jueves, 8 de diciembre de 2011

HACKER - RELATO EN LA REVISTA ENTROPÍA Nº 3

HACKER
Estaba harto de que las editoriales me devolviesen mis manuscritos, más que harto. En ese caso en concreto era lo escueto del mensaje lo que me cabreaba. Había recibido muchas otras cartas y en todas ellas los editores, al menos, se habían tomado la molestia de darme una explicación de por qué no iban a publicar mi novela. Volví a releer la carta:
Estimado Sr. Le agradecemos que se haya dirigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales.
Podían haberme dicho, por ejemplo, en qué no se ajustaba mi proyecto a su mierda de línea editorial, pero ni eso. Volví a releerla una vez más:
Estimado Sr. Le agradecemos que se haya dirigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales.
Y otra:
Estimado Sr. Le agradecemos que se haya dirigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales.
Serán cabrones. Estaba indignado y decidí vengarme. Aparte de escritor, yo tenía los suficientes conocimientos de informática y programación como para colarme en cualquier ordenador que no estuviese fuertemente protegido.
He de reconocer que últimamente estaba muy alterado y cualquier cosa me sacaba de quicio. Hacía tres días que había dejado de fumar y desde entonces era un manojo de nervios. Me sentí tentado de encenderme un cigarro, de hecho me lleve la mano al bolsillo de la camisa para coger el paquete, pero al notarlo vacío recordé que lo estaba dejando. Por distraerme leí otra vez la carta:
Estimado Sr. Le agradecemos que se haya dirigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales.

- ¡Saludos cordiales! Meteos los saludos por el culo, panda de hijos de puta. Os vais a enterar de quién soy yo.

Después un cuarto de hora tecleando códigos conseguí colarme en el ordenador de la editorial. Tenía la intención de borrar todos sus datos, pero antes decidí echar un vistazo al disco duro. Rebuscando encontré los informes de los escritores que tenían en plantilla. En dichos informes estaban todos los datos personales. También localicé manuscritos inéditos que esperaban ser evaluados y galeradas que estaban pendientes de publicación. La editorial era de las más prestigiosas del país con lo cual todos los escritores que gozaban de fama estaban allí. De hecho, algunos de mis escritores favoritos figuraban en la lista. Tenía un tesoro entre manos. Elegí un inédito de uno de mis escritores preferidos y empecé a leerlo. Enseguida me vi atrapado por la trama. Estuve leyendo durante horas hasta que lo terminé. El libro en general me había gustado, no obstante había ciertos pasajes que según mi criterio se excedían en descripciones que ya de por sí eran obvias. Decidí borrar algunas y así lo hice. Volví a releer los párrafos por mí corregidos. Satisfecho conmigo mismo resolví meter algunas frases de mi cosecha. Lo hice aquí y allí, en todo lo largo de la historia. No eran frases largas, ni siquiera daban relevancia a la trama, pero eran frases que yo había colado dentro del libro de uno de mis autores preferidos y con eso me bastaba.
A la noche siguiente volví al disco duro de la editorial. Quería echar un vistazo al libro de la noche anterior. Me sorprendí al comprobar que las frases que yo había escrito seguían allí, mezcladas con las palabras del célebre escritor. Eso me dio ánimos para hacer lo mismo con otros manuscritos. Elegí el texto de otro escritor que admiraba. En este caso eran relatos de ficción. Los leí atentamente. El primer y el segundo eran perfectos, sin embargo el tercero empezaba bien pero a medida que la historia avanzada se iba atascando. Analicé el porqué del atoramiento pero no conseguí concentrarme. El protagonista del relato fumaba como un carretero y tuve la necesidad imperiosa de encenderme un pitillo. Tenía un paquete guardado en el cajón del escritorio, llevaba allí desde que tomé la decisión de dejar de fumar, es decir, desde hacía cuatro días. Lo decidí después de ver un documental en la televisión en el que mostraban de forma explícita los estragos que producía el tabaco en los órganos vitales. Algo asqueroso. ¡A la mierda con el tabaco! Leí otra vez el relato, intenté hacerlo de forma metódica para así detectar el fallo. Imposible. Yo estaba acostumbrado a leer fumando, el humo en mis pulmones era el complemento ideal para acompañar cualquier lectura. Privado de ese placer era incapaz de leer dos líneas sin pensar en fumar. La batalla contra la nicotina era un trabajo duro y concienzudo que requería de toda mi fortaleza. Maldije mi suerte. Había encontrado un filón literario donde poder dejar mi impronta y por culpa del dichoso tabaco no estaba gozando de la experiencia. Volví al regateo conmigo mismo. Un hemisferio de mi cerebro me ordenaba encenderme un cigarro mientras que el otro me obligaba a mantenerme impertérrito ante todos los pretextos. El conflicto no dejaba sitio para la concentración que requería la lectura del relato. Lo dejé para la noche siguiente.
Estaba cansado de luchar contra mi adicción. Me habían dicho que a partir del tercer día todo era más fácil, pero ya llevaba cuatro y estaba en mis peores momentos. Me acerqué hasta la cocina para prepararme un café pero recordé que su sabor acentuaba la necesidad de fumar. Abrí la nevera y opté por un zumo de piña. Con el vaso lleno regresé al salón y me senté frente al ordenador. Vi mi reflejo distorsionado en lo negro de la pantalla apagada. Me fijé en los restos de nicotina que estaban adheridos al marco. La de cigarros y porros que había fumado frente a esa pantalla. Bebí un trago de zumo y, como en una revelación, supe dónde fracasaba el tercer relato. El fallo estaba en la parte central, que era la más densa y la que más costaba leer. En ella se daban un montón de explicaciones, que por otro lado eran necesarias para la plena comprensión de la historia. Si fragmentaba las explicaciones y las alternaba con la acción facilitaría en mucho la lectura del mismo. Encendí el ordenador y me colé en el de la editorial. Fui directo al libro de relatos y busqué el tercero, concretamente la parte central. Pensé en la manera de dividir las explicaciones. Una vez separadas las fui distribuyendo a lo largo de la acción. El relato, a mi juicio, mejoró considerablemente, pero había una pega: mi participación era evidente. Los retoques eran claramente visibles, no como las frases que la noche anterior camuflé en el otro libro. En este relato se me había ido la mano. Estaba seguro de que tanto el autor como el editor lo notarían. La duda estaba en si guardaba los cambios o dejaba el relato como me lo había encontrado. Cada vez que tenía que pensar o tomar una decisión lo hacía fumando. Abrí el cajón del escritorio donde guardaba el paquete de tabaco y me quedé mirándolo. Escuché las vocecillas de los cigarros rogándome que me los llevara a la boca y les prendiera fuego. Eran voces chillonas y nítidas que entraban por los tímpanos y se clavaban en mi cerebro de una forma casi dolorosa. Cerré con rabia el cajón. Seguí escuchando las vocecillas. Debía tomar una decisión en cuanto a los cambios hechos al relato. Opté por guardarlos. ¿Qué podía pasar si se enteraban? Nada. Yo estaba a salvo, nadie sabía de mi existencia.
A la noche siguiente quise asegurarme de que relato estaba tal y como lo dejé. Así era. Si alguien lo había visto no lo había tocado. Me sentí muy feliz por ello.
Durante las siguientes semanas seguí colándome en el disco duro de la editorial para seguir corrigiendo textos inéditos.
Con el tiempo se publicó uno de esos textos. Compré el libro en cuanto lo pusieron a la venta. Lo abrí por las páginas donde estaban los fragmentos de mi autoría y los leí orgulloso. Mis interpolaciones se fusionaban con la prosa del autor en una íntima y secreta simbiosis. Pronto publicarían más libros con mi impronta camuflada. Los lectores me leerían sin saber que lo estaban haciendo. Pensé detenidamente en ello y me sentí un poco triste. Me di ánimos y quise persuadirme de que debía disfrutar del pequeño éxito. Me convenía ser optimista. Ya me llegaría la hora, mientras tanto me conformaría con eso.
Llevaba dos meses sin fumar, no obstante para celebrar mi éxito entré en un estanco, compré un paquete y seguidamente me encendí un cigarro.

® pepe pereza (Relatos de humo (y hachís))

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