miércoles, 25 de agosto de 2010

POBRE, PARALÍTICO Y MUERTO de RAFAEL AZCONA


Así empieza POBRE, PARALÍTICO Y MUERTO de RAFAEL AZCONA

POBRE
1
Se despertó aterido, despegados los párpados por una claridad desusada, y tardó unos segundos en comprender lo ocurrido: el viento, que removía las tejas y se filtraba por los cañizos de la techumbre, había arrancado del ventanuco la cartulina del calendario que hacía las veces de cristal, y la heladora luz del amanecer inundaba la habitación.
Arrebujándose en las mantas cuarteleras, luchó contra su pereza, intentando reunir la necesaria voluntad para levantarse y reparar el desperfecto, pero unas campanadas, cayendo sobre el rumor del río, le hicieron recordar que aquella mañana era la del 22 de diciembre. Tenía que levantarse.
Salió de la cama ahogando una blasfemia. Estaba casi vestido, pero antes de alcanzar la muleta, que le esperaba junto a la cabecera tuvo que calzarse unos chanclos de goma y alisar, entre la camiseta y la chaqueta, las hojas de papel de periódico que la noche y el sueño le habían apelotonado sobre el pecho. Luego, ya apoyado en la muleta, se puso el chaquetón de cuero y una bufanda negra, y se acercó al cajón de madera que, con la cama y una silla de asiento de anea, consistía en el mobiliario de la pieza. Rebuscó entre ropas viejas, latas orientadas, cajas de cartón y pedazos de metal, y recogió del fondo del arca dos talonarios de recibos y dos décimos de lotería.
En las tinieblas del pasillo resonaban unos ronquidos y olía a basura. Una voz de mujer preguntó:
- ¿Ya sales?
- Sí, sí, salgo. ¿Qué leches pasa?
- Que no despiertes a la burra, que luego empieza a alborotar, se desvelan las criaturas y ya tenemos armado el mitin.
- Déjame en paz con la burra. Yo pago y no voy a salir de puntillas. Además, ¿por qué no la tenéis en una cuadra? No hay quien lo aguante… ¡La burra, la basura, la manada de hijos…!
En el portal recibió una cálida bocanada de olor a estiércol y a transpiración animal. Se acercó hasta la bestia que descansaba en un rincón, y trató, sin conseguirlo, de orinarle en una oreja. Luego, le clavó la muleta en un ijar, hasta que los rebuznos se confundieron con las amenazas que brotaban del pasillo…

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