La vida
ambulante
Días de
ruta
Vicente Muñoz
Álvarez
Lupercalia:
Alicante, 2014
200 págs.
George Steiner
dijo en uno de sus ensayos que el motivo autobiográfico es el menos imitativo,
el menos reflejante de las elaboraciones estéticas. Un género sin atributos y
abierto a lo espontáneo, que sirve para reconfigurar el presente, aportar y
generar realidad. Sin una estructura en la que catalogarlo –¿dietario, prosa
poética, crónica?–Días de ruta nos lleva a una lectura poco
concentrada, como disuelta: poemas borradores, ideas y ensoñaciones sin
contorno visible, estallidos de realidad con un fondo claramente autobiográfico.
Poemas que buscan el no estar acabados y cuya continuidad se aprecia sólo
asociándose a otros poemas del libro. Son, en cualquier caso, el testimonio de
una identidad que fluye y cambia a medida que se escribe sobre ella.
Vicente Muñoz
Álvarez (León, 1966) es un escritor considerablemente prolífico, que parece
decantarse por apuestas literarias arriesgadas. En 2007 ya publicó la
novela El merodeador, un diario sobre los diez años que vivió en
casas deshabitadas en pueblos leoneses, una experiencia que le hizo encontrarse
con la soledad y el vacío más radicales. Otro, Marginales,
aparecido en 2008, es un particular bestiario de cincuenta personajes humanos
que sirve de homenaje a la literatura decadentista y simbolista de finales del
siglo XIX. Aparte de eso, Muñoz Álvarez ha intentado difundir una poesía
radical y diferente. Coordinó, junto con Patxi Irurzun, por ejemplo, la
antología poética Resaca. Hank over, un homenaje a Charles Bukowski.
Y, entre otras cosas, fundó el sello Vinalia Trippers, que reivindicaba la
literatura subterránea, alternativa y que sacó a la luz varios fanzines y
pequeños libros de cuentos y poemas en los años 90.
En Días
de ruta se hace, como el mismo Muñoz Álvarez recalca, una apuesta
suicida por la literatura. Tenemos así una bitácora personal, escrita desde la
desesperanza y el pesimismo existencial. Dice Gsús Bonilla en la contraportada
del libro que es un ejercicio de escritura autosanador, a través de la
confesión y la poesía. Muñoz Álvarez trata de desterrar todo aquello que le
oprime y desconcierta, la escritura le supone una catarsis, un modo de
exorcizar y expulsar fantasmas, además, por supuesto, de un modo de expresarse
y de posicionarse ante el mundo. Narra la desolación, la necesidad de revisar
el modelo de sociedad de consumo en que vivimos. De ahí esa cita ineludible de
uno de sus referentes, Kerouac: «Como se desgastan las paredes de la vida, como
se colapsan nuestras vigas maestras, nuestros tendones». Y seguramente sin
proponérselo, en uno de los textos, «Nueva visión», nos presenta una
consecuente propuesta de poética: «No perder la capacidad de asombro, no
dejarme vencer por el tedio, graduar el punto de enfoque, distinguir bien los
colores e interpretar correctamente los gestos, mirar siempre con distintos
ojos, con otra visión, es la clave y el sortilegio, concentrarme en la
esencia».
En estas páginas
está la vida leída e imaginada, el retrato de un itinerario y de una vocación
condicionada por el tiempo. Los ciclos de las estaciones en los que se divide
el volumen tienen una relevancia especial en Días de ruta, porque
ya desde el título se alude a al trabajo de Muñoz Álvarez como representante de
calzado (Campañas de Otoño y de Primavera), días que son un paréntesis
obligado, una pausa en el oficio de escribir, necesaria (o eso cree) para su
propia subsistencia. No es casualidad, a este respecto, que algunos de los
textos tengan por tanto las características métricas del haiku, y que Thoreau y
Walden sean una constante y un ejemplo de superación. Días confusos, apáticos,
de introspección y nihilismo, que contrastan con otros, los que el autor llama
de renacer, plenos e intensos, esos en los que todo encaja de nuevo.Días de
ruta nace con idea de introducir notas de viaje, entradas vagamente
líricas de instantes. Un camino beckettiano, de espera y trance. El escritor
decepcionado, superado, en un horizonte de zozobra, atrapado en un camino de
baldosas amarillas que no sabe a dónde le puede llevar y que se quedará
sentado, en cualquier lugar. Un Godot que camina describiendo las ruinas de una
vida posible y real.
Aitor Francos,
en Quimera. Revista de Literatura (Nº368, Junio, 2014).
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