Puskas. Lo recuerdo en un ángulo de la mesa, ya en los últimos años de su vida, mirando a la televisión y vestido con alguna de sus habituales camisas a rayas, siempre de manga corta, superadas ya todas las vanidades salvo la del fútbol, aquella que le hacía levantarse del asiento apenas contemplaba algún gol extraordinario mientras decía, mira, mira, yo sí que soy delantero, y se daba a simular un quiebro, un disparo o un cabezazo en los centímetros de una baldosa, para luego volver a sentarse con las manos levantadas, celebrando su gol imaginario, mientras inflaba pecho y decía:
–A mí me llamaban Puskas.
–Qué coño te van a llamar Puskas, aita.
–¡A mí me llamaban Puskas!
Puskas había sido un jugador zurdo de la mítica Hungría, aquella que aplastó por tres goles a seis a la hasta entonces invicta selección de Inglaterra, un delantero de disparo terrible que más tarde fichó por el Real Madrid de las Copas de Europa hasta convertirse, todavía hoy, en el mayor goleador europeo de todos los tiempos, aunque este último dato, gracias a Dios, mi padre no lo conocía.
–A mí me llamaban Puskas.
–Ama, ¿es cierto que a aita le llamaban Puskas?
–¿Puskas? Tu padre tiene muchos pájaros en la cabeza, Alberto.
Pero él seguía erre que erre con que le llamaban Puskas y le llamaban Puskas. En los últimos años ya sólo se apasionaba con unos pocos deportes, muy pocos, porque la mayoría de ellos le parecían inventos para gente fina de Bilbao, naderías pergeñadas por gentes anoréxicas o esnobistas o de escasas facultades. Cuando veíamos el programa Estudio Estadio de TVE2 y coincidía que estaban retransmitiendo deportes minoritarios o no muy mayoritarios, comenzaba a sonreírse con risa demasiada:
–Mira qué deporte se han inventado los de Neguri.
Los de Neguri se habían inventado el esquí, el bádminton, el tenis, el balonmano, el golf o el piragüismo, y también el baloncesto, el waterpolo, el taek-wondo o el squash; para él, sólo el cuadrado que componían el fútbol, el ciclismo, el boxeo y la pelota mano eran deportes en serio y ello en razón de que eran los que le gustaban o había practicado.
–A mí me llamaban Puskas.
–Y dale con Puskas.
–¡A mí me llamaban Puskas!
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® Batania - “El hijo de Puskas”
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