Al pasar por delante de esas modestas
pensiones que hay en todas las ciudades ¿no te has parado a pensar en los inquilinos
que las habitan? ¿No te has preguntado por sus vidas? ¿Cuáles son los
motivos y las circunstancias que han llevado a esa gente a hospedarse ahí? ¿Lo
hacen por necesidad? ¿Son perdedores huyendo del cruel juego de vivir?
¿Ciudadanos de segunda o tercera categoría? ¿Desechos de una sociedad
consumista? Y puestos a preguntar ¿Qué hacen? ¿Cómo viven?... Pues bien, aquí está
Carlos Salcedo Odklas para aclarar todas las dudas. Nadie como él para hablar
de estos lugares. Carlos sabe de primera mano cómo son, entre otras cosas,
porque él vive en una de esas pensiones. Su hogar es una humilde habitación sin
baño. Si quiere mear, tiene que salir al pasillo y llegarse hasta un retrete
compartido. Las comodidades son mínimas y las necesidades se multiplican cada
día. Carlos nos habla justamente de eso en sus relatos. En ellos deja
constancia de lo duro que es levantarse cada día para enfrentarse a las
vicisitudes de un país en plena crisis. Nos presenta a esa fauna peculiar que
reside en su pensión. Nos permite ver sus personalidades, sus flaquezas, saber
de sus vicios, cómo huelen y qué sienten. Pero eso no tendría ninguna
transcendencia si la forma de narrar de Carlos fuera mediocre y sin ritmo. Todo
lo contrario. Su prosa es cruda, directa y afilada. La verdad desnuda en cada
palabra. Carlos no necesita de ficciones para crear sus relatos. Él se enloda
de realidad y nos salpica con ella en cada página. Es más, hace que esa
realidad nos sacuda. Con ella nos obliga a salir de nuestros cómodos refugios.
Su forma de escribir tiene la capacidad de arrastrarnos al interior de sus narraciones,
de desarmarnos de prejuicios, de conmovernos, incluso, de hacernos mejores personas.
Leyéndole te das cuenta de hasta qué punto una sociedad podrida y obtusa le
niega todos los recursos a un joven inteligente y lo obliga a sobrevivir en
condiciones inhumanas. No obstante, Carlos no se rinde. No es lo suyo. Puede
que viva en una pensión y tenga que alimentarse en comedores sociales, puede
que le nieguen un trabajo, puede, incluso, que de vez en cuando pierda la fe en
la humanidad, pero no se da por vencido y sigue luchando a pesar de todo. Es su
carácter, el de luchador. Él se defiende igual que un boxeador que ha sido
acorralado entre las cuerdas, pero lo hace con la palabra, golpeando con cada
una de ellas. Y si cae, no pasa nada, se levanta apoyándose en su prosa y sigue
adelante. Todo desaliento es utilizado como material literario, cada injusticia
es la base para otro escrito. Creo que es su manera de salir de tanta mierda y
podredumbre. De ser así me parece cojonudo porque la precariedad y la falta de
recursos han sido fuente de inspiración de grandes escritores. Así de pronto me
vienen a la cabeza los nombres de Charles Bukowski, John Fante o Knut Hamsun. Por
supuesto hay muchos más, pero yo me quedo con estos tres. Ellos lidiaron con la
pobreza mientras se formaban como escritores y pasaron por pensiones baratas y
cutres, igual que Carlos. Todos ellos soportaron infinidad de adversidades.
Quién sabe, tal vez la miseria sea un estimulo para el talento. Quizás sea el
secreto de la buena literatura. De lo que no tengo dudas es que Carlos escribe
relatos de una calidad indiscutible. Para mí, un relato llega a su máximo
esplendor cuando una vez leído pasa a formar parte de tu vida. Pues bien, cada
vez que veo una pensión, inevitablemente, pienso en las narraciones de Carlos
Salcedo Odklas. Sus historias han pasado a formar parte de mi vida. Para que
suceda eso se necesita mucho talento. Carlos lo tiene, os lo aseguro.
pepe pereza
2-7-2013
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