Aquel día,
Carlos acechaba a una anciana que sacaba dinero de un cajero automático. Sacó el
revólver y cruzó la calle. Se colocó al lado de la vieja y apretando el cañón
contra ella le pidió que sacase el máximo permitido por la tarjeta de crédito.
La aterrorizada anciana no opuso resistencia. Le entregó el dinero y abandonó
el sitio sin dar la voz de alarma. Carlos la había advertido de antemano y ella,
aunque muy asustada, se sintió afortunada por haber salido viva de la
experiencia. Carlos corrió con el botín en sus bolsillos. Se refugió en un
oscuro callejón para contar la suma de las ganancias. Tenía pasta suficiente
para hacerse con unos cuantos gramos de la mejor farlopa. Se disponía a hacerle
una llamada a su camello cuando apareció aquel tipo. Iba vestido de superhéroe:
Con leotardos naranjas, botas rojas de goma, capa bermellón y una ajustadísima camiseta
con un relámpago estampado en el pecho. Además de una máscara que ocultaba su rostro.
El tipo era bajito y rechoncho, con prominente barriga que apenas cubría la
camiseta.
-
Detente, malvado ratero – dijo con marcado acento
gallego.
Sin duda era
un trastornado fugado de algún psiquiátrico, pensó Carlos.
-
Muy gracioso… ¿Te has escapado de una fiesta de
disfraces o qué?
-
He visto lo que le has hecho a esa pobre señora -
añadió sin dejar el acento gallego.
-
Eso no es asunto tuyo, pelele.
-
¡Soy Relámpagoman! Y estoy aquí para combatir la
injusticia.
-
Pedoman, como me sigas tocando los cojones voy a
enfadarme contigo.
-
Prepárate para luchar.
Carlos sacó
el revólver y lo puso a la vista.
–
Mira fantoche, me haces gracia y no quiero
hacerte daño, pero si me obligas no dudaré en vaciar el cargador ¿Me has
entendido?...
El
superhéroe puso los brazos en jarras y se echó a reír con una risa que sonaba
de lo más peliculero.
–
No le temo a las balas, soy inmune a ellas. Así
que será mejor que te rindas y aceptes tu castigo.
Carlos no
sabía si tomárselo en broma o empezar a disparar.
–
Porque me haces gracia, que si no...
–
Está bien. Tú lo has querido.
El tipo extendió
el brazo con la palma de la mano abierta y apuntó directamente a su adversario.
De la mano surgió un zigzagueante rayo luminoso que alcanzó de lleno a Carlos.
Horas después, lo
encontraron atado de pies y manos a la entrada de la comisaría. Sus ropas
estaban chamuscadas. Junto a él había una carta que iba dirigida a todos los
criminales y delincuentes locales. Una advertencia para todos ellos. La
firmaba: Relámpagoman.
me ha gustado y mucho besos
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