LA VETERANA
Ahí estaba ella, con más de sesenta años y haciendo la calle junto a jovencitas que no habían cumplido ni los veinte. ¡Puta vida la suya! ¿Cómo competir con esas chiquillas que estaban en lo mejor de sus vidas? ¿Cómo podía rivalizar ella con sus jóvenes y deseables cuerpos? A ella los pechos le colgaban como globos deshinchados, su trasero era un tonel y su cara parecía una ciruela podrida. El paso del tiempo se había encargado de rebozarla en años, kilos y arrugas. ¿Qué otra cosa podía hacer? Otra cosa no sabía, sino ¿de qué iba a estar allí? Hacía décadas que tendría que haber abandonado la profesión, pero claro, eso era más fácil decirlo que hacerlo. Cuando no se tiene otro medio de vida es complicado dejar aquello que te da de comer.
Del fondo del polígono llegó el ruido del motor de un vehículo. Las putas acudieron al borde de la carretera y dejaron al descubierto sus tetas. Ella no. ¿Para qué iba a enseñarlas? Ella cuanto más tapada, mejor. Su fisonomía hacía mucho que dejó de ser apetecible. Cuando tenía la suerte de conseguir un cliente, éste únicamente reclamaba sus servicios para que le chupase la polla. Así que sacó el pintalabios y añadió una nueva capa a sus labios. Efectivamente, un coche llegó donde estaban las mujeres. Desde su puesto pudo ver que los ocupantes eran cuatro jóvenes con claros síntomas de embriaguez. Mal asunto. Su dilatada experiencia le había enseñado que jóvenes y alcohol no mezclaban bien. No se preocupó demasiado pues intuyó que no la elegirían, aun así permaneció junto a la carretera. El vehículo desfiló lentamente por delante de las chicas, pasó junto a ella sin detenerse, pero a los pocos metros el coche dio marcha atrás y se detuvo a su lado.
- ¿Cuánto por chuparnos la polla a los cuatro? – quiso saber el conductor.
¿Por qué la habían elegido a ella cuando era evidente podría ser la abuela de cualquiera de ellos? Había chicas preciosas. Entonces, ¿por qué se habían decidido por un vejestorio como ella? ¡Cuidado, no te fíes! Algo en su interior la avisó del peligro y se puso a la defensiva, por si acaso.
- ¿Cuánto nos cobras?
Ella dijo una cifra. De inmediato los jóvenes la regatearon intentando bajar el precio a una ridiculez. Ella estaba necesitada de clientes, de hecho los necesitaba urgentemente, pero para trabajar por una miseria era mejor no trabajar. Así se lo dijo a los chicos. De pronto, uno de los chavales que iba en el asiento trasero apuntó con un envase de plástico, lo presionó y un chorro salió disparado hacia el rostro de la puta. Lo vio llegar a cámara lenta, luego notó el dolor. De seguido y entre risas, el conductor pisó el acelerador y el coche salió a toda potencia quemando rueda. Era aguafuerte. Ella con las manos en la cara gritó pidiendo ayuda. A su auxilio acudieron algunas compañeras. Le lavaron la cara con botellas de agua mineral y trataron de aliviarla como buenamente pudieron de los escozores y quemaduras.
La ambulancia tardó casi una hora en llegar.
Después de pasar unos días ingresada, los médicos le dieron el alta. Salió del hospital ciega de un ojo y con manchas rosáceas en el rostro. Un recuerdo de por vida del incidente. ¡Puta suerte la suya!
Una semana después ya estaba ocupando su puesto en el polígono. Las demás compañeras la recibieron como a una heroína. Todas admiraron su coraje y fortaleza. Sin duda se había ganado el respeto de todas ellas y no por ser una veterana, que también. Se lo había ganado porque ni el paso del tiempo, ni el deterioro de su cuerpo, ni tan siquiera las violaciones y humillaciones que había sufrido a lo largo de su carrera habían logrado que abandonara su profesión. Como tampoco había abandonado después de que aquellos jóvenes irresponsables la hubieran dejado medio ciega y desfigurada. Ella seguiría allí mientras la salud se lo permitiese, y no por orgullo, tampoco por honor, no. Lo único que la mantenía anclada a aquel lugar eran la necesidad y la falta de recursos. Solo eso.
® pepe pereza (del libro Putas)
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