lunes, 12 de agosto de 2013

DE LA SOLEDAD QUE VUELVE A DECIRNOS SU IMPROPERIO - LUIS MIGUEL RABANAL

Nadie más que tú escucha este silencio
y se corrompe la tarde porque todo está acabado y frío,
las hojas podridas de los árboles, el llanto plural y tembloroso
del anciano que dice conocerte.

Nadie va a contar tu ausencia con dedos incansables
ni recordará tu nombre ceñido a la figura
de alguien que, de muy niño y en Los Ariegos, negó su propia vida
con desesperación y unas pocas cajas destempladas.

Debes ser leal con quien te quiso entonces calcinado y soberbio,
como si otro ángel escupiera en tu última voluntad con bastante saña
y no contento con odiarte quemara tus pupilas con licor.
Cubre tu rostro con ceniza, arranca tu lengua sin espanto
y después aguarda buenamente a que el invierno pase.

Y sin embargo algo hay que falta en tu despojo que te aborrece contar.
Se acabó el pasado y en él decides tu mejor propósito de enmienda
y en tu carne recreas desusadas vanidades, una vasta lujuria
que besaba tus labios con furor y esperanza,
un muchacho entregado a la terca y rigurosa disciplina del olvido.
Debes soñar únicamente con los muertos
que se caen, ellos solos, en los patios.

Al fin y al cabo morir tiene que ser, por fuerza, un acto bochornoso
donde se cumpla el horror de haber sido un inútil.
Sabemos de su mal porque no cesa y existen palabras para nombrar
a quien no está ya con nosotros, recuerdo de un recuerdo
que preferimos olvidar con polvo en los desvanes.

Procura ir con cuidado por la vida.
Hay niños que con sumo desdén observan tu dolor
y lo miden en sus cajitas de juguete, no importa nada el desvelo
que sobre tu rostro se posa como una cometa extraña.

Ya nunca vendrás más a recorrer los caminos ni a besar la tierra.
Serás el ausente que, desde lejos, ha negado a su memoria
un mundo enrevesado, un mundo a solas.
.
De «La última vez», Ajimez libros, Gijón 2000

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