La botella, mejor llena
Hace ya un tiempo, durante una noche de borrachera, un dudoso amigo —que también escribe—, decidió machacarme verbalmente. Tal vez porque yo acababa de publicar mi segunda novela. Y él no.
Como ignoré la provocación, tomó aire y volvió a la carga, acusándome de sostener «una pose literaria de pseudo-macarrismo neobukowskiano».
Eso me dijo. Y no le pegué ni nada.
Siempre he pensado que si alguien suelta una frase tan enrevesada, a las cuatro de la madrugada, es porque la vida ya le ha golpeado demasiado.
Pero no se conformaba y, tras tomar aire, gritó para que lo oyera todo el local:
—¡Tú nunca serás capaz de escribir una jodida historia de amor, Carlos Salem!
Yo pedí otro tercio de cerveza, porque si vas a pegarle un botellazo a alguien, es mejor que el recipiente esté lleno. Luego di un fuerte golpe con el puño sobre la barra y grité:
—¡Yo también puedo escribir una jodida historia de amor!
Y me bebí de dos largos tragos el tercio de cerveza.
Ligera de peso la botella, opté por no estrellarla contra su cabeza.
Me olvidé del asunto.
Y meses más tarde, cuando la gente de Ediciones Escalera me propuso publicar una colección de relatos, tampoco recordé el incidente. Por eso me sorprendió comprobar que la mayoría de los textos que me apetecía publicar en ese libro, así como los que tenía a medio terminar, o los que llevaban meses rondando mi cabeza en espera de que me sentara a darles forma, eran historias de amor.
Jodidas historias de amor.
No llamé al amigo criticón para restregarle su error, sino a los editores, para contarles mi desconcertante descubrimiento. No se asustaron y dijeron que seguían queriendo el libro. Son bastante raros. Pero buena gente.
Quedaba pendiente el asunto del registro. La mayoría de los autores trabajamos en por lo menos tres registros que nos permiten contar nuestras historias prestadas, aunque muchos se restringen a uno solo, creyendo que así hallarán un estilo propio. Error de calibre. El estilo propio, el amor y las enfermedades de transmisión sexual, no los buscas: te los encuentras sin darte cuenta, haciendo lo que más te gusta.
Así se formó la primera edición de este libro, con relatos de corte clásico, otros de tinte canalla, algunos con aire de fábula urbana, y unos pocos marcados por lo que podría definir como surrealismo de andar por casa.
Creí que no volvería a escribir jodidas historias de amor.
Me lo prometí.
Y como suelo hacer, no me cumplí.
Cuando se agotó la primera edición y Talía y Daniel me propusieron sacar la segunda, me recordaron nuestro acuerdo de enriquecerla con algunos relatos inéditos. Pensé que zafaría de esa promesa con la misma facilidad con que eludo las que me hago a mí mismo. Dije que vería qué podía hacer, pero que no creía que…
Y volví a sorprenderme.
Porque en este tiempo, dedicado a las novelas, había escrito unos cuantos relatos.
Y todos eran jodidas historias de amor.
Éstas son.
Espero que les gusten.
Por cierto, el amigo con tendencia a la envidia soporta el alcohol mucho peor que yo. Por eso, ni siquiera cuando salió la primera edición del libro, cuando acudió a las presentaciones o cuando lo leyó, pudo recordar que, de alguna manera, lo había escrito gracias a él.
La venganza adquiere formas extrañas.
Y pacíficas, en ocasiones.
Aunque como vuelva a meterse conmigo, esta vez se llevará el merecido botellazo.
Y con la botella llena.
Carlos Salem
«Villa Soldati», Madrid, septiembre de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario