viernes, 19 de agosto de 2011

DIARIOS - CARLA BADILLO CORONADO

Viernes. 8 de abril 2011. Hotel Boheme

Mi día y noche fueron consumidos por una puta Migraña. La más fuerte de mi vida. Me hizo ver el cielo y el infierno consumirse en llamas por igual. (El infierno es como un hijo bastardo pidiendo pruebas de paternidad). Hace muchísimo tiempo que no me agarraba una. El dolor era tan intenso que yo sólo le pedía a gritos a Mark algún sedante o una pared enorme para estrellarme. Lloré y grité de dolor como una condenada. Y conforme me agarraba la cabeza más imágenes infernales veía. A todo esto, lo único bueno fue haber contado con Mark. Todo el tiempo cuidó de mí, y sentí su angustia al ver que mi dolor no cesaba. Y a pesar de que estaba en su trabajo, no me descuidó ni un momento, procuró aliviarme con lo que en ese momento estuvo a su alcance y me trajo unas pastillas naturales expresamente para aliviar el dolor (dilatan las venas para que la sangre circule mejor) y casi a oscuras me trajo comida al cuarto. Sugirió que los dolores quizá se deban a que en el último tiempo he pasado muchísimo tiempo leyendo libros o escribiendo frente el computador sin mis lentes (que ya desaparecieron en Quito) y que posiblemente ese esfuerzo está produciendo los dolores intensos de cabeza. Así que quizá mañana mismo vayamos a visitar al Dr. Lester, su oculista de confianza. Y de corazón espero que sea eso y con los lentes de lectura ya todo mejore, porque esto no es como un dolor común y corriente de cabeza, ni siquiera el más fuerte se compara con la migraña que tuve hoy. Por suerte, conforme van pasando las horas el dolor va bajando. En este momento ya me siento un poco mejor y aún a oscuras he prendido el computador para intentar escribir un par de párrafos de lo que sería mi primera novela, o al menos para ir dando forma a la idea que surgió ayer cuando Mark me dijo que yo era la reina de las cosas perdidas. Quién diría que solo esa frase dio a pie a una conversación fascinante que duró horas, y en la que jugamos con la posibilidad de ciertos personajes, aventuramos escenas, en fin. Es paradójico, ayer tan lúcida y hoy tan jodida. De todas maneras una vez más comprobé que el amor es mi mejor medicina, el mejor calmante. Las manos de Mark para mí son sanadoras, mágicas, milagrosas, sostienen mi cabeza, haciendo que mi mente no estalle por todo el cuarto. Cuánta oscuridad en este momento, y sin embargo junto a él, y en él, cuánta luz.


Hotel Boheme, mayo 2011

Escribo poesía porque en este momento al igual que ayer por la noche, y antes de ayer, y antes de antes de ayer, y antes de antes de antes de ayer, cuando volví a casa sentí que el Tiempo me asfixiaba. Abrí la ventana y no vi otra cosa que la película de siempre: luces, autos, gente, risas. Escribo poesía para comprobar que la realidad no es esa cosa funesta que me obliga a pensar en todos menos en mí, tomando conciencia de los rostros y de los nombres, haciendo daño con mis silencios y mis desidias, hiriendo con palabras que salen de mí como pequeños demonios, provocando al hombre que amo con el único fin de hacerlo reaccionar, exaltándolo para comprobar que está vivo, que no es producto de mi imaginación. Necesito escuchar mi nombre muchas veces en sus labios. Necesito constatar. Y en ocasiones prefiero perder aquello que amo con el único fin de comprobar su existencia. Parecería absurdo. Hiero lo que amo y en consecuencia me hiero a mí. Es una forma cruel y masoquista de reafirmarlo, pero necesito alguna señal inmediata, instantánea. No tengo paciencia. No soy un maldito Buda. Estoy atrapada entre la realidad y la ficción, los dos dioses que gobiernan mi vida.


Hotel Boheme, 6:48 am

Acabo de despertar de una pesadilla terriblemente extraña. Angustiosa. Imágenes concatenadas y oscuras. Casi todos los personajes eran conocidos y cercanos. En una imagen se me nota muy ansiosa y preocupada porque tengo un vuelo a Nueva York, y sé que debo volar a las 2 o 3 de la tarde, sin embargo no tengo reloj y por lo tanto no sé qué hora es ni en qué momento debo salir. Preparo maletas pero tengo totalmente perdida la noción del tiempo. Tengo miedo de que casi sea la hora de viajar y yo sigo todavía en casa. Mi casa que por cierto no es mi casa. Es un espacio enorme y lúgubre. Aparezco de pronto en un altillo, sobre una tabla de madera como si fuese una especie de cama. Muy alta. Y desde arriba veo como dos tipos pretenden abrir la puerta de mi habitación, la forcejean y no paran de decir palabras obscenas. Yo permanezco en silencio, y cuando me doy cuenta de que se han marchado, salgo disparada y tomo un ascensor. El ascensor se abre en un lugar que desconozco pero que según el sueño es mi casa. Estoy casi desnuda. Sigo preocupada porque en mi cabeza sigue el viaje que debo hacer a Nueva York. De pronto salgo del baño en ropa interior y escucho voces en el patio. Salgo y me encuentro con un numeroso grupo de gente, entre ellos observo a quien no debía haber soñado. Y todos me ven como bicho raro, sólo él me reconoce y me mira profundamente. Segundos de silencio y regreso entro a la casa. A partir de ese instante la velocidad del sueño cambia, todo se acelera y son imágenes fragmentadas, pasan una tras otra muy rápido en mi cabeza, incluso imágenes angustiosas y terroríficas, una de las peores fue cuando vi a mi tío con uno de sus ojos salidos, únicamente sujeto con un resorte, y la pupila se podía observar envuelta en una funda de plástico.

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