EL FUNERAL
Llegó al pueblo en autobús, a primera hora de la mañana. Llovía a cántaros y las calles estaban medio inundadas. Estaba tan apenado que apenas tuvo fuerzas para llegarse a la parada de taxis junto a la estación. Indicó su destino al taxista y se dejó llevar en silencio hasta la funeraria.
Allí no conocía a nadie y nadie le conocía a él. Preguntó por los padres de la fallecida al primero que se puso a tiro. Le señaló a una señora gorda con demasiado maquillaje que lloraba amargamente. Asintió en silencio y fue a presentarse.
- Hola, yo soy... (Rectificando) -Perdón, yo era el novio de su hija.
- (Llorando) ¡Ay! Hijo mío. En qué momento más triste tenemos que conocernos. Ven que te dé un abrazo.
Se abrazaron. Él se sintió incómodo entre los brazos de la que hubiera sido su suegra. Tenía la extraña y desagradable sensación de hundirse en las fláccidas carnes de aquella mujer que le abrazaba con un ímpetu exagerado. Por fin, ella le soltó y pudo respirar.
- (Llorando) Ni tiempo tuvo la pobrecita de presentarnos.
- Ella me hablaba mucho de ustedes.
- (Llorando) Pobrecita mía, que pronto se nos ha ido.
Él estaba tan compungido que no supo qué decir.
- Ven que te presente a mi marido.
Se dirigieron a un rincón donde un hombre fumaba ausente.
- (Llorando) Mira a quién traigo. El novio de nuestra pequeña.
- Mi hija me habló mucho de ti. Me alegra conocerte aunque sea en estas circunstancias.
- Lo mismo le digo. Yo también...
Sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo continuar con la frase. Los tres lloraron durante unos segundos sin decirse nada, no había nada que decir, el dolor estaba presente en sus caras y se manifestaba sin necesidad de palabras. Algunos asistentes pasaron a su lado y dieron el pésame. Los padres dejaron un poco de lado su dolor para cumplir de anfitriones con los que venían a dar el último adiós a su hija. Él se sintió marginado y sólo, en su vida se había sentido tan sólo. No terminaba de asumir que el amor de su vida se hubiese matado en un estúpido accidente de tráfico.
Todo había ocurrido mientras disfrutaba de unas pequeñas vacaciones en su pueblo natal. Todavía la veía haciendo las maletas, ilusionada con la idea de volver a ver a su familia y a sus queridos padres. Todavía sentía ése último beso presente en su boca. Fue a sentarse a un rincón para llorar a gusto. Era tan raro todo aquello, tan irreal, rodeado de todos esos desconocidos. De vez en cuando, alguien que se había informado sobre su identidad se le acercaba y le decía con voz compungida: "Mi más sentido pésame", a lo cual él nunca sabía qué responder.
A media mañana un joven de su misma edad se le acercó y le preguntó:
- ¿Tú fumas porros?
- ¿Por qué?
- ¿Te apetece uno?
- ¿Tú quién eres?
- Tranquilo soy de la familia.
- (Ofreciéndole la mano) Encantado.
- (Dándole la suya) ¿Te apetece o no?
- Me apetece.
- Pues sígueme.
A los pocos minutos estaban saliendo del pueblo dentro del coche del familiar. Seguía lloviendo a mares.
- ¿A dónde vamos?
- A cualquier sitio tranquilo que no sea un barrizal.
- Es verdad, llueve como si fuera a acabarse el mundo.
- Llevamos así casi cuatro meses.
Las cunetas de ambos lados de la carretera estaban anegadas, parecían dos pequeños torrentes cabreados y los limpia-parabrisas no daban abasto con el chaparrón que caía. Al cabo de unos cuantos kilómetros encontraron un pequeño promontorio junto a la carretera y aparcaron. Desde allí se podía ver toda la dehesa, sus prados verdes y sus encinas rodeadas de grandes charcas y regatos... Se fumaron el porro casi sin hablar, eludiendo el tema de lo que habían dejado en la funeraria. De lo poco de lo que se habló allí fue del tiempo.
- Supongo que toda esta agua vendrá muy bien para el campo.
- No sé yo, mucha me parece.
El porro le permitió calmarse, dándole el respiro que necesitaba. Al cabo de unos minutos regresaron. Cuando llegaron a la funeraria el padre de la fallecida salió a recibirlos.
- ¿Dónde os habéis metido?
- Me lo he llevado a tomar un café –Se apresuró a contestar el familiar.
- Daos prisa, que hay que meterla en el coche.
- ¿Salimos ya para la iglesia?
- Sí, deprisa.
Cargaron el ataúd en el coche fúnebre y seguidos de cerca por la comitiva partieron hacia la iglesia. A las puertas del templo le invitaron a que fuese uno de los que portara el féretro, y así lo hizo. Cargó con la parte derecha del cabecero del ataúd, a su izquierda iba el familiar que le había invitado a fumar y detrás el padre y un desconocido para él. La gente se apelotonaba delante de la iglesia, los presentes se apartaban al paso del ataúd dejando un estrecho pasillo por el cual avanzaban.
Dentro de la iglesia, tomaron el pasillo central hasta llegar a los pies del púlpito. Allí dejaron el ataúd sobre un soporte colocado para ése motivo. Se colocaron en los primeros bancos recibiendo, de nuevo, el pésame de los presentes que fueron desfilando frente a la familia. El Cura esperó a que todo el mundo hubiese terminado para comenzar la misa. Cuando el sacerdote dijo el nombre de la fallecida, él se quedó pálido como el mármol. El nombre de la muerta no era el nombre de su novia. Confundido preguntó a los presentes, las respuestas no le tranquilizaron nada, todo lo contrario. Se dio cuenta que la muerta no era su novia. No se paró a dar explicaciones, salió corriendo de la iglesia, dejando a todos con la boca abierta.
Corrió con todas sus fuerzas hacia la funeraria sin saber muy bien qué iba a decir. El funeral que él buscaba se estaría celebrando en la sala contigua a aquella en la que él se había presentado esa mañana. Otra vez iba a tener que pasar por las presentaciones, los abrazos y todo lo demás. Se sintió estúpido y torpe.
Al cabo de unos minutos de correr como un poseso, se dio cuenta de que se había perdido. No pudo aguantarlo, aquello era demasiado para él. Se desplomó de rodillas en el suelo y allí se quedó, llorando bajo la lluvia.
® pepe pereza
Llegó al pueblo en autobús, a primera hora de la mañana. Llovía a cántaros y las calles estaban medio inundadas. Estaba tan apenado que apenas tuvo fuerzas para llegarse a la parada de taxis junto a la estación. Indicó su destino al taxista y se dejó llevar en silencio hasta la funeraria.
Allí no conocía a nadie y nadie le conocía a él. Preguntó por los padres de la fallecida al primero que se puso a tiro. Le señaló a una señora gorda con demasiado maquillaje que lloraba amargamente. Asintió en silencio y fue a presentarse.
- Hola, yo soy... (Rectificando) -Perdón, yo era el novio de su hija.
- (Llorando) ¡Ay! Hijo mío. En qué momento más triste tenemos que conocernos. Ven que te dé un abrazo.
Se abrazaron. Él se sintió incómodo entre los brazos de la que hubiera sido su suegra. Tenía la extraña y desagradable sensación de hundirse en las fláccidas carnes de aquella mujer que le abrazaba con un ímpetu exagerado. Por fin, ella le soltó y pudo respirar.
- (Llorando) Ni tiempo tuvo la pobrecita de presentarnos.
- Ella me hablaba mucho de ustedes.
- (Llorando) Pobrecita mía, que pronto se nos ha ido.
Él estaba tan compungido que no supo qué decir.
- Ven que te presente a mi marido.
Se dirigieron a un rincón donde un hombre fumaba ausente.
- (Llorando) Mira a quién traigo. El novio de nuestra pequeña.
- Mi hija me habló mucho de ti. Me alegra conocerte aunque sea en estas circunstancias.
- Lo mismo le digo. Yo también...
Sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo continuar con la frase. Los tres lloraron durante unos segundos sin decirse nada, no había nada que decir, el dolor estaba presente en sus caras y se manifestaba sin necesidad de palabras. Algunos asistentes pasaron a su lado y dieron el pésame. Los padres dejaron un poco de lado su dolor para cumplir de anfitriones con los que venían a dar el último adiós a su hija. Él se sintió marginado y sólo, en su vida se había sentido tan sólo. No terminaba de asumir que el amor de su vida se hubiese matado en un estúpido accidente de tráfico.
Todo había ocurrido mientras disfrutaba de unas pequeñas vacaciones en su pueblo natal. Todavía la veía haciendo las maletas, ilusionada con la idea de volver a ver a su familia y a sus queridos padres. Todavía sentía ése último beso presente en su boca. Fue a sentarse a un rincón para llorar a gusto. Era tan raro todo aquello, tan irreal, rodeado de todos esos desconocidos. De vez en cuando, alguien que se había informado sobre su identidad se le acercaba y le decía con voz compungida: "Mi más sentido pésame", a lo cual él nunca sabía qué responder.
A media mañana un joven de su misma edad se le acercó y le preguntó:
- ¿Tú fumas porros?
- ¿Por qué?
- ¿Te apetece uno?
- ¿Tú quién eres?
- Tranquilo soy de la familia.
- (Ofreciéndole la mano) Encantado.
- (Dándole la suya) ¿Te apetece o no?
- Me apetece.
- Pues sígueme.
A los pocos minutos estaban saliendo del pueblo dentro del coche del familiar. Seguía lloviendo a mares.
- ¿A dónde vamos?
- A cualquier sitio tranquilo que no sea un barrizal.
- Es verdad, llueve como si fuera a acabarse el mundo.
- Llevamos así casi cuatro meses.
Las cunetas de ambos lados de la carretera estaban anegadas, parecían dos pequeños torrentes cabreados y los limpia-parabrisas no daban abasto con el chaparrón que caía. Al cabo de unos cuantos kilómetros encontraron un pequeño promontorio junto a la carretera y aparcaron. Desde allí se podía ver toda la dehesa, sus prados verdes y sus encinas rodeadas de grandes charcas y regatos... Se fumaron el porro casi sin hablar, eludiendo el tema de lo que habían dejado en la funeraria. De lo poco de lo que se habló allí fue del tiempo.
- Supongo que toda esta agua vendrá muy bien para el campo.
- No sé yo, mucha me parece.
El porro le permitió calmarse, dándole el respiro que necesitaba. Al cabo de unos minutos regresaron. Cuando llegaron a la funeraria el padre de la fallecida salió a recibirlos.
- ¿Dónde os habéis metido?
- Me lo he llevado a tomar un café –Se apresuró a contestar el familiar.
- Daos prisa, que hay que meterla en el coche.
- ¿Salimos ya para la iglesia?
- Sí, deprisa.
Cargaron el ataúd en el coche fúnebre y seguidos de cerca por la comitiva partieron hacia la iglesia. A las puertas del templo le invitaron a que fuese uno de los que portara el féretro, y así lo hizo. Cargó con la parte derecha del cabecero del ataúd, a su izquierda iba el familiar que le había invitado a fumar y detrás el padre y un desconocido para él. La gente se apelotonaba delante de la iglesia, los presentes se apartaban al paso del ataúd dejando un estrecho pasillo por el cual avanzaban.
Dentro de la iglesia, tomaron el pasillo central hasta llegar a los pies del púlpito. Allí dejaron el ataúd sobre un soporte colocado para ése motivo. Se colocaron en los primeros bancos recibiendo, de nuevo, el pésame de los presentes que fueron desfilando frente a la familia. El Cura esperó a que todo el mundo hubiese terminado para comenzar la misa. Cuando el sacerdote dijo el nombre de la fallecida, él se quedó pálido como el mármol. El nombre de la muerta no era el nombre de su novia. Confundido preguntó a los presentes, las respuestas no le tranquilizaron nada, todo lo contrario. Se dio cuenta que la muerta no era su novia. No se paró a dar explicaciones, salió corriendo de la iglesia, dejando a todos con la boca abierta.
Corrió con todas sus fuerzas hacia la funeraria sin saber muy bien qué iba a decir. El funeral que él buscaba se estaría celebrando en la sala contigua a aquella en la que él se había presentado esa mañana. Otra vez iba a tener que pasar por las presentaciones, los abrazos y todo lo demás. Se sintió estúpido y torpe.
Al cabo de unos minutos de correr como un poseso, se dio cuenta de que se había perdido. No pudo aguantarlo, aquello era demasiado para él. Se desplomó de rodillas en el suelo y allí se quedó, llorando bajo la lluvia.
® pepe pereza
Excelente relato y, como siempre, con sorpresa final. Pobre, no tenía bastante con llorar a una...
ResponderEliminarUn abrazo.
tremendo, que bueno eres tío.
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarMira, al final hizo una buena obra sin saberlo. Lloró por otra mujer que no tenía a ningún amor que lo hiciera por ella.
Un beso muy fuerte.