Ramón.
Santiago estuvo a punto de perder la paciencia. Rebuscó en sus bolsillos sin encontrar lo que buscaba. Ramón lo miró enfadado.
- ¿Qué he hecho ahora? – Se excusó Santiago.
- Ruido. No paras de hacer ruido.
- Solo estaba buscando un cigarro.
- Ni se te ocurra fumar. Ya solo faltaba que me causases un cáncer.
- No exageres.
- Silencio, joder.
Santiago estaba cada vez más irritado, aun así se quedó junto a la puerta. Ramón estiró el cuello a ambos lados para relajar sus músculos. Estaba cansado y la vista se le nublaba. Después de un breve respiro centró toda su atención en la ruleta. Santiago le miró de reojo, con desprecio. Hacia más de media hora que su vejiga estaba pidiendo un desalojo pero viéndose el percal no quería interrumpir a Ramón. Aguantaría hasta que la caja estuviera abierta. Sin darse cuenta, se puso a tamborilear con los dedos el marco de la puerta. Ramón se giró hacia él con el ceño fruncido.
- ¿Qué? – Dijo Santiago, cansado de tanta llamada de atención.
Ramón dirigió su mirada al marco de la puerta.
- Perdona… Es que estoy nervioso.
- Por favor, seamos profesionales.
- Vale.
- Solo te pido un poco de silencio.
- Que sí, tío.
Santiago sintió ganas de golpear a Ramón por cuestionar su profesionalidad, pero se contuvo y siguió vigilando la puerta. Llevaban años trabajando juntos pero en realidad, no se aguantaban. Ramón sacó un pañuelo y se secó el sudor de la frente. La caja se le estaba resistiendo. Santiago seguía esforzándose para no mearse encima.
- ¡La puta que la parió! – Dijo Ramón malhumorado. – No hay manera de abrirla…
- Ramón… ¿te importa si meo en aquella esquina? Es que ya no puedo más.
- Si, claro… siempre que no te importe dejar tu ADN por ahí.
- ¡Joder, entonces necesito ir al baño!
Se veía que Santiago estaba realmente angustiado.
- Está bien, pero ten cuidado.
- Vuelvo enseguida.
Santiago salió de la habitación a toda prisa. Ramón trató de calentar la punta de sus dedos con su aliento. Padecía un principio de artrosis y sus manos ya no eran las de antes. Diez años atrás no había caja fuerte que se le resistiera. Aprovechando la ausencia de Santiago, decidió probar suerte otra vez. Quizá lo lograse ahora que tenía el silencio que necesitaba para concentrarse. Acercó la oreja a la ruleta y la hizo girar. Tuvo el presentimiento de que lo iba a conseguir.
- ¡Animo viejo, que tú puedes! – Pensó para sí, inculcándose un poco de seguridad.
Justo en ese momento entró Santiago con el gesto congestionado y los pantalones mojados.
- ¡Joder, no me ha dado tiempo a llegar y me lo he hecho encima!
- ¡Mierda puta! Estaba a punto de conseguirlo... - Maldijo Ramón –… Contigo no se puede trabajar...
- Mira, Ramón. No me toques las pelotas que ya he aguantado suficiente.
- …Eres un inútil. No sirves para nada…
- Ramóoooon…
- …No vales ni para mantener seca la entrepierna.
- Si me he meado ha sido por tu culpa.
- ¿Por mi culpa?
- Sí. Llevamos aquí una eternidad y no eres capaz de abrir la puta caja. Si hubieras terminado ya, esto no hubiera ocurrido.
- ¿Qué quieres decir?
- Está muy claro. Ya no sirves para esto.
Ramón se puso en pie y se abalanzó sobre su compañero. Santiago esquivó la embestida. Ramón se estrelló contra una mesa, cayendo de bruces al suelo. Santiago preparó sus puños para una nueva envestida y esperó a que Ramón se levantara, pero Ramón continuó tirado en el suelo. Santiago pensó que tal vez se había hecho daño. Pasados unos segundos empezó a preocuparse.
- ¿Ramón, estás bien?...
Ramón se incorporó quedando de rodillas y de espaldas a su compañero. Santiago bajó los puños y avanzó un paso hacia él.
- ¿Te has hecho daño?...
Ramón estaba llorando. Al darse cuenta, Santiago se acercó a él y se arrodilló a su lado. Ramón clavó la mirada en el suelo y Santiago trató de consolarle.
- Venga Ramón, que no lo he dicho en serio… Lo que pasa es que me daba vergüenza por haberme meado en los pantalones y he querido pagarlo contigo…
Ramón siguió llorando, inconsolable.
- …Tú eres un artista de la profesión. Un maestro… No ha habido caja que se te haya resistido… Ramón, y no lo digo por hacerte la pelota que yo he estado de testigo.
- Lo dices en serio. - Dijo Ramón sorbiéndose los mocos.
- ¿Qué si lo digo en serio? Pues claro. No hay otro mejor que tú, Ramón. ¿Te acuerdas de aquella vez en el museo?
- Aquella fue una buena noche.
- ¿Cuántas abriste? ¿Cinco cajas?
- Fueron cuatro.
- Me da lo mismo cuatro que cinco. ¿Quién en una noche abre cuatro cajas?... Solo tú.
Santiago se puso en pie y ayudó a su compañero a incorporarse.
- Venga Ramón. Arriba ese ánimo y abre la caja.
- No sé si podré.
- Claro que sí. Eres el mejor. El puto amo.
- Antes de que entrases creo que estaba a punto de conseguirlo.
- Claro que sí, Ramón. Tú puedes.
Ramón se llevó la punta de los dedos hasta su boca y echó aliento sobre las yemas. Luego se acercó con decisión hasta la caja, pegó la oreja cerca de la ruleta y la hizo girar. Santiago se quedó quieto y en silencio junto a la puerta. A los cinco minutos la caja se abrió. Ramón lo había conseguido.
- ¡Sííííí!... – Dijo Santiago conteniéndose para no gritar de alegría. - … ¡Eres el puto amo!
Ramón sonrió orgulloso y se apartó para cederle el sitio a Santiago.
- Ábrela tú. Te lo has ganado.
- Gracias Ramón. Es todo un honor.
Santiago se acercó mostrando una gran sonrisa y con un gesto más o menos teatral terminó de abrir la puerta de la caja. De golpe, un desagradable olor salió del interior e inundó la estancia. Miraron y dentro había una cabeza de mujer y unas manos con las uñas pintadas de rojo. Silencio.
(Este relato ha sido publicado en la revista Narrativas)
- …Quieres estarte quieto de una puta vez. – Dijo Ramón perdiendo la paciencia.
- Si no he hecho nada.
- Silencio, joder. Necesito concentrarme.
Ramón pegó la oreja a la ruleta de la caja fuerte y la hizo girar lentamente. Santiago intentó tranquilizarse. Aspiró aire y lo fue soltando poco a poco.
- Pareces un búfalo, tío... Respira sin hacer ruido. – Le reprendió Ramón.
Santiago estuvo a punto de perder la paciencia. Rebuscó en sus bolsillos sin encontrar lo que buscaba. Ramón lo miró enfadado.
- ¿Qué he hecho ahora? – Se excusó Santiago.
- Ruido. No paras de hacer ruido.
- Solo estaba buscando un cigarro.
- Ni se te ocurra fumar. Ya solo faltaba que me causases un cáncer.
- No exageres.
- Silencio, joder.
Santiago estaba cada vez más irritado, aun así se quedó junto a la puerta. Ramón estiró el cuello a ambos lados para relajar sus músculos. Estaba cansado y la vista se le nublaba. Después de un breve respiro centró toda su atención en la ruleta. Santiago le miró de reojo, con desprecio. Hacia más de media hora que su vejiga estaba pidiendo un desalojo pero viéndose el percal no quería interrumpir a Ramón. Aguantaría hasta que la caja estuviera abierta. Sin darse cuenta, se puso a tamborilear con los dedos el marco de la puerta. Ramón se giró hacia él con el ceño fruncido.
- ¿Qué? – Dijo Santiago, cansado de tanta llamada de atención.
Ramón dirigió su mirada al marco de la puerta.
- Perdona… Es que estoy nervioso.
- Por favor, seamos profesionales.
- Vale.
- Solo te pido un poco de silencio.
- Que sí, tío.
Santiago sintió ganas de golpear a Ramón por cuestionar su profesionalidad, pero se contuvo y siguió vigilando la puerta. Llevaban años trabajando juntos pero en realidad, no se aguantaban. Ramón sacó un pañuelo y se secó el sudor de la frente. La caja se le estaba resistiendo. Santiago seguía esforzándose para no mearse encima.
- ¡La puta que la parió! – Dijo Ramón malhumorado. – No hay manera de abrirla…
- Ramón… ¿te importa si meo en aquella esquina? Es que ya no puedo más.
- Si, claro… siempre que no te importe dejar tu ADN por ahí.
- ¡Joder, entonces necesito ir al baño!
Se veía que Santiago estaba realmente angustiado.
- Está bien, pero ten cuidado.
- Vuelvo enseguida.
Santiago salió de la habitación a toda prisa. Ramón trató de calentar la punta de sus dedos con su aliento. Padecía un principio de artrosis y sus manos ya no eran las de antes. Diez años atrás no había caja fuerte que se le resistiera. Aprovechando la ausencia de Santiago, decidió probar suerte otra vez. Quizá lo lograse ahora que tenía el silencio que necesitaba para concentrarse. Acercó la oreja a la ruleta y la hizo girar. Tuvo el presentimiento de que lo iba a conseguir.
- ¡Animo viejo, que tú puedes! – Pensó para sí, inculcándose un poco de seguridad.
Justo en ese momento entró Santiago con el gesto congestionado y los pantalones mojados.
- ¡Joder, no me ha dado tiempo a llegar y me lo he hecho encima!
- ¡Mierda puta! Estaba a punto de conseguirlo... - Maldijo Ramón –… Contigo no se puede trabajar...
- Mira, Ramón. No me toques las pelotas que ya he aguantado suficiente.
- …Eres un inútil. No sirves para nada…
- Ramóoooon…
- …No vales ni para mantener seca la entrepierna.
- Si me he meado ha sido por tu culpa.
- ¿Por mi culpa?
- Sí. Llevamos aquí una eternidad y no eres capaz de abrir la puta caja. Si hubieras terminado ya, esto no hubiera ocurrido.
- ¿Qué quieres decir?
- Está muy claro. Ya no sirves para esto.
Ramón se puso en pie y se abalanzó sobre su compañero. Santiago esquivó la embestida. Ramón se estrelló contra una mesa, cayendo de bruces al suelo. Santiago preparó sus puños para una nueva envestida y esperó a que Ramón se levantara, pero Ramón continuó tirado en el suelo. Santiago pensó que tal vez se había hecho daño. Pasados unos segundos empezó a preocuparse.
- ¿Ramón, estás bien?...
Ramón se incorporó quedando de rodillas y de espaldas a su compañero. Santiago bajó los puños y avanzó un paso hacia él.
- ¿Te has hecho daño?...
Ramón estaba llorando. Al darse cuenta, Santiago se acercó a él y se arrodilló a su lado. Ramón clavó la mirada en el suelo y Santiago trató de consolarle.
- Venga Ramón, que no lo he dicho en serio… Lo que pasa es que me daba vergüenza por haberme meado en los pantalones y he querido pagarlo contigo…
Ramón siguió llorando, inconsolable.
- …Tú eres un artista de la profesión. Un maestro… No ha habido caja que se te haya resistido… Ramón, y no lo digo por hacerte la pelota que yo he estado de testigo.
- Lo dices en serio. - Dijo Ramón sorbiéndose los mocos.
- ¿Qué si lo digo en serio? Pues claro. No hay otro mejor que tú, Ramón. ¿Te acuerdas de aquella vez en el museo?
- Aquella fue una buena noche.
- ¿Cuántas abriste? ¿Cinco cajas?
- Fueron cuatro.
- Me da lo mismo cuatro que cinco. ¿Quién en una noche abre cuatro cajas?... Solo tú.
Santiago se puso en pie y ayudó a su compañero a incorporarse.
- Venga Ramón. Arriba ese ánimo y abre la caja.
- No sé si podré.
- Claro que sí. Eres el mejor. El puto amo.
- Antes de que entrases creo que estaba a punto de conseguirlo.
- Claro que sí, Ramón. Tú puedes.
Ramón se llevó la punta de los dedos hasta su boca y echó aliento sobre las yemas. Luego se acercó con decisión hasta la caja, pegó la oreja cerca de la ruleta y la hizo girar. Santiago se quedó quieto y en silencio junto a la puerta. A los cinco minutos la caja se abrió. Ramón lo había conseguido.
- ¡Sííííí!... – Dijo Santiago conteniéndose para no gritar de alegría. - … ¡Eres el puto amo!
Ramón sonrió orgulloso y se apartó para cederle el sitio a Santiago.
- Ábrela tú. Te lo has ganado.
- Gracias Ramón. Es todo un honor.
Santiago se acercó mostrando una gran sonrisa y con un gesto más o menos teatral terminó de abrir la puerta de la caja. De golpe, un desagradable olor salió del interior e inundó la estancia. Miraron y dentro había una cabeza de mujer y unas manos con las uñas pintadas de rojo. Silencio.
(Este relato ha sido publicado en la revista Narrativas)
¡Vaya final!, me ha encantado, no me lo esperaba, aunque tanto humor y ternura no podía presagiar nada bueno...
ResponderEliminarGracias Pepe, dame más.
Abrazote.
Gracias Begoña, y no te preocupes que te daré más relatos, no lo dudes. Tengo montones de ellos olvidados en el disco duro del ordenador.
ResponderEliminarUn beso
Buen relato y buen final.
ResponderEliminarAbrazos.
te esperaba, Javier. Gracias por acudir.
ResponderEliminarun abrazo.