miércoles, 30 de abril de 2014
sábado, 26 de abril de 2014
EL RETO DIARIO de Maica Bermejo Miranda
Cuando el reto
diario es hacerse la comida y obligarse a comer, aprender a cuidar de uno
mismo, levantarse de la cama, vestirse, adecentar un poco el rostro y tomar
impulso para sacudir la inercia que nos lleva a desplomarnos en el sofá
enganchados al no estar, al no pertenecer, al no sentir, al no sufrir,
queriendo escapar de la inhabitabilidad de la vida y fundirse en un opalescente
y último abrazo, deslizarse en el pozo de la indiferencia que se abate
certero sobre el cuerpo abandonado a su destino.
Cuando el reto
diario es ser capaz de gestionar las pequeñas tareas cotidianas sin horizonte
ni espera salvo mantener la intendencia necesaria imprescindible para no
sucumbir. Ser capaz de abrir la puerta y salir a la calle aferrándose al vacío,
dejando deslizar la sombra y enfrentarse al día con una sonrisa pintada en el
rostro y sacudir el letargo opresor que lucha por ocuparnos, conseguir enlazar
los pasos uno tras otro en la continuidad del camino.
Cuando el reto
diario es, simplemente, permanecer.
jueves, 24 de abril de 2014
lunes, 21 de abril de 2014
sábado, 19 de abril de 2014
viernes, 18 de abril de 2014
miércoles, 16 de abril de 2014
DEMIAN ORTIZ EN EL DIARIO ÚLTIMO CERO
Diario Último Cero
"Retrato en blanco y
negro sobre la generación perdida de la literatura Española". Por
Laura Fraile.
Los directores de cine Demian
Ortiz y Borja Donoso están grabando un documental en el que participarán una
docena de escritores españoles que tienen en común su trabajo al margen de los
circuitos más comerciales.
Llevan publicando libros o
participando en revistas y fanzines desde hace muchos años, pero la mayor parte
de ellos siguen formando parte de un circuito subterráneo que continúa siendo
ajeno para el público mayoritario. Ellos son José Ángel Barrueco, Vicente
Muñoz Álvarez, Alfonso Xen Rabanal, Pepe Pereza, David González, Salva Rubio,
José G. Codornié, Adriana Bañares, Pablo Cerezal, Álex Portero, Maica Bermejo o
Javier Vayá, un grupo de escritores nacidos entre finales de los años 60 y
principios de los 80 que han servido de inspiración para el documental
`Perdidos. Un lugar para encontrar´, una iniciativa impulsada por dos cineastas
madrileños.
Demian Ortiz, uno de sus
directores, reconoce que la idea inicial fue realizar un proyecto de
retrato fotográfico. "Empecé a fotografiar a escritores. Según fui
avanzando, me puse a indagar en sus vidas. Poco a poco me fui dando cuenta de
que muchos estaban conectados entre ellos y que tenían una serie de
paralelismos. En ese momento decidí ampliar su historia hasta darla una forma
de largometraje documental", señala este cineasta, que durante los dos
años que lleva trabajando en este proyecto fotográfico ha podido reunir una
veintena de retratos que desea ampliar hasta el medio centenar. "El
hilo conductor de esta iniciativa es el deseo de descontextualizar a los
autores. No se trata de hacerles la típica foto en su biblioteca, su casa o
junto a su ordenador sino de llevarles a otros espacios relacionados con lo que
escriben y su manera de escribir", continúa este director de cine
madrileño.
Algunos de estos escritores
retratados formarán parte del documental `Perdidos. Un lugar para encontrar´, un
trabajo que pretende mostrar toda esa "literatura subterránea" que
viene practicándose en España durante las dos últimas décadas. "Queremos
aproximarnos a esa otra literatura que no es de consumo y que está alejada
de los corsés academicistas. Todos los autores que queremos incluir muestran
unapostura inconformista ante la vida, tienen un gran compromiso
social y han sido influidos por la generación beat. Nuestra intención no
es que Perdidos se quede en un documental de realización clásica con
entrevistas. Nuestra idea es presentar a cada autor en un espacio sugerente a
través de una pequeña ficción que nos permita hacer un seguimiento a sus
lugares comunes", adelanta Demian, quien explica que en el documental
también quieren recoger las impresiones de los editores Ricardo Moreno
(Lupercalia) y Antonio Huerta (Origami), responsables de dos editoriales que
acostumbran a publicar el trabajo de estos autores.
Por el momento Demian Ortiz y
Borja Donoso han realizado varias jornadas de rodaje de las que ya se puede ver
un teaser. Su idea es recorrer ciudades como Valencia (donde
se encontrarán con Maica Bermejo y Javier Vayá), León (localidad en
la que se publica la revista Vinalia Trippers y donde trabajan los escritores
Vicente Muñoz Álvarez y Alfonso Xen Rabanal) o Gijón (la ciudad en la
que nació y donde sigue viviendo el poeta David González). A estas
localizaciones sumarán Logroño (donde entrevistarán a Pepe Pereza y
Adriana Bañares), Madrid (donde recorrerán sus calles en compañía del
poeta zamorano José Ángel Barrueco y del madrileño Salva Rubio), Toledo (donde
vive Álex Portero) o Tánger (hasta donde viajarán para encontrarse
con Juan Goytisolo).
Los directores de este documental, que cuentan con
entidades colaboradoras como el Instituto Cervantes de Tánger, el diario
infoLibre o el bar Diablos Azules, están abiertos a recibir nuevos apoyos que
permitan financiar su proyecto. Una vez realizado, tienen la intención de mostrar
el resultado en salas comerciales así como dentro de festivales de cine de
carácter nacional e internacional. También tienen previsto realizar una serie
documental para televisión sobre este tema, a lo que se sumará la
publicación de unlibro que incluirá los retratos de estos escritores y
algunos de sus poemas.
Para acceder a Último Cero haz
clic aquí:
lunes, 14 de abril de 2014
"CARA DE ÁNGEL" mi relato en la antología AFTERSUN de la editorial ARISTAS MARTÍNEZ (Ilustraciones de PABLO GALLO)
Se cubrió la cara con los brazos. Dejaba
sin protección el resto del cuerpo pero puestos a elegir prefería resguardar su
rostro, que era lo que más valoraba. Él era un Adonis, un guaperas tocado por
la mano de Dios, y claro, quería seguir siéndolo. Le acababan de romper la
nariz y no estaba dispuesto a que le desfiguraran más. De seguido recibió un
puñetazo en la boca del estómago que le cortó la respiración. Cayó al suelo.
Vio llegar una bota, giró el cuello pero no fue suficiente para esquivar el
golpe. Lucecitas de colores, sangre y dientes volando fue su siguiente visión.
La masa encefálica de su cerebro rebotó dentro de su cabeza. Por un momento el
mundo se detuvo y el silencio se hizo en la pista de baile de la discoteca. Muy
lentamente, uno de sus colmillos rebotó por las baldosas hasta perderse entre
los pies de la muchedumbre que los rodeaba. Se palpó las encías con lengua y notó que le faltaban cuatro piezas
de la mandíbula superior. Escupió la sangre que llenaba su boca y tomó una
bocanada de aire viciado. Los tres tipos que le estaban zurrando eran gente
peligrosa. De hecho, estaba sufriendo en sus carnes lo duros que podían ser. El
ruido ambiental regresó al sentir un dolor agudo en los riñones. Otro golpe
recibido que le devolvía al ritmo desquiciado de la paliza. Los macarras le
tenían sometido y rodeado, cada uno de ellos atacaba sin piedad, sincronizando
puñetazos y patadas, eligiendo las zonas más vulnerables donde golpear. Eran
expertos en el arte de machacar y además disfrutaban haciéndolo. Hizo un
intento por levantarse pero una coz en la espalda lo tumbó definitivamente. El
más alto y corpulento de los tres atacantes le pisó la cabeza y manteniendo el
pie sobre ella, levantó los brazos en señal de victoria. Parte del público
aplaudió. Él se sintió como una presa abatida, tirado en el suelo con una bota
sobre su mollera. ¿Dónde quedaba su dignidad? ¿Y su cara, qué quedaba de su
cara? Fue entonces cuando la oscuridad se filtró en sus ojos y se desmayó…
Salió del trabajo impaciente por
disfrutar cuanto antes del fin de semana que tenía por delante. Con los compañeros
de curro se tomó unas cervezas en La Lisboa, un bar en el que solían hacer una
parada cuando terminaban la jornada laboral. Entre caña y caña la conversación
derivó hacia el tema de siempre: Mujeres. Y todos sabían que en eso el experto
era él.
-
¿A
quién piensas tirarte este fin de semana?
-
Tíos,
hay una chavalita en Béjar que me tiene loco.
-
Ándate
con cuidado, a los de Béjar no les gustan que les quiten a sus mozas, y menos
si el que se las quita es de Guijuelo.
-
Tranqui,
tronco, el menda sabe lo que se hace.
Y amagó una patada a la media vuelta
para dejar claro que sabía defenderse.
Después de unas rondas se despidió de
los colegas. Marchó a casa para ducharse y cambiarse de ropa. Iba a estrenar
unos zapatos de plataforma con tacón cubano. Los conjuntaría con unos Lois
acampanados, bien ajustados para marcar paquete, una camiseta negra con la cara
de Richard Roundtree litografiada,
que un amigo le trajo de New York, y una cazadora vaquera, también Lois. Sabía
que con esos atuendos y su atractivo iba a arrasar en la discoteca. Sí, se lo
iba a comer todo.
Llegó a Béjar con su Simca 1000 Special,
rojo y con unos relámpagos blancos pintados a lo largo de la carrocería,
imitando el famoso coche de la serie de moda: Starsky y Hutch. Aparcó junto a la iglesia. Se apeó del buga y se
dirigió directamente a la discoteca. Aún era pronto y la pista de baile estaba
casi vacía. Se acercó a la barra del bar y pidió un cubata. Había que meter
carburante al cuerpo para luego darlo todo en la pista. Echó una ojeada para
hacerse una idea del percal. Abundaba el buen género pero él buscaba a una
chica en concreto. La vio apoyada en la balconada de la planta de arriba junto
a sus amigas. Cruzó el local y se dirigió a la cabina del pinchadiscos.
-
Colega,
si pinchas algo de James Brown y te animo la pista.
Sonaron los primeros compases de “Papa´s got a brand new bag”. Era hora de
dejarse ver. Saltó a la pista y se abandonó al ritmo de la música. Él no era
como los demás, que esperaban a que pusieran los temas lentos para entrarle a
una tía. No, él marcaba el territorio con los bailes sueltos. Y por supuesto no
se limitaba a los simples: paso-adelante-paso-atrás, que es lo que hacían
todos. Él exhibía saltos, giros y piruetas. A la hora de bailar era el mejor.
Danzando se sentía negro, y por su estilo cualquiera diría que lo era. A él le
gustaba pensar que por sus venas corría la sangre de los negros de Harlem, del
Bronx, del propio James Brown,
también la de Curtis Mayfield, Roy Ayers, y como no, la de Isaac Hayes. De no ser por lo pálido de
su piel se podría asegurar que en sus genes había algo de la madre África.
Todos los ojos estaban puestos en él. Las chicas lo deseaban y los tíos le
observaban con esa envidia insana que se les tiene a los agraciados. No cabía
duda de que sabía moverse. Bailando era el puto amo. Pronto sus encantos
penetraron cual saetas en la presa deseada. Ella se lo estaba comiendo con los
ojos. Cuando terminó el tema y su exhibición, le hizo una seña para que se
reuniera con él en el bar. La invitó a un lugumba, él se pidió otro cubata.
Mientras tomaban las bebidas coquetearon el uno con el otro siguiendo los
tópicos habituales del ligoteo. Se gustaban y lo dejaban claro en sus gestos y
carantoñas. Él quiso pasar a mayores así que se la llevó al servicio de las
tías. Se encerraron en uno de los baños y empezaron con los besos y las
caricias. En un momento dado ella entornó los ojos y dijo:
-
Tienes
cara de ángel.
-
Y
tú tetas de ángel, culo de ángel, chochito de ángel…
Según hablaba iba acariciando las zonas
mencionadas. Al tocarle el coño lo notó mojado. Aquello no era una sorpresa,
estaba acostumbrado a que las pibas se derritieran en sus manos. Sin embargo
para su ego un coñito húmedo siempre era una victoria. Ella se dispuso para
acogerle dentro de su cuerpo. No obstante, él se lo tomó con calma. Le gustaba
hacerse desear.
-
Tranquila.
Antes vamos a colocarnos.
Sacó la papelina. Sin abrirla la puso
sobre la loza de la cisterna y la aplastó con el mechero para que la coca
estuviera bien machacada y no quedasen grumos. Con la uña larga del dedo
meñique recogió un montoncito de polvo y directamente lo esnifó.
-
Enrolla
un billete.
Mientras ella enrollaba el billete, él
se bajó la cremallera de los vaqueros y dejó a la vista la erección de su
miembro. Con la uña del meñique recogió otro montoncito de coca y lo fue
depositando sobre el largo de su polla.
-
Todo
tuyo.
Ella se llevó el billete a la nariz y
esnifó. Para hacerse con los restos utilizó la lengua. Él se dejó hacer,
disfrutando del momento y del subidón. Otra muesca más en su lista de
conquistas. Era cojonudo ser guapo y estar bien hecho. Lo era por todas las
bellas mujeres que se habían rendido a sus encantos. La vida era generosa con
él… De pronto la puerta del baño reventó y el pestillo saltó por los aires.
Alguien la había abierto de una patada. Ese alguien era El Miliki: un tipo
peligroso, delincuente habitual de la zona. Iba acompañado de tres de sus
esbirros. Los de la banda del Miliki eran famosos por la violencia que
utilizaban para llevar a cabo sus fechorías. Estaba en un buen lío. Ella se
subió las bragas y él se guardó la polla dentro del pantalón. ¿Qué coño pasaba?
¿Por qué esos tíos la tomaban con él? La respuesta era muy sencilla: la joven
que se estaba tirando era, ni más ni menos, que la hermana de El Miliki. Perra
suerte la suya. Rezó para sus adentros por una salida airosa. Lamentablemente
sus jaculatorias se fueron por el desagüe. Antes de que pudiera alegar algo en
su defensa ya le habían roto la nariz de un cabezazo. Se desplomó sobre la taza
del wáter semiinconsciente. Al ver la sangre, ella quiso ayudarle, pero su
hermano, El Miliki, ordenó a uno de los suyos que se la llevara de allí, y así
poder despacharse a gusto con el fulano que le había faltado al respeto. El
secuaz obedeció, agarró a la chica del brazo y arrastras la sacó de la
discoteca. A él lo sacaron a hostias de los servicios. A empujones lo llevaron
hasta la pista de baile para que todo el mundo pudiera ver cómo le partían la
jeta. Enseguida se hizo un corrillo alrededor. Ahora los dueños de la pista
eran los macarras. Para no defraudar a la concurrencia hicieron gala de sus
mejores golpes. Él trataba de protegerse la cara. Pese a ello los porrazos le
llegaban por todas partes. Su sangre negra goteaba por la pista. Los asistentes
a la masacre, hienas en potencia, disfrutaban de la sangría. La aniquilación de
lo bello siempre ha sido un aliciente para el público voraz. Todos sentían un
morbo especial por ver cómo un rostro bonito dejaba de serlo a base de golpes y
puñetazos. Quizás porque a nadie le gustaba quedar en evidencia ante un
forastero agraciado. Tal vez por eso resultaba tan placentero para los
asistentes ver cómo le destrozaban el careto. Cada golpe que los macarras le
daban era un golpe que ellos mismos asestaban. Las mujeres que antes le habían
deseado, despechadas por no haber sido la elegida, ahora se extasiaban al verle
sufrir. Y los tipos que en secreto habían querido ser como él, se regodeaban
cada vez que uno de los agresores le infligía un castigo. Eran buitres
esperando a que los depredadores acabasen con su presa para hacerse con la
carroña. La paliza continuó hasta que le hicieron perder el sentido…
Se despertó en mitad de ninguna parte.
Por lo visto llevaba inconsciente muchas horas. El sol estaba alto y calentaba
con rabia. Un nubarrón de moscas revoloteaba y se posaba en sus heridas para
alimentarse de la sangre seca. Notó un tirón en la espalda. Era una vaca que
trataba de comerse su cazadora. Al notar que él reaccionaba, el animal
retrocedió y fue a reunirse con las otras reses para seguir con su menú de
siempre.
Hizo un intento por incorporarse pero
tenía el cuerpo tan dolorido que apenas pudo moverse. Sobre todo le dolían las
heridas de la cara. Esos cabrones se habían asegurado de dejársela hecha
picadillo. Palpó las lesiones con los dedos tratando de hacerse una idea de los
daños. La perspectiva no era buena. Con mucho esfuerzo y dolor consiguió
ponerse en pie. Le faltaba el zapato derecho. Lo buscó por los alrededores sin
éxito. Estaba en medio de la dehesa y no tenía ni idea de dónde quedaba el
pueblo. Necesitaba volver a la civilización para recibir ayuda médica. Cuanto
más tiempo pasase sin ella más posibilidades tendría que le quedasen
cicatrices. Ojalá hubiese tenido un espejo a mano para verse. Estaba
enormemente preocupado porque le hubieran desfigurado para siempre. Si pudiera
encontrar una fuente podría verse en el reflejo del agua, y de paso lavarse las
heridas. Buscó por si veía alguna. Se conformaba con un pequeño regato o un
simple charco, pero no los había. Tendría que esperar. Como no sabía orientarse
tampoco se decidía por el camino que debía elegir. Puestos a andar, mejor
cuesta abajo que subir por la colina que tenía a sus espaldas. Se encontraba
muy débil para esfuerzos extras. Descendió renqueante a través del follaje con
la esperanza de que el camino elegido le llevase a un pueblo, cualquier pueblo.
sábado, 12 de abril de 2014
jueves, 10 de abril de 2014
AL NORTE DEL DOLOR - relato con el que participo en la antología "EL DESCRÉDITO" EDICIONES LUPERCALIA
Me enfrento a la primera noche sin ti…
Siento miedo. Y dolor. Tanto que no sé
cómo describirlo. Creo que no hay palabras para hacerlo. Por mucho que junte la
D con la O, le sume una L, otra O y le añada una R jamás conseguiré expresar el
cúmulo de padecimientos que soporto. No hay metáforas para el dolor. Tampoco
hay centímetro en mis entrañas que no esté sometido a todo un catálogo de ellos
¿Cómo describirlos? Se supone que la palabra “dolor” abarca todos ellos. Lo que
puedo hacer es escribirlo con mayúsculas, empaparlo en negrita y que el tamaño
de la fuente sea excesivo para que dicha palabra se acerque un poco, muy poco,
a la sombra de lo que siento: DOLOR
Deambulo del salón a la cocina, luego
salgo al pasillo, lo recorro cien veces…
Por fin, me atrevo a entrar en el
dormitorio. No he cambiado las sábanas porque huelen a ti. Ahora mismo es lo
único que conservo: tu olor. Olor y dolor. Un poeta resabiado sabría qué hacer
con estas dos palabras. No estoy para poemas. Ahora toca sufrir y olvidar. Aún
es pronto para olvidar. Es triste y descorazonador llegar al punto donde dos
personas fundidas en un solo ente tienen que separarse. Romper esa simbiosis.
La soldadura que les une en un doloroso desgarramiento de carne y sentimientos.
No soporto ver la cama y saber que nunca más te acostarás en ella. Me duele
verla así, vacía. Si no fuera tan cobarde me echaría a llorar. Escapo del
dormitorio y regreso al salón. Siento deseos de abrirme el pecho y dejar salir
el avispero. Quisiera sacarme los ojos para situar el dolor en un punto
concreto. La cabeza me va a estallar. Me llevo las manos a las sienes y trato
de masajear la zona con la esperanza de que la angustia disminuya. Cierro los
ojos y me los froto ejerciendo una leve presión. Eso hace que mil chispas de
color surjan de la oscuridad que encierra mis párpados y converjan en un mismo
punto. Un punto de luz. Quizás todo radique en eso: encontrar un punto de luz
al que dirigirse. No importa lo que tengas que avanzar, ni la oscuridad que te
rodea. Lo trascendente es que tienes una meta a la que llegar. Necesito hacer
algo. Si no para calmar el dolor, que al menos sirva para acompañarlo. Decido
raparme la cabeza. Lo hago en el baño.
Al final mi rostro queda desnudo en la
imagen que me devuelve el espejo. Me doy asco por no haber sabido conservarte.
Escupo al reflejo. En un arrebato cojo un puñado del pelo cortado. Me lo meto
en la boca y lo mastico. Es repugnante pero sigo masticando. Hago por tragar.
Por mucho que lo intento no soy capaz de engullir la masa de queratina. Me
ayudo con el dedo. Empujo hacía dentro y trago. Termino vomitando en el
retrete…
Maldita sea, no hagas más tonterías.
Siéntate a ver la tele o ponte a leer. O si no come algo que no sea pelo. Lo
que sí hago es fumar. Llevo casi tres paquetes. Me escuecen los pulmones. Aun
así sigo encendiéndome un cigarro tras otro. Por enésima vez vuelvo al salón.
Enciendo la tele. En todos los canales emiten películas de amor. El destino se
ríe de mí. La apago. ¿Por qué todo me recuerda a ti? Supongo que es como cuando
tienes una herida en el codo y todos los golpes que te das son precisamente
ahí. Me agobio y salgo al pasillo. Vueltas y más vueltas. Las paredes se me
echan encima y siento claustrofobia. Tengo que escapar de aquí. Cojo las llaves
del coche y me dispongo a salir. Sé que fuera hace frío. Pero no tengo cojones
para entrar de nuevo en el dormitorio, que es donde guardo toda la ropa de
abrigo. Prefiero helarme que entrar ahí y ver la cama vacía. Salgo a la calle
con un fino jersey y unos vaqueros como única protección. Hace muchísimo frío.
Donde más lo noto es en el cráneo recién pelado. Llego al coche y entro. Estoy
aterido. Casi no puedo meter la llave en el contacto. Arranco y le doy a la
calefacción. El calor tarda en llegar. Mientras tanto me fumo un cigarro, otro
más. La ciudad está vacía de tráfico y gente. Tomo la primera calle para luego
girar a la derecha y continuar por la siguiente. Me dan ganas de acelerar y
estrellarme contra el muro que tengo en frente. Al aproximarme giro a la
izquierda y sigo por la avenida principal. Conducir no mejora mi estado de ánimo
pero al menos tengo la mente ocupada en algo. Por el retrovisor veo que un
coche de la policía se sitúa detrás. Parece que se hubiera materializado ahí
mismo. Hago un repaso mental para cerciorarme de que llevo todo en regla. Una
alarma se enciende en mi cabeza. Guardo una piedra de hachís en el bolsillo del
vaquero. Joder, ya era el peor día de mi vida sin necesidad de terminar en un
calabozo para confirmarlo. Afortunadamente el coche me adelanta y coge la
rotonda que lo desvía hacia el casco viejo. Yo sigo recto. Al rato llego a las
cercanías de basurero municipal. Toda la mierda termina aquí. Sin duda este es
mi sitio. Me desvío del camino principal por una vereda sin asfaltar y aparco
en una elevación situada frente al vertedero. Apago las luces y dejo el motor
al ralentí para que la calefacción siga funcionando. Desde aquí puedo ver a los
camiones descargar la inmundicia. Y sobre ellos un cielo negro que no tiene
fin. Me lío un porro y me lo fumo observando las estrellas. Sobre todo a las
que les da por ser fugaces… El dolor es el mismo aquí que en el salón de casa.
Perjudica de igual manera. Comienza a nevar y veo tu cara en cada copo que cae.
Cada uno de ellos contiene un gesto tuyo, una instantánea... De pronto el motor
se apaga. Me he quedado sin gasolina. Estaba tan ensimismado en mi propia
desgracia que no me he fijado que el piloto de aviso estaba en rojo. Otra gota
que añadir al vaso. Salgo al frío mortal. Abro el maletero para coger una
garrafa de plástico y dirigirme a una gasolinera. Además de la garrafa, tengo
la suerte de encontrar un viejo chubasquero que guardo aquí desde hace tiempo.
Está roto por algunos sitios y es una mínima protección contra el frío. No
obstante me alegro de poder hacer uso de él. Me lo pongo y me siento un poco
mejor. Para terminar, debajo del jersey meto las páginas de un periódico que me
ayudarán a conservar el calor. Cierro las puertas del coche y me pongo en
camino. Calculo que estoy a unos cinco kilómetros de la gasolinera más cercana.
Ahora mismo mi punto de luz está en esa gasolinera. Cada vez nieva más. Acelero
el paso. Me castañean los dientes y tengo congelada la mano con la que sujeto
la garrafa. Cambia el viento y me llega toda la fetidez del estercolero. Los
copos de nieve se me quedan adheridos y me duele la cabeza de tanto frío.
Después de hora y media caminando bajo
la ventisca llego a la gasolinera. Casi no puedo andar por la hipotermia. Antes
de llenar la garrafa en el surtidor, decido entrar en el bar y tomar algo
caliente que me devuelva la vida. El local está casi vacío, a excepción del
camarero y unos pocos noctámbulos. Me acerco a la barra y pido un café con
leche doble, muy caliente. Pongo especial énfasis en el “muy” para que el
camarero comprenda que lo quiero hirviendo.
-
Mala
noche ¿eh?
-
La
peor.
Ocupo una de las mesas. Aún estoy helado
y tirito. El café está demasiado caliente para beberlo. Mientras espero que se
enfríe sigo aferrado al vaso con ambas manos para absorber el calor a través de
ellas. Dos tipos que están sentados al fondo suben el tono de sus voces y
empiezan a discutir. Me quedo con sus movimientos de mandíbula e intuyo que han
tomado algún tipo de anfetamina. El más alto pierde la paciencia y poniéndose
en pie grita:
-
Céline
no era antisemita, entérate.
Aparta la silla de una patada y se
dispone a salir. Al pasar a mi lado, algo cae del bolsillo del abrigo que se
está poniendo. El tipo sale del local sin percatarse de lo que ha perdido. Es
un libro de la Editorial Lumen: “Norte” de Louis-Ferdinand Céline. Un ejemplar
que lleva años agotado y que es difícil de conseguir. Además es el único que me
falta para completar su trilogía. No lo dudo, lo recojo del suelo y me lo
escondo debajo del impermeable. Echo una sutil mirada para ver si alguien me ha
visto. Todos están a lo suyo. Solo por este regalo merece la pena la caminata
que me he dado hasta aquí, el frío que he pasado y el que me queda por pasar en
el viaje de vuelta.
Unos minutos después, el tipo alto
regresa al local. Se acerca a su colega y le pregunta por el libro.
-
¿Dónde
está mi libro?
-
Y
a mí qué coño me cuentas.
-
¿No
lo tienes tú?
-
No.
Se pone a buscarlo debajo de la mesa y
por los alrededores. Evidentemente no lo encuentra porque lo tengo yo.
-
Hace
un momento lo tenía y cuando he salido ya no estaba.
-
Pues
yo no lo tengo.
-
¡ME
CAGO EN DIOS!
Sigue mirando debajo de las mesas,
apartando las sillas sin miramientos. El camarero se ve obligado a poner orden.
Discuten y trata de sacarlo del local. El alto no quiere irse sin recuperar lo
que es suyo. Pierde los nervios. Hay un conato de pelea entre ambos. Entonces
el tipo agarra una botella por el cuello. La revienta contra la barra y con los
restos amenaza al camarero. Éste retrocede, coge la bandeja de servir las
bebidas y se protege con ella a modo de escudo. El alto insiste.
-
Devolvedme
el puto libro, joder.
No me cabe la menor duda de que va
puesto de Cristal. Nadie en su sano juicio se comporta así por un libro, aunque
sea de culto y esté agotado. Yo permanezco callado, parapetado detrás del vaso
de café, observando la escena y preguntándome cómo acabará todo. De pronto el
tipo se dirige a mí.
-
¿Lo
tienes tú?
Me hago el tonto.
-
¿El
qué?
-
El
libro, joder.
-
¿Qué
libro?
-
El
mío. Uno de Céline.
-
No.
-
Mierda…
¿Y dónde está?
No me molesto en contestar porque la
última pregunta la hace extensible al resto de concurrencia. Al no obtener
respuesta, se planta delante de la puerta del local y lanza un ultimátum.
-
Pues
hasta que aparezca, os juro por mis muertos que nadie va a salir de aquí.
El camarero amenaza con llamar a la
policía. El alto no se acobarda y sigue en sus trece. De pronto, la puerta del
local se abre a sus espaldas. El tipo se asusta e instintivamente ataca a la
joven que acaba de entrar. Le clava los cristales justo por debajo de la
clavícula. La chica cae sobre su pareja. Ocurre tan deprisa que a todos nos
cuesta un momento asimilar lo que está pasando. Aprovechando el desconcierto el
agresor huye del local. La mujer herida sangra abundantemente. Su acompañante
intenta taponarle la herida con las manos. El camarero se acerca con un paño
limpio. Tampoco con eso logran detener la hemorragia. El joven nos grita que
llamemos a una ambulancia, que por favor venga un médico. Céline era médico… El
camarero corre al teléfono y hace la llamada. Al ver tanta sangre, el estómago se
me revuelve y vomito una papilla de pelo y bilis que aun guardaba en las
entrañas. No puedo seguir presenciando esto. Suficiente desgracia arrastro ya.
Me pongo en pie y rodeando a la pareja salgo de la cafetería. Al abrir la
puerta me pringo la mano con una de las salpicaduras de sangre. Pobre chica, me
siento culpable. Fuera ha dejado de nevar y no hace tanto frío. Me acerco a los
aseos para lavarme, pero antes saco el libro. Abro la cubierta y en la página
en blanco que sigue estampo la mano ensangrentada. Un recuerdo indeleble de
este viaje mío al fin de la noche. La primera sin ti. La más dolorosa y difícil
de superar. Pese a ello, no pienso rendirme. Intentaré encontrar el punto de
luz. Hasta que lo haga caminaré a ciegas, como lo he hecho esta primera noche
que ya se acaba.
Cuando estoy llenando la garrafa en el
surtidor llega la ambulancia. Menos mal. Mientras pago les veo cargar con la
chica en la camilla. Parece que han llegado a tiempo. Me alegra. La ambulancia
arranca y se incorpora a la carretera. Espero que se recupere. Me giro y en el
horizonte veo despuntar el sol. ¿Será ese el punto de luz que estoy buscando?
No lo sé. Pero ya que me cae de camino, oriento mis pasos hacía él.
martes, 8 de abril de 2014
DESPEDIDA
Dos personas en una habitación. Una de
ellas hace la maleta.
-
Sabíamos
que tarde o temprano esto tendría que terminar.
-
Sí.
Tú lo tuviste claro desde el principio.
Silencio largo, muy largo. La maleta se
va llenando mientras que el armario y los cajones se vacían. Las dos personas
se mantienen mudas, ocultando sus respectivos dolores. Una
mosca cruza la habitación. No la ven pero escuchan su zumbido. La maleta está llena.
-
Tengo
que irme.
-
¿No
vas a darme un beso?
-
No.
La maleta sale de casa y entra en el
ascensor.
-
Adiós.
-
…
La puerta automática se cierra. Ruido
del motor del ascensor.
®
pepe pereza
lunes, 7 de abril de 2014
CON FLORES A MARÍA
Cuando
llegaba el mes de mayo los alumnos teníamos que llevar flores al colegio. Nos
obligaban los profesores. Además teníamos que acudir un cuarto de hora antes de
lo acostumbrado para rezar a la Virgen. Coger las flores estaba bien
y no suponía ningún problema dado que nuestra casa era de las últimas del barrio
y el campo estaba al lado. Y por esas fechas todo se llenaba de flores
silvestres. Lo que no me gustaba era atravesar todo el pueblo camino del
colegio llevando las flores. Al verte, los chavales mayores se reían. Yo
siempre procuraba evitar esos encuentros pero era inevitable cruzarte con algún
grupo y recibir sus burlas. Como aquel día en concreto. Yo me dirigía al
colegio con las dichosas flores. Normalmente mis ramos eran más abultados y
surtidos que los que vivían en el interior del pueblo. Lo llevaba con aíre de
desprecio, como si me importase un pito. Con el brazo descolgado y las flores
mirando hacia el suelo. Que se notase que me obligaban a acarrear con ello. Entonces
me crucé con aquellos tres chavales mayores. Me sacaban un palmo. Me rodearon y
empezaron a empujarme. Uno de ellos, el más corpulento, me quitó el ramo y me
golpeó con él en la cabeza. Algunas flores cayeron al suelo. Intenté
recuperarlo pero terminé en el suelo de un empujón. Me levanté y me lancé
contra el tipo que me había empujado, pero me aprisionó por el cuello y con un
giro de su brazo me mando de nuevo al suelo. Hice amago de levantarme.
-
Chaval,
no me obligues a pisarte la cabeza.
Supe
que lo decía en serio y decidí quedarme donde estaba.
-
¡Por
favor! Devuélvemelo… lo tengo que llevar al colegio.
Los
tres jóvenes se rieron de mí imitando el tono suplicante de mi voz. El
corpulento, en un acto vil, arrojó el ramo al tejado de una casa próxima. Recibí
algunos insultos más y se fueron. Me puse en pie y pude ver el ramo sobre las
tejas. Pensé en la forma de recuperarlo pero no se me ocurrió ninguna. Recogí
las pocas flores que estaban diseminadas por el suelo y traté de confeccionar un
ramillete. Estaban tan deterioradas y eran tan pocas que no valía la pena.
A
la entrada del colegio me fijé en que todos llevaban su ramo. Todos menos yo.
Antes de entrar en las aulas era costumbre que alumnos y profesores nos
reuniésemos en un ensanche del pasillo central. Allí habían montado un altar que
estaba presidido por la imagen de la Virgen María. Frente a ella teníamos que
cantar “Con flores a María” y luego,
en rigurosa fila de a uno, le íbamos haciendo entrega de las flores. Yo intenté
ocultarme entre los demás alumnos, pero el director del colegio no tardó en
fijarse en mí.
-
¿Y
sus flores?
Le conté lo que
me había pasado.
-
Eso
no es excusa… Durante las clases usted se quedará aquí, pidiéndole perdón a la
Santa Madre.
Terminada
la ceremonia el alumnado entró en las aulas. Me quedé solo. Me apoyé en la
pared resignado a pasar la tarde allí. Era raro estar en medio de aquel inmenso
pasillo. Siempre lo había visto repleto de gente. Estar allí, me producía una
sensación de desnudez que me ponía nervioso. Para distraerme de aquellos
sentimientos me puse a mirar a través de los ventanales. Abajo en la calle vi pasar
a un cazador rodeado de sus galgos. En la mano derecha sujetaba una escopeta,
con la izquierda arrastraba lo que en un principio pensé que eran dos cuerdas,
luego me fijé que eran culebras muertas. Largas y repugnantes, como en mis
pesadillas. En ese momento el mundo me pareció un lugar extraño habitado por criaturas
aun más extrañas.
-
¿Se
puede saber qué hace mirando por la ventana?
Me
giré sobresaltado. Era el director.
-
Si
lo he dejado aquí es para que le pida perdón a la Virgen… ¿Se lo ha pedido ya?
Negué
con la cabeza.
-
Póngase
de rodillas inmediatamente y pídaselo con
fervor.
Estuve
a punto de preguntarle por el significado de “fervor” pero deduje que no era el momento. Obedecí sin rechistar y me
arrodillé frente al altar.
-
Me
pasaré de vez en cuando por aquí, así que no se le ocurra abandonar este lugar.
¿Me ha entendido?
El
director se dirigió a su despacho y desapareció por el fondo del pasillo. Aunque
no me sentía culpable intenté pedir perdón a la estatua que tenía enfrente. No
me salían las palabras, así que me puse a pensar en mis cosas. El olor de las
flores me recordaba los campos próximos a mi casa. Imaginé que cazaba saltamontes y lagartijas, que corría por la dehesa, que
nadaba en el río... Después de un rato empezaron a dolerme las rodillas.
Miré a ambos lados del pasillo. Como no vi a nadie me puse en pie. Las piernas
se me habían dormido. Tuve que frotármelas durante un buen rato para que la
sangre volviera a fluir. Me daba miedo de que el director pudiera sorprenderme.
En cuanto me sentí mejor volví a postrándome de rodillas. Al cabo de un tiempo,
horas de frío, dolor y entumecimientos, vi como un niño salía de una de las
aulas portando una campana. Después de que la hiciera sonar el pasillo se llenó
de alumnos que salían en tropel de las aulas. Me puse en pie y, casi sin poder
andar, salí a la calle. De regreso a casa pasé por delante del tejado donde los
chavales habían arrojado mi ramo de flores. Seguía allí, en medio de las tejas.
Había algo confuso en la estampa, algo que no sabría explicar, pero que al
contemplarlo comprendías qué era. Durante una temporada, cada vez que pasaba
por ese sitio, echaba un vistazo al ramo. Día a día las flores se iban
marchitando. Hasta que un día desaparecieron.
® pepe pereza