lunes, 9 de agosto de 2010

NIÑAS Y DETECTIVES de GIOVANNA RIVERO


Así empieza NIÑAS Y DETECTIVES de GIOVANNA RIVERO
MEDUSA
Desde entonces, cuando me ve, se cruza a la otra vereda. Esto, no lo puedo negar, me causa intensa satisfacción; claro que también debo reconocer que la satisfacción no borra todo el dolor que ella ha ocasionado. A él no le culpo. Él cayó como un pajarito desplumado entre sus fauces de zorra hambrienta. Pero de paso le hice saber a él, a mi marido, que la próxima víctima bien podría ser el mismo, que ni todo el amor que le tengo podría detener mi furia, porque si de zorras se trata, yo sé ser de las peores.
Al principio no me di cuenta, hay tantos tipos en el taller, tanta testosterona junta, que el ingreso de cualquier mujercita causa revuelo. Y esta mujercita en particular no significa ningún peligro: las caderas tan angostas como las de un muchachito. Los pechos, ¡ja!, los pechos: dos vértices diminutos como picadas de abejas; lo único que avisaba su feminidad era ese pelo negro, negrísimo, esa cascada de tiniebla enmarcándole su cara d mosquita muerta. Ella conocía su arma porque se pintaba el pico de rojo púrpura para que contrastara con su cabellera nocturna. Y la muy perra se iba de moño, fingiendo una discreción que jamás tuvo; recién cuando veía a mi marido se soltaba la hebilla como quien no quiere la cosa y el pelo se le alborotaba libre al viento, extendiéndose como una medusa de irresistibles tentáculos. ¡La mujer pulpa!
El bruto de mi marido, siempre debajo de los camiones, con las manos engrasadas y el sudor cubriéndole el pecho, apenas la veía se escurría para salir de debajo del vehículo, y ella le alcanzaba un refresco de miel con tanta cortesía que ahí sí empecé a sospechar…

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