sábado, 5 de noviembre de 2011

EL PAN DE CADA DÍA

Llevaba cuatro años sin estar con una mujer. Casi mil quinientos días de pajas y soledad. Y todo ese tiempo esperando, suplicando por un poco de amor físico, por un coño que le acogiese y le diese calor…
Con el tiempo descubrió que una barra de pan caliente era el sustituto ideal de una vagina. Quitándole el cuscurro y metiendo la polla entre la masa caliente vio más que satisfechos sus anhelos. Como en las vigilias religiosas había cambiado la carne por la masa hecha de harina y agua y le iba bien.
Todas las mañanas acudía temprano a la panadería del barrio y esperaba a que el pan saliese del horno. En cuanto entraba en el establecimiento y olía el pan cociéndose, irremediablemente erectaba. Con el tiempo aprendió a distinguir el atractivo entre unas barras de pan y otras, había unas que por su forma le excitaban más y eran esas las que reclamaba al panadero. Siempre elegía las menos cocidas para que la corteza estuviese blanda y suave. Solía comprar un par de barras y con ellas debajo del brazo corría de vuelta a su agujero para hacerles el amor.
Ese día regresaba de la panadería muy contento con la compra. De las dos barras que portaba, una de ellas le parecía especialmente seductora. Lo que la hacía tan deseable era que uno de los pliegues que se había formado en la corteza recordaba a una vagina abierta y lista para la penetración. Eso le excitó hasta el punto de que su erección resultó dolorosa. Su polla, prisionera en la bragueta del pantalón, estaba impaciente por hincarse en la suave y mullida masa. Caminó presto hacia su casa, deseando llegar para aliviarse de inmediato y librarse de la dolorosa erección.
Entró en el portal y cuando se dirigía al ascensor la portera del edificio se cruzó en su camino.

- Acuérdese de que pasaó mañana tenemos reunión – dijo la mujer mientras se quitaba los mocos con un pañuelo de papel mil veces usado.
- ¿Reunión?
- Sí, de vecinos. Para discutir el tema del arreglo de la fachada.
- No tenía ni idea de que había que arreglar la fachada.
- Claro, como usted nunca viene a las reuniones…
- ¿Qué le pasa a la fachada?
- Pues sólo hay que verla para darse cuenta de que necesita unos arreglos y una buena mano de pintura.
- Ya… pero eso costará una buena cantidad de dinero.
- Por eso tenemos la reunión, pá discutir los gastos.

Blas notó que las barras de pan perdían temperatura. Era vital que se quitase a la portera del medio para acceder al ascensor.

- ¿A qué hora es la reunión?
- A las nueve de la noche.
- Bien, pues allí nos veremos.
- ¿Seguro que vendrá?
- Claro, claro…
- Usted siempre dice lo mismo y luego nunca aparece.
- Le digo que esta vez asistiré.

Estaba a punto de lograrlo, tan solo estaba a un metro de la puerta del ascensor. Alargó el brazo para llegar cuanto antes con su dedo al botón de llamada, pero justo cuando la yema iba a tocar el interruptor, la portera le cogió del brazo obligándole a detenerse.

- Perdone que insista, pero es que el señor Benítez, ya sabe, el presidente de la comunidad de vecinos, me ha dejado bien claro que quiere que se lo diga a todos los inquilinos.
- Muy bien. Ya me lo ha dicho. Ahora, si no le importa, tengo prisa.

Presionó el botón de llamada y el motor del ascensor emitió un sonido agudo, una especie de queja.
Estaba cabreado con la portera. Por su culpa había perdido unos minutos preciosos y el pan se había enfriado más de lo deseado. Salió del ascensor con las llaves de casa preparadas, pero se encontró cara a cara con Benítez, el presidente de la comunidad de vecinos. Ambos vivían en la misma planta.

- ¡Coño, vecino! A ti te quería yo ver.
- Tengo prisa.
- Cualquiera diría que vas a apagar un incendio.
- Algo parecido.
- ¿Qué?
- ¿Qué querías?
- No sé si sabrás que el viernes que viene tenemos reunión.
- Me lo acaba de decir la portera.
- Es importante que acudamos todos, incluso tú.
- Acudiré, no te preocupes. Ahora si no te importa…

Su puerta ya estaba entreabierta e hizo mención de entrar.

- Espera un momento. No querrás dejarme con la palabra en la boca.
- Ya te he dicho que voy con prisa.
- Es sólo un momento.
- Dí lo que tengas que decir.
- Nada, que no faltes. Tenemos que discutir muchos temas ya que esto no va a ser barato. Pero sé de buena mano que podemos optar a unas ayudas del ayuntamiento y además…
- Ya lo hablaremos. Adiós.

Entró en casa y cerró la puerta. En la cocina comprobó la temperatura del pan.

- ¡Megaüenmiputaestampa!

Estaba frío y la corteza se había endurecido. Y con el microondas estropeado, no había nada que hacer.

® pepe pereza

3 comentarios:

  1. Me ha gustado, la historia tiene su qué.

    Un saludo.

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  2. Gracias por quedarte con ese qué

    saludo

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  3. cuando no hay suerte...no la hay
    las fantasías y posibilidades del hombre solitario, muy ingenioso escrito, ameno, saludos querido Pepe

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