miércoles, 31 de julio de 2013

A LOS VIEJOS NO LES GUSTA QUE LOS BESEN (1ª parte) RELATO INÉDITO


No estoy dispuesto a ceder. Por mucho que insistan, seguiré en mis trece. Mis padres intentan hacerme razonar. Pese a ello no me convencen sus argumentos. Viendo que no doy el brazo a torcer mi madre ejerce su autoridad. Quiere obligarme a entrar en el probador para que me ponga un conjunto de chaqueta-pantalón que han elegido para mí. Me niego. La cosa sube de tono y a mi padre se le escapa la mano. No es el primer guantazo que recibo de él. Aunque ésta es la primera vez que me pega estando delante de extraños. El dueño del establecimiento opta por quitarle hierro al asunto aludiendo que la juventud siempre se ha caracterizado por su rebeldía. El comentario del dependiente no satisface a nadie. Escapo de la tienda y echo a correr por la avenida. Oigo a mi padre llamándome. Corro a toda velocidad. Después de un rato noto que los pulmones me van a estallar, no obstante, sigo corriendo. Llego a las inmediaciones de la plaza de toros. Es sábado y a esta hora el mercado de ganado está en pleno apogeo. Toda la explanada que circunda el coso ha sido tomada por una maraña de animales y personas. Hay cerdos, terneros, vacas, bueyes, cabestros, ovejas, chotos, corderos, cabras, mulas, yeguas, percherones, caballos, burros, gallos, gallinas, pollos, gansos, ocas, perdices… Los hay en rebaños y por separado. Compradores y vendedores discuten precios. Los más resabiados les miran la dentadura a los cuadrúpedos. No se fían y comprueban ellos mismos la edad y salud del animal. Algunos llegan a un acuerdo y sellan el trato estrechando las manos, otros levantan la voz y se encabronan. Contemplo el galimatías que tienen montado y de paso recupero aliento. El tufo a estiércol se mezcla con el humo de los puros que fuman los ganaderos, creando un olor singular que es el que termina definiendo el ambiente. Me pierdo entre el gentío y las manadas de bestias. Poco a poco se me va pasando el enfado y me distraigo con lo que acontece a mi alrededor. Paso por delante de un toro con cornamenta impresionante. El dueño lo tiene sujeto con una cuerda anudada a una argolla metálica que le atraviesa las fosas nasales. El morlaco me mira. Es un duelo de miradas. Resopla contra el suelo. Me acojono y pierdo la pugna. Un poco más allá un hombre apalea a un burro. Lo hace con una cayada. Por lo que veo el asno se niega a caminar. Me fijo en sus ojos tristes. Pese a los bastonazos el pollino sigue empeñado en mantener su posición. El dueño golpea con saña. No solo le pega en los lomos, también en la cabeza. Me siento identificado con el burro. De pronto paso a ser el asno y el hombre que le agrede se convierte en mi padre. Rebuzna. Se le nota dolorido y agotado. Entonces recibe un brutal garrotazo en la base del cráneo. Se tambalea y cae al suelo. Jadea y saca la lengua mientras le siguen dando palos. Doy media vuelta y me alejo de la escena. Los rediles adosados al coso están abiertos para que el ganado pueda acceder al embarcadero y de ahí los pasen a los remolques de carga. En este momento los corrales están vacíos. Me cuelo dentro sin que nadie me vea y me escondo detrás de un burladero de hormigón. En una de las esquinas hay un avispero del tamaño de una nuez. Unas pocas avispas entran y salen de él. Me agacho y permanezco inmóvil para no captar su atención. Mientras tanto, le doy vueltas al mismo pensamiento. ¿Cómo hago para que mis padres cambien de opinión? ¿De qué manera puedo convencerlos? Hace un año inauguraron un matadero industrial en el norte. Allí andaban faltos de matarifes y carniceros. Vinieron a buscarlos aquí, donde la mitad del pueblo se dedica a la matanza y la otra a vender jamones. Mi padre aceptó la oferta y partió hacia la ciudad. Hasta ahora, mi madre y yo hemos estado viviendo separados de él. Pues bien, hace poco mi padre encontró una casa en dicha ciudad. Eso quiere decir que la próxima semana nos trasladaremos a vivir allí. Dejaremos el pueblo para siempre. Saco el mechero y quemo el avispero. Lo hago en venganza por la paliza que le han dado al burro. Sé que las avispas no tienen la culpa, pero friéndolas me siento mejor. No quiero llevarme ningún picotazo así que salgo del burladero y echo a correr. Es extraño, todo el pueblo se vuelve una negación. Algo que he disfrutado y que ya no podré gozar más. De pronto me siento un extraño entre estas calles que me han visto crecer. Si no lo impido cada milímetro de este lugar me será negado de golpe. Me quieren despojar del origen. También del futuro que estas tierras me reservan. Malditos sean. Corro para escapar de esta sensación. Si no soy fuerte tendré que renunciar a todo lo que forma parte de mí. Aquí está toda mi familia: mis abuelos, mis tíos, mis primos, mis amigos… Me niego a someterme. Haré lo posible para quedarme aquí. Nadie me obligará a moverme. Permaneceré quieto, como burro, sin menear un músculo por muchos palos que me lleve. Si voy a fugarme necesitaré ropa de abrigo y algunas cosas más. Tengo que llegar a casa antes de que lo hagan mis padres. Corro.
Al llegar al barrio veo a Josito. Es un chico de mi edad. Está sentado en el porche de su casa tomando el sol. Es ciego y le faltan varios dedos de ambas manos. Un día entró en un polvorín abandonado donde aún quedaban explosivos. Cosas que pasan -dice él cuando le sacas el tema. Tengo prisa, no me paro a saludarle. Sigo corriendo hasta las traseras de mi casa y saltó la tapia del corral. A primera vista no parece que haya nadie. Abro la puerta que da a la cocina y entro sin hacer ruido. Afortunadamente mis padres no han llegado. La mayoría de las cosas ya están metidas en cajas que se apilan por todos los rincones. Ninguno de nosotros se ha tomado la molestia de etiquetar el contenido. Va a ser difícil dar con lo que necesito. Abro algunas cajas al azar esperando dar con mi cazadora. Aunque estamos en verano no quiero pasar la noche al raso muerto de frío. No hay manera de encontrar nada. Opto por abrir parte los embalajes y vaciarlos sin contemplaciones. Desperdigo su contenido. Adornos, libros, ropa, cubertería y demás quedan esparcidos por el suelo. Cuando mis padres vean el estropicio les va a dar algo. No encuentro la cazadora, en su lugar cojo una manta y algo de fruta. Hago un hatillo, me lo echo al hombro y salgo por donde he entrado. A partir de ahora paso a ser un prófugo. ¿A dónde voy? Se me presenta un amplio abanico de posibilidades: la encina hueca, las obras del nuevo cuartel, el pajar de Genaro, la caseta del guarda-raíl junto a la vía muerta… Mientras me decido le hago una visita a Josito. Me apetece hacerle partícipe de mi nueva condición. Cada vez que me acerco a él lo hago a hurtadillas, intentando sorprenderle. Nunca lo he conseguido. A la que me arrimo enseguida me reconoce. No sé cómo lo hace. Desde que se quedó ciego ha desarrollado el oído de un gato. Asomo la cabeza y lo veo sentado a la puerta de su casa. Trato de llegar hasta él con todo el sigilo del que soy capaz. Contengo la respiración y ando de puntillas. Cuando estoy a unos metros, me descubre.

-        Se te oye desde la otra punta.
-        Joder, Josito. Contigo no hay manera.

Le cuento todo lo relacionado con mi fuga. Me desea buena suerte y de seguido lleva la conversación a su terreno.

-        He comprado una revista nueva. Si quieres podemos echarle un ojo.

Se refiere a una revista pornográfica. Y evidentemente, lo de echarle un ojo, es su manera de pedirme que le describa el contenido de las fotos.

-        ¿A quién se la has comprado?
-        A Pelayo.

Pelayo es un cabronazo de primera, lo peor del barrio. Hay que tener mucho cuidado con él porque a la que te descuidas te la lía. Siento curiosidad por saber qué revista le ha vendido.

-        Vale, pero solo puedo quedarme un rato.

Entramos en la casa. No hay nadie. Los padres de Josito tienen un restaurante junto a la estación de autobuses y se pasan el día allí. Vamos directamente al dormitorio. Josito levanta el colchón, saca la revista y la huele.

-        Está nueva.

Efectivamente, la revista está impecable. Pero la trampa no está ahí. Tal como me imaginaba Pelayo ha hecho honor a su fama y le ha endosado a mi colega un catálogo de hongos y setas comestibles.

-        ¿Hay tías buenas?

No me atrevo a desilusionarlo.

-        ¡Impresionantes!

Josito se emociona. Me pide que se las detalle. Improviso sobre la marcha y le digo lo que sé que quiere oír.

-        Mira a ver si hay alguna pelirroja.

Paso unas cuantas páginas, haciendo como que busco.

-        Sí, aquí hay una.

Lo que estoy mirando es la foto de unos níscalos.

-        ¿Es pelirroja?
-        Lo es arriba y abajo.
-        ¿El potorro también?...

Me avasalla a preguntas. Yo invento respuestas para cada una de ellas. Según voy describiendo a la supuesta pelirroja veo a Josito ponerse como una moto. No para de frotarse el paquete con su mano de tres dedos.

-        Hazle un doblez al canto de la hoja para que yo sepa que está ahí.

Le marco la página de los níscalos. De pronto Josito levanta la cabeza y se queda escuchando, como un perro de presa.

-        Viene tu madre.

Si él lo dice es que viene. Recojo el hatillo y escondemos la revista debajo de la cama. En esas llaman a la puerta. Me quedo en el dormitorio mientras él va a abrir. Antes le pido que se saque la camisa fuera del pantalón.

-        ¿Por qué?
-        Joder, porque vas empalmado y no quiero que mi madre te vea así.

Se saca la camisa y abre la puerta. Mi madre le pregunta por mí. Por el tono de su voz sé que está preocupada. Eso hace que me sienta mal. Por un momento estoy a punto de ablandarme y salir a su encuentro. Luego me acuerdo del motivo de mi fuga y me contengo. Josito dice que no sabe nada, se despide de ella y regresa al dormitorio.

-        ¿Qué? ¿seguimos con lo que estábamos?

Consiento. Pasado un tiempo prudencial, decido que es hora de irse. Josito sale al quicio de la puerta y aguza el oído. Parece un murciélago lanzando sus ondas sónicas para cartografiar el entorno.

-        No hay nadie. Puedes salir.

Nos despedimos y rápidamente vuelve dentro de la casa. Va a por la pelirroja. Me lo imagino delante de los níscalos pajeándose con su mano de tres dedos. No puedo evitar reírme. Lo mejor es alejarme del pueblo. Tomo el camino que lleva al río. Hace calor y me apetece darme un chapuzón. Lo malo es que para llegar hasta allí tengo que andar más de cinco kilómetros. Con el bochorno la caminata se me hace larga y tediosa. Cada vez que oigo un coche me escondo en la cuneta. No quiero que nadie me vea. Hora y media más tarde llego a la orilla del Tormes. En esta parte del río solamente hay pozas. Realmente, aquí no viene la gente a bañarse. Lo hacen debajo del puente Congosto, es decir, medio kilómetro más abajo, donde el cauce es abundante y ambas orillas se separan la una de la otra todo lo largo del puente. Yo prefiero quedarme por aquí. La ranas no parar de croar y una picaraza pasa varias veces en vuelo rasante por encima de mi cabeza. Me desnudo y dejo la ropa sobre la manta. Elijo la poza más profunda y me sumerjo en ella tirándome de cabeza. Es como zambullirse en una olla de caldo caliente. Pese a ello es agradable darse un baño. Doy unas cuantas brazadas, las pocas que me permite el ancho de la poza. La picaraza se posa en la rama de un árbol próximo y se queda ahí, observándome. Cojo aire y buceo. Lo hago con los ojos cerrados. Nunca me he atrevido a abrirlos estando bajo el agua. Cuento los segundos mientras aguanto la respiración. Cuando llego a setenta noto que los pulmones me estallan. Intento aguantar hasta los setenta y cinco, que es mi record actual. Trago agua y me veo obligado a salir a la superficie. Toso y echo por la nariz el líquido que he tragado. Salgo de la poza. La picaraza emite una especie de graznido. Ladea la cabeza y me observa con uno de sus ojos, luego la gira 180º y me mira con el otro. Se ríe de mí. Me dan ganas de coger una piedra y tirársela. La corriente trae hasta la poza una bolsa de plástico. A primera vista da la impresión de que va llena de basura. El flujo del río la arrastra hacia mí. Al pasar por delante me fijo que a través del plástico se transparentan varios paquetes que van envueltos en papel de periódico. Que yo sepa la gente no envuelve su basura. Ese detalle despierta mi curiosidad. Me meto en el agua y alcanzo la bolsa. En el primer paquete hay dos sondas de plástico. Miden metro y medio de largo y el diámetro del los tubos es de unos pocos milímetros. En su interior quedan restos de sangre. Las arrojo lejos. El segundo paquete contiene paños y compresas ensangrentadas. Al verlas casi vomito. Me deshago de ellas. Dudo si abrir el último envoltorio. La curiosidad puede más que el recelo y el asco. Rompo las capas de papel empapado hasta dar con el contenido. No puedo creerme lo que ven mis ojos. Es un feto. Mide unos diez centímetros y cabe perfectamente en la palma de mi mano. A pesar de su escaso tamaño está totalmente formado. Puedo apreciar que es varón. Sus manitas y piececitos poseen todos los dedos. En la frente y en la base del cráneo lleva adheridas unas pocas letras negras que han calcado en la piel debido al contacto con la tinta del papel mojado. Salgo del agua sosteniendo el diminuto cadáver. Me surge la duda de qué hacer. Permanezco unos minutos sin apartar la vista del cuerpecito. Siento el frío de su carne en mi mano, la suavidad de su piel, parecida a la de un anfibio. Una vez más la picaraza trata de hacerse notar con sus graznidos. Yo solo tengo ojos para el feto. Insiste.

-        Muérete cabrona.

De seguido, el ave se precipita al vacío y cae en picado estrellándose contra la superficie del agua. El golpe le deja flotando con las alas extendidas. Está muerta. Cuando estoy convencido de tener poderes mentales, la realidad se impone y veo llegar a dos chavales. Unos de ellos, el mayor, lleva una carabina. El otro es un gordo de mi edad. Rápidamente escondo el feto debajo de la manta. Es entonces cuando noto cómo me echan el aliento en la nuca. Me giro y me encuentro cara a cara con un pastor alemán. El perro gruñe y me enseña los dientes. Me quedo paralizado. Mientras tanto el gordo bordea la poza y llega donde está flotando la picaraza. Alarga el brazo pero no logra cogerla.

-        No llego.
-        Pues coge una rama o algo, atontao.

El gordo busca un palo. Lo encuentra, pero es demasiado corto. Hace un par de intentos por alcanzar al pájaro. Lo único que consigue es que se aleje más. El de la carabina le observa meneando la cabeza.

-        Joder, busca un palo más largo.

El gordo abandona la orilla y se interna entre los arbustos. Yo sigo frente al perro, sin atreverme a menear un músculo.

-        ¿Te importaría decirle a tu perro que se aleje de mí?

Antes de que pueda responderme escuchamos el crujir de unas ramas y la voz del gordo diciendo: Me he caído. El de la carabina mira al cielo resignado y ordena al perro que recupere la presa. El pastor alemán se lanza al agua. Al momento sale de la poza con el córvido en la boca y va directamente a entregárselo a su dueño. Éste sujeta las patas del pájaro al cinturón y lo deja ahí colgando. A su vez, el gordo aparece de entre la maleza y viene a reunirse con nosotros. Sangra de un codo y cojea al andar. El perro se sacude el agua y vuelve a situarse frente a mí. De inmediato capta el olor del feto. Con el hocico aparta la manta. No me atrevo a impedírselo. El de la carabina se percata de que el perro busca algo y le anima a que lo encuentre. El animal coge el feto entre los dientes.

-        Tráelo aquí.

El perro obedece. El gordo y el de la carabina alucinan al ver lo que les lleva.

-        ¿Qué cojones es esto?
-        Un feto.
-        Joder, ya lo veo ¿de dónde lo has sacado?

Se lo cuento.

-        Y ¿qué piensas hacer con él?
-        No lo sé.
-        Podríamos dispararle – sugiere el gordo.

Al de la carabina le gusta la idea. A mí no, pero no digo nada. El gordo, sin pedirme permiso, coge el cordón de una de mis zapatillas. Ata la pierna del feto con él y luego lo anuda a una rama para que quede colgando cabeza abajo. Se separan unos metros y discuten. Los dos quieren ser los primeros en disparar. El gordo alega que él ha tenido la idea, el otro se ampara en que la carabina es suya. Mientras regañan aprovecho para vestirme. Resulta bastante desagradable ver al feto colgando de la rama. Me gustaría tener valor para acabar con esto. Pero no, soy un mierdecilla acojonado y no me queda más remedio que aguantarme. Como ninguno cede terminan jugándose el turno de disparar a pares o nones. Gana el gordo. Su amigo le pasa la carabina. El gordo apunta. Se toma su tiempo. Cuando está seguro de no fallar aprieta el gatillo. La cabeza del feto revienta en mil pedazos. El gordo lo celebra levantando los brazos. El cuerpecillo decapitado oscila de un lado a otro. El perro lo mira basculando la cabeza al mismo ritmo que se balancea. El mayor carga la carabina. Apunta y… dispara. El perdigón entra por la ingle. La potencia del impacto separa el tronco de la pierna por la que está atado y cae al suelo. El pastor alemán corre hasta amasijo de carne y lo devora de un bocado. A estos dos les hace mucha gracia la salida del perro. A mí se me encoje el estómago y tengo náuseas. Al final la pareja se marcha por donde han venido seguidos de su mascota. Me acerco al árbol para recuperar el cordón de mi zapatilla. La piernecilla sigue atada a él. Tiro para liberarla del nudo que la sujeta. Me quedo con ella en la mano. Por el tamaño parece de juguete. La pieza de un muñeco articulado. Pero no, es real. Observo la carne desgarrada, los pequeños tendones, las minúsculas venas... La dejo caer al suelo y recupero el cordón. Tiene trocitos de carne adheridos. Voy a la poza a lavarlo. De regreso veo que la pierna está cubierta de moscas y hormigas. Espanto a ambas. Cavo un agujero en la arena y entierro la extremidad en él.
El resto de la tarde la paso en un campo de encinas. Trepando a los árboles en busca de nidos. Cuando empieza a anochecer me dirijo al pajar de Genaro. Lo he elegido de entre todos los demás sitios porque es un buen cobijo, se acede fácilmente a su interior, además está apartado del pueblo y Genaro rara vez viene por aquí. Trepo por la tapia y entro por la ventana del primer piso. Extiendo la manta entre las alpacas de heno. Para cenar como la fruta que aún me queda. Estoy cansado y tengo sueño. Me tumbo y pienso en todo lo que me ha pasado hoy: el bofetón de mi padre, la paliza al burro, el feto. Sobre todo pienso en mis padres. ¿Estarán ellos pensando en mí? Conociéndolos, seguro que sí. Estarán preocupadísimos. Esta será la primera noche que la pase fuera de casa. Mientras reflexiono sobre el asunto me voy quedando dormido… 
CONTINUARÁ 

martes, 30 de julio de 2013

PRESENTACIÓN DE "ESQUINAS" EN EL BAR BELMONDO DE LEÓN - FOTOS de JULIA D VELÁZQUEZ

Empezando por la izquierda: ALFONSO XEN RABANAL, CARLOS SALCEDO ODKLAS, PEPE PEREZA y VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ.

Con TOÑO FERNÁNDEZ MORALA

Detrás de la cámara: JULIA D VELÁZQUEZ.

viernes, 26 de julio de 2013

LEÓN

GRACIAS a JULIA, VICENTE, CARLOS, PAULA, XEN y YAGO por vuestra amistad y por hacérmelo pasar tan genial.

martes, 9 de julio de 2013

DEFORME (Relato inédito del libro ESQUINAS)

Dibujo de PEDRO ESPINOSA

Son las cuatro de la tarde. En el cielo un sol despiadado, capaz de derretir la brea de la carretera. Él camina por la calle con la cabeza baja. La falta de confianza y sus múltiples complejos le hacen ser una persona tremendamente introvertida que huye de todo y de todos. Su aspecto deforme es el principal motivo de sus problemas. Ese día decide hacer algo que nunca antes se ha atrevido a hacer. Cumple treinta y cinco años y desea celebrarlo en compañía de una mujer. Su única posibilidad es acudir a una puta. Por eso va de camino a un prostíbulo. Suda a mares y no solo por el calor. Los nervios se le agarrotan en el estómago y le entumecen los músculos del diafragma impidiéndole respirar con facilidad. No está seguro de que cuando llegue se atreva a entrar. Al girar a la derecha y acometer la avenida advierte que se acerca una madre acompañada de su hijo pequeño. Él siempre ha tenido miedo de la sinceridad de los niños. Cruza rápidamente de acera. De reojo ve cómo la criatura le señala con el dedo. Sigue andando, disimulando la vergüenza y arrastrando la mirada por el suelo. El incidente le resta parte de su escasa confianza. A punto está de darse la vuelta y regresar a casa. Pero la necesidad de conocer íntimamente a una mujer no solo es algo fisiológico, también es un asunto de orgullo y superación. Por eso sigue adelante.
Cuando llega a la dirección indicada está empapado en sudor. Se apresura a llamar al portero automático. Sabe que si se lo piensa dos veces acabará por no hacerlo. Abren la puerta sin preguntar. Entra en el portal. Las piernas le tiemblan. Por un momento cree que va a sufrir un ataque de ansiedad. Quiere calmarse respirando el aire fresco del edificio. En cuanto llegue al primer piso ya no habrá marcha atrás. Se pregunta si tendrá valor para continuar. Sigue subiendo las escaleras. La puerta a la que debe llamar es la B. Se queda parado enfrente leyendo un pequeño cartel: “Agencia artística” ¿Qué coño tiene que ver una agencia artística con un burdel? Entonces la puerta se abre cogiéndole por sorpresa. Una mujer de unos cincuenta años con exceso de maquillaje sale a recibirle. Al verle reacciona con rechazo. Da un paso atrás y hace amago de dejarle fuera, luego se lo piensa y con gesto apremiante le indica que entre.

-        Es que no quiero problemas con los vecinos.

Le guía por un largo pasillo con puertas cerradas a ambos lados. Llegan a la del fondo. La madame le invita a entrar.

-        Espera aquí, cariño. Ahora pasan las chicas para que elijas.

Hay una cama en el centro, a su lado una mesilla con una bandeja llena de condones, pañuelos de papel y un frasco de lubricante. Las persianas están medio bajadas y la luz es tenue. No sabe si debe esperar de pie o sentarse en la cama. Opta por lo segundo. Las manos le sudan y nota la garganta seca y estropajosa. Pasados unos minutos entra una mujer. Va vestida con ropa interior negra de encaje. Está algo rellenita. Al verle no puede evitar un gesto de desagrado que trata de disimular.

-        Hola, me llamo Tamara.

Después de la presentación sale. De seguido entra otra chica. Es más joven y mucho más delgada que la anterior. Lleva ligueros y zapatos de tacón. Su rostro es duro y anguloso. No se inmuta al verle. Seguramente su compañera le ha avisado de lo que se iba a encontrar.

-        Me llamo Sammy.

Sale y entra una negra. Es alta, llena de curvas y con unas caderas y pechos impresionantes. Al igual que las otras viste lencería de encaje.

-        Soy Yamila. Encantada de conocerte.

Se acerca hasta él y le besa en la mejilla. Es el primer beso que recibe de una mujer y reacciona agarrotándose. Su falta de experiencia queda en evidencia. Yamila le tranquiliza con unas palabras de ánimo.

-        Suave mi amor, que aquí no nos comemos a nadie.

La cuarta es una joven venezolana. También va con unas braguitas negras de encaje y un minúsculo sujetador. Su cara es tierna y hermosa. La joven se queda junto a la puerta, sin atreverse a entrar. Parece nerviosa y en todo momento evita mirarle a la cara.

-        Mi nombre es Silvia.

Dice con un hilillo de voz apenas audible. Seguidamente se retira para dar paso a la madame.

-        ¿A cuál eliges?
-        A Silvia.

Se sorprende por tenerlo tan claro.

-        Te explico: un cuarto de hora son cincuenta euros; media hora, sesenta; una hora, cien. Luego, si quieres griego o cualquier otra cosa, tienes que pagar un extra.
-        Creo que… con media hora será suficiente.

Saca la cartera y paga.

-        Que disfrutes.

La madame sale guardándose el dinero en el escote. A pesar de que en la habitación se está fresquito él sigue sudando a chorros. Tiene la garganta tan seca que se arrepiente de no haber pedido un vaso de agua. Ya no hay marcha atrás. Por fin va a saber lo que es el calor de una mujer. Aguarda sentado en el borde de la cama. Unos susurros le llegan del pasillo. Aguza el oído. Reconoce las voces de Silvia y la madame.

-        ¿Usted le ha visto la cara?
-        ¿Y qué? En este trabajo no discriminamos a nadie.
-        Yo no pienso acostarme con ese monstruo.
-        Claro que lo vas a hacer.
-        No, no puedo… con ese no.
-        En la cama todos son iguales.

Escucharlas es como recibir aceite hirviendo en los tímpanos.

-        ¡Por favor, señora! No me obligue a hacerlo.
-        Mira, Silvia. No quiero problemas, así que entra ahí y haz tu trabajo.
-        Ni siquiera he podido mirarle a la cara.
-        Baja la voz que nos va a oír, desgraciada…

Las mujeres se apartan para seguir la discusión sin el temor a ser oídas. Él aprovecha para escabullirse por el pasillo. No tiene sentido quedarse ahí y sufrir más humillaciones. La madame y Silvia se han trasladado a la cocina, al pasar puede verlas a través de la ranura de la puerta. Continúa hasta llegar a la salida y escapa por las escaleras. En la calle recibe una bofetada de calor. Camina tratando de asimilar las palabras de Silvia. Ha dejado de sudar y una especie de frío resentimiento recorre sus venas. Anda por las calles, ajeno a lo que le rodea. Llega a un parque y busca un sitio apartado y con sombra donde sentarse. Lo encuentra junto a un sauce que está al lado de una fuentecilla. Aprovecha para beber y recuperar la humedad en la garganta. De pronto se siente mejor. Sin duda el agua fresca y la sombra ayudan. Pero hay algo más. Se trata de un agradable sentimiento que brota de su interior. Que le emana directamente del alma. Se da cuenta que al recordar las palabras de Silvia ya no le duelen. Tal vez con su rechazo ha asimilado que es feo y deforme y, una vez asumido, ya no le parece tan terrible. Reflexiona. No, no es eso. Desde hace mucho sabe que es un monstruo. Todo el mundo se encarga de recordárselo. Entonces ¿de dónde surge ese sentimiento purificador que le sirve de bálsamo contra la vergüenza y el dolor? Quizás creyó que no iba a soportar el rechazo de una mujer y al pasar por ello y verse intacto le ha liberado del trauma. Sí, quizá sea eso. Ha soportado el rechazo de una mujer y sigue de una pieza. Un niño de unos ocho años se acerca haciendo volar un avión de juguete. Él lo observa desde su asiento sin sentir ningún temor, cosa que le sorprende. Cuando el niño se da cuenta de su presencia se queda paralizado. Le mira con los ojos muy abiertos y una mueca en la boca entre asco y miedo. Él le mantiene la mirada, sonriéndole. Finalmente, en un gesto de camaradería, le guiña un ojo. El niño echa a correr asustado. Él suelta una carcajada. La primera en mucho tiempo. También eso le sorprende. Indudablemente es un día lleno de sorpresas. El adecuado para su trigésimo quinto cumpleaños. Se recuesta en el banco. Observa la luz del sol filtrada a través de las hojas de los árboles, escucha el canto de los pájaros y el murmullo del agua. Se siente vivo y a salvo. Tiene la certeza de que un cambio se ha producido en él. Uno que mejora las cosas y que deja al descubierto un resquicio de esperanza. Se pone en pie y anda con la cabeza erguida. Dispuesto a mirar directamente a los ojos de aquellos que se crucen en su camino.

® pepe pereza

sábado, 6 de julio de 2013

ENTREVISTA A GSÚS BONILLA

Entrevista #4 Gsús Bonilla
Posted on 10 jun ’13 / http://www.libreconfiguracion.org/
nombre: Gsús
definición: Desambiguación
término: Ciudadano
cuándo: 18.Noviembre. 1971
profesión: Desempleado en activo
poemario: Aquello donde te dejas la vida y que hay que defender, como los álbums de cromos en la infancia. Transcendental. Vital
genotipo poético: De lo Social, de la Conciencia, del Conflicto, del Activismo, de la Rebeldía, de la Resistencia. Contracorriente & Disociado, también.
fenotipo poético: El Forro (2007); Ovejas esquiladas, que temblaban de frío (2010); Menú del día… A  día (2011); mi Padre, el rey (2012); aMoremachine (2013); Comida para perros (2013).
material: Palabras.
orgullo: Dignidad.
verbo: Respirar.
estilo: Propio, a ser posible.
co-creación: Narrando Contracorriente (2011) & Disociados (2013)
oferta: Demanda
silencio: Amodorrarse.
canción: LA HOGUERA (Extremoduro)
dónde: Aquí, allá, donde sea necesario.
expresión: Libertad de…
mancha: De tinta, en los dedos de las manos, ropa, etcétera.
juramento : Juramento no, compromiso sí.
película: Amanece, que no es poco (José Luís Cuerda, 1989)
color: Cualquiera que no tenga cabida en la escala grises.
proyecto: Una hija de pelo rizoso y los ojos como carbón; dio comienzo hace más de dos años.
lenguaje: Cualquiera que sirva a la persona para entenderse, comunicarse, etcétera …con otra, aunque a veces sea tan difícil dar con él.
poema: Nanas de la cebolla (Miguel Hernández)

GROENLANDIA PRESENTA:

Ya disponible en la red el nuevo libro de Groenlandia:
Diario de un adolescente de pelo raro” de Jorge Heras García
Prólogo: Adriana Bañares
Epílogo: José Ángel Conde
Fotografía: Felipe Zapico

Este poemario se vive en cuarenta y cinco minutos, como un sueño lúcido. Se interpreta a gusto del consumidor. ¿Es dolor, infancia, desamor o un estado de sitio? (del prólogo de Adriana Bañares Camacho).
La carne del poeta queda atrapada inevitablemente en la “súper-realidad” descrita como se deduce del extenso poema-coda que cierra “Diario de un adolescente de pelo raro”. Al final todo está encerrado en la Materia, hasta el tiempo, y no parece que la consciencia de ello fuera suficiente para liberar la “Otra Mitad” (del epílogo de José Ángel Conde).
Ya disponible en las plataformas de lectura:


ABRAZANDO VÉRTEBRAS - ALBERTO GARCÍA TERESA (BAILE DEL SOL)

Los transeúntes caminan apresurados.
Una voz orina en una esquina de la calle.
Las sombras se sumergen en los grandes
paneles de publicidad y como
en un torneo eléctrico,
los acordes de los cláxones marcan
el ritmo de los impulsos en el cerebro.
Nos abruma escapar de este juego de espejos.
En el barro de los escaparates no hay fisuras:
su costra de nuez y espina resiste
al vaho de nuestro cansancio. Pero
cualquier chispa puede hacer prender el silencio.
Y las estrellas, aunque ásperas, se sienten partícipes.


MEANDO CONTRA VIENTO

En breve MEANDO CONTRA VIENTO estará disponible en los puntos de venta en la ciudad de León. Podéis hacer vuestra reserva para recibirlo a domicilio. 2€ + gastos de envío, escribiendo a: meandocontraelviento@gmail.com

MEANDO CONTRA VIENTO es una publicación donde escritores, poetas y artistas de diferentes disciplinas, conviven en unas páginas plasmando lo que entiende cada uno de ellos por transgresión.

Lista de autores del primer número:

Felipe Zapico 
Juan Luis García
Luis Miguel Rabanal
Velpister Peter Jensen
Luís Melón
Jesús Palmero
Nuria Palencia
Karlos Viuda
Pablo Cerezal
Vicente Muñoz Álvarez
Alfonso Xen Rabanal
Charo Acera Rojo
Carlos Cuenllas
Julia Getino
Juan Carlos Pajares
Nícolas Marper
Santos Perandones

La publicación costea la mitad de la impresión con anunciantes, que además sirven de punto de venta.

Tiene un precio de 2 euros y también se envía por correo con el mismo precio + gastos de envío.

Como novedad en el mundo editorial, los cuadernos tienen sintonía musical. Julia Getino (músico) se ha encargado de realizarla. En el primer número parte de la partitura sirve de portada. En el segundo número se grabará el sonido en un estudio y se colgará en las redes sociales. En el tercer número se pondrá letra. Y en el cuarto número saldrá la sintonía con música y voz.

Espero que esta publicación os satisfaga y podáis hacer difusión de la misma por vuestros contactos.

Un saludo.


Nícolas Marper.