Manuel
García Armas se dedicaba a la política, pero su verdadera vocación era el
fútbol. De no ser por una grave lesión que tuvo en la rodilla cuando era joven, se hubiera consagrado de pleno a su deporte
favorito. Fue un hábil delantero que sabía regatear en el área sin perder los
nervios ni el control del balón. Además tenía puntería con el gol. Durante tres temporadas seguidas fue el pichichi de la segunda división. Todos
los entrenadores que tuvo le auguraron un futuro brillante, pero la grave
lesión le apartó de los terrenos de juego para siempre. Más tarde se metió en
política. Eso sí, siempre que le era posible acudía al palco del Bernabéu para
animar a su equipo. Ese día jugaba contra el F. C. Barcelona. En ese partido se
iba a decidir la liga. Todos estaban ansiosos por saber el resultado final.
Ganaba el Barça por cero a tres y tan solo se llevaban jugados treinta minutos
de la primera parte. Mal lo tenían los de la capital. Todos los aficionados que
llenaban el estadio no perdían ojo de cada jugada, todos excepto Manuel García
Armas. Manuel ignoraba lo que ocurría en el terreno de juego. Toda su atención
estaba puesta de uno de los recogepelotas. Su curiosidad se debía a que había
advertido una extraña cualidad en él. Parecía como sí el chaval supiese de
antemano por donde iba a salir la pelota porque
cuando eso sucedía, ahí estaba él esperándola para devolverla al césped. Luego en lugar de
regresar a su zona y sentarse a esperar, el
chaval acudía directamente a un lugar
específico del campo y allí se quedaba parado. Al poco tiempo la pelota salía
por donde él se había situado. Así una y otra vez. Aunque Manuel era un gran
entusiasta de los encuentros entre el Madrid y el
Barça no podía apartar la vista del chaval. La cabeza de Manuel no paraba de
analizar hipótesis que explicasen su habilidad premonitoria. La única
posibilidad era que el chaval tuviese acceso directo a un futuro inmediato.
Fuese lo que fuese aquello no era normal. Entonces pasó algo que sólo Manuel
pudo apreciar: el recogepelotas hizo un gesto contenido de celebración. Manuel
no supo a qué se debía hasta que pasaron unos segundos y el R. Madrid metió un
gol. Manuel ni siquiera lo celebró, estaba tan estupefacto que no pudo. ¿Cómo
era posible anticiparse a los hechos?
Eso dentro de los límites de la ciencia no tenía ninguna lógica. Así
fueron pasando los minutos hasta que el árbitro pitó el final del primer
tiempo. En los descansos Manuel tenía por costumbre acercarse al bar a tomarse
una copita de Torres 5, pero en esta ocasión prefirió quedarse donde estaba,
vigilando al recogepelotas. Aprovechando que tenían el campo para ellos solos,
los recogepelotas saltaron al césped y se pusieron a intercambiar pases con un
balón. El chaval no parecía distinto a sus compañeros, sin embargo, Manuel
intuía que sí lo era, que había algo en él que lo hacía especial y único.
Sintió ganas de abandonar el palco y bajar al césped para hacerle infinidad de
preguntas: ¿cuál era el secreto de su don, cómo lo había adquirido, le venía
dado de nacimiento o, por el contrario, era algo que había potenciado una y
otra vez hasta dominarlo de una forma
natural?... Pero justo en ese momento, árbitros y jugadores salieron de nuevo
al campo, dando por inaugurado el segundo tiempo. Al igual que en el primero, el chaval seguía anticipándose a todas las salidas
del balón. A aquellas alturas del partido
Manuel tenía claro que el recogepelotas adivinaba el futuro, por eso cuando le
vio apretar los puños y dar un par de pequeños
saltos de satisfacción supo que enseguida llegaría el segundo gol del Madrid. Y
así fue. Esta vez Manuel sí lo celebró,
aunque sin demasiado entusiasmo porque ya lo había hecho de forma contenida
unos instantes antes, con el recogepelotas. Se
sintió privilegiado, podía anticiparse al futuro por medio del chaval y eso le
gustó. Si pudiese utilizarlo en la política estaba seguro de que su carrera
despegaría de manera fulgurante. Si el chaval podía adivinar por dónde iba a
salir una pelota, ¿por qué no iba a ser capaz de adivinar los resultados de una
votación? Ese pensamiento le abría las puertas de sus ansiadas metas, del éxito
y de lo que era más importante, del poder. Con ese chaval a su lado la
presidencia del país estaba al alcance de su mano. Justo cuando le estaba dando
vueltas a esta idea, sucedió algo que le puso los pelos como escarpias. El
recogepelotas estaba a lo suyo y de repente se giró y miró directamente al
palco donde estaba Manuel. Durante unos segundos que parecieron eternos, ambos
se miraron fijamente. Manuel estaba aterrado, no podía moverse. De haber
podido, hubiera abandonado el palco de inmediato. Sintió cómo la mirada del
chaval penetraba en su mente cómo un escáner de rayos X, apropiándose de sus
más íntimos pensamientos. Manuel se considero violado. A partir de ese momento
el chico dejó de anticiparse a los hechos y se comportó como lo haría cualquier
recogepelotas. Manuel salió del Bernabéu un cuarto de hora antes de que
finalizase el partido. Ya no le importaba si el Madrid ganaba o no la liga, lo
único que deseaba era llegar a casa, meterse en la cama, taparse la cabeza con
la almohada y sacarse el miedo del cuerpo.
Irónico que el recogepelotas haya perdido su don al mirar al político y escanear sus pensamientos ¿Qué más se podría esperar, no? De miedo.
ResponderEliminarUn momento extraño perfectamente logrado y disfrutable.
Mis respetos y saludos.
Omar, gracias por comentar y por pasarte por el blog, sobre todo, gracias por dedicar parte de tu tiempo a leer mi relato. Aunque he de decirte que el chaval no perdió sus poderes al mirar al político, simplemente dejó de usarlos porque se dio cuenta de que estaba siendo observado.
ResponderEliminarun abrazo