Un sonido apenas perceptible llamó su atención, la de ella.
- ¿Te has tirado un pedo?
- Se me ha escapado.
- ¡Joder, tío!
- Lo siento, no he podido evitarlo.
- Me parece una falta de respeto.
- Ha sido sin querer.
- ¡Joder que peste! ¿Qué mierda comes para que las tripas te apesten así?
- Ya te he dicho que lo siento.
- Que tú lo sientas no evita que yo esté a punto de vomitar.
- No te pases tía. Es solo un pedo ¿Qué pasa que tú no te tiras pedos?
- No cuando estoy follando, joder.
- Se me ha escapado.
- Eso ya lo has dicho.
- ¿Y qué más quieres que diga?
- No quiero que digas nada.
Se desacoplaron. Ella salió de la cama. Se acercó a la ventana y la abrió.
- Tía, estás exagerando de la hostia.
- Me están llorando los ojos del tufo, así que no me digas que exagero.
Ella trató de sacar la fetidez de la habitación abanicando con ambas manos.
- Anda, vuelve a la cama.
- Déjame que respire.
- Ni que te hubieran gaseado los nazis.
- Casi.
- Ves como exageras.
- Que te follen.
- A eso estoy esperando.
Ella obvió el comentario, entre otras cosa porque era de mal gusto. Echó una ojeada por la ventana al patio interior. Había ventanas con las luces encendidas y otras a oscuras. Había tendederos con ropa y otros sin ella. En las paredes había mugre y manchas de humedad. La estampa le pareció triste y sintió la necesidad de escapar de allí.
- ¿Sabes lo que te digo?... Que me voy a casa.
- Pero… no… no puedes...
- Has conseguido que se me quiten las ganas.
- Joder, ya te he dicho que lo siento. Que no he podido evitarlo.
- Me da lo mismo, yo me voy.
- Pero…
Ella recogió su ropa, se retiró hasta la ventana y se empezó a vestirse. Él trató de no perder los nervios. No podía creerse lo que estaba pasando. La observó mientras se ponía las bragas y sintió unas ganas irresistibles de arrancárselas. Se contuvo y decidió intentarlo por la vía diplomática.
- Perdóname.
- …
- Perdóname cariño. Te lo pido por favor.
- …
- Vuelve a la cama.
- Que no, joder.
- Estás haciendo una montaña de un grano de arena.
- …
- Por lo que más quieras, vuelve a la cama conmigo.
- ¿Has visto mi sujetador?
- No me puedo creer que montes esta escena por un simple descuido.
- ¿Dónde he puesto el sujetador?
- Por favor, quédate a pasar la noche como habíamos planeado.
- ¿Traía sujetador?
- Por favor....
- ¡Aquí está!
Desde la cama observó como ella se ponía el sujetador. Se dio cuenta que estaba decidida a marcharse y para impedírselo actuó a la desesperada.
- Como te marches llamo a una puta para que termine lo que tú has dejado a medias.
- Por mí como si llamas a todo el cuerpo de bomberos.
- Hablo en serio.
- Yo también.
- Sé que crees que estoy bromeando. Pero te aseguro que como salgas por esa puerta cojo el teléfono y contrato los servicios de una profesional, lo juro.
Ella continuó vistiéndose sin hacer caso de las amenazas.
- Por favor, cariño, quédate conmigo esta noche.
- ¿Por qué no me pagas a mí?
- ¿Eh?
- ¿Por qué no me pagas a mí?
- ¿Hablas en serio?
- Totalmente.
- A ver si lo entiendo… ¿Me estás pidiendo dinero por quedarte?
- Por quedarme y follar.
- ¿Y cuánto pides?
- Tendría que informarme de cómo están los precios en el mercado para hacerme una idea.
- ¿De verdad serías capaz de cobrarme?
- Claro que sí. Creo que es justo.
- De igual manera podría cobrarte yo a ti.
- No soy yo la que está suplicando por un polvo.
- Yo no estoy suplic… Vale, de acuerdo. Te pagaré. Dime una cantidad.
- Ya te he dicho que antes tendría que informarme.
Él saltó de la cama y se dirigió a la mesa del escritorio. Cogió un periódico y buscó en las páginas donde estaban los clasificados.
- Aquí hay varios anuncios que dicen que por treinta euros te hacen un francés y te echan un polvo.
- Eso son putillas de tercera categoría. Si quieres un cuerpo como éste…- dijo dándose un cachete en el trasero.-…vas a tener que ser mucho más generoso.
- Que tal sesenta euros.
- Mucho más generoso.
- Di tú la cantidad y así nos dejamos de estupideces.
Ella lo meditó durante unos segundos.
- Doscientos.
- ¿Doscientos euros?
- Doscientos cincuenta.
- ¿Doscientos cincuenta?
Ella afirmó con un gesto de cabeza.
- Tú estás loca. Ni de coña pago doscientos cincuenta napos por un polvo.
- Entonces no hay más que hablar…
Ella cogió su bolso y se dirigió a la puerta.
- …Nos vemos. – dijo alzando la mano a modo de despedida. – Espero que lo pases bien con tu putilla de tercera.
- Pero…
Ella abrió la puerta, salió y cerró. Él se quedó con la palabra en la boca, tragándose su orgullo. Llevado por la rabia empezó a desgarrar las páginas del periódico y a desparramar los pedazos por la habitación. Con el sobrante hizo un amasijo. Se taponó la boca con él y gritó con todas sus fuerzas. La pelota de papel amortiguó el sonido de su voz. Gritó varias veces más, hasta que se sintió más calmado. Estaba frustrado y dolido pero hizo lo posible por sobreponerse. No estaba dispuesto a que una imbécil le jodiera la noche. Se encendió un cigarro y fumó delante de la ventana que ella había dejado abierta. A las tres caladas se vino abajo.
- ¡Maldita zorra de mierda! ¡Hija de puta! Ojalá te mueras de un cáncer. Que sufras tormentos hasta el último día de tu puta vida, hasta el último suspiro. – gritó a los cuatro vientos.
Algunos vecinos se asomaron para ver qué pasaba. Él cerró la ventana y se sentó al borde de la cama. Respiró profundamente y trató de calmarse. Supo que iba a perder el control. Cogió la almohada de la cama y volvió a taponarse la boca. Gritó hasta que se quedó sin aire. Volvió a gritar, esta vez al borde del llanto. Mordió la almohada con todas sus fuerzas y siguió gritando. Una arcada puso fin al drama. Soltó la almohada, ésta cayó al suelo acompañada de un hilo de saliva. Se dio cuenta de que aun tenía el cigarro. Se lo llevó a la boca y aspiró profundamente. Retuvo el humo en los pulmones y finalmente lo expulsó por la nariz. Lo apagó en el cenicero y buscó el número de una prostituta entre los pedazos del periódico. Encontró uno y se dispuso a llamar. Pero antes de marcar reflexionó sobre lo que iba a hacer. Sin querer pensó en ella.
- ¡Puta de mierda!
Arrugó el pedazo de papel con el número elegido y lo lanzó al fondo de la habitación. Sopesó si hacerse una paja con ayuda de unas cuantas imágenes pornográficas bajadas de la red. Pero no, no tenía humor para pajas. Necesitaba algo más, la necesitaba a ella.
- ¡Puta! – exclamó derrotado.
®pepe pereza
- ¿Te has tirado un pedo?
- Se me ha escapado.
- ¡Joder, tío!
- Lo siento, no he podido evitarlo.
- Me parece una falta de respeto.
- Ha sido sin querer.
- ¡Joder que peste! ¿Qué mierda comes para que las tripas te apesten así?
- Ya te he dicho que lo siento.
- Que tú lo sientas no evita que yo esté a punto de vomitar.
- No te pases tía. Es solo un pedo ¿Qué pasa que tú no te tiras pedos?
- No cuando estoy follando, joder.
- Se me ha escapado.
- Eso ya lo has dicho.
- ¿Y qué más quieres que diga?
- No quiero que digas nada.
Se desacoplaron. Ella salió de la cama. Se acercó a la ventana y la abrió.
- Tía, estás exagerando de la hostia.
- Me están llorando los ojos del tufo, así que no me digas que exagero.
Ella trató de sacar la fetidez de la habitación abanicando con ambas manos.
- Anda, vuelve a la cama.
- Déjame que respire.
- Ni que te hubieran gaseado los nazis.
- Casi.
- Ves como exageras.
- Que te follen.
- A eso estoy esperando.
Ella obvió el comentario, entre otras cosa porque era de mal gusto. Echó una ojeada por la ventana al patio interior. Había ventanas con las luces encendidas y otras a oscuras. Había tendederos con ropa y otros sin ella. En las paredes había mugre y manchas de humedad. La estampa le pareció triste y sintió la necesidad de escapar de allí.
- ¿Sabes lo que te digo?... Que me voy a casa.
- Pero… no… no puedes...
- Has conseguido que se me quiten las ganas.
- Joder, ya te he dicho que lo siento. Que no he podido evitarlo.
- Me da lo mismo, yo me voy.
- Pero…
Ella recogió su ropa, se retiró hasta la ventana y se empezó a vestirse. Él trató de no perder los nervios. No podía creerse lo que estaba pasando. La observó mientras se ponía las bragas y sintió unas ganas irresistibles de arrancárselas. Se contuvo y decidió intentarlo por la vía diplomática.
- Perdóname.
- …
- Perdóname cariño. Te lo pido por favor.
- …
- Vuelve a la cama.
- Que no, joder.
- Estás haciendo una montaña de un grano de arena.
- …
- Por lo que más quieras, vuelve a la cama conmigo.
- ¿Has visto mi sujetador?
- No me puedo creer que montes esta escena por un simple descuido.
- ¿Dónde he puesto el sujetador?
- Por favor, quédate a pasar la noche como habíamos planeado.
- ¿Traía sujetador?
- Por favor....
- ¡Aquí está!
Desde la cama observó como ella se ponía el sujetador. Se dio cuenta que estaba decidida a marcharse y para impedírselo actuó a la desesperada.
- Como te marches llamo a una puta para que termine lo que tú has dejado a medias.
- Por mí como si llamas a todo el cuerpo de bomberos.
- Hablo en serio.
- Yo también.
- Sé que crees que estoy bromeando. Pero te aseguro que como salgas por esa puerta cojo el teléfono y contrato los servicios de una profesional, lo juro.
Ella continuó vistiéndose sin hacer caso de las amenazas.
- Por favor, cariño, quédate conmigo esta noche.
- ¿Por qué no me pagas a mí?
- ¿Eh?
- ¿Por qué no me pagas a mí?
- ¿Hablas en serio?
- Totalmente.
- A ver si lo entiendo… ¿Me estás pidiendo dinero por quedarte?
- Por quedarme y follar.
- ¿Y cuánto pides?
- Tendría que informarme de cómo están los precios en el mercado para hacerme una idea.
- ¿De verdad serías capaz de cobrarme?
- Claro que sí. Creo que es justo.
- De igual manera podría cobrarte yo a ti.
- No soy yo la que está suplicando por un polvo.
- Yo no estoy suplic… Vale, de acuerdo. Te pagaré. Dime una cantidad.
- Ya te he dicho que antes tendría que informarme.
Él saltó de la cama y se dirigió a la mesa del escritorio. Cogió un periódico y buscó en las páginas donde estaban los clasificados.
- Aquí hay varios anuncios que dicen que por treinta euros te hacen un francés y te echan un polvo.
- Eso son putillas de tercera categoría. Si quieres un cuerpo como éste…- dijo dándose un cachete en el trasero.-…vas a tener que ser mucho más generoso.
- Que tal sesenta euros.
- Mucho más generoso.
- Di tú la cantidad y así nos dejamos de estupideces.
Ella lo meditó durante unos segundos.
- Doscientos.
- ¿Doscientos euros?
- Doscientos cincuenta.
- ¿Doscientos cincuenta?
Ella afirmó con un gesto de cabeza.
- Tú estás loca. Ni de coña pago doscientos cincuenta napos por un polvo.
- Entonces no hay más que hablar…
Ella cogió su bolso y se dirigió a la puerta.
- …Nos vemos. – dijo alzando la mano a modo de despedida. – Espero que lo pases bien con tu putilla de tercera.
- Pero…
Ella abrió la puerta, salió y cerró. Él se quedó con la palabra en la boca, tragándose su orgullo. Llevado por la rabia empezó a desgarrar las páginas del periódico y a desparramar los pedazos por la habitación. Con el sobrante hizo un amasijo. Se taponó la boca con él y gritó con todas sus fuerzas. La pelota de papel amortiguó el sonido de su voz. Gritó varias veces más, hasta que se sintió más calmado. Estaba frustrado y dolido pero hizo lo posible por sobreponerse. No estaba dispuesto a que una imbécil le jodiera la noche. Se encendió un cigarro y fumó delante de la ventana que ella había dejado abierta. A las tres caladas se vino abajo.
- ¡Maldita zorra de mierda! ¡Hija de puta! Ojalá te mueras de un cáncer. Que sufras tormentos hasta el último día de tu puta vida, hasta el último suspiro. – gritó a los cuatro vientos.
Algunos vecinos se asomaron para ver qué pasaba. Él cerró la ventana y se sentó al borde de la cama. Respiró profundamente y trató de calmarse. Supo que iba a perder el control. Cogió la almohada de la cama y volvió a taponarse la boca. Gritó hasta que se quedó sin aire. Volvió a gritar, esta vez al borde del llanto. Mordió la almohada con todas sus fuerzas y siguió gritando. Una arcada puso fin al drama. Soltó la almohada, ésta cayó al suelo acompañada de un hilo de saliva. Se dio cuenta de que aun tenía el cigarro. Se lo llevó a la boca y aspiró profundamente. Retuvo el humo en los pulmones y finalmente lo expulsó por la nariz. Lo apagó en el cenicero y buscó el número de una prostituta entre los pedazos del periódico. Encontró uno y se dispuso a llamar. Pero antes de marcar reflexionó sobre lo que iba a hacer. Sin querer pensó en ella.
- ¡Puta de mierda!
Arrugó el pedazo de papel con el número elegido y lo lanzó al fondo de la habitación. Sopesó si hacerse una paja con ayuda de unas cuantas imágenes pornográficas bajadas de la red. Pero no, no tenía humor para pajas. Necesitaba algo más, la necesitaba a ella.
- ¡Puta! – exclamó derrotado.
®pepe pereza
Buenísimo.
ResponderEliminarGRACIAS CHISTOPHER
ResponderEliminarExcelente!!!!!!!!!!!!!!!! Qué otro calificativo se podría agregar...Un gran abrazo Pepe, de un anónimo pero fiel seguidor argentino desde siempre......
ResponderEliminarFedex
GRACIAS FEDEX
ResponderEliminarUN ABRAZO