Llevaba siete horas custodiando el callejón y ése era su primer cliente, un viejo camionero borrachín con el que había tenido trato de vez en cuando. Llegaron a un acuerdo y después de que la pagase se fueron al fondo del callejón y llegaron junto a la carrocería oxidada de un coche abandonado. Él la empujó sobre el capo del coche, hizo que se diese la vuelta, le bajó las bragas y la penetró desde atrás. Ella se resignó a las embestidas y pensó que en cuanto terminase se iría directa a por su dosis de droga. Su cuerpo acusaba la abstinencia con calambres y espasmos. Afortunadamente para ella su cliente interpretó que los temblores obedecían a su rotunda virilidad. Ella estaba tan preocupada por la falta de droga que no se dio cuenta de que su cliente había empezado a sodomizarla. Cuando cayó en la cuenta pensó con mente de empresaria y aplicando términos financieros llegó a la conclusión que “un griego” era más caro que un polvo a secas.
- ¡Hey, tío! Darme por el culo te costara cinco euros más.
- No te lo crees ni tú – dijo el cliente sin dejar de menear las caderas.
- ¿Tú de qué vas? O me los pagas o la sacas ahora mismo.
En ese momento el cliente llegó al orgasmo…
La puta salió del callejón maldiciendo. Torció y se internó en una estrecha e inmunda callejuela. Caminó tratando de esquivar los charcos negros y pestilentes del asfalto. Eran las traseras de una calle principal donde estaban los bares y restaurantes de moda de la ciudad. En la sucia y oscura callejuela había repartidos varios grupos de contenedores de basura. Cada grupo estaba separado unos metros del otro. Los gatos y las ratas, ambos del mismo tamaño, rebuscaban entre la basura de los restaurantes. El olor a podrido de los restos de las comidas envolvía el lugar, pero eso era lo que menos preocupaba a la puta. Su única preocupación en esos momentos era conseguir droga. Caminaba con paso decidido a pesar de los continuos escalofríos. Sabía que con el dinero que llevaba encima sólo iba a conseguir lo justo para quitarse el “mono” de encima y que pasadas un par de horas se vería perseguida por el mismo problema, pero lo importante era conseguir cuanto antes la droga, por poca que fuera. Luego ya pensaría qué hacer. Además, siempre podía volver al callejón en busca de más clientes. Al pasar por delante de unos de los contenedores le pareció escuchar una especie de gemido. Un instinto que estaba por encima de su abstinencia la obligó a detenerse y a aguzar el oído. Efectivamente había algo dentro del contenedor que emitía lo que podría llamarse unos quejidos. En un principio creyó que era una cría de gato. Pensó que tal vez podría sacar algo por el cachorro. Recordaba que la pareja de camellos a los que iba a comprar la droga tuvieron una gata que luego desapareció, tal vez quisieran hacerse con otra mascota. Abrió el contenedor y cual fue su sorpresa al ver que se trataba de un recién nacido que aun conservaba su cordón umbilical. Estaba desnudo con el cuerpo manchado con restos de basura, sangre y placenta. Lo cogió y enseguida notó que el cuerpecito apenas emitía calor. Se quitó la chaqueta, lo envolvió con ella y trató de meterlo en el bolso que llevaba colgado del hombro, pero no cabía así que decidió llevarlo en brazos. Sus camellos eran gente de contactos y podría interesarles el bebé. Seguramente podrían sacarle unos cuantos miles de euros. Ella sabía que había matrimonios que no podían tener hijos y que estaban dispuestos a pagar una buena cifra por agenciarse uno. Después de esos pensamientos se sintió esperanzada. Si se lo hacía bien y jugaba sus cartas con cabeza podría conseguir una buena cantidad de droga a cambio del bebé, la suficiente como para no tener que preocuparse en una buena temporada. Aceleró el paso, quería llegar cuanto antes a casa de sus camellos para hacer el intercambio y llevarse toda esa droga con ella. No podía creerse la suerte que había tenido al encontrarse al bebé. Estaba dichosa y feliz, ya se veía regresando a casa con una buena cantidad de heroína en su poder. Sentía tan cerca la droga que sus escalofríos y temblores apenas la afectaban. Por fin llegó al barrio donde vivía la pareja de camellos. Era una urbanización a las afueras de la ciudad, con casas de una sola planta y jardín trasero. No era un mal sitio para vivir. La puta se dirigió a una de las casas, la bordeó y entró en el jardín. Se acercó a la puerta trasera y llamó. Fue Carol la que abrió.
- Hola Carol – dijo la puta con voz cantarina.
Carol era una mujer de unos treinta años, extremadamente delgada, guapa a pesar de estar esquelética, pelirroja y además tenía los brazos totalmente tatuados.
- Ah, eres tú – contestó Carol sin ocultar su desprecio hacia ella.
Y volvió al sofá donde estaba sentada viendo en la televisión una película de Joselito. La puta entró y cerró la puerta. Se entraba directamente al salón, que era bastante amplio y estaba separado de la cocina por un mostrador. Víctor, que estaba totalmente ciego de setas, estaba al fondo del salón tratando de montar una pista de Scalextric. Fumaba de un porro de hierba y la estancia entera apestaba a marihuana. Víctor tenía cuarenta y pocos años, llevaba gafas y perilla que le daban un aspecto de intelectual chiflado. Estaba tan centrado en lo que estaba haciendo que no prestó ninguna atención a la llegada de la puta. Carol tampoco es que le hiciera mucho caso, es más, se había olvidado de ella desde el mismo momento en que se había vuelto a sentar en el sofá. La puta se quedó en el centro del salón sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Finalmente se armó de valor y pronunció una frase:
- Os he traído esto.
Y apartó la chaqueta con la que cubría al bebé para que pudiesen verlo. Carol abandonó la vista del televisor y la puso sobre la criatura que mostraba en sus brazos la puta.
- ¿Qué coño es eso? ¿Un muñeco? – preguntó Carol.
Víctor seguía montando la pista de juguete sin hacerles el menor caso.
- No, es un bebé de verdad – respondió la puta.
Carol se levantó del sofá y avanzó hacia la puta. Cuando estuvo delante examinó al bebé.
- ¡Joder…, pero si está muerto! – dijo Carol horrorizada.
La palabra “muerto” llamó la atención de Víctor y dejó de lado la pista de juguete para centrarse en lo que estaban hablando las mujeres. La puta inspeccionó al bebé. Tenía la piel azul y las corneas de sus ojos parecían que se hubiesen secado, dándole un tono grisáceo.
- Se ha debido de morir por el camino – admitió la puta.
Se sintió decepcionada ya que no iba a poder sacar ningún provecho del bebé. De pronto su síndrome de abstinencia se volvió más intenso y los temblores se adueñaron de sus manos.
- ¿Es tuyo?- preguntó Víctor acercándose para poder ver el cadáver.
- ¿Te refieres a qué si el niño es mi hijo?
Víctor asintió con la cabeza sin dejar de observar el cuerpo del bebé.
- No, lo encontré en un contenedor de basura – respondió la puta.
- ¿Y para qué coño lo has traído a esta casa?- dijo Carol.
- Pensé que podríais venderlo a algún matrimonio que quiera un hijo y no pueda tenerlo.
- Esta tía es gilipollas… ¿Quieres buscarnos la ruina?- dijo Carol.
- Yo pensé que…
- Tú qué coño vas a pensar si tienes el cerebro de un mosquito… Quiero que tú y esa cosa que has traído os vayáis fuera de aquí ahora mismo – dijo Carol señalando con el dedo la puerta de la calle.
La puta temió que se iba a quedar sin droga y empezó a sentirse enferma.
- Igual os puede servir para vender alguno de sus órganos – insistió la puta.
- ¿Vender alguno de sus órganos? Pero… ¿Tú quién te has creído que somos? – dijo Carol malhumorada.
- Yo…
- ¿No me has oído? Te he dicho que te largues.
- Traigo algo de dinero. ¿Me podéis pasar medio gramo?
- No. Vuelve cuando te hayas deshecho del bebé – concluyó Carol.
La puta pensó en cómo librarse del cadáver. Lo haría echándolo a las aguas del río, afortunadamente para ella el río estaba a cinco minutos andando. En menos de diez minutos estaría de vuelta y podría conseguir, al fin, su droga. Luego cayó en la cuenta de que sería más rápido tirarlo al primer contenedor que viera. Carol deseaba que la puta saliese cuanto antes de la casa y con ella el bebé muerto. Víctor, ebrio como estaba por los efectos de las setas que se había comido, no podía apartar la vista del pequeño cadáver, le fascinaba aquel recipiente vacío de vida.
- ¿Puedo tocarlo? – preguntó Víctor a la puta.
- Claro – dijo la puta pasándole el cuerpecito.
Víctor lo cogió y con los brazos estirados lo miró de arriba abajo. Le llamó la atención el trozo de cordón umbilical que colgaba de su tripa y empezó a soplar para que se moviera.
- ¿Qué coño estás haciendo? – le abroncó Carol.
- ¿No te parece alucinante? – dijo Víctor.
- Me parece repugnante – respondió Carol.
- ¿Qué dices?... Es…, es…
- Devuélvele “eso” y deja que se vaya. No soporto verlo más – insistió Carol.
- ¿Cuánto pides por él? – le dijo Víctor a la puta.
La puta había perdido toda esperanza de sacar provecho del bebé y la pregunta la pilló por sorpresa.
- Pues… no sé… Tres gramos.
- ¿Qué coño estás haciendo? Es que te has vuelto loco – protestó Carol.
- Te doy gramo y medio - dijo Víctor a la puta, haciendo caso omiso de las protestas de Carol.
- Te pago medio y me pasas dos gramos – sugirió la puta.
- Vale – aceptó Víctor.
- ¿Nos hemos vuelto todos gilipollas o qué mierda está pasando?- dijo Carol sin tener ni idea de lo que estaba haciendo su compañero.
Víctor le suministró a la puta dos papelinas de un gramo cada una. La puta las cogió, dejo un par de billetes sobre la mesa y rápidamente salió de la casa sin despedirse. Estaba tan necesitada de la droga que decidió pincharse allí mismo, en el jardín de la casa. Se ocultó detrás de unos arbustos y mientras preparaba sus útiles escuchó la voz de Carol que brotaba a través de las paredes de la casa:
- ¡Joder tío! No puedo creerme que le hayas dado a esa puta gramo y medio a cambio de esa mierda… ¿Se puede saber para qué quieres tú “eso”?
- Quiero meterlo en un bote de cristal y llenarlo con formol. Quedara de puta madre encima del la estantería del dormitorio.
La puta estaba tan ansiosa y le temblaban tanto las manos que apenas podía sostener la cucharilla en la que debía calentar y disolver la heroína.
- ¿Estás de coña? En el dormitorio no vas a ponerlo. No quiero ver esa cosa cada vez que me acuesto o me levanto. Además ¿qué pasa si un día entra la pasma?
- Te aseguro que si un día entra la pasma ésto es lo que menos me preocupa que encuentre.
La puta hacía esfuerzos por controlar su pulso. No quería derramar ni una sola gota del contenido de la cucharilla.
- De todas formas en el dormitorio no lo vas a poner. Y si lo pones yo me voy a dormir a otro sitio.
- Está bien, lo pondré en mi escritorio.
La puta tiró del émbolo de la jeringuilla y la droga fue absorbida por la aguja.
- ¿Y de dónde dices que vas a sacar el formol?
- Pues de una farmacia.
- Y en una farmacia te van a vender así como así un par de litros de formol…
Por fin, la aguja penetró en la vena y como en un orgasmo eyaculó la droga dentro.
- ¡Hey, tío! Darme por el culo te costara cinco euros más.
- No te lo crees ni tú – dijo el cliente sin dejar de menear las caderas.
- ¿Tú de qué vas? O me los pagas o la sacas ahora mismo.
En ese momento el cliente llegó al orgasmo…
La puta salió del callejón maldiciendo. Torció y se internó en una estrecha e inmunda callejuela. Caminó tratando de esquivar los charcos negros y pestilentes del asfalto. Eran las traseras de una calle principal donde estaban los bares y restaurantes de moda de la ciudad. En la sucia y oscura callejuela había repartidos varios grupos de contenedores de basura. Cada grupo estaba separado unos metros del otro. Los gatos y las ratas, ambos del mismo tamaño, rebuscaban entre la basura de los restaurantes. El olor a podrido de los restos de las comidas envolvía el lugar, pero eso era lo que menos preocupaba a la puta. Su única preocupación en esos momentos era conseguir droga. Caminaba con paso decidido a pesar de los continuos escalofríos. Sabía que con el dinero que llevaba encima sólo iba a conseguir lo justo para quitarse el “mono” de encima y que pasadas un par de horas se vería perseguida por el mismo problema, pero lo importante era conseguir cuanto antes la droga, por poca que fuera. Luego ya pensaría qué hacer. Además, siempre podía volver al callejón en busca de más clientes. Al pasar por delante de unos de los contenedores le pareció escuchar una especie de gemido. Un instinto que estaba por encima de su abstinencia la obligó a detenerse y a aguzar el oído. Efectivamente había algo dentro del contenedor que emitía lo que podría llamarse unos quejidos. En un principio creyó que era una cría de gato. Pensó que tal vez podría sacar algo por el cachorro. Recordaba que la pareja de camellos a los que iba a comprar la droga tuvieron una gata que luego desapareció, tal vez quisieran hacerse con otra mascota. Abrió el contenedor y cual fue su sorpresa al ver que se trataba de un recién nacido que aun conservaba su cordón umbilical. Estaba desnudo con el cuerpo manchado con restos de basura, sangre y placenta. Lo cogió y enseguida notó que el cuerpecito apenas emitía calor. Se quitó la chaqueta, lo envolvió con ella y trató de meterlo en el bolso que llevaba colgado del hombro, pero no cabía así que decidió llevarlo en brazos. Sus camellos eran gente de contactos y podría interesarles el bebé. Seguramente podrían sacarle unos cuantos miles de euros. Ella sabía que había matrimonios que no podían tener hijos y que estaban dispuestos a pagar una buena cifra por agenciarse uno. Después de esos pensamientos se sintió esperanzada. Si se lo hacía bien y jugaba sus cartas con cabeza podría conseguir una buena cantidad de droga a cambio del bebé, la suficiente como para no tener que preocuparse en una buena temporada. Aceleró el paso, quería llegar cuanto antes a casa de sus camellos para hacer el intercambio y llevarse toda esa droga con ella. No podía creerse la suerte que había tenido al encontrarse al bebé. Estaba dichosa y feliz, ya se veía regresando a casa con una buena cantidad de heroína en su poder. Sentía tan cerca la droga que sus escalofríos y temblores apenas la afectaban. Por fin llegó al barrio donde vivía la pareja de camellos. Era una urbanización a las afueras de la ciudad, con casas de una sola planta y jardín trasero. No era un mal sitio para vivir. La puta se dirigió a una de las casas, la bordeó y entró en el jardín. Se acercó a la puerta trasera y llamó. Fue Carol la que abrió.
- Hola Carol – dijo la puta con voz cantarina.
Carol era una mujer de unos treinta años, extremadamente delgada, guapa a pesar de estar esquelética, pelirroja y además tenía los brazos totalmente tatuados.
- Ah, eres tú – contestó Carol sin ocultar su desprecio hacia ella.
Y volvió al sofá donde estaba sentada viendo en la televisión una película de Joselito. La puta entró y cerró la puerta. Se entraba directamente al salón, que era bastante amplio y estaba separado de la cocina por un mostrador. Víctor, que estaba totalmente ciego de setas, estaba al fondo del salón tratando de montar una pista de Scalextric. Fumaba de un porro de hierba y la estancia entera apestaba a marihuana. Víctor tenía cuarenta y pocos años, llevaba gafas y perilla que le daban un aspecto de intelectual chiflado. Estaba tan centrado en lo que estaba haciendo que no prestó ninguna atención a la llegada de la puta. Carol tampoco es que le hiciera mucho caso, es más, se había olvidado de ella desde el mismo momento en que se había vuelto a sentar en el sofá. La puta se quedó en el centro del salón sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Finalmente se armó de valor y pronunció una frase:
- Os he traído esto.
Y apartó la chaqueta con la que cubría al bebé para que pudiesen verlo. Carol abandonó la vista del televisor y la puso sobre la criatura que mostraba en sus brazos la puta.
- ¿Qué coño es eso? ¿Un muñeco? – preguntó Carol.
Víctor seguía montando la pista de juguete sin hacerles el menor caso.
- No, es un bebé de verdad – respondió la puta.
Carol se levantó del sofá y avanzó hacia la puta. Cuando estuvo delante examinó al bebé.
- ¡Joder…, pero si está muerto! – dijo Carol horrorizada.
La palabra “muerto” llamó la atención de Víctor y dejó de lado la pista de juguete para centrarse en lo que estaban hablando las mujeres. La puta inspeccionó al bebé. Tenía la piel azul y las corneas de sus ojos parecían que se hubiesen secado, dándole un tono grisáceo.
- Se ha debido de morir por el camino – admitió la puta.
Se sintió decepcionada ya que no iba a poder sacar ningún provecho del bebé. De pronto su síndrome de abstinencia se volvió más intenso y los temblores se adueñaron de sus manos.
- ¿Es tuyo?- preguntó Víctor acercándose para poder ver el cadáver.
- ¿Te refieres a qué si el niño es mi hijo?
Víctor asintió con la cabeza sin dejar de observar el cuerpo del bebé.
- No, lo encontré en un contenedor de basura – respondió la puta.
- ¿Y para qué coño lo has traído a esta casa?- dijo Carol.
- Pensé que podríais venderlo a algún matrimonio que quiera un hijo y no pueda tenerlo.
- Esta tía es gilipollas… ¿Quieres buscarnos la ruina?- dijo Carol.
- Yo pensé que…
- Tú qué coño vas a pensar si tienes el cerebro de un mosquito… Quiero que tú y esa cosa que has traído os vayáis fuera de aquí ahora mismo – dijo Carol señalando con el dedo la puerta de la calle.
La puta temió que se iba a quedar sin droga y empezó a sentirse enferma.
- Igual os puede servir para vender alguno de sus órganos – insistió la puta.
- ¿Vender alguno de sus órganos? Pero… ¿Tú quién te has creído que somos? – dijo Carol malhumorada.
- Yo…
- ¿No me has oído? Te he dicho que te largues.
- Traigo algo de dinero. ¿Me podéis pasar medio gramo?
- No. Vuelve cuando te hayas deshecho del bebé – concluyó Carol.
La puta pensó en cómo librarse del cadáver. Lo haría echándolo a las aguas del río, afortunadamente para ella el río estaba a cinco minutos andando. En menos de diez minutos estaría de vuelta y podría conseguir, al fin, su droga. Luego cayó en la cuenta de que sería más rápido tirarlo al primer contenedor que viera. Carol deseaba que la puta saliese cuanto antes de la casa y con ella el bebé muerto. Víctor, ebrio como estaba por los efectos de las setas que se había comido, no podía apartar la vista del pequeño cadáver, le fascinaba aquel recipiente vacío de vida.
- ¿Puedo tocarlo? – preguntó Víctor a la puta.
- Claro – dijo la puta pasándole el cuerpecito.
Víctor lo cogió y con los brazos estirados lo miró de arriba abajo. Le llamó la atención el trozo de cordón umbilical que colgaba de su tripa y empezó a soplar para que se moviera.
- ¿Qué coño estás haciendo? – le abroncó Carol.
- ¿No te parece alucinante? – dijo Víctor.
- Me parece repugnante – respondió Carol.
- ¿Qué dices?... Es…, es…
- Devuélvele “eso” y deja que se vaya. No soporto verlo más – insistió Carol.
- ¿Cuánto pides por él? – le dijo Víctor a la puta.
La puta había perdido toda esperanza de sacar provecho del bebé y la pregunta la pilló por sorpresa.
- Pues… no sé… Tres gramos.
- ¿Qué coño estás haciendo? Es que te has vuelto loco – protestó Carol.
- Te doy gramo y medio - dijo Víctor a la puta, haciendo caso omiso de las protestas de Carol.
- Te pago medio y me pasas dos gramos – sugirió la puta.
- Vale – aceptó Víctor.
- ¿Nos hemos vuelto todos gilipollas o qué mierda está pasando?- dijo Carol sin tener ni idea de lo que estaba haciendo su compañero.
Víctor le suministró a la puta dos papelinas de un gramo cada una. La puta las cogió, dejo un par de billetes sobre la mesa y rápidamente salió de la casa sin despedirse. Estaba tan necesitada de la droga que decidió pincharse allí mismo, en el jardín de la casa. Se ocultó detrás de unos arbustos y mientras preparaba sus útiles escuchó la voz de Carol que brotaba a través de las paredes de la casa:
- ¡Joder tío! No puedo creerme que le hayas dado a esa puta gramo y medio a cambio de esa mierda… ¿Se puede saber para qué quieres tú “eso”?
- Quiero meterlo en un bote de cristal y llenarlo con formol. Quedara de puta madre encima del la estantería del dormitorio.
La puta estaba tan ansiosa y le temblaban tanto las manos que apenas podía sostener la cucharilla en la que debía calentar y disolver la heroína.
- ¿Estás de coña? En el dormitorio no vas a ponerlo. No quiero ver esa cosa cada vez que me acuesto o me levanto. Además ¿qué pasa si un día entra la pasma?
- Te aseguro que si un día entra la pasma ésto es lo que menos me preocupa que encuentre.
La puta hacía esfuerzos por controlar su pulso. No quería derramar ni una sola gota del contenido de la cucharilla.
- De todas formas en el dormitorio no lo vas a poner. Y si lo pones yo me voy a dormir a otro sitio.
- Está bien, lo pondré en mi escritorio.
La puta tiró del émbolo de la jeringuilla y la droga fue absorbida por la aguja.
- ¿Y de dónde dices que vas a sacar el formol?
- Pues de una farmacia.
- Y en una farmacia te van a vender así como así un par de litros de formol…
Por fin, la aguja penetró en la vena y como en un orgasmo eyaculó la droga dentro.
Con tus relatos consigues lo que creo que persigues, sobrecogerme. Y pensar que realmente hay personas para las que la vida es eso, nada; gento que ante el cadáver de un bebé sólo sienten curiosidad. ¿Qué les habrá hecho la vida para que tengan el corazón hecho trizas?
ResponderEliminarMuy fuerte y absorbente, además de hacerte reflexionar.
Un abrazo.
Muy bueno. Me he quedado "flipada".
ResponderEliminarUn beso, Pepe.
Luisa y Mercedes, muchas gracias a las dos.
ResponderEliminarBesazo inmenso.