
viernes, 30 de octubre de 2009
LOS CIGARRILLOS

jueves, 29 de octubre de 2009

Por José Ángel Barrueco artículo publicado el 25/10/2009en: http://yalodijocasimiroparker.blogspot.com/
miércoles, 28 de octubre de 2009
CON FLORES A MARÍA

- Chavalín, no me obligues a pisarte la cabeza. Me advirtió el corpulento.
Supe que lo decía en serio y decidí quedarme donde estaba.
- ¡Por favor! Devuélveme el ramo… lo tengo que llevar al colegio.
Los tres jóvenes se rieron de mí imitando el tono suplicante de mi voz. El corpulento, en un acto inicuo, arrojó el ramo sobre el tejado de una casa próxima. Casi se me saltan las lágrimas. Recibí algunos insultos más y por fin se fueron y me dejaron en paz. Me puse en pie y pude ver el ramo sobre las tejas. Pensé en la forma de recuperarlo pero no se me ocurrió ninguna. Recogí las pocas flores que estaban diseminadas por el suelo y traté de confeccionar un ramillete. Estaban tan deterioradas y eran tan pocas que desistí del empeño. Eché otra mirada al ramo del tejado y sabiendo que iba a tener problemas encaminé mis pasos hacia el colegio. Me dolía el codo derecho, vi que tenía un rasponazo ensangrentado. Me limpié la herida con saliva y seguí andando. A la entrada del colegio me fijé en que todos llevaban su ramo, todos menos yo. Antes de entrar en las aulas, era costumbre que nos reuniésemos todos en un ensanche del pasillo central del edificio. Frente a unos grandes ventanales estaba montado un altar presidido por la imagen de la Virgen María. Allí cantábamos desafinados “Con flores a María” y luego en rigurosa fila de a uno, le íbamos haciendo entrega de las flores. Yo intentaba ocultarme entre los demás alumnos pero en un momento dado el director del colegio se fijó en mí. Deseé con todas mis fuerzas que la tierra se abriera y me tragase.
- ¿Por qué no ha traído flores como los demás?... ¿Acaso se cree usted superior al resto de sus compañeros?
- Las traía, pero unos chavales mayores me las han quitado y las han tirado a un tejado. - dije enseñando el codo ensangrentado como prueba de que decía la verdad.
- Eso no es excusa… Durante las clases, usted se quedara aquí pidiéndole perdón a la Santa Madre.
Después el resto del alumnado entró en las aulas. Me quedé solo delante de la imagen de La Virgen. Observé su rostro intentando descubrir algún gesto de enfado hacia mí, pero solo veía su cara de siempre. Me apoyé en la pared resignado a pasar la tarde allí. Era extraño estar solo en medio de aquel inmenso pasillo, yo siempre lo había visto repleto de gente a la entrada y salida de las clases. Era la primera vez que lo veía tan vacío. Nunca me gustó destacar por encima de los demás, me sentía mejor camuflado dentro de la masa. Y estar solo allí, en medio del pasillo, me producía y una sensación de desnudez que me ponía nervioso y me hacía sentir desvalido. Para librarme de aquellos sentimientos me puse a mirar a la calle a través de los ventanales. El director del colegio me sorprendió de esa guisa.
- ¿Se puede saber que hace mirando por la ventana?...
Me giré sobresaltado.
- … Si lo he dejado aquí es para que le pida perdón a la Virgen… ¿Se lo ha pedido ya?...
Afirmé con un gesto de cabeza.
- …No me parece usted arrepentido. Póngase de rodillas y pídaselo con fervor y humildad.
Estuve a punto de preguntarle por el significado de la palabra “fervor” pero deduje que no era el mejor momento. Obedecí sin rechistar y me arrodillé frente a la imagen de la Virgen.
- Yo me pasaré de vez en cuando por aquí, así que no se le ocurra abandonar este lugar. ¿Me ha entendido?
Afirmé con un gesto de cabeza. El director me observó durante unos instantes que a mí me parecieron eternos, luego se dirigió a su despacho y desapareció por el fondo del pasillo. El olor de las flores daba al pasillo un falso aire de libertad que me recordaba los campos multicolores de las proximidades de mi casa. Pensé en mi hermana recogiendo flores y en mí cazando saltamontes y lagartijas. Aunque no me sentía culpable intenté pedirle perdón a la Virgen… No me salían las palabras… Entonces se me ocurrió que si Dios era el causante de todo en el universo y dado que era el marido de la Virgen, tal vez fuese Él el culpable de lo ocurrido. Quizá estaba enfadado con su mujer, oseá con la Virgen, y por eso puso en mi camino a los tres chavales que me arrebataron el ramo. No quise seguir por ahí no siendo que mis pensamientos incurriesen, sin querer, en un pecado mortal. Después de un buen rato empezaron a dolerme las rodillas, además la inmovilidad y el ambiente húmedo me habían dejado frío el cuerpo y me puse a tiritar. Los dientes me castañeaban y el dolor de las rodillas era insoportable. Miré a ambos lados del silencioso pasillo y me puse en pie. Las piernas se me habían dormido y de poco me caigo. Me froté con las manos todo el cuerpo intentando entrar en calor. Por un lado me daba miedo de que el director me sorprendiese y por otro me sentía culpable (ahora sí) de haberle fallado a la Virgen. En cuanto me sentí mejor volví a ocupar mi sitio postrándome de rodillas. Al cabo de unas horas (horas de frío, dolor y entumecimientos) vi como un niño salía de una de las aulas portando la campana que anunciaba el final de las clases. Después de que la hiciera sonar me puse en pie y, casi sin poder andar, salí a la calle. De haber sabido que el director no iba a aparecer en toda la tarde me hubiera largado mucho antes. De regreso a casa pasé por delante de la casa donde los chavales habían arrojado mi ramo de flores. Mire al tejado y allí seguía, en medio de las tejas. Durante una temporada, cada vez que pasaba por ese sitio miraba al tejado y veía como día a día las flores se iban marchitando. Hasta que un día desaparecieron.
martes, 27 de octubre de 2009
lunes, 26 de octubre de 2009
sábado, 24 de octubre de 2009
DESPEDIDIA

- ¿Cuándo vuelves?
- No lo sé.
- ¿Vendrás por Navidad?
- Ya te he dicho que no lo sé.
- ¿Y cómo me pongo en contacto contigo?
- En cuanto tenga el teléfono instalado yo te llamaré.
- ¿Puedo escribirte?
- Te mandaré la dirección cuando la tenga.
Silencio largo, muy largo...
- Tengo la sensación de que no vamos a vernos más.
- No digas bobadas.
- Lo pienso de verdad.
- Bobadas.
- Ya...
La maleta se va llenando mientras armario y cajones se vacían. Las dos personas se mantienen en silencio, ocultando sus respectivos dolores.
- ¿Has visto la camisa gris?
- ¿La que yo te regalé?
- Sí.
- Está en la lavandería.
- ¡Mierda!
- Cuando tenga tus señas te la mandaré por correo.
La maleta ya está llena.
- Ahora tengo que irme.
- ¿No vas a darme un beso?
- Mejor que no.
La maleta sale de casa y entra en el ascensor.
- Adiós.
- Adiós. Llámame, por favor.
La puerta del ascensor se cierra. Ruidos del motor del ascensor.
jueves, 22 de octubre de 2009
EL ÚLTIMO PASEO

martes, 20 de octubre de 2009
SEMINARIO PRESENCIAS LITERARIAS UR 2009
ENCUENTRO LITERARIO CON EL ESCRITOR MEDARDO FRAILE
El escritor Medardo Fraile, miembro de la Generación del Medio Siglo y Premio Nacional de la Crítica, participa mañana 21 de octubre en el Seminario Presencias Literarias en la Universidad de La Rioja 2009 con un acto abierto al público que tendrá lugar a las 20.00 horas en el Centro Cultural Ibercaja -c/Portales nº 48, Logroño- en el que disertará sobre el relato breve -género que ha cultivado, siendo uno de sus mayores exponentes a nivel nacional- y presentará su libro de memorias El cuento de siempre terminar (Pre-textos, 2009).
Medardo Fraile (Madrid, 1925) ha sido miembro de la Generación del Medio Siglo y a sus 84 años es uno de los autores vivos más importantes de la literatura española contemporánea. Ha cultivado fundamentalmente el relato breve y, así, es autor de Cuentos con algún amor (1954), A la luz cambian las cosas (1959), Ejemplario (1979), Contrasombras(1998) o Años de aprendizaje (2001) recopilados en Cuentos de verdad.Desde 1964 vive en Glasgow (Escocia, Reino Unido), donde ha sido catedrático de Español en la Universidad de Stralhclyde. Un año después obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, formó parte del Grupo Arte Nuevo -junto a Alfonso Sastre y Alfonso Paso, entre otros- y acaba de publicar sus memorias: El cuento de siempre acabar (Pre-textos, 2009).
--
Seminario Presencias Literarias
Universidad de La Rioja 2009
http://www.unirioja.es/apnoticias/servlet/Noticias?codnot=1599&accion=detnot
Medardo Fraile (Madrid, 1925) ha sido miembro de la Generación del Medio Siglo y a sus 84 años es uno de los autores vivos más importantes de la literatura española contemporánea. Ha cultivado fundamentalmente el relato breve y, así, es autor de Cuentos con algún amor (1954), A la luz cambian las cosas (1959), Ejemplario (1979), Contrasombras(1998) o Años de aprendizaje (2001) recopilados en Cuentos de verdad.Desde 1964 vive en Glasgow (Escocia, Reino Unido), donde ha sido catedrático de Español en la Universidad de Stralhclyde. Un año después obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, formó parte del Grupo Arte Nuevo -junto a Alfonso Sastre y Alfonso Paso, entre otros- y acaba de publicar sus memorias: El cuento de siempre acabar (Pre-textos, 2009).
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Seminario Presencias Literarias
Universidad de La Rioja 2009
http://www.unirioja.es/apnoticias/servlet/Noticias?codnot=1599&accion=detnot
lunes, 19 de octubre de 2009
GREGORIO EL BARBERO

- Mira que he visto cabezas en mi vida, pero con estos remolinos, ninguna.
Según Gregorio, los remolinos en la cabeza eran sinónimo de travieso y pícaro. Para él, yo era el más travieso y pícaro del barrio. Con cada tijeretezo caía un mechón de pelo a los pies del sillón, sembrando el suelo de matojos secos y muertos. Verme continuamente reflejado en el espejo que tenía en frente era una tortura. Cada amputación de cabello desmejoraba mi aspecto físico, al menos, yo lo veía así. Y durante las primeras semanas seguía sintiéndome feo y cabezón, hasta que mi pelo empezaba a crecer y yo recuperaba mi aspecto habitual. En esas primeras semanas tenía que aguantar las burlas de mis amigos y compañeros de colegio. Sobre todo las de Jacinto el malo, con diferencia, las suyas eran las que más me dolían:
- Pollo pelaó, cabeza bolo, cara culo, Mortadelo…
Esos eran algunos de sus motes preferidos. La mayoría de las veces terminábamos peleándonos y la profesora tenía que castigarnos y pasarles el recado a nuestros padres. Consecuencia: unos buenos azotes. Por eso no me gustaba que me cortasen el pelo, y por eso mismo no me gustaba ir a casa de Gregorio.
UN POETA QUE CAMINA Y REVIENTA… Por Begoña Leonardo.
será complicado hacer lo mismo.Espero que esta iniciativa tenga adeptos y que así contribuyamos a divulgar la obra de gente que admiramos, ahora pasa con David, en otra ocasión pasará con otros autores. De todos modos yo lo voy haciendo, todavía no he recibido la contestación de las bibliotecas, "las cosas de palacio van despacio", pero no creo que se demoren mucho, en otras ocasiones ha sido alrededor de un mes. En cuanto tenga los ejemplares en mis manos, lo haré saber.Gracias a todos, por vuestra atención y espero sinceramente que os parezca bien.
domingo, 18 de octubre de 2009
LA EMBARAZADA

viernes, 16 de octubre de 2009
Dado que últimamente apenas tengo tiempo libre para escribir y viendo que el material literario que dispongo va menguando, se me ha ocurrido ir rescatando relatos que ya he publicado en este blog. Los iré colgando con la etiqueta de “Entradas antiguas”. Eso sí, seguiré publicando un relato inédito a la semana de la serie “Los colores de la infancia”
Ahí va el primero de Entradas antiguas:
Ahí va el primero de Entradas antiguas:
EL RECOGEPELOTAS

miércoles, 14 de octubre de 2009
MI PRIMER AMOR

- ¡A perejil le gusta esa chica! – gritó Jacinto para que todos pudieran oírlo.
Me sorprendió verle enfrente. Avergonzado me fui hacia él tratando de que se callase la boca. Por lo visto, Jacinto había estado observándome y se había dado cuenta de mi enamoramiento.
- ¿Quieres dejar de decir tonterías? – le dije a la vez que le daba un pequeño empujón.
- ¡A perejil le gusta esa chica! – gritó de nuevo.
- ¡Cállate!... – le espeté, agarrándole de la pechera. - Eso no es verdad.
- Entonces, no te importara que yo sea su novio.
- ¿Tú? ¿Su novio? Que más quisieras.
- Yo, al menos, sé como se llama. – dijo sonriendo con esa cara de malo que tanto le caracterizaba.
- ¿Cómo se llama? ¡Listo!
- ¿Si no te gusta para qué quieres saber su nombre?
- A mí me da lo mismo como se llame. Además, no me importa nada esa niña.
- Se te ve en la cara que estás colado por ella.
Noté como me sonrojaba.
- Mañana nos veremos las caras en el recreo. – le amenacé y luego seguí mi camino.
Cuando estaba cruzando la calle oí que Jacinto gritaba su nombre: “Consuelo”. Me pareció el nombre más bonito del mundo. Seguí andando sin volverme, fingiendo que no había oído nada. CONSUELO. Llegué a casa y entré en la cocina donde mi madre daba los últimos toques al cocido.
- Mamá ¿qué significa consuelo?
- Lo mismo que alivio.
- ¿Eso es bueno, verdad?
- Muy bueno.
Definitivamente estaba enamorado de Consuelo.
Al día siguiente, en el recreo de la mañana, Jacinto el malo y yo nos estuvimos tirando piedras. Yo recibí una pedrada en el hombro que me dejó un cardenal multicolor. Él no recibió ni una sola. En el recreo de por la tarde tuve más suerte y pude atizarle en una mano y en la frente, aunque no sangró, le quedó un prominente chichón. Yo solo recibí una en la espalda que apenas me dolió. Al terminar las clases decidí esperar a Consuelo un par de calles más abajo. En cuanto sonó la campanilla salí disparado del aula. Mientras esperaba, vigilé que Jacinto no estuviera cerca. Al cabo de unos pocos minutos, Consuelo caminaba hacia donde yo estaba. Está vez tenía que hacerme oír. Al pasar a mi lado la llamé, tímidamente, por su nombre, pero el sonido de mi voz fue tan apagado que ni se enteró. Ella siguió andando. Intenté llamarla de nuevo, pero las palabras se negaban a salir de mi boca. Desilusionado me metí las manos en los bolsillos. Noté que aún me quedaban unas cuantas piedras del recreo. Cogí una y la arrojé contra Consuelo. Le di en una pierna. Se giró para mirarme, sin entender que pasaba. Cuando vio que yo sacaba otra piedra del bolsillo salió corriendo. Me sentí satisfecho, esta vez me había mirado. Por fin se había establecido una conexión entre nosotros. Y había sido tan sencillo que apenas podía creérmelo.
Al día siguiente la esperé escondido en el mismo sitio con los bolsillos llenos de piedras. Si no podía hacer uso de la palabra lo haría de mi buena puntería. Era tan ingenuo que creía que esa era la forma adecuada para que ella se enamorase de mí. Consuelo vino hacia donde yo estaba escondido. Iba mirando a ambos lados de la calle, recelosa de que yo estuviera cerca. Cuando pasó por mi escondite le arrojé una piedra, le di en la espalda. Me reconoció y salió corriendo. Yo me sentí feliz porque me había reconocido, creí que era un gran avance en nuestra relación. La seguí de cerca tirándole piedras. En un momento dado, ella se puso a llorar. Dejé de perseguirla y escapó. Intuí que algo no estaba funcionando como yo esperaba. Aun así, decidí que al día siguiente seguiría haciendo uso de mi puntería, al menos hasta que se me ocurriese algo mejor. No comprendía que tirarle piedras a una chica era lo menos adecuado para conquistar su corazón. Supongo que yo consideraba que si las pedradas habían servido para afianzar la relación que manteníamos Jacinto y yo, por qué no iba a servir para iniciar una con Consuelo. Al día siguiente la esperé oculto en un portal al final de la calle. Sabía que ella estaría a alerta, mejor que se confiase y justo cuando creyese que lo había conseguido, darle la sorpresa. No me di cuenta que Jacinto me había seguido y que estaba al tanto de mis movimientos. Al poco llegó Consuelo, se paró al principio de la calle y estuvo unos minutos mirando desde allí. Parecía una gacela indefensa que intuyese que al otro lado del matorral hay un depredador acechándola. La pobre no se atrevía a coger ese camino, pero era el único. Por fin dio un paso y vacilante se encaminó hacia el portal donde yo estaba escondido. El corazón estuvo a punto de salírseme del pecho por la emoción, cogí aire y apreté con fuerza la piedra que ya tenía preparada en la mano. Justo cuando la iba a arrojar, ví cómo Jacinto salía de su escondite y lanzaba una piedra contra Consuelo. Le dió en la frente. A consecuencia del impacto los libros se le cayeron al suelo y un fino hilo de sangre surgió de entre la carne abierta. Consuelo rompió a llorar. Y yo como un estúpido, no supe reaccionar de otra forma que dándole otra pedrada, junto a la oreja. Consuelo cayó al suelo, cubriéndose la cabeza con las manos y gritando aterrorizada. Quise acercarme a ella, darle un beso y decirle que la quería, pero en vez de eso salí huyendo junto a Jacinto.
Al día siguiente, cuando estábamos en mitad de la clase, la puerta se abrió y ví entrar a Consuelo. Llevaba un vendaje en la cabeza. Casi me pongo en pie de la alegría. Como solo tenía ojos para ella, no me di cuenta de que detrás de ella venían el director del colegio y un señor con cara de pocos amigos. Consuelo nos señaló a Jacinto y a mí.
- Ustedes dos, síganme hasta mi despacho. - ordenó el director.
En el despacho del director Consuelo relató cómo la habíamos atacado sin ningún motivo. Yo no hacía caso de sus acusaciones, el sonido dulce de su voz me tenía tan embriagado que no podía pensar en nada. Hasta que intervino el señor con cara de pocos amigos:
- Estos lo que necesitan es mano dura.
Era el padre de Consuelo. El director quiso darnos una lección para demostrarle al padre de Consuelo que en ese colegio lo que sobraba era mano dura. Cogió una regla grande de madera y nos ordenó poner los dedos de las manos hacia arriba y con las puntas pegadas. Nos golpeó diez veces a cada uno, cinco golpes en cada mano. Lo hizo con saña. Ninguno de los dos apartó en ningún momento la mano y recibimos todos los golpes estoicamente, sin rechistar. Según recibía los míos, miré de reojo a Consuelo y ví que estaba sonriendo. Su sonrisa me desgarró por dentro. En ese momento dejé de estar enamorado de ella. Al salir del despacho del director, el padre de Consuelo nos arrinconó contra la pared y nos dijo:
- Si volvéis a mirar a mi hija os destripo vivos.
Lo decía en serio. Pero yo sabía que nunca más me acercaría a ella y no hice caso de las amenazas. Antes de entrar en clase, Jacinto y yo, nos acercamos a los lavabos y metimos las manos en agua fría. A mí, me dolía más el corazón que la punta de los dedos.
martes, 13 de octubre de 2009
viernes, 9 de octubre de 2009
LA BRUJA LIBORIA

- Esos sinvergüenzas me tienen el tejado destrozado. Cualquier día me moriré de una pulmonía. Y todo por culpa de esos pequeños diablos.- dijo resignada mientras salía del salón.
Me sentí aludido. Gran parte de los desperfectos del tejado eran por mi culpa, pero nunca hasta entonces me había parado a pensar en las consecuencias de mis gamberradas. La señora Liboria entró con un plato de higos secos y nos ofreció unos pocos. Mi hermana cogió un par, yo no. Estaba demasiado avergonzado como para tener hambre. Avergonzado conmigo mismo y con mis amigos, por ser tan cretinos y por obligar a una pobre anciana a vivir en esas condiciones. Desde ese día dejamos de tirarle piedras.
martes, 6 de octubre de 2009
LOBOS

- Pero mamá… Corre muy poco. Mis amigos se quejan y no quieren jugar conmigo. - protesté yo.
- O te llevas a tu hermana o según salgas del colegio te vienes directo a casa. Tú eliges. - sentenció mi madre.
- Yo a tu rabo, Pepito. - dijo mi hermana.
“Yo a tu rabo” Era una frase hecha de la que mi hermana se había adueñado y que utilizaba para expresar que ella me seguiría allá donde yo fuese. En fin, no me quedo otro remedio que consentir. Ya en el colegio, durante la clase de matemáticas estuve pensando en el tema y llegué a la firme conclusión de que mi hermana no podía acompañarnos. ¿Y si nos encontrábamos con los lobos? Era demasiado peligroso. Durante la clase de sociales pensé en como librarnos de ella. A las cinco en punto de la tarde sonó la campanilla y salimos a la calle. Libres por fin. Me reuní con José y Jesús y nos acercamos hasta casa para recoger a mi hermana. Después nos alejamos del pueblo camino de las tierras de Julián El Corto. Para entonces ya tenía un plan en la cabeza y lo puse en práctica.
- Habrá que tener mucho cuidado. - dije intentando despertar la curiosidad de mi hermana.
- ¿A dónde vamos? – se interesó ella.
- A cazar lobos. – añadí guiñándoles un ojo a mis amigos para indicarles que me siguieran la corriente.
- ¿Lobos? ¿Qué lobos? – preguntó mi hermana con cara de preocupación.
- Unos que anoche atacaron el rebaño de Julián El Corto. – intervino Jesús.
- ¿Es verdad eso, Pepito?
- Sí. Pero no te preocupes, si nos ATACAN yo te defenderé.- respondí haciendo hincapié en la palabra “atacan”.
- A lo mejor tendríamos que ir a otro sitio. – añadió mi hermana intentando inculcarnos un poco de sensatez.
- Si no quieres venir, te podemos subir a un árbol y nos esperas ahí. No vamos a tardar.- le sugerí inocentemente.
- ¿Y por qué me tenéis que subir a un árbol?
- Porque ahí no te pueden atrapar los lobos. –dijo Jesús muy acertadamente.
- Tengo vértigo.
- Pues no mires abajo. – le aconsejó José.
- Es que subirme los árboles me da miedo. Ya lo sabéis.
- ¿Qué te da más miedo, subirte a los árboles o los lobos asesinos?- le pregunté agarrándola de la mano y mirándola fijamente a los ojos.
Dejamos a mi hermana subida en una encina y seguimos caminando hacia las tierras de Julián el Corto. Por el camino nos armamos con unos palos. Tanta pasión en meterle miedo a mi hermana había conseguido el mismo efecto en nosotros mismos. Llegamos a las inmediaciones de los terrenos de Julián. Según nos fuimos acercando pudimos distinguir grandes manchones rojos diseminados por el prado. Saltamos el muro que lo circundaba. Las ovejas que pastaban por allí se alejaron en grupo hasta la parte más alejada del muro. Aún estaban nerviosas por lo que habían vivido la noche anterior. Nos acercamos al manchón rojo que estaba más cerca. Dentro del ronchón quedaban pequeños trozos de carne, restos de vísceras y lana ensangrentada. Contamos ocho ronchones. Evidentemente, los lobos se habían dado un festín. No recuerdo quien de nosotros fue el primero en notar la siniestra sensación de que nos estaban vigilando, pero acabamos convenciéndonos de que los lobos estaban escondidos por los alrededores, acechándonos. José, que siempre fue el más miedica de los tres, echó a correr como alma que lleva el diablo. Jesús y yo nos miramos sin decir palabra y después nos unimos a la huida… Cuando llegué a casa mi madre me preguntó por mi hermana. No me había vuelto a acordar de ella. Supuse que seguiría subida en la encina.
- Se ha quedado jugando por ahí. – mentí.
- Pues vete a buscarla para que te ayude a poner la mesa y podamos cenar.
- Vale.
Salí corriendo a la calle. No paré de correr hasta que llegué a los pies de la encina. Mi hermana estaba en la misma rama que la dejamos, llorando a moco tendido. Tenía los ojos hinchados de haber derramado lágrimas durante horas. Me dio mucha pena verla así, tan preocupada, tan indefensa, tan inocente, tan…
- Creía que los lobos te habían comido. – consiguió decir entre sollozo y sollozo.
- No te preocupes, estoy bien.
La ayudé a bajar del árbol y traté de calmarla. Después regresamos a casa cogidos de la mano.
lunes, 5 de octubre de 2009
DESPEDIDA A MEDIAS DE JOSÉ ÁNGEL BARRUECO

Estamos en tiempos de crisis. En tiempos oscuros. De recortes, despidos y cambios de rumbo. Hay nubarrones sobre nosotros y aún queda por llegar lo peor, la tempestad. Una vez me dijo un colega, cuando estudiábamos juntos en la universidad: “Estamos abocados al fracaso”. No se me han olvidado esas palabras, pero hoy se hacen extensibles al país. España está abocada al fracaso. Decía un personaje de “The Dark Knight”: “La noche es más oscura justo antes del amanecer. Os lo prometo, no tardará en amanecer”. Veremos. Porque a mi alrededor sólo veo gente que cae a la lona. Lo importante es que siempre nos quedan fuerzas para incorporarnos. Dicen que, cuando una puerta se abre, otra se cierra. A Zamora le restan aún energías. Es una ciudad que ha soportado de todo. Lean con atención estas palabras: “No, Zamora no se ha perdido en una hora. Pero sí se ha perdido en años y más años de cercos, de olvidos de sus posibilidades, de murallas de silencio para sus necesidades, de portillos por donde se han traicionado sus bienes y haciendas más comunes y por donde ha ido exportándose la flor de sus habitantes”. No son recientes. Las escribió el poeta zamorano Justo Alejo en el 77. Y, hoy, el cuento es el mismo.
Dije al principio que detesto las despedidas, y de ahí el título de este último artículo diario. Seguiré apareciendo por aquí, si nada lo impide, cada domingo, junto a la tribu de colaboradores dominicales. Con el texto de hoy se cierra una etapa. Casi diez años en los que he visto (con pesar) cómo algunos columnistas se iban. Una etapa plena, sin embargo. De aprendizaje. De forja en la escritura, igual que si uno asistiese con puntualidad a un gimnasio para fortalecer sus músculos. Y coincide con la reedición de mi primer libro: una década después. Como si en estos años hubiera trazado un círculo que ahora se cierra y completa. Amigos, les espero a la vuelta de la esquina, dándole a la tecla, y me despido con una cita de J.D. Salinger: “No cuenten nada a nadie. Si lo hacen, empezarán a echar de menos a todo el mundo”.
domingo, 4 de octubre de 2009
Nº6 DE LA REVISTA CULTURAL AGITADORAS

Lalo Borja, Isabel Huete, Marina P. de Cabo, Care Santos, Albert Herranz, Jaime Muñoz Vargas, Juan Planas, Pepe Pereza, Tito Expósito, Silvia Sánchez, Jenn Díaz, Jesús Zomeño, Mariano Schuster, Juana Cortés, José Blanco, Javier Vázquez Losada, Paco Piquer, Holly, Inés Matute, Ángela Mallén, Adán Echeverría, Jesús Aller, Il Gatopando, David Torres, Luis García, Silvia Gelices, Luis Amézaga, José Ángel Barrueco, Vicente Luis Mora, Jordi Macarulla, Pedro Pruneda, Ana Márquez, Victoria Salvador, Joaquín Lloréns, Ángela Armero, Xisco Fuster, Jan Hamminga.
MOHAMED CHUKRI & ALBERT COSSERY
Mohammed Chukri (en árabe, محمد شكري), transcripción más conocida en castellano, y en ocasiones Šukrī, Choukri o Shukri, fue un escritor marroquí nacido en 1935 en Beni Chiker, un pueblo cerca de Nador, en la region del Rif, y muerto en Rabat en 2003.
En 1945 su padre deserta del ejército español y se traslada con toda su familia a Tánger. Allí Mohammed aprende español y se gana la vida haciendo de guía a los marineros que llegan a la ciudad. Fue educado en una familia pobre; la violencia de su padre le obliga a huir y vivir en las calles de Tánger, subsistiendo en medio de la miseria, la violencia, la prostitución y las drogas. Con veinte años, encarcelado, aprende a leer y escribir, tras lo cual marcha a estudiar a Larache.
En los años 60 vuelve a Tánger, donde fijará su residencia de forma permanente. Comienza a publicar sus obras en 1966: en Al-Adab, mensual de Beirut, su novela Al-Unf ala al-shati (Violencia sobre la playa).
Sus mayores obras son la trilogía autobiográfica que empieza con Al-jubz al-hafi (El pan desnudo), sigue con Zaman al-Ajta (Tiempo de errores), y finalmente Rostros, amores, maldiciones (edición en español del 2002). Escribió también novelas en los años 60 y 70 (Maynun al-Ward (El loco de las rosas), 1980 ; Al-jayma (La tienda), 1985). Escribió asimismo sus memorias sobre sus encuentros con los escritores Paul Bowles, Jean Genet y Tennessee Williams (Jean Genet y Tennessee Williams en Tánger, 1992, Jean Genet en Tánger, 1993, Jean Genet, continuación y fin, 1996, Paul Bowles, el recluso de Tánger, 1997). Ha traducido al árabe poemas de Bécquer, los Machado, Vicente Aleixandre, Lorca, Labordeta, Susana March...
Murió de cáncer el 15 de noviembre en 2003, en el hospital militar de Rabat. Fue enterrado en el cementerio Marshan de Tánger el 17 de noviembre con la presencia del ministro de Cultura de Marruecos, altos funcionarios, personalidades del mundo de la cultura y de un representante del palacio real. Antes de morir creó una fundación con su nombre, que posee sus derechos de autor y conserva sus manuscritos. Chukri dejó en testamento una pensión vitalicia a Fathia, su ayudante doméstica, que lo acompañó durante más de veinte años.
Albert Cossery (El Cairo, 3 de noviembre de 1913 - París, 22 de junio de 2008) fue un escritor francófono de origen egipcio. Nació en El Cairo en 1913, hijo de una mujer analfabeta y de un rentista que pasaba la mayor parte del tiempo leyendo el periódico, lo que hizo que desde pequeño quedara fascinado por la capacidad de no hacer nada; decía que escribía dos frases por semana. Viajó por primera vez a París en 1930, con diecisiete años. Entre 1939 y 1945 trabajó como segundo de a bordo en un mercante egipcio. Al acabar la guerra se instaló en París, en una habitación de hotel en la que viviría el resto de su vida. fue amigo de Albert Camus, Lawrence Durrell, Henry Miller, Jean Genet, Juliette Gréco, Alberto Giacometti o Boris Vian. Murió en París con noventa y cuatro años.
OBRA:
Los hombres olvidados de Dios, 1936.
La casa de la muerte segura, 1942.
Los holgazanes en el valle fecundo, 1948.
La violencia y la burla, 1964.
Un complot de saltimbanquis, 1975.
Una ambición en el desierto, 1984.
Mendigos y orgullosos, 1998.
Los colores de la infamia, 1999.
Si podéis haceros con sus libros no lo dudéis. Os garantizo una experiencia única.
(información sacada de la Wipipedia)
La casa de la muerte segura, 1942.
Los holgazanes en el valle fecundo, 1948.
La violencia y la burla, 1964.
Un complot de saltimbanquis, 1975.
Una ambición en el desierto, 1984.
Mendigos y orgullosos, 1998.
Los colores de la infamia, 1999.
Si podéis haceros con sus libros no lo dudéis. Os garantizo una experiencia única.
(información sacada de la Wipipedia)
viernes, 2 de octubre de 2009
EL GALLO DE JESÚS

- ¡Hombre, Pepito! Cuánto tiempo sin verte por aquí.
- Hola… ¿Está Jesús?
- Sí, por ahí anda. Pasa y búscalo en su habitación.
Me alegré de que no estuviese en el patio de atrás, donde tenían al gallo. Entré en el dormitorio de mi amigo sin llamar. Jesús estaba jugando con un caballo de plástico.
- Hola…
- Hola… - respondió él sin levantar la vista del juguete.
- Quiero que sepas que….
- Nos lo comimos anteayer – se apresuró a decir sin dejarme terminar la frase.
- ¿Qué?
- El gallo. Que anteayer nos lo comimos con arroz.
- ¿Os lo comisteis?
- Atacaba a todo el mundo y mi madre se hartó de aguantarle…
Estuve a punto de echarme a llorar. No sabía si de alegría por la desaparición del gallo o porque intuía que mi amigo me había perdonado.