miércoles, 19 de octubre de 2011

LLAMADA MORTAL

- …¿Aquí?
- No, más abajo.
- …
- Más abajo aun.
- …
- Más al centro… un pelín más abajo… Ahí, justo ahí.
- ¿Aquí?
- Síííí.
- …
- Dios, que gusto.
- …
- Más fuerte, por favor… más fuerte.
- ...
- Más fuerte.
- Si te rasco más fuerte te voy a dejar la piel marcada.
- Me da igual, tú rasca más fuerte.
- Como quieras, pero ya tienes la espalda roja.
- Sigue, por favor… Así, que gustazo… Llevaba todo el camino de vuelta a casa con el picor, y la putada es que no llegaba a rascarme yo sola… Ah, que placer, sigue un poco más.
- ¿Sabes?... Hoy he estado a punto de matarme.
- ¿Qué dices?
- De no ser por Ángel, ahora él y yo estaríamos muertos.

Ángel y yo volvíamos de un pueblo que está a unos cincuenta kilómetros de aquí. Conducía yo. Íbamos por la autovía y estábamos a punto de entrar en la circunvalación. Justo adelantábamos a un tráiler cuando sonó mi móvil, desvié la mirada hacia el bolsillo de la camisa, que es donde guardaba el aparato, y no me fijé que el coche se desviaba hacia el camión. Menos mal que Ángel tuvo los reflejos necesarios para coger el volante a tiempo y devolvernos a nuestro carril. Nos quedamos a escasos centímetros de colisionar. Joder, verle de cerca la cara a la muerte es una experiencia terrible.

- Pero cariño, eso que me cuentas es terrible.

Fuera de peligro, Ángel me recriminó el despiste con una mirada asesina, no obstante pasados unos minutos parecía que se hubiera olvidado del incidente. Yo, por mi parte, seguía estremecido y acongojado, no conseguía quitarme el susto del cuerpo, aunque habían transcurrido varias horas ya del suceso.

- Estás pálido ¿te encuentras bien?
- Sí, después de todo, tengo que dar gracias por estar aquí.

Es curioso cómo sucede todo. Quiero decir, que los mecanismos del destino son complicados y para que algo como lo ocurrido pueda suceder se tienen que dar toda una serie de circunstancias. De primeras hay un núcleo donde convergen todos los factores del conflicto, en este caso fue cuando coche y camión coinciden en un mismo tramo de la carretera. Tanto el conductor del camión como yo tuvimos que sincronizar toda una serie de horarios y acontecimientos para coincidir en ese punto preciso del trayecto, a eso hay que sumarle que justo en el momento que estaba adelantando al camión a alguien se le ocurriera llamarme al móvil. Y para terminar, hay que añadir a todo el cúmulo de sucesos, que Ángel viajaba conmigo por pura casualidad, ya que su idea era quedarse en el pueblo, pero recibió una llamada de su hermana diciéndole que tenía que bajar a la ciudad. Por eso me acompañaba. De no haber venido él, yo me habría estrellado contra el camión y seguramente ahora no estaría divagando sobre el tema, ni rascándote la espalda.

- Al llegar me he dado cuenta que te pasaba algo, pero me picaba tanto la espalda que lo único que quería era que me quitases el picor.

La proximidad con la muerte me había dejado una sólida y permanente sensación de pesadumbre. Solo otra vez había estado tan cerca de ella, de la muerte, pero fue distinto porque mi vida no corrió ningún riesgo. Ocurrió en la habitación de un hospital, durante la convalecencia de mi padre después de su operación de próstata. Recuerdo que compartíamos estancia con una anciana. La pobre señora estaba en las últimas y respiraba de forma, digamos llamativa, mezcla entre estertor y ronquido flemático. Algo bastante desagradable de oír, claro que con el tiempo llegué a acostumbrarme. Resulta que yo llevaba varias noches quedándome en el hospital acompañando a mi padre. Una noche que intentaba inútilmente acomodarme sobre un duro sillón, noté algo raro. Al principio no supe qué era, echaba en falta algo pero no daba con el qué. Más tarde caí en la cuenta: la respiración de la anciana. La pobre había muerto. Después que un médico certificase la defunción y que las enfermeras sacasen el cadáver, pasé el resto de las horas en vela, pensando que la muerte había estado en la misma habitación que yo.
La diferencia entre ambos sucesos radicaba en que esta vez la muerte había venido directamente a por mí. Motivo de sobra para echarse a temblar.

- Cariño, estás temblando.
- Tranquila, no es nada. Es que aun estoy un poco asustado.
- Pobrecito mío.

Me abrazaste, pero ni siquiera el consuelo de tu cariño sirvió para sacudirme el miedo.

- ¿Te importaría seguir rascándome la espalda? Aun me pica.
- Claro.

Rascarte la espalda era mejor que yacer sobre la mesa de autopsias, mucho mejor que estar dentro de un ataúd en un tanatorio cualquiera. Ese pensamiento me hizo sentir mejor.

- Un poco más abajo.
- ¿Por aquí?
- Más abajo.
- …
- Rasca ahí… ¿Y quién te llamaba?
- Pues, no lo sé. No me dio tiempo a contestar. Con el susto y demás, me olvidé de mirar quién era.

Dejé un momento tu espalda, cogí el móvil y busqué en las llamadas perdidas.

- Adivina de quién es la llamada.

Tuya.

® pepe pereza (del libro “Amores breves”)

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