sábado, 30 de agosto de 2014
jueves, 28 de agosto de 2014
domingo, 24 de agosto de 2014
jueves, 21 de agosto de 2014
DINERO - ESQUINAS (EDICIONES LUPERCALIA)
Ilustración BRUNO G. VALENCIA
El taxi la dejó delante de una
gran verja metálica custodiada por dos columnas griegas. Entre los barrotes del
enrejado podía verse un camino de grava y al fondo un palacete de tres plantas
estilo Victoriano rodeado de jardines. Sin duda era la casa de alguien que
disponía de demasiado dinero. La Madame le había facilitado esa dirección junto
con unas detalladas instrucciones que debía seguir al pie de la letra. A cambio
recibiría una buena cantidad de dinero. Llamó al timbre y esperó. El interfono
proyectó una voz metálica.
-
¿Qué desea?
-
Me manda la agencia.
La verja se abrió. Caminando por
encima de la grava se alegró de no llevar sus zapatos de tacón, que era lo
habitual en ese tipo de citas. En esa ocasión calzaba unas cómodas zapatillas
de deporte. La Madame le había pedido que se vistiese de sport y que no se
maquillase. Por otro lado, la falta de maquillaje y de un vestido provocativo
donde escudarse la hacían sentirse más expuesta. Algo así como un súper héroe sin
disfraz. Llegó a la puerta de entrada y se la encontró abierta. Entró. El
recibidor era inmenso, con una gran escalera de mármol en el centro que llevaba
a las plantas superiores. De pronto un berrido llegó desde el primer piso. Rebotó
en las paredes abovedadas como una pelota de goma. Ella se asustó. De hecho, estuvo
a punto de abandonar la casa, pero la cifra que le habían prometido la hizo ser
valiente. Subió las escaleras. Guiándose por el sonido del llanto llegó hasta
una de las habitaciones que estaba al fondo del pasillo. Se armó de valor y
entró. Era el cuarto de un bebé. En las paredes habían pintado un fondo marino
con todo tipo de peces y crustáceos. Del techo colgaban estrellas y cometas. Una
pila de juguetes y peluches se amontonaban en un rincón. En el centro de la
habitación había una cuna más grande de lo normal. Los lloros venían de ahí. Se
acercó tímidamente. Dentro vio a un anciano vestido únicamente con un pañal.
Lloraba y pataleaba como si fuera un bebé. Ya estaba avisada. Aun así, aquello
le pareció de lo más estrafalario. Para darse ánimos pensó en todo el dinero
que iba a cobrar. El hombre siguió berreando y a ella no se le ocurrió nada
para calmarle. La extraña situación la dejó momentáneamente bloqueada. El viejo
intensificó el volumen de sus lloros. Si fuese un bebé de verdad ¿qué es lo que
haría? Lo cogería en brazos y lo acunaría. Dado que no se le ocurría otra cosa,
decidió intentarlo. El abuelo era menudo, aun así tuvo que hacer acopio de
todas sus fuerzas para levantarlo de la cuna. En cuanto lo sentó sobre sus
rodillas el viejales dejó de llorar. Lo apretó suavemente contra el pecho y le
susurró cosas bonitas. Él emitió una especie de ronroneo y con la boca buscó
uno de sus senos. Piensa en el dinero, se dijo. Se abrió la camisa y se apartó
el sujetador para que pudiese chupar del pezón. La escena era ridícula. ¿Qué
pensarían de ella sus seres queridos si la vieran en esos momentos? Por muy
absurda que fuera la situación lo prefería a tener que fichar en una oficina
cualquiera. Además estaba el dinero que ganaba. En su trabajo cuanto más
extravagante era la tarea, más se cobraba. Al cabo de unos minutos el anciano
dejó de mamar y adoptó cierta rigidez. La cara se le congestionó y se puso rojo
como un tomate. En principio ella pensó en un ataque al corazón y llegó a
preocuparse. Luego, al notar el desagradable hedor comprendió que el viejo en
vez de morirse lo que estaba haciendo era cagarse. También en eso estaba
avisada. Dinero. Kilos de dinero. Toneladas de billetes. Los vio cayendo sobre
ella. Todo un chaparrón de billetes. Cargó con él hasta una mesa y lo dejó
encima. En uno de los armarios encontró todo lo necesario para el aseo:
pañales, toallitas húmedas, esponja, gel, polvos de talco, palangana... Lo
único que necesitaba era agua caliente. El baño estaba detrás de una de las
puertas. Llenó la palangana con agua templada y regresó junto al viejo. El olor
a mierda llenaba la estancia. Dejó el agua sobre la mesa. Se situó frente a él
y se dispuso a cambiarle el pañal. Le hizo subir las piernas y extendió una
toalla debajo. Luego, despegó las tiras adhesivas del pañal. Sintió el tufo
golpeando su nariz y contuvo el aliento. La mayor parte de las heces estaban
pegadas al pañal. Lo apartó con cuidado de no mancharse las manos y lo arrojó a
una papelera. Mojó la esponja en la palangana y limpió los restos. Cuando
terminó, secó la zona y le aplicó polvos de talco. El abuelo metido en su papel
de querubín pataleó alegremente con su badajo colgando. En un momento dado
aflojó su vejiga y dejó salir un chorro de orina que los mojó a ambos. En eso
no estaba avisada. Regresó al baño y sustituyo el agua sucia por limpia.
Por fin pudo ponerle el pañal. Lo
cogió en brazos, lo llevó hasta la cuna y lo acostó. El anciano se puso a
llorar. Odiaba ese llanto, la sacaba de quicio. Pensó en qué hacer para que se
callase. Entonces se sorprendió a sí misma entonando una nana. Al principio
solo fue un susurro, pero al ver que él enmudecía, ganó confianza y subió el
tono. Tenía una voz preciosa. Todo el mundo se lo decía.
No
podía dormir.
Me asomé a la ventana.
Estaba la noche friolenta
tejiendo estrellas de lana…
Me asomé a la ventana.
Estaba la noche friolenta
tejiendo estrellas de lana…
Era
como escuchar a un ángel. Cada nota que salía de su garganta era un sonido
único, maravilloso.
…Estaban
todas prolijitas
en punto “santa clara”.
La luna ovillo le prestaba
sus hebras color de plata
y el viento atrevido en las
sombras las enredaba…
en punto “santa clara”.
La luna ovillo le prestaba
sus hebras color de plata
y el viento atrevido en las
sombras las enredaba…
Poco a poco el anciano fue
quedándose dormido.
…El sueño cerraba mis ojos.
Me despedí de la ventana
y me quedé pronto dormida
Me despedí de la ventana
y me quedé pronto dormida
contando estrellas de lana.
Terminó la estrofa y respiró
aliviada. Su trabajo estaba hecho. Había seguido todas las indicaciones al pie
de la letra y ya podía irse. Antes pasó por el cuarto de baño para limpiar en
la medida de lo posible el orín de la camisa. Cuando estaba en ello, un
mayordomo se asomó desde la puerta. Su presencia la asustó. Pensaba que en la
casa solo estaba el viejales. El sirviente se apresuró a calmarla ofreciéndole
una sudadera limpia, gesto que ella agradeció con una sonrisa.
-
Me he tomado la libertad de pedirle un taxi. Le espera
en la entrada.
-
Gracias.
-
Por cierto, en el aparador del recibidor le han dejado
un sobre.
Dicho esto, el sirviente hizo una
ligera inclinación y subió por las escaleras que llevaban al segundo piso.
Efectivamente, encima del aparador había un sobre. Lo abrió y vio el dinero.
Mucho más de lo que le habían prometido. Lo metió en su bolso y salió de la casa.
pepe pereza
jueves, 14 de agosto de 2014
UN DÍA CUALQUIERA
El sol se perfilaba en las
siluetas de los edificios. La luz cambiante del alba teñía de ámbar y grana el
conjunto de nubes que flotaban por encima de los tejados. Las cigüeñas volaban
hacia los basureros y los aviones dejaban líneas blancas en el cielo como si
fueran rayas de cocaína sobre un espejo. Yo disfrutaba del espectáculo desde mi
ventana, sujetando con ambas manos una taza de café y un porro en la comisura
de los labios. Desde la ventana tenía una amplia panorámica de la ciudad.
Cuando el sol se asomó por encima de los tejados percibí en la cara una caricia
de luz y calor que me hizo estremecer. Las semanas anteriores habían sido una
retahíla de días grises y lluviosos, por eso la presencia de un sol primaveral
era tan de agradecer. Expulsé el humo y contemplé anonadado la simbiosis de las
volutas y los fotones de luz. Ver amanecer
era de mis espectáculos preferidos y siempre que podía desayunaba delante de la
ventana admirando el acontecimiento. Sin duda era la mejor manera de empezar el
día. Estuve así hasta que llegó la hora de ir a trabajar.
Conduje hacia el Palacio de
Congresos escuchando una emisora de música rock. Dentro del coche el ambiente
estaba demasiado cargado así que abrí ligeramente la ventanilla para que se
despejase del humo. Llegué a la rotonda de La Fuente de Murrieta y traté de
hacerme un hueco entre los demás vehículos. Odiaba esa maldita rotonda, y más a
esa hora cuando toda la ciudad circulaba por ella. Después de girar a la
derecha y tomar una carretera menos transitada me sentí más relajado. Aspiré
del porro pero estaba apagado y tuve que sacar el encendedor. Al hacerlo aparté
la vista de la carretera y estuve a punto de golpear al coche que me precedía.
Afortunadamente conseguí pisar el freno a tiempo. Me maldije a mí mismo por el
descuido y dejé el porro en el cenicero. Subí la ventanilla y centré toda la
atención en la carretera. En la radio la locutora hizo la presentación del
siguiente tema. Era Nick Cave haciendo una versión del tema “I´m Your Man” de
Leonard Cohen. La canción alcanzó todo su esplendor, seguí el ritmo
tamborileando con los dedos sobre el volante. Al poco llegué a las
inmediaciones del Palacio de Congresos. Enfilé la rampa que llevaba al
aparcamiento y dejé el coche junto a la puerta de entrada del muelle de carga.
Era el único coche del aparcamiento. Consulté la hora: las nueve menos
tres minutos. Me extrañó que no hubiera nadie esperando, normalmente los chicos
de carga y descarga solían llegar antes. Apagué el motor y subí el volumen de
la radio. Nick Cave sonaba de maravilla a esas horas de la mañana. Me fijé en
el Palacio de Congresos y en la enorme sombra que proyectaba sobre el camino
que bordeaba la orilla del río. El vapor del rocío brotaba de la hierba y de inmediato era atravesado por los rayos
solares. A contraluz pude ver algunos insectos volando de aquí para allá. La
canción llegó a su fin. Me encendí la raba, me ajusté las gafas de sol y salí
del coche. El “Clip, clip” de la cerradura electrónica resonó por toda la
explanada espantando a un grupo de gorriones que picoteaban junto a los
jardines. Me acerqué a la puerta metálica del muelle de carga y me apoyé en
ella. Era agradable estar allí, como un reptil calentándose la sangre. No
obstante tuve el presentimiento de que me habían hecho venir una hora antes.
Viendo que eran las nueve y que nadie aparecía cogí el móvil y llamé a Raúl.
-
Raúl, ¿a qué hora hemos quedado?
-
(Con voz
somnolienta) A las diez.
-
¡Me cago en la puta! Ayer me dijiste a las nueve.
-
Hostia, me confundí.
-
¡Joder, tío!
-
Lo siento.
-
Aprovecharé para tomar un café. Nos vemos a las diez.
Raúl era el jefe de los técnicos,
mi jefe. No era la primera vez que me hacía algo así. Me cagué en todo lo
sagrado. Clip, clip. Entré en el coche y arranqué. Puse rumbo a una cafetería.
Le tocaba el turno a la camarera
rumana que me tenía medio enamorado. Estaba de suerte. Por otro lado, la barra estaba a tope y todos
los periódicos ocupados. Cuando me llegó la vez hice gala de mi mejor sonrisa y
pedí un cortado. La camarera carente de cualquier signo de simpatía se limitó a
darme la espalda para preparar el café, cuando estuvo listo lo dejó sobre la
barra sin mirarme siquiera. Reconócelo, esa mujer nunca será tuya.
Regresé al Palacio de Congresos y
aparqué en el mismo sitio que lo había hecho antes. Seguía siendo el único
coche del aparcamiento. Me lié un porro. Dudé entre fumármelo dentro escuchando
la radio o salir a caminar por la orilla del río. Salí del coche. Clip, clip.
Se estaba bien bajo el sol. Las aguas del río bajaban bravas y turbias. Al otro
lado de la orilla había una carretera que se extendía en paralelo siguiendo el
recorrido del torrente. De vez en cuando las aguas arrastraban algún tronco
arrancado por la crecida, comparé la velocidad de estos con los coches que
circulaban por la carretera, haciendo apuestas imaginarias por unos y otros.
Por los alrededores algunos ancianos paseaban, también había unos tipos
corriendo. Yo tenía que trabajar y no me quedaba más remedio, pero no conseguía
entender por qué la gente madrugaba para algo tan insustancial como hacer
footing. Decidí obviarlos a todos y concentrarme en las aguas del río. Recordé
los veranos cuando era un adolescente y me iba con los amigos a bañarme junto a
la presa, por aquel entonces las aguas estaban más limpias y no dudábamos en
zambullirnos en ellas. Apuré el porro y tiré la colilla al río. De pronto algo
llamó mi atención, algo grande que arrastraba la corriente. Me quité las gafas
de sol para ver mejor. Era el cadáver de un caballo. Tenía la tripa hinchada y
la fuerza de la corriente le hacía girar sobre sí mismo. Cuando el cuerpo del
equino pasó por delante, me fijé en que no tenía ojos, tampoco labios, con lo
cual la dentadura quedaba al descubierto. El gesto macabro del cuadrúpedo me
revolvió las tripas. El cadáver siguió girando sobre sí mismo corriente abajo,
levantando las patas al cielo para luego sumergirlas en las aguas. Necesitaba
nicotina y me encendí un cigarro. Eran las diez menos diez. Me quedaban unos
minutos para disfrutar del sol. A lo lejos las extremidades de caballo seguían
entrando y saliendo de las aguas. Me puse las gafas y regresé junto a la puerta
metálica. Un coche enfiló la rampa del aparcamiento. Era el de Raúl. El
vehículo se detuvo a la entrada, Raúl bajó la ventanilla y accionó el mando a distancia
de la puerta metálica, los mecanismos de ésta se activaron y comenzó a
elevarse.
-
Esta hora la pienso cobrar.
-
Claro, sin problema.
La puerta terminó su ascenso y
Raúl metió el coche dentro. Seguí fumando apoyado en la pared. Me esperaba un
duro día de trabajo y decidí tomármelo con calma. Cuando el cigarro se consumió
lo arrojé por encima del hombro, me despedí del sol y entré en la oscuridad del
muelle.
domingo, 10 de agosto de 2014
EL PERRO - ESQUINAS (EDICIONES LUPERCALIA)
EL PERRO
Apuró la bebida de un trago y
pidió más de lo mismo. El camarero le llenó la copa y él la vació de inmediato.
Con un gesto indicó que volviese a llenarla y el barman así lo hizo. Esa vez se
lo tomó con calma, es decir, a pequeños sorbos. Estaba tan conmocionado por lo
que había visto que únicamente el alcohol podía tranquilizarlo. Al recordarlo
se le revolvió el estómago y estuvo a punto de vomitar sobre la barra. Abandonó
la bebida a medio consumir y corrió hasta los servicios. Le dio el tiempo justo
de asomarse al retrete y soltar por la boca: desayuno, almuerzo y el coñac
recién ingerido. Lo echó todo en media docena de vómitos convulsos y amargos.
Tiró de la cadena y se sentó sobre el inodoro para recuperarse. No podía
asimilar lo sucedido. No quería hacerlo. Se echó a llorar. Hacía un cuarto de
hora que había visto a su hija al otro lado de la acera. Le extrañó, ya que a
esas horas ella tendría que estar en la oficina donde trabajaba. La llamó pero
con el ruido de la calle no le oyó. Se fijó en que iba muy ligera de ropa. Un
coche se detuvo a su lado y ella mantuvo un breve coqueteo con el conductor.
Después montó en el automóvil. Él observó cómo el vehículo se ponía en marcha y
se perdía entre el denso tráfico. Al principio no entendió qué pasaba. No
consiguió comprender el comportamiento descocado de su hija con el conductor ni
por qué iba tan escasa de ropa. No lo dedujo hasta que se fijó en las otras
señoritas que aguardaban junto a la acera y que iban vestidas de la misma guisa
que su hija. Entonces cayó en la cuenta de que eran prostitutas a la espera de
un cliente. Su hija había encontrado al suyo y en esos momentos estaría
ocupándose de él. Otra arcada. Apenas le quedaba nada en el estómago, tan solo
bilis y saliva. Cuando dejó de echar espumarajos y babas se incorporó y trató
de serenarse. El solo hecho de pensar en su hija chupándole la polla a un
desconocido le hizo enfermar hasta el punto de vomitar otra vez.
Definitivamente ya no le quedaba nada en las tripas. Se lavó la cara, salió de
los servicios y se dirigió a la puerta del local. El camarero le llamó la
atención:
-
Oiga, que no ha pagado…
Arrojó un billete sobre la barra
y se marchó sin esperar el cambio. En la calle hacía frío. Caminó de regreso a
casa preguntándose si debía, o no, contárselo a su mujer. No se vio con fuerzas
para una confesión de tal magnitud. No quería ver a su esposa angustiada por
culpa de su hija. Si ella se enterase… Estaba seguro de que no lo soportaría.
Un disgusto así la mataría. Todo era demasiado complicado. Ni siquiera podía
pensar con claridad. Sus emociones eran una amalgama que iba de la decepción
más absoluta a la tristeza más dolorosa, pasando por el disgusto, la ignominia
y el enfado. Que a cada segundo que pasaba era más y más evidente. Qué padre
que se preciase de serlo no estaría cabreado al descubrir que su hija era una
fulana. Estaba furioso, más que furioso. Su esposa y él le habían dado todo. Se
habían sacrificado de cien mil maneras diferentes para que no le faltase de
nada. Y ella, su hija del alma, se lo agradecía haciéndose puta. Sí, realmente
estaba rabioso ¿Cómo había caído tan bajo? ¿Cómo? Sintió deseos de matarla, de
agarrarla por el cuello y apretar, apretar, apretar, apretar, apretar, apretar…
La vista se le nubló y estuvo a punto de desplomarse. Se acercó a un banco y se sentó en él. Le
dolía el pecho y le faltaba aire. Respiró profundamente. El sudor le caía por
la frente y la espalda. Notó cómo su camisa se empapaba debajo de la chaqueta.
Por un momento creyó que no iba a sobrevivir y que moriría allí mismo de un
ataque al corazón. Casi se sintió aliviado ante esa perspectiva. Si moría se
libraría de tener que hablar del tema con su mujer. Sobre todo se libraría de
tener que mirar a su hija la próxima vez que se encontrasen.
A los pocos minutos se recuperó.
Su respiración se acompasó y su corazón volvió al ritmo acostumbrado. Levantó
la mirada. Todo seguía igual. Al mundo se la sudaba que su hija fuera una
prostituta. Sintió deseos llorar, pero el hecho de estar en un sitio público le
cohibió. No pudo entender por qué ella derrochaba su juventud optando por ese
modo de ganarse la vida. Un pitbull llegó hasta el banco donde estaba sentado.
El perro le olisqueó los zapatos. A él nunca le gustaron los perros, menos si
eran tan grandes. Apartó los pies escondiéndolos debajo del banco. El perro
siguió con el hocico pegado a ellos. Pensó en darle una pequeña patada pero
tuvo miedo de enfadarlo y que le mordiera.
-
Vete de aquí, chucho del demonio.
El perro le miró de soslayo y
luego volvió a los zapatos.
-
¡Maldito animal! ¡Fuera!
Un joven de la edad de su hija se
acercó al perro y cogiéndole por el collar lo apartó del banco.
-
Vamos Thor.
-
Los perros tienen que ir con correa. Está prohibido
dejarlos sueltos.
-
Tranquilo, no es peligroso.
-
Da igual que sea o no peligroso, el caso es que está
prohibido que los perros vayan sin correa.
-
Lo que usted diga, abuelo.
-
¡Maldito hijo de puta! Te metes tu condescendencia por
el culo, ¿me oyes?
-
¡Sin insultar, eh! Que yo no le...
-
Os creéis que por ser jóvenes tenéis derecho a hacer lo
que os venga en gana. No respetáis las leyes, ni a vuestros mayores. Sois unos
sinvergüenzas y unos caraduras.
-
Pero, oiga…
-
Estáis acostumbrados a pedir y a recibir sin dar nada a
cambio. No valoráis las cosas porque os han sido dadas. No habéis pasado
penurias como nosotros. No sabéis lo que es trabajar de sol a sol. Pero algún
día os daréis cuenta de lo equivocados que estáis.
-
Mire, abuelo, los sermones ni en Misa.
-
Yo no soy tu abuelo, ¿me oyes?
El perro al notar que las cosas
se descontrolaban se puso a ladrar y a enseñar los dientes. El joven tuvo que
agarrarlo firmemente de la correa.
-
¡Que te jodan, viejo cascarrabias!
Y se alejó tirando del collar del
pitbull.
El hombre salió del parque, llegó
al portal de su casa y entró. Unos minutos después salió con una escopeta de
caza. Tomó el camino de regreso y lo recorrió presuroso. La rabia que sentía le
había nublado el juicio. Llegó al lugar y buscó al joven. Lo vio a lo lejos
charlando con otro muchacho. Escudriñó los alrededores hasta dar con el perro.
El animal correteaba por el césped sin ser consciente de lo que se le venía
encima. El hombre apuntó con el arma y, cuando estuvo seguro de no fallar,
apretó el gatillo. Las postas impactaron en la barriga y el pitbull se desplomó
en el suelo con las tripas fuera. Por un momento, en vez del cadáver del perro,
vio a su hija tirada en la hierba. Tenía los ojos abiertos, vueltos hacia
arriba y un hilo de sangre le bajaba desde la comisura de la boca hasta la
barbilla. Dio un paso atrás perturbado por la visión. Entonces la realidad se
hizo de golpe y distinguió al animal muerto. El hombre se sintió aliviado de
que no fuera su hija la que estaba sobre el césped con los intestinos colgando.
Por otro lado tomó conciencia de lo que acababa de hacer. Había captado la
atención de los presentes. Notó sus miradas clavándose como dardos. Y a modo de
disculpa susurró:
-
Es una puta. Ella es una puta…
pepe pereza - ESQUINAS - EDICIONES LUPERCALIA
miércoles, 6 de agosto de 2014
ANSIEDAD - LA VIDA DE UN YONKI - GABRIEL OCA FIDALGO - EDICIONES LUPERCALIA
La vida en el fondo es como ese anuncio de Cucal:
Nacen, crecen y desaparecen. Lo malo es que entre nacen y desaparecen tienes
que estar bien pillado en la trampa, en tu jaula sin moverte hasta la próxima
viñeta: guardería, barrio sésamo, catequesis, estudios primarios, secundarios,
universidad… tu curro mongoloide, servicio militar y vuelta al trabajo… la
novia, el currelo, matrimonio, las letras, el buga, ¡mis galimbas!, la familia
y todo el lote completo: res-pon-sa-bi-li-da-des. Planes de jubilación, ahorros
varios y viajes por puntos con el INSERSO, ¡a bailar los pajaritos en Ibiza con
setenta berejes!. Y luego los nietos, que por supuesto nacen, crecen,
desaparecen: estudios, catequesis, ¡blablablablas! Y así hasta el final. Del
coño al nicho bien fichado en el catastro, del paritorio a la tumba disparado
como un bólido. Ni un momento para entrar en boxes y hacer un alto, alejarse un
poco del rebaño y berrear.
De: Gabriel Oca Fidalgo, en ANSIEDAD -Vida de un yonki- (Lupercalia, 2014)
www.edicioneslupercalia.com
martes, 5 de agosto de 2014
DIVAGARIO - ANTONIO LEAL
DESDE ENTONCES AQUÍ
aquí, de ese entonces hasta
aquí,
de alguna manera en forma
igual a la lasitud
que los peces tienen
cuando respiran lentamente
bajo el agua,
y andan nadando en la nada
de saber que sabe a nada el
agua,
y desde allí edifican su babelia,
todo un mundo de cosas
que no tienen memoria
en la innecesaria nada de
los nombres.
aquí, desde ese entonces
aquí,
también es babel tu nombre,
y el nombre de tu nombre,
y el silencio de tu nombre,
la prosodia extinta,
y la ortodoxia de tu callado
nombre.
aquí, desde ese entonces
aquí,
de cualquier modo, oh Circe,
te evocaré licántropa, y
lejana,
dispensaria de todos los
ensueños,
amante, hermana,
mimusamagamásamada,
faro en la penumbra de los
náufragos,
diaconisa enamorada,
heliogábalo que nada hacia
el sol de una
sonrisa,
entonces ángel de mi guarda
que en el costado izquierdo
de mí respira
mientras duermo,
pastora del insomnio,
hechicera que procura
cicatrices
cada noche, hogaña,
aquí, en esta isla de
solísimas arenas.
ven, dame tus mastrujes,
véndame con un paño de
ternura,
ungüenta un matallagas,
vendimia menjurjes de
indolencia
que hagan olvidar que el
tiempo pasa,
y nos desnuda,
ven, oh, prójima,
es el tiempo de dios que nos
alcanza,
ven,
artimaña una pócima eficaz
que evite el olvido,
dame, hermana, en un trago
la memoria de tu
nombre.
ANTONIO LEAL.( DIVAGARIO)
domingo, 3 de agosto de 2014
EL ÁNGEL
Me
llamo Ángel y nací en junio del 61, Géminis, por tanto, ascendente en Leo. ¿Mi
infancia? feliz, media, normal, hijo de un periodista y una relaciones
públicas. Ellos quisieron darme una educación liberal y yo la seguí hasta que
escuché mi primer disco de rock´n´roll, el Beatles for sale. Ahí comenzaron los
problemas y la diversión. Ya me había ligado unas cuantas borracheras del copón
bendito cuando con quince años, tuve la oportunidad de acudir a un concierto de Lou
Reed. Aquello me transformó y dejé reinar el lado salvaje. Habían pasado unas
cuantas noviecitas a mi través cuando conocí el significado de la letra
"Heroin". Yo iba a ser músico y toxicómano y lo supe desde ese
momento.
Dejé de estudiar y me dediqué a comer anfetaminas y ácidos, a fumar miles de
porros, me mataba con los colegas, el país andaba cambiando y recibí unos
cuantos porrazos en el lomo tonteando con cuestiones políticas. Era cojonudo
tener quince años y estar corriendo delante de los maderos y devolverles los
botes de humo a patadas. Fue también en aquellos días cuando eché mi primer
polvo con una nena rubia y con buenas tetas a la que siempre tendré un cariño
inmenso. Estuvo cantidad de lindo, la abandoné rápidamente. Habitualmente he
sido un cabrón y un tramposo en mi relación con las mujeres hasta que,
bastantes años después, me enamoré de veras. Entonces sufrí porque todo se
termina. De eso siempre se encarga alguien o algo.
Empecé a tocar la guitarra, a cantar y componer canciones con los tres acordes
básicos. Nunca he sido un técnico en nada, maldita la falta que me hace, eso no
impide que en mi infancia haya estudiado algunos años de piano y solfeo,
incluso quería llegar a ser director de orquesta. Y
nacieron los Escaparates, mi primera banda estable. Nuestra intención era ser
los más duros de todos y lo conseguimos, creo.
Hicimos más ruido que nadie, un estruendo de mil demonios. Nuestra actitud era
lo más bestia y arrogante que podíamos. Nos vestimos de negro cuando todos lo
hacían con espantosos colores fosforescentes. Tocábamos temas de veinte minutos
cuando los demás resolvían en tres o en cuatro. Llevábamos unos cuantos meses chutándonos heroína por aquel entonces, nos echaban
de todos los locales de ensayo por yonquis y por no pagar, nos empezaron a
llamar desde el ejército. Peleas y motines en nuestros conciertos. No nos
dejaban tocar en ningún sitio nuestra mercancía se había vuelto demasiado
peligrosa, así que el asunto se convirtió en algo enormemente complicado y cada
uno por nuestro lado, nos dedicamos a ir completando nuestros destinos
como buenamente se podía. Allí estuvieron César Scappa, Eduardo
Benavente, el Porras y el Bazaco. Fuimos los mejores y nadie
se enteró.
Que les den por culo.
Mis padres musicales podrían ser gente como Dylan, Lou
Reed y Velvet Underground, Jim Carroll, Iggy, Los
Heavy Metal kids, La Banda Trapera del Río, Billie
Holiday, Patty Smith y Ray Charles, y por supuesto Johnny
Rotten y los Sex Pistols .Yo soy de esa generación y es un orgullo. Eso que
hablamos la Otra noche del rock yonqui es una mierda y no existe, Alberto. Lo
único que hay es un número limitado de gente que sangra con su música y sus
canciones. Esos son los que valen, se chuten o no. Literariamente mis fuentes
tenían que venir, evidentemente de Rimbaud, Shakespeare
y William Burrougs, porque durante toda mi vida me gustó escribir y también lo
hice sin continuidad, sin disciplina. De vez en cuando me sentaba delante del
papel y abría mi alma. Tú vas a publicar ahora los resultados. Era el mejor en
redacción en la escuela. He querido continuar siéndolo después aunque creo que
no debo haberlo conseguido. Ahora es más dura la competencia.
Siguiendo con lo que decíamos, yo ya estaba supermetido en la aguja y sus
negocios asociados, y finalmente me ligaron los militares y me pusieron a tocar
el tambor en la banda. Por un lado fue bonito,siempre me fascinaron las
procesiones de Semana Santa. Salí y llegaron las complicaciones reales, las de
verdad. La policía, las deudas, el
abandono, hospitales psiquiátricos y mi primera huida, París, la ciudad
más guapa del mundo. Me divertí como un cerdo durante
un año y tuve una novia australiana, muy mona ella, se
llamaba Sue y quería llevarme a Brisbane a "currar" en un restaurante
que sus adinerados viejos le iban a montar. Eso quedaba demasiado lejos. Trabajé de albañil y de fotógrafo en una sala de fiestas. Gané
pasta, retorné a Madrid al final del verano para, supuestamente, ver
unos días a mi madre y después largarme a la playa. Además estaba
desenganchado, me había ganado un descanso .Pero las cosas son como son, no salí
de la ciudad y me fundí todos los billetes en un par de semanas por la vena, a
saco. Luego ya no sé, sucedieron un montón de historias. Vendí mucho caballo, robé
a mucha gente, muchos de mis amigos murieron. Mientras tanto, iba
creando grupos fantasma que se desintegraban tras tres ensayos. Perdí lo poco
que algún día tuve, intenté una nueva temporada en la ciudad luz, un París que
en esta ocasión se me hizo un infierno desde la habitación de una sórdida
pensión.
Me vine de nuevo. Entonces fue cuando apareció Concha, una princesita
encantadora que le tangué al soplapollas de Javier Benavente, amor y heroína,
heroína y amor. La vida deshizo nuestro maravilloso episodio por la cara. Supe
lo que es estar jodido de verdad y sentirme impotente, me castigué todo lo que
pude hasta que acabé en un estado lamentable, en una
granja-clínica en medio de los Pirineos. Sobredosis de naturaleza, terapias
individuales, terapias de grupo, autoanálisis, autocrítica, introspección ¡Y
una polla pa su boca! Me largué para siempre aprovechando el hecho de que en el
Studio 54 de Barcelona actuaban Iggy y mis amigos los Mercenarios. Allí estaba
el Dogo. Retomé la calle con avaricia. Obtenía los talegos que necesitaba para
inyectarme tocando la guitarra y cantando en las terrazas de los restaurantes.
Ya sabía que tenía anticuerpos del SIDA desde hacía cuatro o cinco años. Al
principio no me importó demasiado y continué dándome caña. Tenía el espíritu
colapsado por otras causas, así que, a finales del 91, asqueado, tomé la
decisión de irme lo más lejos posible y romper con todo. Crucé el charco y
aparecí en Montevideo, Uruguay, donde
nació mi vieja y donde aún contaba con algunos familiares presumiblemente
dispuestos a echarme un cable.
Pero todo era un fraude, en el fondo yo no quería cambiar de vida. Al poco de
llegar me encerraba en un cuarto de mi húmedo apartamento y pasaba días enteros
pinchándome cocaína en soledad con todo lo que eso significa. Después controlé
una historia para sacar ampollas de morfina de un hospital decimonónico.
Tuvimos la fiesta completa. El alcohol y los tranquilizantes e hipnóticos
también rondaban por allí. me enamoré de una niñata que no me merecía y que me
trató mal, y me deprimí, y empecé a ponerme muy enfermo. Las cuatro letras
activaron su poder diabólico e hicieron un trabajo de puta madre. Un mes de
pneumonía y otro de internamiento cargado con una tuberculosis espectral en un
hospital tercermundista de terminales me hizo darme cuenta de muchas cosas, entre
ellas, de que estaba casi muerto.
Y me rebelé. Pensé que si salía vivo de allí lo iba a intentar de nuevo. Sacar
adelante mis poemas y mis canciones, creo que valen la pena y no quería que
siguieran agonizando en un cajón.
Tras muchas angustias reaccioné a los tratamientos, mejoré,
regresé a España, lo que siempre ha sido un placer. Pasé todavía unos
meses de ostracismo encerrado en casa y sin querer ver a nadie, convaleciente
y apaleado. Un día cualquiera mi padre me dijo que si quería acompañarle a una
actuación de Enrique Morente. Y fui, no sé por qué. Es el destino quien prepara ciertas
citas. Allí me encontré con Curra, la chica de mis sueños desde los tiempos de
los Escaparates. Me dio un beso y un abrazo que revolucionaron absolutamente mi
existencia. Iban cargados, como me
explicaría después.
A partir de ahí comencé a escribir y a cantar de nuevo. Me puse a la caza de un
editor y una discográfica, Yo sé que lo hice fundamentalmente por ella.
Decidimos grabar en Sevilla porque muchos de los músicos que iban a participar
son de allí. Nos salía más barato y es una ciudad que adoro. Estaba claro, los
chavales se portaron, los tuve a casi todos, mis
amigos: a Ana, al Dogo, a
Juanjo y a Miguel, de los Mercenarios, a Tony, un
monstruo con la batería,
a César Scappa, el único de los Escaparates que pudo estar y que
incluso canta una canción conmigo, a Rafa Gálvez con el tubo y a muchos otros compañeros que aportaron su valentía y
sus escalas a pesar del potente calor que hacía. La grabación fue muy bien
desde el principio.
Nos tomábamos las cosas con cierta calma como hacen por el sur hasta que a los
pocos días llegó ella y todo entró en una auténtica ebullición.
Vivimos una increíble historia de amor y eso está perfectamente reflejado en el
disco, un gran disco. Mi nuevo grupo se llama El Ángel y
los Volcánicos. Aunque ahora no sé bien qué pasa, se está derrumbando el sueño
y yo me siento cansado pero con una atroz ansiedad por amar y vivir, mucho me
temo que no voy a poder hacer ni lo uno ni lo otro. Lo único que tengo claro
son mis tres objetivos a corto plazo. Mi libro, mi disco, el otro no lo voy a
decir aquí pero tú ya lo sabes.
Es lo que me va salvando.
Ana Curra leyendo a El Ángel (Ángel Álvarez). Acompañada de Alberto García-Alix, Cesar Scappa (Escaparates) y Juan Diego Fuentes (Dogo y los mercenarios).
Valiente Inverso. La casa del reloj 28/IX/2013.