miércoles, 7 de julio de 2010

EL ROBO (PARTE CINCO Y ÚLTIMA)

Bajé la cabeza y me quedé mirando la punta de mis botas. Gracias a mi silencio mi padre intuyó que algo malo había pasado. Levantó el tono de su voz y me preguntó de nuevo:

- ¿Me escuchas?... ¿A qué habéis venido tu madre y tú?

¿Por qué no me arrojé a las ruedas del puto tren? Si lo hubiera hecho ahora no tendría que estar pasando por esto. De haberlo hecho ahora sería carne picada. La carne picada no siente miedo ni vergüenza. ¿Por qué no me tiré al puto tren? ¿Por qué?

- Me quieres contestar… ¿Qué coño ha pasado?

La puerta del despacho del gerente se abrió y éste le dijo a mi padre que pasase dentro, que él se lo explicaría todo. De reojo vi a mi madre llorando. ¿Por qué cojones no me tiré a la puta vía? Ahora sería carne picada, sin sentimientos… Mi padre entró en la oficina y la puerta se cerró frente a mis narices. La vergüenza dio paso al miedo y el miedo al terror. Empecé a temblar. Cada milímetro de mi cuerpo tiritaba. Miré a las ventanas y mentalmente elegí la que estaba más cerca. Intenté dar un paso hacia ella pero era como si tuviera pegados los pies a las baldosas del suelo. No podía moverme, solo temblar. Hice un nuevo intento, nada. Estaba paralizado por el miedo. Me dije a mí mismo que no podía desaprovechar la oportunidad de arrojarme por la ventana, ya perdí la oportunidad de tirarme al tren y llevaba arrepintiéndome desde entonces. Hice un nuevo esfuerzo por despegar los pies del suelo y a punto estuvo de soltárseme la vejiga. Me quedé quieto. Solo faltaba que me mease encima para que el único resquicio de dignidad que me quedaba se fuera por la punta de la polla. Fue entonces cuando oí la voz de mi padre que salía a través de la puerta y paredes del despacho del gerente. La oí yo y todos los presentes.

- Le mato. A ese desgraciado lo mato.

Un escalofrío de terror me recorrió la médula espinal. Si quería saltar por la ventana ese era el momento de hacerlo. Una de dos: o me mataba yo o lo hacía mi padre. Debía decidir. Me di cuenta de que no quería morir de ninguna de las maneras. Yo lo único que quería era salir de aquella oficina y esconderme en algún oscuro rincón. Ser consciente de que ya no iba a saltar por la ventana me quitaba la única opción que me quedaba. Desde ese momento supe que estaba en manos del destino y que debía acatar las consecuencias de mi acto. Maldije el libro para mis adentros. Maldije la hora que se me ocurrió robarlo, maldije a Miguel Gurrea, a Álvaro, maldije el puto día que estaba viviendo, la puta oficina, al guardia de seguridad que me pilló, al gerente. Finalmente, me maldije a mí mismo.

- Te digo que le mato.
- Pepe, por favor… - trató de calmarle mi madre.
- Ni por favor ni hostias. Ese sinvergüenza se va a enterar.
- Pepe. Le ruego que se calme.

Recé para que el gerente no hubiera despedido a mi padre. Estuve a punto de clavarme de rodillas para pedirle a Dios, cualquier Dios, que no despidieran a mi padre. Al rato la puerta del despacho se abrió y salieron mis padres acompañados del gerente. Mi padre me miró furioso.

- Cuando llegue a casa te vas a enterar.
- Pepe, por favor. Ya hablaremos todos después – se interpuso mi madre.
- No sean demasiado duros con el chaval. Todos hemos sido jóvenes y hemos cometido errores – dijo el gerente tratando quitar importancia al asunto.

Mis padres y yo bajamos las escaleras y entramos en la parte pública del centro comercial. Mi padre murmuraba insultos que iban dirigidos a mí, mientras que mi madre hacía de muro entre mi padre y yo, atenta por lo que pudiera pasar. Mi padre se dirigió a la planta baja para seguir trabajando en la carnicería, por lo que pude deducir que no estaba despedido. Sentí un gran alivio. Mi madre y yo avanzamos hasta la sección de librería.

- ¿Cuál es?
- Ése de ahí.

Mi madre cogió el libro y después fuimos a la caja para pagarlo.
Cuando llegamos a casa mi madre no pudo aguantar más y rompió a llorar. Me insultó, me amenazó con castigos para todo el verano, hizo mención de darme un guantazo, al final me mandó a mi cuarto y ordenó que me metiese en la cama. Obedecí. Desde la cama vi el despertador. Eran las siete de la tarde, quedaba una hora para que mi padre saliera del trabajo, hora y veinte minutos para que llegase a casa. Empecé a temblar.

® pepe pereza

6 comentarios:

  1. supongo que este libro te costaría leerlo, ¿no? como S. L. Jackson en sfera con el 20.000 leguas de viaje submarino, alguna fobia de ese tipo ¿no?
    Me ha gustado muchísimo, aunque me gustaría saber qué ha pasado con el libro respecto a ti.
    abrazo

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  2. PETER, EL LIBRO SIGUE CONMIGO, PERO O HE PODIDO LEERLO NUNCA. ME ESTOY PLANTEARLO LEERLO AHORA.
    ABRAZO

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  3. Pepe, pues ya es hora que lo leas.

    Es curioso, cuando yo hacía algo malo de pequeña, mi madre también me mandaba a la cama. No a mi habitación, sino a meterme en la cama, para que cuando llegara mi padre me encontrase dormida. Creo que eso, en cierto modo, era una manera de “salvarnos”.

    Me ha gustado mucho esta historia. Has sabido transmitirnos muy bien las emociones que embargaban al protagonista.

    Un besazo.

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  4. ¡¿Pero es una vivencia personal?! Tío, eres la pera. No conozco a nadie que haya arriesgado más por un libro. Y te digo más, después de semejante experiencia, tiene mucho mérito que sigas siendo amigo de los libros. No te molestes, pero lo cierto es que la reacción de tu padre fue bastante exagerada. Ahora bien, no me cabe duda de que aprendiste la lección, dudo mucho que volvieras a robar algo de un híper.
    Estoy deseando de saber cómo termina esta historia.
    PD. Léete el libro hombre, seguro que te sirve de terapia.
    Un fuerte abrazo, valiente.

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  5. PEPE TÍO, HE SEGUIDO CON AVIDEZ EL ROBO, Y ME HA MOLADO TANTO QUE HE PILLADO LA FRASE FINAL PARA USARLA DE CABECERA EN MI BLOG UN TIEMPO, ES COJONUDO, SIN MÁS.

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  6. ¿Quién no ha hecho algo así de chaval?

    Me ha encantado el relato.

    Un abrazo!

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