Después de desayunar salió del bar y caminó hasta el Barrio Gótico. Llegó a la Plaza del Pí y se sentó en una de las terrazas al aire libre. Unas mesas más allá vio a un actor famoso hablando con un grupo de amigos. Quizá dentro de unos meses, cuando se estrenara la película, él también se haría famoso y entonces podría sentarse a la mesa con ese otro actor y hablarle de tú a tú, conversar sobre futuros proyectos y criticar a los compañeros de profesión. Se sintió esperanzado y alegre. Todo un futuro lleno de oportunidades se vislumbraba en el camino. Cuando el camarero se acercó a su mesa pidió un Rioja y un plato de olivas.
- ¿Algo más? – dijo el camarero mientras terminaba de apuntar el pedido en su libreta.
- Si hay un periódico libre ¿Te importaría traérmelo?
- ¿Cuál prefiere; El País o El Mundo?
- El País.
- Enseguida se lo traigo.
- Muy amable.
Pensó en dejar una buena propina, el camarero se lo merecía. Era la primera persona sensata con la que había tratado desde que llegó a la ciudad. El actor famoso se levantó y seguido de sus amigos abandonó el lugar. Él lo observó oculto detrás de las gafas de sol. El camarero se acercó y dejó sobre la mesa la copa de vino, las olivas y el periódico.
- Aquí tiene. – dijo con amabilidad.
- Muchísimas gracias. ¿Cuánto es?
El camarero miró el ticket.
- Seis cincuenta.
Él le dio un billete de diez.
- Quédate con el cambio.
- Muchas gracias. Es usted muy amable.
El camarero se guardó el billete y regresó al interior del bar. Él cogió el periódico y buscó el apartado dedicado a la cultura. Bebió de la copa y saboreó el añejo sabor del vino. Pensó que la vida a veces es maravillosa. Ahí estaba él, sentado en una terraza gozando de la belleza del entorno y del sol sobre su cabeza. Era afortunado, su carrera empezaba a despegar y, por ahora, no debía preocuparse por el dinero. Lo que había cobrado por protagonizar la película era suficiente para pasar unos meses. Se alegró de no ser un camarero o un operario de una fabrica, como le había tocado en algunas ocasiones. Sin ir más lejos, justo antes de que le llamasen para la película él estaba trabajando en una fábrica donde hacían parabrisas para coches. Hasta ese momento siempre tuvo que combinar su carrera de actor con otros fastidiosos trabajos que eran los que realmente le daban de comer. No era momento de recordar esos días difíciles, era el momento de disfrutar de su suerte. Se recostó en la silla y echó una mirada a su alrededor. Se sintió en armonía con el paisaje. Apuró la copa de vino. Por el fondo de la calle vio llegar a una mujer mayor con melena canosa recogida en un moño y coronada con una peineta de grandes proporciones, vestida con un traje de bailadora flamenca, verde con lunares negros y larga cola de volantes. La mujer empujaba una silla de ruedas donde iba sentada una anciana que llevaba sobre sus rodillas un radiocasete viejo y pasado de moda. Se acercaron a la plaza y se situaron en medio de las tres terrazas que la ocupaban. La anciana de la silla de ruedas conectó el radiocasete. Las pilas debían de estar medio gastadas porque la sevillana que sonó lo hizo de forma descompensada, arrastrando las notas y los acordes. Aun así, la mujer del traje de volantes se puso a bailar. No es que tuviese demasiado talento pero se le veían maneras. De todas formas era un espectáculo deprimente. Las dos mujeres estaban tan deterioradas que no hacía falta ser muy listo para saber que ambas vivían de la mendicidad. La anciana dejó el radiocasete en el suelo y acercó su silla hasta donde él estaba sentado.
- Es mi hija - dijo la anciana con voz temblorosa - Tendría que haberla visto hace veinte años. Entonces si que era guapa.
- No lo dudo - contestó él, intentando ser amable.
- No había ninguna que bailara como ella. Ninguna…
Y diciendo eso sacó de su regazo unas fotos muy viejas y desgastadas y se las fue mostrando. En las fotos aparecía su hija de joven, bailando en tablaos flamencos con algunas de las celebridades de la época: Antonio “El bailarín”, Concha Piquer, La Niña de los Peines, etc.
- Bailó para los más grandes…, tendría que haberla visto.
- Toda una artista – dijo él por decir algo.
- De las mejores, no lo dude. Pero en la vida hay gente con suerte y hay otros que no la tienen. Mi hija es de los que no la tienen. Y así nos vemos ahora…
- Es una pena.
- No tendrá usted algo suelto para nosotras.
Sacó la cartera y le dio un billete de cinco euros. La anciana al ver el billete quiso besarle las manos.
- Muchísimas gracias, caballero. Es usted muy generoso - dijo en voz alta.
- No es nada…
Ella le cogió la mano y se la llenó de besos. Él en un impulso improvisado provocado por la vergüenza se levantó de la mesa con intención de irse.
- Que Dios le bendiga a usted y a los suyos – dijo la anciana persiguiéndolo con la silla de ruedas sin soltarle la mano.
Él le había dado el billete por solidaridad. A saber en qué circunstancias se iba a encontrar él al cabo de los años. Pero de haber sabido que la anciana iba a reaccionar de forma tan sumisa, seguramente no se lo hubiera dado. Se zafó de las manos de la anciana y se alejó de la plaza. Pensó que no había momentos perfectos, mejor dicho, que siempre había algo que estropeaba los momentos perfectos. Le fastidió mucho haber tenido que abandonar la mesa y el plato de olivas sin tocar. Llegó a la catedral y se sentó en uno de los escalones para acceder al templo. Se encendió un cigarro y observó el trajín de la gente. Todo seguía siendo caótico y extraño. Tal vez estaba acostumbrado a la sensatez de una ciudad pequeña como lo era Logroño, y un escaparate tan amplio de seres humanos y de situaciones hacían que Barcelona le quedase grande. Terminó el cigarro y siguió andando por La Vía Layatena en dirección a la plaza Urquinaona. Pasó por delante de una tienda de cómics y decidió entrar. En el local había varias personas además del dependiente, la mayoría, por no decir todos, eran adolescentes. Avanzó hacia una estantería donde estaban expuestos los álbumes de Cabanes, Yslare y Loisel. Una joven demasiado delgada se acercó y estuvo observándolo. Él se dio cuenta y encaró a la chica.
- ¿Pasa algo? - dijo muy serio.
- Yo te conozco.
- Pues, no sé…
- ¿No eres tú el portero en el corto ese del fútbol? ¿Cómo se llama?... Libre directo o algo así.
- Libre indirecto. Sí… Soy yo… - admitió avergonzado.
- Muy bueno, tío. Me gustó mucho y me partí el pecho de risa.
- Me alegro.
- ¡Hey, Fito!... gritó hacia un joven que estaba al fondo de la tienda rebuscando en la sección de súper héroes de la Marvel - …Mira quién está aquí.
El joven le miro sin reconocerle.
- ¿Quién es ese? – dijo gritando desde donde estaba.
Él estaba tan avergonzado que apenas supo qué hacer.
- Es el tío del corto de fútbol que vimos el otro día en la tele – volvió a gritar la joven.
Los otros clientes que estaban repartidos por la tienda miraron al unísono hacia donde él estaba. Aquello agotó su paciencia y salió de la tienda dejando con la palabra en la boca a la joven. Estaba harto de situaciones extrañas. De haberlo sabido se hubiera quedado en Teruel. Sintió la necesidad de ver el mar. Sin duda, la visión del mar conseguiría calmarle los nervios. No le dio más vueltas y puso rumbo a La Barceloneta.
Continuará.
® pepe pereza
- ¿Algo más? – dijo el camarero mientras terminaba de apuntar el pedido en su libreta.
- Si hay un periódico libre ¿Te importaría traérmelo?
- ¿Cuál prefiere; El País o El Mundo?
- El País.
- Enseguida se lo traigo.
- Muy amable.
Pensó en dejar una buena propina, el camarero se lo merecía. Era la primera persona sensata con la que había tratado desde que llegó a la ciudad. El actor famoso se levantó y seguido de sus amigos abandonó el lugar. Él lo observó oculto detrás de las gafas de sol. El camarero se acercó y dejó sobre la mesa la copa de vino, las olivas y el periódico.
- Aquí tiene. – dijo con amabilidad.
- Muchísimas gracias. ¿Cuánto es?
El camarero miró el ticket.
- Seis cincuenta.
Él le dio un billete de diez.
- Quédate con el cambio.
- Muchas gracias. Es usted muy amable.
El camarero se guardó el billete y regresó al interior del bar. Él cogió el periódico y buscó el apartado dedicado a la cultura. Bebió de la copa y saboreó el añejo sabor del vino. Pensó que la vida a veces es maravillosa. Ahí estaba él, sentado en una terraza gozando de la belleza del entorno y del sol sobre su cabeza. Era afortunado, su carrera empezaba a despegar y, por ahora, no debía preocuparse por el dinero. Lo que había cobrado por protagonizar la película era suficiente para pasar unos meses. Se alegró de no ser un camarero o un operario de una fabrica, como le había tocado en algunas ocasiones. Sin ir más lejos, justo antes de que le llamasen para la película él estaba trabajando en una fábrica donde hacían parabrisas para coches. Hasta ese momento siempre tuvo que combinar su carrera de actor con otros fastidiosos trabajos que eran los que realmente le daban de comer. No era momento de recordar esos días difíciles, era el momento de disfrutar de su suerte. Se recostó en la silla y echó una mirada a su alrededor. Se sintió en armonía con el paisaje. Apuró la copa de vino. Por el fondo de la calle vio llegar a una mujer mayor con melena canosa recogida en un moño y coronada con una peineta de grandes proporciones, vestida con un traje de bailadora flamenca, verde con lunares negros y larga cola de volantes. La mujer empujaba una silla de ruedas donde iba sentada una anciana que llevaba sobre sus rodillas un radiocasete viejo y pasado de moda. Se acercaron a la plaza y se situaron en medio de las tres terrazas que la ocupaban. La anciana de la silla de ruedas conectó el radiocasete. Las pilas debían de estar medio gastadas porque la sevillana que sonó lo hizo de forma descompensada, arrastrando las notas y los acordes. Aun así, la mujer del traje de volantes se puso a bailar. No es que tuviese demasiado talento pero se le veían maneras. De todas formas era un espectáculo deprimente. Las dos mujeres estaban tan deterioradas que no hacía falta ser muy listo para saber que ambas vivían de la mendicidad. La anciana dejó el radiocasete en el suelo y acercó su silla hasta donde él estaba sentado.
- Es mi hija - dijo la anciana con voz temblorosa - Tendría que haberla visto hace veinte años. Entonces si que era guapa.
- No lo dudo - contestó él, intentando ser amable.
- No había ninguna que bailara como ella. Ninguna…
Y diciendo eso sacó de su regazo unas fotos muy viejas y desgastadas y se las fue mostrando. En las fotos aparecía su hija de joven, bailando en tablaos flamencos con algunas de las celebridades de la época: Antonio “El bailarín”, Concha Piquer, La Niña de los Peines, etc.
- Bailó para los más grandes…, tendría que haberla visto.
- Toda una artista – dijo él por decir algo.
- De las mejores, no lo dude. Pero en la vida hay gente con suerte y hay otros que no la tienen. Mi hija es de los que no la tienen. Y así nos vemos ahora…
- Es una pena.
- No tendrá usted algo suelto para nosotras.
Sacó la cartera y le dio un billete de cinco euros. La anciana al ver el billete quiso besarle las manos.
- Muchísimas gracias, caballero. Es usted muy generoso - dijo en voz alta.
- No es nada…
Ella le cogió la mano y se la llenó de besos. Él en un impulso improvisado provocado por la vergüenza se levantó de la mesa con intención de irse.
- Que Dios le bendiga a usted y a los suyos – dijo la anciana persiguiéndolo con la silla de ruedas sin soltarle la mano.
Él le había dado el billete por solidaridad. A saber en qué circunstancias se iba a encontrar él al cabo de los años. Pero de haber sabido que la anciana iba a reaccionar de forma tan sumisa, seguramente no se lo hubiera dado. Se zafó de las manos de la anciana y se alejó de la plaza. Pensó que no había momentos perfectos, mejor dicho, que siempre había algo que estropeaba los momentos perfectos. Le fastidió mucho haber tenido que abandonar la mesa y el plato de olivas sin tocar. Llegó a la catedral y se sentó en uno de los escalones para acceder al templo. Se encendió un cigarro y observó el trajín de la gente. Todo seguía siendo caótico y extraño. Tal vez estaba acostumbrado a la sensatez de una ciudad pequeña como lo era Logroño, y un escaparate tan amplio de seres humanos y de situaciones hacían que Barcelona le quedase grande. Terminó el cigarro y siguió andando por La Vía Layatena en dirección a la plaza Urquinaona. Pasó por delante de una tienda de cómics y decidió entrar. En el local había varias personas además del dependiente, la mayoría, por no decir todos, eran adolescentes. Avanzó hacia una estantería donde estaban expuestos los álbumes de Cabanes, Yslare y Loisel. Una joven demasiado delgada se acercó y estuvo observándolo. Él se dio cuenta y encaró a la chica.
- ¿Pasa algo? - dijo muy serio.
- Yo te conozco.
- Pues, no sé…
- ¿No eres tú el portero en el corto ese del fútbol? ¿Cómo se llama?... Libre directo o algo así.
- Libre indirecto. Sí… Soy yo… - admitió avergonzado.
- Muy bueno, tío. Me gustó mucho y me partí el pecho de risa.
- Me alegro.
- ¡Hey, Fito!... gritó hacia un joven que estaba al fondo de la tienda rebuscando en la sección de súper héroes de la Marvel - …Mira quién está aquí.
El joven le miro sin reconocerle.
- ¿Quién es ese? – dijo gritando desde donde estaba.
Él estaba tan avergonzado que apenas supo qué hacer.
- Es el tío del corto de fútbol que vimos el otro día en la tele – volvió a gritar la joven.
Los otros clientes que estaban repartidos por la tienda miraron al unísono hacia donde él estaba. Aquello agotó su paciencia y salió de la tienda dejando con la palabra en la boca a la joven. Estaba harto de situaciones extrañas. De haberlo sabido se hubiera quedado en Teruel. Sintió la necesidad de ver el mar. Sin duda, la visión del mar conseguiría calmarle los nervios. No le dio más vueltas y puso rumbo a La Barceloneta.
Continuará.
® pepe pereza
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