-Se te notaba nervioso-. Dijo Lucía con esa risilla que la dejaba ciega.
-Qué va, lo tenía todo controlado.
Era para consumo personal, sí, pero el personal era yo y toda la pandilla. Llevábamos un pedrolo de costo del tamaño de un ladrillo. Viajábamos en el Lancia Y10 de mi madre, avanzábamos tranquilos, felices, se podría decir incluso que ajenos y remotos. Pepe y Lucía siempre se sentaban atrás para estar juntos, así que yo parecía su chófer en el Y10 hecho mierda de mi madre.
Alguien dice:
-Cúrrate otro.
Era de noche, verano, las ventanillas abiertas, el aire, el hash, la edad, todo era perfecto, como de costumbre. Al dar la curva, en una zona de tránsito lento, nos encontramos con un control de la guardia civil. No podía ser, por una vez que hacía algo así, siempre respeté las normas de tráfico, así que no podían estar parándome por alguna infracción, estaba claro que era un control.
-¡Ostia, ostia! ¡No puede ser! ¡Tírala, tírala!
Pero la piedra estaba en la guantera y ellos en el asiento de atrás, demasiado cantoso, nos habrían visto.
Pepe tartamudeaba.
-Tranquilo Peter, joder.
Lo mejor era disimular. Un primer guardia paraba a los coches y decidía cual seguía y cual se desviaba a la derecha. El que iba delante, un coche de alta gama, pasó. Paramos, el guardia tenía barba y bigotes, en cuanto me vio nos indicó con un gesto decidido, y hasta diría que violento, que fuésemos a la derecha.
-Qué mal rollo, colega.
Estaba temblando.
-Esto es cárcel seguro.
Me dio el bajón del costo. Pepe y lucía seguían detrás, me daba la impresión de que estaban divirtiéndose.
-el carné de conducir por favor.
Agarré tembloroso mi cartera y se lo mostré.
-Retírelo de la cartera y entréguemelo, por favor.
Así lo hice, no podía evitar el temblor exagerado de mi mano al entregárselo. Respiraba con dificultad. Todo era muy evidente.
-Jens Peter Jensen Silva.
-Sí.
-Vaya, vaya. Jens Peter Jensen Silva-. Repitió en tono jocoso.
Le miré. Le reconocí.
No recordaba su nombre. Quizás nunca lo había sabido, o puede que sí. Era un antiguo compañero del instituto. No dije más que un compungido y tembloroso “vaya, hola”.
Del instituto. De ese lugar terrible, del lugar donde a personas como a él se les hundía, se les insultaba y marginaba, allí donde a ellos se les cosificaba y anulaba, donde soportaban las más estremecedoras burlas o con un poco de suerte la más pavorosa invisibilidad.
Y allí estábamos aquella noche, él, lleno de repentinos recuerdos del maltrato sufrido, y yo, uno de los “buenos” de la clase, guapo, de buena familia, buenas notas, tocaba el piano, amado por mis compañeras.
Me miró en silencio. Me escudriñó. Esbozó una ligera sonrisa que no supe interpretar. Él sabía perfectamente que escondía algo, algo gordo.
-Jens Peter Jensen Silva-. Repitió mirando a la guantera.
Era evidente que se acordaba de mí, mi nombre nunca ha pasado desapercibido.
Recordó.
Debió de recordar que yo nunca me había metido con él, no pudo evocar ningún insulto, ni uno solo, es posible que incluso recordase algún gesto de complicidad, nada especial, pero de agradecer, dadas las circunstancias. Seguía temblando. Dudé si alguna vez habría caído en el escarnio arrastrado por la caterva escolar.
Siguió mirándome, yo estaba encogido, como lo había estado él tantas veces en aquel lugar.
Recordó.
Me devolvió el carné y me dijo:
-Adelante, circule.
®velpister
http://velpister.blogspot.com/
-Qué va, lo tenía todo controlado.
Era para consumo personal, sí, pero el personal era yo y toda la pandilla. Llevábamos un pedrolo de costo del tamaño de un ladrillo. Viajábamos en el Lancia Y10 de mi madre, avanzábamos tranquilos, felices, se podría decir incluso que ajenos y remotos. Pepe y Lucía siempre se sentaban atrás para estar juntos, así que yo parecía su chófer en el Y10 hecho mierda de mi madre.
Alguien dice:
-Cúrrate otro.
Era de noche, verano, las ventanillas abiertas, el aire, el hash, la edad, todo era perfecto, como de costumbre. Al dar la curva, en una zona de tránsito lento, nos encontramos con un control de la guardia civil. No podía ser, por una vez que hacía algo así, siempre respeté las normas de tráfico, así que no podían estar parándome por alguna infracción, estaba claro que era un control.
-¡Ostia, ostia! ¡No puede ser! ¡Tírala, tírala!
Pero la piedra estaba en la guantera y ellos en el asiento de atrás, demasiado cantoso, nos habrían visto.
Pepe tartamudeaba.
-Tranquilo Peter, joder.
Lo mejor era disimular. Un primer guardia paraba a los coches y decidía cual seguía y cual se desviaba a la derecha. El que iba delante, un coche de alta gama, pasó. Paramos, el guardia tenía barba y bigotes, en cuanto me vio nos indicó con un gesto decidido, y hasta diría que violento, que fuésemos a la derecha.
-Qué mal rollo, colega.
Estaba temblando.
-Esto es cárcel seguro.
Me dio el bajón del costo. Pepe y lucía seguían detrás, me daba la impresión de que estaban divirtiéndose.
-el carné de conducir por favor.
Agarré tembloroso mi cartera y se lo mostré.
-Retírelo de la cartera y entréguemelo, por favor.
Así lo hice, no podía evitar el temblor exagerado de mi mano al entregárselo. Respiraba con dificultad. Todo era muy evidente.
-Jens Peter Jensen Silva.
-Sí.
-Vaya, vaya. Jens Peter Jensen Silva-. Repitió en tono jocoso.
Le miré. Le reconocí.
No recordaba su nombre. Quizás nunca lo había sabido, o puede que sí. Era un antiguo compañero del instituto. No dije más que un compungido y tembloroso “vaya, hola”.
Del instituto. De ese lugar terrible, del lugar donde a personas como a él se les hundía, se les insultaba y marginaba, allí donde a ellos se les cosificaba y anulaba, donde soportaban las más estremecedoras burlas o con un poco de suerte la más pavorosa invisibilidad.
Y allí estábamos aquella noche, él, lleno de repentinos recuerdos del maltrato sufrido, y yo, uno de los “buenos” de la clase, guapo, de buena familia, buenas notas, tocaba el piano, amado por mis compañeras.
Me miró en silencio. Me escudriñó. Esbozó una ligera sonrisa que no supe interpretar. Él sabía perfectamente que escondía algo, algo gordo.
-Jens Peter Jensen Silva-. Repitió mirando a la guantera.
Era evidente que se acordaba de mí, mi nombre nunca ha pasado desapercibido.
Recordó.
Debió de recordar que yo nunca me había metido con él, no pudo evocar ningún insulto, ni uno solo, es posible que incluso recordase algún gesto de complicidad, nada especial, pero de agradecer, dadas las circunstancias. Seguía temblando. Dudé si alguna vez habría caído en el escarnio arrastrado por la caterva escolar.
Siguió mirándome, yo estaba encogido, como lo había estado él tantas veces en aquel lugar.
Recordó.
Me devolvió el carné y me dijo:
-Adelante, circule.
®velpister
http://velpister.blogspot.com/
Gracias Pepe, espero que pronto de vuelta, definitivamente.
ResponderEliminarAbrazo de tu colega.
Gracias Pepe, espero que pronto de vuelta, definitivamente.
ResponderEliminarAbrazo de tu colega.