Hay días que
es mejor no levantarse. Eso pensó Lucas mientras estaba en la cadena de montaje.
Su tarea consistía en ensamblar dos piezas metálicas con una llave del 19.
Debía asegurarse de que quedaban bien sujetas antes de pasar a las siguientes.
Las piezas nunca se acababan, y antes de dar la última vuelta de tuerca ya
estaban llegando otro par en la cinta transportadora. Tenía que realizar su
trabajo a toda prisa y sin fallos. Ese día en concreto estaba siendo un mal día.
Lo estaba siendo porque Matías, el encargado, no paraba de tocarle los cojones.
-
¿Se puede saber qué coño te pasa esta mañana? Estás
dormido Lucas. A ver si espabilas.
A Lucas no
le pasaba nada. Trabajaba al ritmo de todos los días, es decir, a toda hostia.
Pero Matías estaba encabronado y se desahogaba con él. Lucas guardaba silencio.
Pasaba de los comentarios despectivos de su encargado. Concentrándose única y
exclusivamente en hacer su trabajo lo mejor posible.
-
Me cago en Dios, Lucas. Esa pieza va floja.
Repásala.
Lucas repasó
la pieza.
-
La pieza está bien.
-
Ahora vas a saber más que yo… Venga joder, que no
tenemos todo el día.
Claro que sabía
más. De hecho llevaba doce años haciendo el mismo trabajo. Para que las piezas
quedasen bien acopladas tenía que darle cinco vueltas a la tuerca, ni una más
ni una menos. Pero si Matías decía que había que comprobar la pieza, se comprobaba
sin más. Lucas trató de recuperar el tiempo que le había hecho perder el
encargado. Se preguntaba por qué la tenía tomada con él. Era un buen
trabajador. Nunca había faltado a su trabajo. Siempre puntual. No causaba
problemas y se llevaba bien con todo el mundo. Con todos excepto con Matías. Y
que conste que no era su culpa. Él siempre fue cortés y educado con su persona.
Nunca le faltó al respeto y siempre obedecía sus órdenes. No, Lucas no pudo
entender la antipatía que su jefe sentía por él.
-
Venga joder, que estás dormido.
Estaba
obligado a verse humillado delante de sus compañeros una y otra vez.
-
¿Qué pasa? ¿Te pasaste la noche follando con la
parienta y ahora no rindes?
Tenía miedo
de dejarse llevar. Temía despertar a la bestia que durante tanto tiempo había
encerrado en lo más profundo de su ser. Sí, era mejor callarse y aguantar. El
tiempo pasaría y podría regresar a casa con su mujer. Por unas horas podría
olvidarse del trabajo y del malnacido de su encargado.
-
¿Se puede saber en qué cojones estás pensando? Métele
caña, joder. Que en vez de sangre parece que tienes horchata.
Aguanta.
Solo es un mal día. Ya has tenido otros y los has superado. Aguanta. Solo unas
horas más y regresarás a casa. Podrás servirte una copa y sentarte en el
porche.
-
¿Seguro que esa pieza va bien?
-
Seguro.
-
Revísala.
-
Te digo que va bien.
-
Y yo te digo que la revises, cojones.
Obedeció y
revisó la pieza a sabiendas de que estaba bien.
-
Está bien, como te he dicho.
-
Date caña que se te pasa esa otra pieza.
Cada pieza
que tenía que revisar le retrasaba con la siguiente. Tuvo que esforzarse al
máximo para volver a coger el ritmo. Su trabajo de por sí era un coñazo, pero
con Matías encima llegaba a ser insoportable. Rogó para que el tiempo pasase
rápido. Con tanto sudar se estaba deshidratando. Necesitaba beber agua. Tenía
la botella a sus pies, pero estando Matías cerca era mejor aguantarse. Estaba
seguro que si hacía mención de beber se lo iban a reprochar. Siguió con su
trabajo a pesar de tener la lengua tan seca como un felpudo.
-
¡Me cago en Dios! Lucas. Estate atento, no ves que ésa
no está bien.
-
Esa pieza está bien, como lo estaban las otras.
-
Que no me repliques, joder. Tú haces lo que yo te digo
y basta.
Dejó la
llave a un lado y se agachó a por la botella de agua.
-
Deja la puta botella y revisa la pieza.
Lucas se
quedó mirándole, sopesando si debía partirle la cara o continuar tragando
mierda.
-
Te digo que dejes la botella y revises la pieza.
Dejó la
botella en el suelo, cogió la llave y revisó la pieza.
-
La pieza está bien.
-
Pues me alegro, pero métele caña que se te acumula el
trabajo.
-
Si no estuvieses tocándome los cojones seguro que no se
me acumulaba.
-
A mí me pagan para tocarle los cojones.
Las piezas
se acumulaban. Le dolían los músculos de la espalda, tenía las manos agarrotadas
y la boca seca.
-
Vamos Lucas, vam…
No fue consciente de asestar el golpe.
Solo escuchó un crujido sordo, como el reventar de una nuez. Matías cayó al
suelo con la cabeza abierta. Lucas dejó caer la llave ensangrentada. Luego
cogió la botella de agua y bebió hasta saciar la sed.
excelente relato me ha encantado
ResponderEliminarsaludos desde argentina
muchas gracias, ginecomastia. un abrazo.
ResponderEliminarinteresante e inspirador, como si de un movimiento de gravedades que se agitan... y como ese detonante que frente a lo avasallado, gana una mirada, aunque sea con sangre, como esa salida, contra las piedras. Y tantas hay en estos tiempos.
ResponderEliminarSalud, y placer caer por tu blog.
Muchas gracias Mareva. Estás en tu casa.
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