sábado, 6 de octubre de 2012

HUMOR VÍTREO (CASA DE INSECTOS, FRAG.) – ADRIANA BAÑARES CAMACHO

No entiendo por qué os estoy viendo desde fuera. No sé dónde estoy ni por qué os estoy viendo. En cualquier caso no me pregunto por qué vosotros no me veis a mí. Y nieva tanto como si fuera pleno invierno, como si fuerais de esa clase de gente cómodamente feliz que celebra hasta la navidad con ganas. Aunque estamos dentro de casa, veo caer los copos, enormes, ante mis ojos. Como un filtro que no me deja ver del todo bien. Como un gadget estúpido animado en un blog. Todo está blanco.

Y estás tú. Con tu chica y con otra chica. No conozco a ninguna pero tengo claro que ninguna de ellas soy yo.

Tú sales. Me parece absurdo que salgas con la que está cayendo, y llevas en tus manos un bote de spray rojo. Te has propuesto pintar todos los pinos de alrededor de rojo. Esos pinos que están blancos y parecen plástico, todos, con el bote de spray, vas a pintarlos de rojo. Me da todo mucho miedo. Tú no me ves. El paisaje es muy limpio. Me ciega. Se acaba el spray. Deja de nevar. Esto debe de ser la muerte. Entras.

Estoy condenada a veros. A ti,

en este paisaje de muerte tan limpio tan blanco tan rojo,
tras esos copos que no dejan de caer de mis ojos y que no son sino esa parte de mí que no quiere
aceptar la verdad
que ya no me quieres ni me deseas como sí deseas a ellas
a todas las que no son yo.

Tú les dices las dos palabras mágicas. Tengo hambre.
Y ellas se dejan comer. Se despojan de la ropa como si fueran escafandras. Quien quiera un poco
de sangre que levante la mano y dadme
de beber.

Quien quiera un poco de piel que se la quite.

Tus otras desnudas en el sofá, pálidas talla cuarenta y pelo sucio, sin maquillar. Tus otras sudor,
dentadura imperfecta, no fumadoras, cejas sin perfilar. Mis ojos,
fríos en almíbar, están a punto de desbordarse.

Tienes las manos manchadas de rojo y las tocas. Es otro paisaje de muerte. Marcar así la carne antes de llevarlas al matadero.

Vamos a hablar del orgasmo como muerte. Vamos a hablar del sexo como despiece. Y estos tres se
comen así, por partes.

Empieza a oler a cámara frigorífica. Empieza a oler a carne congelada. Pero veo bombear la sangre a través de sus pieles casi transparentes. Veo el deseo en tus ojos -ese que nunca tuviste por mí- y su disposición a compartirte. Se comen las bocas para ti. Bordean los labios de la otra con la lengua. Se tocan la una a la otra como si se tocaran a sí mismas. Son tan parecidas, tan pequeñas, tan poca cosa, tan iguales, que se funden hasta hacerse siamesas. Ahora ya no hay más que un coño, pero es un monstruo de dos cabezas, como una mujer partida por un espejo. Tú hombre sable. Tú corte transversal. Tú estaca -que me parte el alma, corazón-
que mata al monstruo y lo separa
que mata al monstruo y lo hace humano.

Yo te hubiera dado más pese a mi simetría simple. Pese a mi carácter inacabado.

Todo mi cuerpo es una herida mal curada. Soy un miembro amputado,
soy esa parte despreciable de ti que cayó al nacer.

Yo no hubiera muerto porque nunca termino [mujer inacabada]. Hubiera permanecido cruda para ti,
sangrante y tierna, yo
me hubiera conservado en frío
hubiera podido saciar tu hambre.

Sin embargo, nos quedamos a distancia, atrapados
con el estómago vacío,
entre cuerpos inertes,
y barreras de humor vítreo.

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