domingo, 17 de mayo de 2009

EL ALCOHÓLICO

Se despertó tirado en el suelo del váter con la espalda empapada de orina y vómitos. Nada más abrir los ojos notó que algo raro pasaba. Apenas su mente se puso a funcionar se percató de que el silencio era absoluto, cosa anormal en aquel garito. Se incorporó como pudo y salió del baño. El local estaba a oscuras, tan solo se colaba algo de luz a través del cristal de la entrada y de la claraboya. Se dirigió hacia la puerta e intentó abrirla. El garito estaba cerrado. Le habían dejado encerrado. En un primer momento, se inquietó un poco, pero pronto se dio cuenta de que tenía todo el bar para él solo. Un sueño que siempre había querido cumplir y que ahora lo tenía en bandeja de plata. Puso el morro debajo del surtidor de cerveza, lo abrió y bebió hasta que su estómago estuvo a punto de reventar. Se lo había visto hacer a Homer Simpson en infinidad de capítulos y no se resistió a imitarlo. Se sintió cojonudamente. Acababa de cumplir dos sueños y la cosa no había hecho más que empezar. Se metió en la barra y desfiló por delante de las estanterías seleccionando unas cuantas de las mejores botellas: rones viejos, whiskies de doce años, en resumen, grandes reservas. Bebió y saboreó cada uno de los néctares. ¡Joder! Estaba claro que no era el garrafón al que él estaba acostumbrado. El licor seleccionado entraba en su estómago sin abrasarlo, dejándole una amalgama de sensaciones únicas en paladar y cerebro. Para que fuese del todo perfecto, necesitaba algo que fumar y un poco de buena música. Conectó el equipo, metió el CD “Alice” de Tom Waits y le dio al play. Se aseguró de que el volumen estuviera bajo para que no se le escuchase desde la calle. Rebuscando en el cajón de los puros, encontró la caja de los habanos y se encendió uno, el mejor. Así debía de ser el paraíso: un bar para él solo. Se acomodó en un butacón con un vaso de Chivas etiqueta negra colgando de una mano y el habano en la otra. Y feliz se dejó llevar por las dulces melodías de su amigo Tom Waits. Caprichos del azar, aquella tarde se había gastado los cuatro cuartos que le habían dado por descargar un camión de congelados, bebiendo. En principio, la noche se presagiaba dura y al raso. Sin embargo, unas horas después, allí estaba él, disfrutando de todo lo que se le podía antojar. La suerte era su amiga, al menos esa noche. Para celebrarlo, se llegó hasta el surtidor de cerveza, lo abrió y bebió hasta hartarse. La cerveza se saboreaba mucho mejor así que en jarra. Homer sabía lo que se hacía. Regresó bailando al butacón y se dejó caer en él. La felicidad brotaba por cada uno de sus poros. Por una noche, no tendría que preocuparse por la falta de bebida. Se bebió el Chivas despacito, sin el agobio habitual. Sabía que había cientos de botellas esperándole y que esa noche, su insaciable sed sí sería saciada…
A la mañana siguiente, la mujer de la limpieza lo encontró tirado debajo del surtidor de cerveza en medio de un gran charco de bebida fermentada. Al parecer, se quedó sin aire y se ahogó debajo del chorro. Seguramente estaba tan borracho que no pudo levantarse. Tenía el estomago tan hinchado como una pelota de playa. Aun así, su cara mostraba un evidente gesto de satisfacción.

4 comentarios:

  1. Pepe, qué bien descrito todo el ritual previo a beber y qué buen final.
    Un beso.

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  2. Espléndido, todo el relato buenísimo manteniendo el pulso y el final, feliz claro...
    Abrazote.

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  3. Gran relato sí, muy bien narrado, muy gráfico y con un final, en el buen sentido, esperable. Me ha gustado mucho.

    Abrazos.

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  4. Gracias a los tres por la visita.Que sería del blog sin vosotros. un abrazo.

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