(Dedicado a mi amigo y maestro Vicente Muñoz Álvarez)
Vicente era un escritor con talento aunque para ganarse la vida tuviera que alternar las letras con su trabajo como vendedor de zapatos. Vicente se pasaba la mayoría de los días recorriendo las carreteras y pueblos de España en busca de nuevos clientes, comiendo menús y durmiendo en hostales baratos, arrastrando sus pesadas maletas como un Sísifo del siglo XXI. Maletas cargadas con docenas de zapatos desparejados, que enseñaba a los dueños de las zapaterías para que se hicieran una idea del género. Era viernes por la noche y conducía de regreso a casa. Estaba agotado y deseando llegar. Aún le quedaban doscientos kilómetros y aunque tenía sueño, no quería detenerse en el camino. Había tomado una carretera secundaría que conocía bien y por la que atrochaba varios kilómetros. La carretera atravesaba una zona boscosa de curvas pronunciadas y baches, pero por lo demás era una buena alternativa. Al tomar una curva, vislumbró asombrado unas extrañas luces que centelleaban desde el otro lado de un pequeño monte. Parecía como si tras la vegetación hubiesen montado un concierto de rock. Vicente aminoró y bajó la ventanilla. No escuchó música como él esperaba. Lo único que oía era el ruido de su motor y el viento que entraba por la ventanilla. Según se iba acercando, pensó que lo del concierto era ridículo. ¿Quién en su sano juicio iba a programar un concierto en medio de un monte perdido? Pero entonces, ¿de dónde venían esas luces?... Vicente, que tenía una imaginación ilimitada, pensó en algunas opciones coherentes, como la inauguración de un puticlub o las obras de una autopista. Lo del puticlub le pareció excesivo por tratarse de una carretera secundaria apenas transitada. Lo de las obras le resultó más sensato, así que optó por quedarse con esa opción. A la vuelta de otra curva, un fogonazo de luz le cegó por completo. Inconscientemente, apretó el freno y el coche se caló, deteniéndose en medio de la calzada. Aquella luz cegadora había estado a punto de provocarle un accidente. Entreabrió los ojos y usando sus manos como escudo, consiguió ver una especie de gran nave. Sin duda extraterrestre. Aquella cosa flotaba a unos veinte metros del suelo. La tenía enfrente y aun así no podía creerse lo que estaba viendo. La cosa tenía la forma del típico platillo volante con cientos de lucecitas de colores. De su base, salía un cañón de luz blanquecina que recorría el suelo como si buscase algo en concreto. Vicente estaba pegado al asiento. Tan confundido y acojonado, que no sabía cómo reaccionar. ¿Quién en aquella situación hubiese sabido? Por otro lado, el escritor que había en él, estaba encantado. Mentalmente, tomaba datos de la situación, de la nave, del paisaje, de cómo se sentía, para plasmarlo después en unas cuantas páginas en la seguridad de su hogar. Sin embargo, el sensato vendedor de zapatos que también habitaba en él, se percató de que aún distaba mucho de estar a salvo, lo que le acojonó aún más. Se vio a si mismo encima de una mesa de operaciones rodeado de seres de otro mundo, que le miraban con inmensos ojos negros y almendrados. Extraños seres que le iban insertando por el ano extraños objetos metálicos. Justo cuando estaba al borde del pánico, algo llamó su atención. Una figura recortada en contraluz avanzaba hacía el coche moviendo los brazos como aspas de molino. Vicente echó los seguros y buscó desesperadamente algo con que defenderse. Finalmente, optó por un zapato con afilado tacón de aguja. La figura se fue acercando más y más. Vicente miraba aterrado a través del parabrisas sosteniendo en alto el zapato, listo para golpear y defenderse. No se rendiría sin antes luchar. Él no era una rata de laboratorio. Si querían meterle algo por el culo, antes tendrían que atraparlo y no pensaba ponérselo fácil. Entonces la figura entró en el radio de alcance de los faros del coche y comprobó asombrado que el personaje llevaba rastas a lo Bob Marley. No tenía pinta alguna de extraterrestre. Más bien, de hippie alternativo. El tipo se acercó hasta él y le indicó con una señal que bajase la ventanilla. ¿Qué coño hacía un hippie en mitad de un encuentro en la tercera fase? ¿Por qué no se sorprendía de la presencia de la nave? ¿Acaso era uno de sus tripulantes disfrazado? El sujeto insistió en que bajase la ventanilla. Vicente blandió el zapato haciéndole saber que lo usaría de ser necesario. Con un poco de suerte, aquel ser no habría visto un zapato en su vida y creería que era un arma terrorífica. Pero no. No se impresionó lo más mínimo.
- “Tranquí tío, sólo es una peli.”. - dijo con marcado acento de Vallecas.
¿Una peli? Vicente se fijó en una grúa de la que colgaba la nave. Estaba claro. Por fin todo tenía sentido. Bajó la ventanilla.
- ¡Joder tío, de poco me da un ataque al corazón! Creí que era de verdad. – dijo Vicente con desahogo.
- Nos has jodido la toma. – añadió el hippie con cara de fastidio.
- Lo siento, yo sólo pretendía llegar a mi casa.
- Pues por tu culpa, nosotros vamos a tener que repetir toda la escena.
- Eh, eh… no te pongas borde que yo no he tenido la culpa. Esta carretera es para circular que es lo que yo estaba haciendo.
- ¿No te han avisado para que parases a un par de kilómetros de aquí?
- No.
- ¡Mecagüen su puta madre! – maldijo el hippie llevándose el walkie a la boca. - Pizo… Pizo... ¡¡Responde, joder!!
Hubo un largo silencio hasta que Pizo contestó.
- Dime Raúl… - dijo Pizo con voz adormilada.
- Te has dejado pasar uno y nos ha jodido la toma. – le reprochó Raúl con mala hostia.
- No jodas…
- Sí jodo. Por tu puta culpa vamos a tener que estar aquí hasta que los cerdos vuelen.
- Lo siento tío, me he quedaó frito…
- Pues abre bien los ojos y que no vuelva a pasar. ¿Me has entendido?
- Sí tío. No te preocupes, que no… - Raúl apagó el walkie sin dejarle terminar la frase y se dirigió a Vicente.
- Ya puedes seguir. - dijo en tono seco.
Sin mediar palabra, Vicente arrancó. Unos metros más adelante, el equipo técnico y artístico lo escudriñaban de reojo. Vicente aceleró y se alejó del lugar. El vendedor que había en él se sintió satisfecho de salir indemne y con su ano intacto. Pero el escritor, estaba desilusionado de que aquello no hubiese sido un verdadero encuentro extraterrestre. Le hubiera gustado visitar la nave por dentro, charlar con su tripulación y quién sabe, incluso dar un paseito por el espacio. Y ya puestos ¿Por qué no sacarles material para una antología extraterrestre?... En cualquier caso, al llegar a casa, escribiría un relato contando lo sucedido.
- “Tranquí tío, sólo es una peli.”. - dijo con marcado acento de Vallecas.
¿Una peli? Vicente se fijó en una grúa de la que colgaba la nave. Estaba claro. Por fin todo tenía sentido. Bajó la ventanilla.
- ¡Joder tío, de poco me da un ataque al corazón! Creí que era de verdad. – dijo Vicente con desahogo.
- Nos has jodido la toma. – añadió el hippie con cara de fastidio.
- Lo siento, yo sólo pretendía llegar a mi casa.
- Pues por tu culpa, nosotros vamos a tener que repetir toda la escena.
- Eh, eh… no te pongas borde que yo no he tenido la culpa. Esta carretera es para circular que es lo que yo estaba haciendo.
- ¿No te han avisado para que parases a un par de kilómetros de aquí?
- No.
- ¡Mecagüen su puta madre! – maldijo el hippie llevándose el walkie a la boca. - Pizo… Pizo... ¡¡Responde, joder!!
Hubo un largo silencio hasta que Pizo contestó.
- Dime Raúl… - dijo Pizo con voz adormilada.
- Te has dejado pasar uno y nos ha jodido la toma. – le reprochó Raúl con mala hostia.
- No jodas…
- Sí jodo. Por tu puta culpa vamos a tener que estar aquí hasta que los cerdos vuelen.
- Lo siento tío, me he quedaó frito…
- Pues abre bien los ojos y que no vuelva a pasar. ¿Me has entendido?
- Sí tío. No te preocupes, que no… - Raúl apagó el walkie sin dejarle terminar la frase y se dirigió a Vicente.
- Ya puedes seguir. - dijo en tono seco.
Sin mediar palabra, Vicente arrancó. Unos metros más adelante, el equipo técnico y artístico lo escudriñaban de reojo. Vicente aceleró y se alejó del lugar. El vendedor que había en él se sintió satisfecho de salir indemne y con su ano intacto. Pero el escritor, estaba desilusionado de que aquello no hubiese sido un verdadero encuentro extraterrestre. Le hubiera gustado visitar la nave por dentro, charlar con su tripulación y quién sabe, incluso dar un paseito por el espacio. Y ya puestos ¿Por qué no sacarles material para una antología extraterrestre?... En cualquier caso, al llegar a casa, escribiría un relato contando lo sucedido.
Uno de mis relatos favoritos, sin duda, no puedo dejar de reír cada vez que lo leo...
ResponderEliminarEstá muy bien este relato. Muy bueno.
ResponderEliminarAbrazos.
Me ha encantado, leí el título desde mi blog y sin tener ni idea, pense en Vicente... ¡Cómo me ha gustado, y lo que me he reído!
ResponderEliminarBesitos, para tí y para vi, que seguro que se acerca.
Qué gusto volver a tener tiempo, y llegar aquí y poder reírme a gusto...
ResponderEliminarUn beso.
jajaja...
ResponderEliminareres la hostia, man.
y qué bueno tenerte en G el sábado.
nos hacemos falta.v.