martes, 24 de agosto de 2010

PERDIDO (8ª PARTE)

8
Llegó la primavera y con ella los deshielos. La laguna se había desbordado y los alrededores estaban empantanados. Aun así, la pesca seguía siendo buena, al igual que la vida en el bosque. Aunque últimamente pensaba demasiado en su mujer y en el daño que le había hecho. De no haber sido por esos pensamientos la vida en el bosque hubiera sido perfecta. Tal vez, lo que debía hacer era regresar y acabar con lo que dejó a medias. Tal vez, fuera la única manera de sacarse definitivamente a su mujer de la cabeza.
Avanzó pesadamente con el barro cubriéndole los tobillos, sosteniendo la caña y un par de truchas que había pescado. Salió a una zona más elevada donde crecía la vegetación y se acababa el barro. Se limpió las botas con la hierba y siguió caminando hasta la tienda de campaña. Una vez en el campamento, limpió el pescado y encendió un fuego. Cuando estaba comiendo escuchó un par de disparos por las cercanías. Seguramente eran cazadores. No era la primera vez que escuchaba disparos en el bosque, pero nunca los había escuchado tan cerca. Recogió el campamento y se largó de allí. Lo último que deseaba era encontrarse con alguien. Era curioso, desde que estaba en el bosque no se había encontrado con nadie. Pensó en ello, y se adentró en lo que creía que era lo más profundo del bosque. Según andaba iba admirando la fuerza creadora de la naturaleza y el poder de regeneración de la primavera. Todo a su alrededor estaba dotado de una belleza extrema y salvaje. A lo lejos, volvió a escuchar disparos. Siguió andando. De pronto, unos ruidos en la espesura le hicieron ponerse en guardia. Dirigió la punta de la lanza hacia el alboroto y esperó en posición de defensa. Un gran ciervo salió de la espesura y vino a derrumbarse a sus pies. El pobre animal tenía una herida de disparo en la parte baja del cuello y estaba agonizando. Resoplaba y con cada resuello escupía pequeños borbotones de sangre. No podía asegurarlo, pero estaba casi seguro de que era el mismo ciervo que vio el primer día que se adentró en el bosque. Se sentó en el suelo, junto al animal y trató de calmarlo acariciándole suavemente la parte de atrás de la nuca y del cuello.

- Tranquilo, amigo… tranquilo.

Poco a poco el ciervo dejó de respirar, hasta que finalmente murió. Él se quedó sentado junto al cadáver. Por mucho que lo intentó no pudo entender el motivo de aquella salvajada, de aquel crimen inútil y sin sentido. Él ya sabía que la estupidez de los humanos no tenía límite, pero con la muerte del ciervo quedaba certificada dicha verdad. Lloró de rabia, también de pena. Y mientras lloraba, sin saber por qué, se acordó de su mujer. Cuando se vació de lágrimas se puso en pie y abandonó el lugar. Se sintió vacío, como si algo, además del ciervo, hubiera muerto dentro de él. Se adentró en una sombreada explanada llena de castaños, robles y encinas. Las copas de los árboles, de tan pegadas, impedían que el sol se filtrase entre las hojas. Avanzó por la arboleda, sintiéndose, por primera vez en lo que llevaba allí, ajeno al bosque. Unos metros más adelante, los árboles se separaban dejando paso a una gran cortina de luz. Era un camino. Es más, era el camino que tiempo atrás había abandonado para adentrarse en el bosque. Lo reconoció en cuanto lo vio. ¿Qué es lo que estaba pasando? Primero el ciervo y luego el camino. De pronto, lo supo. Era el bosque que trataba de decirle algo. Pero, ¿qué? ¿Cuál era el mensaje? Se devanó los sesos tratando de encontrar la respuesta. ¿Acaso el bosque le estaba pidiendo que regresara a la cuidad? ¿Por qué, si no, le había traído al punto de partida? Reflexionó sobre lo acontecido. Estaba claro, era eso. No podía haber otra respuesta. Debía regresar a su ciudad y acabar lo que dejó a medias. De otra forma el bosque no volvería a abrirle sus entrañas.
Continuará.

® pepe pereza

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