Eran las cuatro de una tarde de verano y el sol pegaba como un boxeador cabreado. Él caminaba por la calle mirando al suelo, tratando de esquivar las miradas de los viandantes con los que se cruzaba. Su falta de confianza y los múltiples complejos le hacían ser una persona tremendamente introvertida que huía de todo y de todos. Pero ese día había decidido hacer algo que nunca antes se atrevió a hacer. Era su trigésimo quinto cumpleaños y quería celebrarlo en compañía de una mujer. Jamás había tenido relaciones con una mujer, ni afectivas, ni sexuales. Su aspecto deforme era el principal motivo. Ese día necesitaba, por encima de todo, poseer a una. Su única posibilidad era acudir a una prostituta, así que buscó respuesta en los clasificados de un periódico. Tuvo que armarse de toneladas de valor para atreverse a llamar por teléfono y concertar una cita. Finalmente lo hizo.
- Hola, llamo por… lo del anuncio del periódico.
- Te cuento, cariño. Tenemos cinco chicas monísimas que se pondrán a tu disposición para satisfacer todos tus deseos. El servicio mínimo es de cincuenta euros. Si te interesa, la dirección es...
Se rebuscó en los bolsillos del pantalón hasta que encontró el trozo de papel donde había apuntado la dirección. Lo comprobó y siguió caminando hacia allí. Sudaba a mares y no por el calor, sino por los nervios que le agarrotaban el estómago y le entumecían los músculos del diafragma impidiéndole respirar con facilidad. No estaba seguro de que cuando llegase a su destino se atreviera a llamar a la puerta, aún así siguió caminando en dirección al prostíbulo. Al girar a la derecha y acometer la avenida advirtió que a unos treinta metros venía un niño de cinco o seis años agarrado de la mano de su madre. Él siempre tuvo miedo de la sinceridad de los niños y por eso cruzó rápidamente de acera. De reojo percibió cómo el niño le seguía con la mirada y le señalaba con el dedo. La madre avergonzada se apresuró a regañar al niño.
- No hagas eso.
- Pero… mira a ese hombre...
- Te he dicho que no hagas eso.
Él siguió caminando como si no se hubiera enterado de nada, disimulando la vergüenza y clavando la mirada en el suelo. El incidente le hizo replantearse el plan y estuvo a punto de darse la vuelta y regresar a casa, pero la necesidad de conocer íntimamente a una mujer era demasiado fuerte y siguió adelante.
Cuando llegó a la dirección indicada estaba empapado en sudor. En un principio dudó antes de llamar al portero automático, aunque se apresuró a apretar el timbre porque sabía que si se lo pensaba dos veces terminaría por no hacerlo. Le abrieron la puerta sin preguntar. Entró en el portal y se dirigió hacia las escaleras. Las piernas le temblaban hasta el punto de que no le quedó otro remedio que sentarse en los escalones. Por un momento creyó que le iba a dar un ataque al corazón. Trató de calmarse inspirando y expirando el aire fresco del edificio. En cuanto llegase al primer piso y llamase a la puerta ya no habría marcha atrás. Se preguntó si tendría el valor suficiente para llamar a la puerta. No obtuvo respuesta. Se incorporó y siguió subiendo por las escaleras. La puerta a la que debía llamar era la de la letra B. Se quedó parado enfrente. Debajo de la mirilla había un pequeño cartel en el que ponía: “Agencia artística”.
- ¿Agencia artística? ¿Qué coño tenía que ver un prostíbulo con una agencia artística? – Pensó él sin atreverse a llamar.
La puerta se abrió cogiéndole por sorpresa. Una mujer de unos cincuenta años y con exceso de maquillaje salió a recibirle. Al verle dio un pequeño paso hacia atrás e hizo amago de cerrar la puerta, pero luego se lo debió pensar mejor y con un gesto apremiante le indicó que entrase. Una vez dentro la mujer cerró la puerta y echó una última ojeada por la mirilla.
- Es que no quiero problemas con los vecinos – dijo la mujer, disculpándose.
Le guió por un pasillo bastante largo con puertas cerradas a ambos lados. Llegaron a una que estaba al fondo y la mujer la abrió y le invito a entrar.
- Espera dentro, cariño. Ahora pasan las chicas para que elijas.
Él entró en la habitación y la mujer cerró la puerta dejándole a solas consigo mismo. Había una cama en el centro, una mesilla con una lámpara, una bandeja con condones, pañuelos de papel y un frasco de aceite lubricante. También había un armario con un candado. Las persianas estaban medio bajadas y la luz era tenue. Él no sabía si esperar de pie o sentarse en la cama. Al final, optó por sentarse en la cama. Las palmas de las manos le sudaban y por el contrario notaba la garganta seca y estropajosa. Al cabo de un par de minutos entró una mujer de unos treinta y cinco años…
Si quieres seguir leyendo el relato tendrás que entrar en la siguiente dirección:
http://www.scribd.com/doc/25305453/Putas-de-Pepe-Pereza
- Hola, llamo por… lo del anuncio del periódico.
- Te cuento, cariño. Tenemos cinco chicas monísimas que se pondrán a tu disposición para satisfacer todos tus deseos. El servicio mínimo es de cincuenta euros. Si te interesa, la dirección es...
Se rebuscó en los bolsillos del pantalón hasta que encontró el trozo de papel donde había apuntado la dirección. Lo comprobó y siguió caminando hacia allí. Sudaba a mares y no por el calor, sino por los nervios que le agarrotaban el estómago y le entumecían los músculos del diafragma impidiéndole respirar con facilidad. No estaba seguro de que cuando llegase a su destino se atreviera a llamar a la puerta, aún así siguió caminando en dirección al prostíbulo. Al girar a la derecha y acometer la avenida advirtió que a unos treinta metros venía un niño de cinco o seis años agarrado de la mano de su madre. Él siempre tuvo miedo de la sinceridad de los niños y por eso cruzó rápidamente de acera. De reojo percibió cómo el niño le seguía con la mirada y le señalaba con el dedo. La madre avergonzada se apresuró a regañar al niño.
- No hagas eso.
- Pero… mira a ese hombre...
- Te he dicho que no hagas eso.
Él siguió caminando como si no se hubiera enterado de nada, disimulando la vergüenza y clavando la mirada en el suelo. El incidente le hizo replantearse el plan y estuvo a punto de darse la vuelta y regresar a casa, pero la necesidad de conocer íntimamente a una mujer era demasiado fuerte y siguió adelante.
Cuando llegó a la dirección indicada estaba empapado en sudor. En un principio dudó antes de llamar al portero automático, aunque se apresuró a apretar el timbre porque sabía que si se lo pensaba dos veces terminaría por no hacerlo. Le abrieron la puerta sin preguntar. Entró en el portal y se dirigió hacia las escaleras. Las piernas le temblaban hasta el punto de que no le quedó otro remedio que sentarse en los escalones. Por un momento creyó que le iba a dar un ataque al corazón. Trató de calmarse inspirando y expirando el aire fresco del edificio. En cuanto llegase al primer piso y llamase a la puerta ya no habría marcha atrás. Se preguntó si tendría el valor suficiente para llamar a la puerta. No obtuvo respuesta. Se incorporó y siguió subiendo por las escaleras. La puerta a la que debía llamar era la de la letra B. Se quedó parado enfrente. Debajo de la mirilla había un pequeño cartel en el que ponía: “Agencia artística”.
- ¿Agencia artística? ¿Qué coño tenía que ver un prostíbulo con una agencia artística? – Pensó él sin atreverse a llamar.
La puerta se abrió cogiéndole por sorpresa. Una mujer de unos cincuenta años y con exceso de maquillaje salió a recibirle. Al verle dio un pequeño paso hacia atrás e hizo amago de cerrar la puerta, pero luego se lo debió pensar mejor y con un gesto apremiante le indicó que entrase. Una vez dentro la mujer cerró la puerta y echó una última ojeada por la mirilla.
- Es que no quiero problemas con los vecinos – dijo la mujer, disculpándose.
Le guió por un pasillo bastante largo con puertas cerradas a ambos lados. Llegaron a una que estaba al fondo y la mujer la abrió y le invito a entrar.
- Espera dentro, cariño. Ahora pasan las chicas para que elijas.
Él entró en la habitación y la mujer cerró la puerta dejándole a solas consigo mismo. Había una cama en el centro, una mesilla con una lámpara, una bandeja con condones, pañuelos de papel y un frasco de aceite lubricante. También había un armario con un candado. Las persianas estaban medio bajadas y la luz era tenue. Él no sabía si esperar de pie o sentarse en la cama. Al final, optó por sentarse en la cama. Las palmas de las manos le sudaban y por el contrario notaba la garganta seca y estropajosa. Al cabo de un par de minutos entró una mujer de unos treinta y cinco años…
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http://www.scribd.com/doc/25305453/Putas-de-Pepe-Pereza
Todos tus relatos contenidos en Putas, tienen una gran carga existencial. Este no se queda corto.
ResponderEliminarMuy bueno, Pepe.
Un besazo.
Aunque acabo de llegar de viaje, no he podido resistir la tentación de leer uno de tus relatos de prostitutas. Siempre geniales, desgarradores y llenos de fuerza vital.
ResponderEliminarUn abrazo.
me quedo con las palbras de luisa, un abrazo pepe.
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