Sobre la inmensa maraña vegetal resuena el famoso grito del Rey de los monos. De golpe el alarido se interrumpe dando paso a una serie de flemáticos tosidos. Tarzan soporta la tos con resignación. Está junto a un frondoso árbol que da sombra a tres tumbas de tierra. Encabezando los montículos de tierra hay unos tablones a modo de lápidas y en cada tablón un nombre toscamente grabado a chuchillo. En el primero está escrito: JANE (con la n al revés) y en los otros dos: CHITA y BOI. Tarzan intenta proyectar su bramido pero la voz se le quiebra y termina en otro ataque de tos. El pobre hombre está bastante viejo y deteriorado. Aunque no está calvo ha perdido gran parte de su pelambrera y la poca que le queda está encanecida, luce una rumbosa barriga que sobresale por encima de su típico taparrabos de piel de leopardo, sus delgadas piernas apenas le sostienen y los músculos de antaño ahora son colgajos de carne flácida.
Cuando consigue dominar la tos escupe una flema considerable, con la mala fortuna que el esputo le cae en el pecho, quedando un hilo de saliva entre su labio y el pectoral. Arranca las hojas del suelo y se limpia el escupitajo con ellas. De inmediato nota un escozor y se percata que ha cogido hiedra venenosa. Refunfuñando la arroja al suelo y la pisotea. Eso no evita que le salga un inmenso sarpullido.
Una última mirada hacia las tumbas antes de ponerse en camino.
Por encima de su cabeza cuelga una liana. Salta para cogerla pero no llega. Lo vuelve a intentar tomando más impulso. Tampoco lo logra. Retrocede unos metros para tomar carrerilla. Se lanza a la carrera y ejecuta el salto. Nada, no hay manera de alcanzar la puñetera liana. Decide cambiar de táctica. Se va hacía el tronco del árbol e intenta escalarlo, pero es demasiado grueso para sus brazos. Aun así consigue trepar unos metros. El esfuerzo lo deja agotado. La rama más cercana a la que podría asirse queda a metro y medio de su alcance. En un último arresto consigue llegar hasta ella. La agarra, pero es demasiado fina para soportar su peso y cae con ella aferrada a su mano. Aterriza con un espectacular costalazo. A consecuencia del golpe se queda sin aire, que intenta recuperar desesperadamente a base de espasmos. Su caja torácica está atorada y no consigue respirar. Poco a poco su cara se va volviendo de un rojo intenso para luego cambiar a un azul amoratado. Cuando parece que los ojos le van a saltar de sus orbitas y que irremediablemente se va a asfixiar, logra que una bocanada entre en sus pulmones, luego otra y otra... Con lo que él ha sido y tener que verse en tan tristes circunstancias.
A pesar del dolor se arrastra hasta el pie del árbol y se recuesta contra el tronco.
Como un viejo samurái derrotado desenfunda su cuchillo y, muy dignamente, se abre las muñecas con él. La sangre fluye. Y mientras se deja morir contempla por última vez la selva en la que un día fue el rey.
® pepe pereza
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ResponderEliminarUn abrazo.
MJ, un besazo
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