miércoles, 26 de marzo de 2014

UN DÍA DE SUERTE - ESQUINAS (Ediciones Lupercalia)

Ilustración de PEDRO ESPINOSA

UN DÍA DE SUERTE
En cuatro horas ese era su primer cliente. Un viejo borrachín con el que Olga había tenido trato alguna vez. Llegaron a un acuerdo y después de que le pagase se fueron al fondo del callejón. Él le empujó contra la pared, le bajó las bragas y le penetró desde atrás. Olga se resignó a las embestidas del tipo y pensó que en cuanto terminase se iría a por su dosis. Su cuerpo acusaba la abstinencia con calambres y espasmos, afortunadamente para ella su cliente interpretó que los temblores obedecían a su rotunda virilidad. Estaba tan tocada por la falta de droga que no se dio cuenta de que el viejales había cambiado de agujero y la estaba sodomizando. Cuando cayó en la cuenta quiso sacar provecho.

-        ¡Hey, capullo! Darme por el culo te costará cinco pavos más.

El tipo se hizo el longuis y aumentó el ritmo de sus caderas.

-        Oye cabrón, o me los pagas o sacas tu asquerosa polla ahora mismo.

Demasiado tarde, el hombre ya se había corrido.
Olga salió del callejón maldiciendo. Se internó en una estrecha callejuela y caminó tratando de esquivar los charcos negros y pestilentes. Había varios contenedores de basura. Los gatos y las ratas, ambos del mismo tamaño, rebuscaban entre la inmundicia tratando de dar con algo que llevarse a la boca. El olor a podrido contaminaba el lugar. Ahora su único objetivo era adquirir droga. Caminó con paso decidido. Sabía que con el dinero que llevaba solo iba a conseguir lo justo para quitarse el “mono” y que pasadas un par de horas se vería hostigada por el mismo problema. Lo importante era hacerse con una dosis cuanto antes. Luego ya pensaría qué hacer. Además, siempre podía volver al callejón en busca de más clientes. Al pasar por delante de uno de los contenedores le pareció escuchar una especie de gemido. Se detuvo y aguzó el oído. Efectivamente, había algo dentro que emitía quejidos. En un principio creyó que era la cría de un gato. Recordó que la pareja de camellos de los que era cliente en su día tuvieron una gata que luego murió. Posiblemente quisieran hacerse con otra mascota. Quizás pudiera sacar algo por el cachorro. Aunque en vez de un gatito bien podría ser una de esas ratas asquerosas, o algo peor. Una vez escuchó de una compañera que había visto cómo una serpiente enorme salía de uno de esos chismes. Por si acaso, buscó algo con qué defenderse. Le hubiera gustado encontrar una barra de hierro o un palo pero tuvo que conformarse con una botella vacía. La agarró por el cuello y la alzó por encima de la cabeza, luego, cautelosamente, abrió la tapa del contenedor. Cuál fue su sorpresa al ver que se trataba de un recién nacido que aún conservaba su cordón umbilical. Estaba desnudo, con el cuerpo manchado con restos de basura, sangre y placenta. Soltó la botella y cogió al niño. Notó que el cuerpecito apenas emitía calor. Se quitó la chaqueta, lo envolvió con ella y lo apretó contra el pecho. Sus camellos eran gente de contactos y podría interesarles. Ella sabía que había matrimonios que no podían tener hijos y que estaban dispuestos a pagar una buena cifra por agenciarse uno. Seguro que sacarían unos cuantos miles de euros si llegaban a un acuerdo con uno de esos matrimonios. De paso ella se llevaría su comisión. Si se lo hacía bien, a cambio del bebé le darían unos cuantos gramos de caballo. Suficientes como para no tener que preocuparse en una temporada. Aceleró el paso. No podía creerse la suerte que había tenido. Ya se veía con una enorme bolsa de heroína en su poder. Llegó al barrio donde vivía la pareja de camellos. Era una urbanización a las afueras, con casas de una sola planta y jardín trasero. No era un mal sitio para vivir. Se dirigió a una de las casas, la bordeó, entró en la parcela, se acercó a la puerta trasera y llamó. Fue Carol la que abrió.

-        Ah, eres tú.

Dijo, sin ocultar su desprecio hacia la puta. Luego volvió al sofá y siguió viendo la televisión. Olga entró y cerró la puerta. La estancia apestaba a marihuana. Víctor estaba al fondo fumando yerba y leyendo un cómic. Olga se quedó en el centro del salón sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Finalmente apartó la chaqueta para que pudiesen ver al bebé.

-        Os he traído esto.
-        ¿Qué coño es? ¿Un muñeco? –preguntó Carol.
-        No, un bebé de verdad.

Carol se levantó del sofá y avanzó hacia Olga para atestiguar que no mentía.

-        ¡Joder…, pero si está muerto!

Víctor dejó de lado el cómic y se acercó para echar un vistazo. El bebé tenía la piel azul y las córneas de sus ojos empezaban a secarse.

-        Ha debido de morirse por el camino -admitió Olga, decepcionada.
-        ¿Y para qué coño lo has traído aquí? - quiso saber Carol.
-        Pensé que podríais venderlo.
-        Esta tía es gilipollas.
-        Yo pensé que…
-        Qué coño vas a pensar si tienes el cerebro revenido… Quiero que tú y esa mierda os larguéis de aquí ahora mismo.
-        Traigo dinero para medio gramo.
-        Pues vuelve cuando te hayas deshecho de eso.

Víctor, ajeno a la discusión, seguía fascinado con el cuerpecito de la criatura.

-        ¿Me lo dejas?

Olga se lo pasó. Víctor lo cogió y lo examinó cuidadosamente. Le llamó la atención el trozo de cordón umbilical que colgaba de la tripa. Sopló sobre él para que se moviera.

-        ¿Qué coño estás haciendo?
-        Cariño, ¿no te parece alucinante?
-        Me parece asqueroso.

Entonces Víctor hizo algo que dejó a Carol con la boca abierta. Le pidió a Olga que le vendiese el cadáver. Esta había perdido toda esperanza de sacar algo y la oferta le pilló por sorpresa. Claro que enseguida entró al regateo. De primeras pidió cinco gramos. A Víctor le pareció mucho y trató de dejarlo en la mitad. Carol no daba crédito y con el grito en el cielo intentó poner fin a las negociaciones. Pero Víctor ya veía al bebé dentro de un tarro de cristal lleno de formol. Se le había metido en la cabeza ese capricho y no hubo forma de hacerle cambiar de opinión. Víctor siempre tuvo un gusto de lo más macabro y pensó que un adorno de ese tipo daría a la casa el toque siniestro que necesitaba. Carol protestó y refunfuñó. A pesar de ello el trato se cerró y Olga salió de la casa con tres papelinas de gramo. Era su día de suerte.

®pepe pereza

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