Estimada Sra. María Kodama,
Es triste tener que escribir en su contra en nombre de Borges, en favor de la literatura. Un indicio del pésimo estado de cosas que padecemos. Con el gesto de prohibir la circulación de El hacedor de Borges (Remake) usted se engaña. No le hace ningún favor a Borges, no vela como una mujer celosa sobre el legado de su marido. En absoluto. Usted impone las leyes del capitalismo, las leyes de la propiedad privada y el código civil, ese aliado mezquino de todo lo que no funciona en nuestra sociedad, para transformar a Borges en convidado de piedra de la libertad creativa y las aventuras más audaces de la literatura. Aún peor. Usted actúa como si preservar el legado de Borges implicara anular la relación fecunda con la obra de un escritor que supo también extraer de otros lo que necesitaba para realizar su idea de la literatura. Entérese bien. Los que admiramos la obra de Borges la vemos como una cueva de Alí Babá repleta de riquezas y objetos maravillosos robados, sí, robados de todas las literatura del mundo. Usted no ha leído “La biblioteca de Babel”, es evidente, si no ha entendido esta ficción como un reconocimiento de culpa y una justificación artística del plagio, una apertura de puertas al libertinaje y la promiscuidad creativa de todas las obras y los autores de la historia. Como la confesión de crímenes, en suma, de un consumado Arsenio Lupin de la literatura. Quién sabe, incluso, si Borges, como supremo hacedor, no llegó a (pre)ver este “remake” en el anaquel de los volúmenes virtuales que poblaban esa biblioteca hecha a imagen y semejanza de su privilegiado cerebro. Desde luego, todo lo que sabemos de su literatura me permite imaginar que sí y que le daría el visto bueno con una sonrisa de complicidad irónica. Al fin y al cabo, todos los nombres de la literatura, como quería Borges, designan al mismo escritor de todos los libros de la historia.
Sí, no se escandalice, la grandeza de Borges, ese capital que usted pretende explotar en su único beneficio, tiene sus raíces también en apropiaciones y préstamos de otros autores. En esto no se distinguía de Shakespeare, desde luego, otro devoto del latrocinio y el saqueo de fuentes con fines creativos. La única diferencia con el gesto de Fernández Mallo, fíjese bien, radica en la modestia, el respeto y la admiración con que éste se aproxima a la obra de Borges. No hay nada impropio ni irreverente en esa “apropiación” (podría discutirse incluso su condición de tal, se lo dice un borgiano de pro, sin necesidad de recurrir a penosos argumentos legales), sino una tentativa lograda en gran parte de instalar a su marido entre las referencias fundamentales de la literatura del siglo XXI.
Usted creerá, porque así se lo dicen los que la aconsejan mal, que esto no era necesario, que su marido ya formaba parte del bagaje del nuevo siglo sin la intervención de un joven escritor español con ínfulas de usurpador, que es sólo un alibí vagamente cultural para saquear con impunidad su preciosa obra. Cuánto se equivoca. No me extraña. Si usted no ha sido capaz de entender el designio final de la obra de Borges, cómo puedo exigirle que entienda la obra de creadores que sí han entendido ese designio y lo han hecho suyo, apartando todo aquello que en Borges podía haber caducado. Usted está en contra de Borges al estar en contra de la literatura, sépalo ahora, usted se pone del lado de la violencia y la injusticia del capitalismo, del lado de la explotación y la codicia, bajo la tapadera de preservar los intereses de la obra de Borges. Al tomar ese partido y no otro, no se equivoque, usted está tomando partido contra Borges, entiéndalo bien, contra la literatura y contra la libertad de creación que hizo grande a su marido, precisamente.
Una advertencia, nada más. Usted me recuerda mucho a la SGAE, en sus declaraciones y en sus medios y fines. Infórmese sobre ella. Puede que vea en el destino de esa institución corrupta una prefiguración de su propio destino, aunque sea sólo simbólico. Quizá lo único que consiga con su gestión mezquina sea que la obra de Borges se convierta para muchos en un erial solitario y estéril, un edificio abandonado a la incuria del tiempo, un amasijo de papeles roído hasta la náusea por los académicos, algo petrificado, sin vida, sin posteridad posible. El libro de Fernández Mallo que usted ha conseguido prohibir no pretendía otra cosa que demostrar que Borges seguía siendo para muchos escritores del siglo XXI el gran cómplice de las exploraciones literarias más excéntricas. Y su obra, un campo de investigación productivo e inagotable. Está a tiempo de reconsiderar su posición. En nombre del mismo Borges que usted manipula para castrar la libertad de los creadores. Piénselo bien antes de proseguir con su absurda inquina. Cerciórese de que Borges la secundaría, asegúrese de que en nombre de Borges se puede perseguir la obra de otros escritores con razones tan pobres. Me temo que su abogado tampoco ha leído a Borges. Hasta donde yo sé, ser abogado significa, por principio, situarse en contra de la literatura. Esa literatura que su marido representaba como pocos. Así que piense si con este gesto inquisitorial está usted del lado de Borges o del lado de su letrado más bien iletrado.
Por respeto a usted, a lo que usted representa, me permito hacerle todas estas consideraciones. Espero que sirvan para algo, aunque me temo que no. Tal como están las cosas, usted cometerá el error de darle la razón a su abogado y quitársela a Borges. Con su traición al espíritu de Borges, todos saldremos perdiendo, desde luego, y el mundo tomará el derrotero de lo peor. Prepárese, porque entonces ni usted ni Borges estarán a salvo. No olvide la dura advertencia de Walter Benjamin: “tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”. Sepa, por tanto, que será juzgada como cómplice inexcusable del enemigo. Téngalo en cuenta. Piense en Borges. Piense en la literatura de Borges antes de actuar en su contra.
Para terminar, me veo obligado a recordarle, apelando a la autoridad literaria de su marido, que esta carta, como tantas otras, no necesita ser enviada para ser efectiva.
Atentamente,
Juan Francisco Ferré
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