Ramiro era un jubilado que casi todas las noches salía en busca de mensajes en las estrellas. Desde que su mujer murió, siempre que el tiempo era propicio, salía en busca de un mensaje que no terminaba de llegar. Observaba atentamente los tintineos de luz de cada estrella para apuntar de seguido en una libreta: punto, raya, raya, raya, punto, punto… En los tres años que llevaba escrutando el cielo nunca logró encadenar una pequeña frase en Morse que tuviera algo de sentido. Aun así, él seguía inquebrantable en su empeño. Antes de morir, lo último que le dijo su mujer fue: Búscame en las estrellas, yo te hablaré a través de ellas. Este era el motivo por el cual Ramiro buscaba un mensaje en el cielo. Por eso salía cada noche esperanzado, aunque cada amanecer regresara cabizbajo y con una fría sensación de tristeza y fracaso. Notaba la falta de su mujer a cada segundo, después de más de cincuenta años de matrimonio era normal que la echase de menos. Su vida había dejado de tener sentido y sólo aguantaba en este mundo por si las estrellas se decidían, de una puñetera vez, a enviarle el ansiado mensaje de su esposa. Mientras esperaba la tristeza se iba adueñando de él y lo poseía hasta el extremo de hacerle perder las ganas de todo. Ramiro siempre fue un hombre risueño que contagiaba su buen humor a todos, pero desde que se quedo viudo parecía otro. En tres años había envejecido diez. Su pelo, que siempre fue negro, se había ido agrisando. Su rostro y frente estaban llenos de pliegues y su miraba vacía era un fiel reflejo de la tristeza que le acompañaba siempre. Esa noche estaba siendo muy fría y Ramiro no paraba de tiritar mientras escribía en su libreta. Estaba enfadado con las estrellas. Hasta ese momento, todo habían sido mensajes ilegibles y sin sentido. El vapor salía de su boca formando pequeñas nubes blancas. De pronto, una estrella llamó su atención. Se apresuró a apuntar en su libreta una serie de espacios, rayas y puntos. Al principio no le dio ninguna importancia, pero según iba anotando en la libreta, una frase comenzó a surgir. Con cada tintineo formaba letras y palabras completas con sentido. Ramiro repasó el mensaje una y otra vez para no caer en errores. Todo era correcto. Lo leyó una vez más. No cabía duda, su mujer por fin le hablaba a través de las estrellas. Ramiro dio gracias al cielo y saltó de alegría cómo si fuese un chaval. Ya no habría más días tristes, de hecho ya no habría más días. El mensaje decía: “No estés triste, mi amor. Mañana antes del anochecer estaremos juntos”
® pepe pereza
® pepe pereza
ya lo había leído y me ha encantado leerlo otra vez, una auténtica hermosura es la palabra. Si tengo tiempo y energías esta noche lo cuelgo en mi blog.
ResponderEliminarY gracias colega