miércoles, 22 de agosto de 2012

SE RUEGA SILENCIO (Fragmento)

Me despierto con un de ataque de pánico. Nada más abrir los ojos siento una angustia que me estruja el estómago y un miedo insensato que pone los pelos de punta. Nunca me había pasado algo así. Será por el abatimiento de las últimas semanas. O tal vez, por el desánimo y la frustración que arrastro desde hace demasiado tiempo, tanto que han pasado a formar parte de mí. De pronto lo veo claro. Mi futuro está en esa maldita fábrica de refrescos o en otra similar, donde mi puesto no pase de ser el de un simple peón. Con suerte permaneceré ahí hasta que me jubile para más tarde morir en una asquerosa residencia de ancianos. Esa es la vida que me espera. Ser consciente de ello es lo que me causa el pánico. Trato de convencerme de que no va a ser así. No, yo seré un escritor famoso, me digo. ¿Escritor famoso? Jajajajaja. Permíteme que me descojone. Entro en una especie de bipolaridad conmigo mismo. Por un lado pongo en duda mi talento, por otro, lo defiendo y me aferro a él. Salto de la cama y corro a encender el ordenador. Quiero leer lo último que he escrito y evaluarlo. Leo:

“Hemos acabado la jornada y volvemos a la ciudad en el autobús de la empresa. Me he sentado atrás del todo para no compartir el asiento con nadie. Además, desde aquí puedo ver a Sofía, mejor dicho, puedo ver su cogote. Me conformo con observar ese pedazo de su cabeza. Es como la punta de un maravilloso iceberg, la cima de una montaña de pelo rojo. A Sofía le gusta mirar por la ventana. Siempre lo hace. Elude la conversación de sus compañeras para contemplar el paisaje. Yo también prefiero ver que hablar. Es algo que tenemos en común. Me pregunto qué más tendremos en común ¿Nos gustarán las mismas cosas? ¿Seremos compatibles?...”

La venda cae de los ojos mostrándome la cruda realidad. Nunca he tenido talento y nunca lo tendré. Mis palabras están llenas de mediocridad. Jamás escribiré nada que merezca la pena ser leído. Me dan ganas de llorar ante esta revelación. La escritura es el único estímulo que me hace seguir adelante, sin ese aliciente estoy perdido. Joder, no quiero pasarme el resto de mis días viendo pasar latas de naranjada. No quiero ser una hormiga más en un oscuro hormiguero. Mis miedos e inseguridades se cierran como un puño que me golpea hasta noquearme. Estoy aterrado. Tiemblo ante la perspectiva de un futuro tan negro. Para eso es mejor morirse. Una idea surge en mi cerebro: beber amoniaco. El concepto en sí es una locura, a pesar de ello trato de imaginar el daño que produciría el líquido hasta llegar a mis entrañas. Una parte de mí está dispuesta a probar, no obstante, la parte racional me aconseja descartarlo de inmediato. Estoy dividido. Confundido. Aterrado. Para evadirme de la angustia fijo la vista en las manchas de humedad que han dejado las filtraciones. Empiezan a secarse y dejan formas caprichosas. Esa de ahí recuerda la cabeza de un tiranosaurio, esa otra parece un cuerpo desmembrado. Hasta que no estén secas del todo no podrán pintar la casa. La habitación ya era lo suficientemente cutre, añadiéndole las manchas resulta deprimente. Todo a mi alrededor lo es. Ahora mismo solo veo dos caminos: Beber el amoniaco o resignarme a pasar toda la vida encadenado a una cinta transportadora. Estoy demasiado afectado para pensar con claridad. Me puede la desesperación y la idea de ingerir el amoniaco cada vez me parece mejor salida. Cuando quiero darme cuenta estoy aporreando la puerta de los vecinos de abajo. Supongo que mi subconsciente ha buscado una vía alternativa para sacarme de la locura y el miedo. No sé exactamente qué hora es. Cálculo que las once o las doce de la noche. A esta hora el vecino estará trabajando, hace turno de noche, pero Matilde, su mujer, sí está. Insisto y sigo llamando a la puerta. Necesito hablar con alguien. Si continúo solo terminaré haciendo alguna locura. Me haré daño. Tiemblo como un flan y no puedo respirar. Tengo que sentarme en las escaleras. Me doy cuenta de que estoy desnudo, claro que en estos momentos es lo que menos me preocupa. Intento desesperadamente llenarme de aire los pulmones. El pánico ha paralizado mi sistema respiratorio. Cuando estoy a punto de ahogarme, Matilde entorna la puerta y me observa preocupada.

- ¿Ocurre algo?

Quiero explicarle lo que pasa pero no me salen las palabras. Es como si me hubiera olvidado de hablar. En mi vida he sentido tanta impotencia. No puedo más y rompo a llorar. Es lo único que puedo hacer. Matilde sale al rellano y se acerca a mí. Extiende su mano y la posa en mi hombro. Las yemas de sus dedos apenas tocan mi piel, pero entiendo que es una caricia.

- Tranquilízate, por favor.

Ella no es guapa y es mayor que yo. Las raras ocasiones que hemos coincidido en el portal tan solo hemos hablado unas pocas palabras. Se puede decir que este es nuestro encuentro más cercano. La abrazo. Noto cómo su cuerpo se tensiona y se pone rígido. Aun así la aprieto contra mí. Mis lágrimas mojan el cuello de su camisón. Por fin me abraza. Continuamos así durante un buen rato. De pronto me doy cuenta de que tengo la polla tiesa. Por supuesto ella lo está notando, sin embargo no da muestras de sentirse incomoda. Le beso el lóbulo de la oreja y el cuello. Lo hago suavemente, casi sin malicia. En un primer momento parece que me va a rechazar. Después me ofrece sus labios. Los acojo en los míos. Nuestras lenguas se acoplan como babosas en celo. Poco a poco el ardor se hace extensible a otras zonas de nuestros cuerpos. Las lágrimas dejan paso al entusiasmo de las caricias. Le quito el camisón y las bragas. Hago que se dé la vuelta y la penetro. Está lo bastante lubricada y entro en ella sin problema. Llevaba más de dos años sin estar dentro de una mujer. La sensación es maravillosa. Ella gime. Lo hace en alto, muy alto, casi gritando. Menos mal que no hay nadie más en el edificio. Le cojo ambos pechos y le beso el cuello y parte de la espalda.

- Espera, espera…

Me coge la mano y me hace entrar con ella en la casa.
Sobre la cama le como el coño. Tiene exceso de vello púbico y el interior le huele a gambas a la plancha. Chupo, succiono, lamo, absorbo, bebo, saboreo. Me deja un gusto rancio, empalagante y áspero. Sigo perforando con la punta de la lengua. Quiero ser absorbido por su vagina, adentrarme en su útero y quedarme ahí como un embrión asustado. Un nacimiento al revés, la involución de un parto, una absorción. Sus jugos gotean por mi barbilla. Me sumerjo en la sopa de saliva y fluidos corporales.
Satisfechos nuestros apetitos permanecemos en silencio. Tumbados el uno al lado del otro como adolescentes avergonzados. Me gustaría decir algo para romper el silencio. No se me ocurre nada. Seguimos tumbados. Con temor a que nuestros cuerpos se rocen. Me apetece un cigarro. Miro de reojo encima de la mesilla con la esperanza de encontrarme un paquete de tabaco. Solo veo una lámpara y un vaso casi vacío de agua. Estoy incomodo por la situación. Somos dos completos desconocidos que hemos dado rienda suelta a nuestros deseos y que ahora no tenemos nada más que compartir. Quiero irme. Busco unas palabras que me sirvan de despedida. Tengo la mente confusa y no consigo acertar con ninguna frase. Es ella la que habla.

- ¿Qué te pasaba?
- Tenía miedo.
- ¿De qué?
- De todo.
- Comprendo. A veces yo también siento lo mismo.
- Tengo que irme.
- Sí, es lo mejor.

Salgo al rellano y me encuentro a Nico en las escaleras. Al dejar la puerta abierta él ha aprovechado para explorar fuera de casa. No se lo reprocho, la curiosidad es congénita en los gatos. Lo cojo en brazos y subo las escaleras hasta nuestro piso. De pronto el futuro no me parece tan negro. Me pongo frente al ordenador y releo el párrafo que he leído antes. No está mal. Me gusta la parte que comparo el cogote de Sofía con un iceberg. Faltan un par de horas para irme a trabajar. Las dedico a escribir.

® pepe pereza 

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