Oscar y Sancho eran hermanos gemelos. Ambos eran pelirrojos y pecosos. Oscar era el más atrevido y Sancho, el más ingenioso. Estaban en ese peligroso tránsito que deambula entre la niñez y la adolescencia. De hecho, eran considerados en el barrio como los más traviesos y día a día se ocupaban de consolidar su estatus con gamberradas cada vez más sofisticadas.
Ese día se encontraban en el interior de un solar abandonado que estaba en las afueras del barrio. Oscar meaba dentro de un bote de conservas vacío y oxidado mientras que su hermano observaba cómo el chorro de pis entraba en la lata. El bote se terminó de llenar y empezó a sobrarse por los bordes. Al rato Oscar acabó y un ligero escalofrío le recorrió la columna vertebral. Agitó la pilila para librarse de las últimas gotas y después se la guardó dentro del pantalón. Ambos sacaron unas jeringuillas de plástico y tirando de los émbolos las llenaron con el orín que había en el bote. Con sus armas cargadas salieron del solar.
Unas calles más adentro estaba ubicado el Cine Avenida. Un cine de esos de toda la vida, que había sobrevivido malamente, pero sobrevivido a las nuevas salas que nacían con los grandes centros comerciales.
Los gemelos se fueron acercando sigilosamente para no ser descubiertos por la taquillera, que en aquellos momentos leía un libro en su puesto de trabajo. Agazapados, tomaron posiciones debajo del la pequeña ventanilla de la taquilla. Se miraron con malsana complicidad, contaron mentalmente hasta tres, se incorporaron al unísono y vaciaron las jeringas sobre la cara de la pobre taquillera.
Huyeron a la carrera y fueron a esconderse al solar abandonado para comentar la jugada y saborear, en intimidad, su nuevo éxito. Una vez en el solar cada uno contó la jugada según la había vivido y los dos estuvieron riéndose a carcajadas recordando la cara que había puesto la taquillera al recibir la descarga. Se sentían felices y satisfechos con ellos mismos. Pensaban que eran lo más, que no había nada que no pudieran hacer si se lo proponían. Discutieron sobre lo siguiente que harían. Lo de la taquillera había estado bien, en adelante debían superarse. Cada uno esbozó sus ideas pero ninguna estaba a la altura. Tenían que estrujarse más la cabeza, necesitaban algo que estuviera acorde con su reputación. Fue entonces cuando la vieron. Una pequeña culebra salió del follaje y arrastrándose cruzó una zona despejada de vegetación. En cuanto la vieron los hermanos se lanzaron a por ella cual perros de presa. De camino hacia la culebra Sancho cogió el bote de la meada y lo vació. Oscar por su lado se hizo con un palo. La rodearon y le cortaron el paso hacia los matojos de hierba seca que era adonde se dirigía. Ayudándose con el palo consiguieron meter al reptil dentro del bote y después pusieron una piedra plana sobre la lata para evitar que la culebra se escapara.
- ¿Le gustaran las culebras a nuestra querida amiga? – preguntó Oscar con ironía.
- ¿Te queda algún chicle? – añadió Sancho, mientras sacaba un mechero de su bolsillo.
Oscar le pasó un paquete de chicles. Sancho cogió un par, se los metió en la boca y se puso a mascar enérgicamente. Oscar le miró atentamente, pendiente de lo que estaba tramando.
- El palo – pidió Sancho.
Oscar se lo pasó. Sancho lo cogió, sacó el chicle de su boca y lo pegó en un extremo del palo, después acercó el mechero a la goma de mascar y la calentó hasta que empezó a echar humo negro. Oscar seguía atento a lo que hacía su hermano, tratando de intuir cuales eran sus intenciones. Sancho quitó la piedra del bote. Cuando el reptil trató de escapar le aplicó el palo al lomo y ésta quedó pegada al chicle. Por mucho que el bicho se retorció no pudo escapar de su pegajosa trampa. A Oscar no le quedó otra que aplaudir. La astucia y las ideas descabelladas de su hermano no dejaban de asombrarle.
- Y ahora, a por la taquillera. – dijo Sancho levantando el palo con la culebra sobre su cabeza, como si fuese un cetro.
- ¡Yuuuujuuuuuuu! – gritó Oscar.
Salieron del solar y encaminaron sus pasos hacia el Cine Avenida.
Ese día se encontraban en el interior de un solar abandonado que estaba en las afueras del barrio. Oscar meaba dentro de un bote de conservas vacío y oxidado mientras que su hermano observaba cómo el chorro de pis entraba en la lata. El bote se terminó de llenar y empezó a sobrarse por los bordes. Al rato Oscar acabó y un ligero escalofrío le recorrió la columna vertebral. Agitó la pilila para librarse de las últimas gotas y después se la guardó dentro del pantalón. Ambos sacaron unas jeringuillas de plástico y tirando de los émbolos las llenaron con el orín que había en el bote. Con sus armas cargadas salieron del solar.
Unas calles más adentro estaba ubicado el Cine Avenida. Un cine de esos de toda la vida, que había sobrevivido malamente, pero sobrevivido a las nuevas salas que nacían con los grandes centros comerciales.
Los gemelos se fueron acercando sigilosamente para no ser descubiertos por la taquillera, que en aquellos momentos leía un libro en su puesto de trabajo. Agazapados, tomaron posiciones debajo del la pequeña ventanilla de la taquilla. Se miraron con malsana complicidad, contaron mentalmente hasta tres, se incorporaron al unísono y vaciaron las jeringas sobre la cara de la pobre taquillera.
Huyeron a la carrera y fueron a esconderse al solar abandonado para comentar la jugada y saborear, en intimidad, su nuevo éxito. Una vez en el solar cada uno contó la jugada según la había vivido y los dos estuvieron riéndose a carcajadas recordando la cara que había puesto la taquillera al recibir la descarga. Se sentían felices y satisfechos con ellos mismos. Pensaban que eran lo más, que no había nada que no pudieran hacer si se lo proponían. Discutieron sobre lo siguiente que harían. Lo de la taquillera había estado bien, en adelante debían superarse. Cada uno esbozó sus ideas pero ninguna estaba a la altura. Tenían que estrujarse más la cabeza, necesitaban algo que estuviera acorde con su reputación. Fue entonces cuando la vieron. Una pequeña culebra salió del follaje y arrastrándose cruzó una zona despejada de vegetación. En cuanto la vieron los hermanos se lanzaron a por ella cual perros de presa. De camino hacia la culebra Sancho cogió el bote de la meada y lo vació. Oscar por su lado se hizo con un palo. La rodearon y le cortaron el paso hacia los matojos de hierba seca que era adonde se dirigía. Ayudándose con el palo consiguieron meter al reptil dentro del bote y después pusieron una piedra plana sobre la lata para evitar que la culebra se escapara.
- ¿Le gustaran las culebras a nuestra querida amiga? – preguntó Oscar con ironía.
- ¿Te queda algún chicle? – añadió Sancho, mientras sacaba un mechero de su bolsillo.
Oscar le pasó un paquete de chicles. Sancho cogió un par, se los metió en la boca y se puso a mascar enérgicamente. Oscar le miró atentamente, pendiente de lo que estaba tramando.
- El palo – pidió Sancho.
Oscar se lo pasó. Sancho lo cogió, sacó el chicle de su boca y lo pegó en un extremo del palo, después acercó el mechero a la goma de mascar y la calentó hasta que empezó a echar humo negro. Oscar seguía atento a lo que hacía su hermano, tratando de intuir cuales eran sus intenciones. Sancho quitó la piedra del bote. Cuando el reptil trató de escapar le aplicó el palo al lomo y ésta quedó pegada al chicle. Por mucho que el bicho se retorció no pudo escapar de su pegajosa trampa. A Oscar no le quedó otra que aplaudir. La astucia y las ideas descabelladas de su hermano no dejaban de asombrarle.
- Y ahora, a por la taquillera. – dijo Sancho levantando el palo con la culebra sobre su cabeza, como si fuese un cetro.
- ¡Yuuuujuuuuuuu! – gritó Oscar.
Salieron del solar y encaminaron sus pasos hacia el Cine Avenida.
Un relato muy entretenido y bien escrito. Menudos son estos dos, Oscar y Sancho, no los quisiera yo como vecinos.
ResponderEliminarSiempre un placer leerte.
Un abrazo.
¡Pobre mujer! Estos críos son unos cabroncetes. Zipi y Zape se quedan a la altura del betún a su lado.
ResponderEliminarLuego me quejo yo de los chavalines de mi barrio que ponen petardos en el buzón.
Un relato ameno y entretenido. Me ha gustado mucho.
Un beso, Pepe.
Pepe! son los mismo gemelos de los que hablas en el relato de la portera amargada?
ResponderEliminarsi es una serie mola.
Me gusta mucho cómo haces de lo terrible algo cotidiano. :)
Por cierto, que en la entrevista que me hicieron en Onda Expansiva, me preguntaron si había algún autor destacable en La Fanzine y adivina con qué nombre respondí. :)
un besazo
Vaya par!!!
ResponderEliminargran relato lo he disfrutado mucho.
Te abrazo.
Mercedes, yo tampoco los quiero en mi vecindario. Gracias por tus palabras.
ResponderEliminarBesazo
Luisa, me río pensando en lo de tu buzón porque yo de pequeñajo también lo hacía. Muchas gracias.
Besazo.
Adriana, sí es una serie. Gracias por lo dicho en tu entrevista pero seguro que los hay mejores que yo. No obstante te lo agradezco. A ver si coincidimos de una puñetera vez.
Besazo
Begoña, espero que lo hayas disfrutado tanto como yo disfruto con tus poemas.
Besazo
no sé que más decirte pepe, terminé tu putas y no me desengancho de tus textos, son cojonudos, así sin mas. un abrazo y olé por los zipi y zape. jejejejeje. vaya relato bueno!
ResponderEliminar