lunes, 5 de julio de 2010

EL ROBO (PARTE TRES)

Por la mañana me levanté temprano y después de desayunar me fui a buscar a Miguel Gurrea. Quería que él estuviera a mi lado vigilando mientras yo birlaba el libro. No me costó convencerle, Miguel Gurrea siempre estaba dispuesto para ese tipo de cosas. Quedamos en vernos a eso de las cinco de la tarde.
A las cinco en punto me reuní con Miguel Gurrea y juntos encaminamos nuestros pasos hacia los grandes almacenes. En cuanto cruzamos el umbral de la puerta principal yo sentí la misma angustia del día anterior, Miguel Gurrea, por el contrario, parecía seguro de sí mismo. Intenté estar a su altura y actuar con tranquilidad. Claro que era más fácil pensarlo que hacerlo. Al pasar por delante de las cajeras, Miguel Gurrea se detuvo para coger una cesta para la compra. Realmente se comportaba como si fuera a comprar una lista de productos que le había encargado su madre. De camino a la sección de librería Miguel Gurrea se paró delante de algunos artículos. Antes de llegar donde estaban expuestos los libros ya se había guardado en los bolsillos unas pilas alcalinas, una linterna de bolsillo y un tubo de dentífrico con sabor a lima. Con cada artículo robado yo no sabía cómo reaccionar. Me dio la impresión que por culpa de mi inexperiencia le iban a coger. Por fin llegamos donde estaba expuesto el libro. Ahora me tocaba actuar a mí. Estaba tan nervioso que al coger el libro de la estantería se me resbaló de la mano y cayó al suelo. Algunos clientes se volvieron a causa del ruido que hizo al golpear contra las baldosas. Me quedé petrificado. Miguel Gurrea se agachó, recogió el libro y me lo dio como si fuera la cosa más natural del mundo. A mí me hubiera gustado salir corriendo. Sujeté el libro cómo si éste fuera a explotar. Miguel Gurrea me miró inquisitivamente para hacerme comprender que debía calmarme. Le hice un gesto con la cabeza dándole a entender que todo estaba controlado. Abrí el libro a boleo y fingí leer un párrafo. Miguel Gurrea se desplazó hasta el otro extremo de la estantería, cogió un ejemplar cualquiera y se puso a ojearlo. Tres segundos más tarde pude ver por el rabillo del ojo cómo ocultaba el libro debajo de su cazadora. Casi me da un ataque. Él debía vigilar mientras yo robaba mi libro, en lugar de eso, el muy cabrón se estaba dedicando a vaciar la tienda. Le vi coger un libro más. Esta vez lo ocultó entre la parte trasera de su pantalón y su espalda. Después de eso se volvió y al ver que yo todavía sujetaba el libro en mis manos hizo un gesto despectivo y se dirigió a la salida. Le vi alejarse sin que nadie le diera el alto. Miré alrededor para hacerme una idea de la situación. Al contrario de lo que yo pensaba nadie estaba pendiente en mí. Me levanté el jersey y oculté el libro en mi entrepierna. Justo cuando me estaba marchando apareció un tipo de seguridad y me puso la mano encima del hombro para detenerme.

- ¿Qué llevas ahí?
- Nada.
- ¿Seguro?
- Sí.
- ¿Puedes levantarte el jersey para que pueda ver que no llevas nada?

Me llevaron a las oficinas del gerente y me dejaron allí en su presencia. El gerente era un tipo alto y corpulento que con su mera presencia imponía. Mi gran preocupación era que por mi culpa despidieran a mi padre. Yo sabía que si eso ocurría mi familia lo iba a pasar muy mal. El único sueldo que entraba en casa era el de mi padre, y aunque a mi madre de vez en cuando le hacían encargos de costura con lo que le pagaban no era suficiente para llegar a fin de mes.

- Con que robando libros.

Bajé la mirada al suelo. Avergonzado. El gerente me miró de arriba abajo. Luego cogió el libro (el tipo de seguridad lo había dejado sobre la mesa) y lo ojeó detenidamente. Al cabo de un rato lo dejó a un lado y se centró en mí.

- Tu cara me suena. ¿Te conozco de algo?
- ¡Por favor, no despidan a mi padre!
- Despedir… ¿Quién es tu padre?
- Pepe… el carnicero.
- (visiblemente sorprendido) Así que Pepe es tu padre. Ya decía yo que te conocía de algo… ¿Y cómo eres capaz de robarnos cuando tu padre trabaja para la empresa?

No supe qué contestar así que me encogí de hombros y no dije nada.

- ¿Te parece bonito lo que has hecho?
- Le prometo que ha sido la primera vez. No lo pienso hacer más.
- No te jode. Solo faltaba que lo volvieras hacer.
- Nunca más, se lo juro. Pero por favor no despida a mi padre.
- Eso ya lo veremos.
- Por favor…
- Basta ya. Si no hubieras robado ahora no tendríamos que estar pasando por esto.

Se me hizo un nudo en la garganta y estuve a punto de echarme a llorar.

- De primeras tendrás que pagar el libro.
- No… no tengo… dinero.
- O sea que no tienes dinero. Por eso lo has robado.
- Sí.
- Yo no tengo dinero para comprarme todo lo que quiero y no me dedico a robar a la gente.
- …
- A dónde iríamos a parar si todo el mundo hiciera lo mismo que tú.
- …
- ¿Tenéis teléfono en casa?
- No
- ¿Estás seguro?
- Sí señor.
- ¿No querrás que se lo pregunte a tu padre?
- No señor.
- Está bien, te creo. Lo que vas a hacer es ir a tu casa y contarle a tu madre lo que has hecho. Luego os venís para acá y pagáis el libro. ¿Me has entendido?
- Sí señor.
- Pues, marchando.

Hice mención de irme.

- Antes coge el libro y devuélvelo a su estantería – me ordenó en tono seco.

Cogí el libro y salí del despacho. Crucé las oficinas sin mirar a los empleados y bajé por unas escaleras hasta la zona pública de los almacenes. Yo creía que todos los presentes sabían lo del robo lo cual me hacía sentir más vergüenza de la que ya sentía. Estaba tan azorado y compungido que hubiera preferido morirme mil veces antes que llevar el libro hasta su sección.
Llegué a casa. Mi casa estaba cerca de las vías del tren. Antes de entrar en el portal sopesé seriamente arrojarme desde el puente a los raíles cuando pasase algún tren. Sin duda era la salida más sencilla. Finalmente me armé de valor y entré en el portal.

Continuará

® pepe pereza

1 comentario:

  1. ¿Cómo pueden sancionar a alguien por robar un libro? ¡La cultura debería ser gratis! ¿Quién puñetas le puso precio?
    Me ha encantado el relato, esperaré la próxima entrega.
    Un placer leerte hoy.

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