Bugs Bunny y Pato Lucas. Así los llamaban porque siempre vestían camisetas con estampados de estos personajes. Lorenzo era Bugs y Pancho era Lucas, más conocidos en el barrio por “el pato” y “el conejo”. Tenían catorce años y eran los mejores bailarines de breakdance del barrio y alrededores. Su estilo era único. Nadie les hacía sombra en sus six step, turtles, handglides o en sus increíbles crickets. Se habían ganado el respeto de la peña y gozaban por ello de cierto prestigio. Para ensayar, necesitaban un suelo pulido donde poder girar y contorsionarse sin sufrir daños y lo encontraron en un mausoleo del cementerio. Mármol de primera y además cubierto y alejado de las miradas de monjes fosores y guardianes de camposanto. Al interior de aquel panteón se accedía por una puerta metálica cubierta de musgo y oxido. Allí, cada noche, los chavales corregían y perfeccionaban su técnica. A la luz de una linterna, improvisaban nuevas coreografías que al día siguiente exhibían en los túneles del metro de la estación de Atocha a cambio de la voluntad. Así ayudaban a sus familias con un sobresueldo que no venía nada mal. En el barrio, el que no tenía deudas era porque algo chungo e ilegal tenía entre manos. Las familias de Pato y Conejo llevaban meses en el paro y los mayores ingresos que entraban en sus casas los aportaban ellos… Una noche en el cementerio después de ensayar, divisaron una especie de neblina fosforescente que salía del interior de una de las tumba. Parecía un fuego fatuo. Nunca antes habían contemplado uno, sólo sabían del fenómeno de oídas o quizá de haberlo visto en algún documental. Al poco, los gases se difuminaron en la oscuridad de la noche sin dejar rastro.
- Eso era una señal. – dijo Pato con el semblante muy serio.
- Sólo era un jodido fuego fatuo. - añadió Conejo sin darle mayor importancia.
- No, tronco. Te digo que era una señal… A partir de ahora, debemos tener cuidado.
- Pero… ¿qué dices, tío? Se te va la olla pero bien…
- Lo digo en serio. Con estas cosas es mejor estar al loro, por si acaso…
Conejo se rió de Pato y continuó tomándole el pelo. Le llamó Rappel y le vaciló con ponerle dos velas negras, pero Pato no entró al trapo y se limitó a guardar silencio. Su familia le había enseñado a respetar las señales que el destino mostraba como advertencia a quiénes sabían leerlas. La preocupación le tenía tan abstraído que las burlas de su amigo le entraban por un oído y le salían por el otro. Caminaron hacía el barrio. Conejo siguió con las bromas mientras que Pato, pensativo y serio, iba tratando de descifrar aquel mensaje que sucedía en Madrid el 10 de marzo del 2004. Al día siguiente, la capital era un infierno.
- Eso era una señal. – dijo Pato con el semblante muy serio.
- Sólo era un jodido fuego fatuo. - añadió Conejo sin darle mayor importancia.
- No, tronco. Te digo que era una señal… A partir de ahora, debemos tener cuidado.
- Pero… ¿qué dices, tío? Se te va la olla pero bien…
- Lo digo en serio. Con estas cosas es mejor estar al loro, por si acaso…
Conejo se rió de Pato y continuó tomándole el pelo. Le llamó Rappel y le vaciló con ponerle dos velas negras, pero Pato no entró al trapo y se limitó a guardar silencio. Su familia le había enseñado a respetar las señales que el destino mostraba como advertencia a quiénes sabían leerlas. La preocupación le tenía tan abstraído que las burlas de su amigo le entraban por un oído y le salían por el otro. Caminaron hacía el barrio. Conejo siguió con las bromas mientras que Pato, pensativo y serio, iba tratando de descifrar aquel mensaje que sucedía en Madrid el 10 de marzo del 2004. Al día siguiente, la capital era un infierno.
Muy bueno, Pepe, se me ha puesto la carne de gallina...
ResponderEliminarBesazos.
Inesperado final.
ResponderEliminarBesos.