viernes, 3 de octubre de 2014

EL ESPACIO QUE NOS SEPARA


Estás frente al televisor contemplando la pantalla en negro. Me pregunto qué es lo que buscas dentro del rectángulo oscuro. Intuyo que tu mirada llega más allá de la negrura. Te saludo pero no contestas. Sigues atenta al monitor, ajena a mi presencia. La medicación te deja los labios secos y agrietados, no obstante me muero por besarlos. Te apartas de mí cuando lo intento. A esta hora el sol entra por la ventana y se posa en tu espalda como un manto de seda. Te siento tan distante que es como si no estuvieras. Sé que tu cabeza viaja por universos a los que yo nunca podré llegar. Sin embargo tu cuerpo sigue aquí, tan deseable como el primer día. Aun recuerdo esa primera imagen de ti avanzando por el pasillo de la facultad. El brío con el que andabas. Tus ojos cuando miraron directamente a los míos. Noté literalmente cómo me atravesaban. Ahora ya no miran, vagan cansados por la habitación buscando una grieta por la que escapar a esos universos extraños. Te hablo aunque no escuches. Te cuento que en casa me siento solo. Que te echo de menos. Que las plantas se mueren sin ti. Que los platos se acumulan en el fregadero y el correo en el buzón. Que a pesar de tu aspecto desaliñado te sigo deseando. Que daría diez años de vida por volver a estar dentro de ti. Te digo todo esto muy cerca del oído. Susurrando las palabras para que no te asustes. Huelo el olor que sube de tus sobacos. Las pastillas te hacen sudar y tú te niegas a ducharte. Las enfermeras dicen que le has cogido miedo al agua. Me resulta extraño de creer. Por lo que recuerdo siempre te encantó nadar. De hecho, tu sueño era que viviésemos en una casa de madera junto a un lago. Quedan tan lejos esos sueños. El pelo te cae por la cara, desordenado y sucio. Lo aparto de tus ojos para que puedas seguir mirando la pantalla negra del televisor. Al entrar me han advertido que tenga cuidado, dicen que últimamente te pones agresiva y te da por atacar a los que se te acercan. No me preocupa, pese a que el otro día, en el patio, le arrancaste la cabeza a una paloma de un mordisco. Me lo han contado cuando les he preguntado si estabas mejorando. Me parte el alma verte así. Si supieras el dolor que me causa. Ayer me puse a ojear las fotos de nuestra boda. No pude reconocernos. Esas personas que sonreían a la cámara no éramos nosotros. Eran otros que se nos parecían. Quise regresar a aquellas jornadas de felicidad hasta que me di cuenta que esos días nunca volverán. Estuve llorando como un niño toda la tarde. Puedes creértelo. Amor mío, ojalá pudiera hacer algo para ayudarte. Ojalá puedan los médicos. No debemos perder la esperanza. La esperanza es lo último que se pierde. Eso dicen. Aunque he de reconocer que estoy harto de de agarrarme a ese estúpido anhelo. Tú y yo sabemos que nada volverá a ser como antes. Los meses pasan y tú sigues aquí. Con cada visita me doy cuenta de tu deterioro. Cada vez que vengo estás más lejos. Imposible llegar a ti. Llevado por la desesperación te zarandeo. Un intento frustrado por sacarte del abismo. Tu cabeza baila al son de mis sacudidas mientras que tu vista sigue clavada la pantalla. No puedo más. Me voy hacia el aparato, lo arranco del soporte que lo sujeta a la pared y lo arrojo contra el suelo. El televisor se rompe en mil pedazos. Por un momento el estallido seco que produce te devuelve a la realidad. Miras por el rabillo del ojo y te retiras a un rincón. Amor mío, has cambiado tanto desde la primera vez que te vi. ¿Recuerdas aquel tiempo donde hacíamos el amor a diario? ¿Lo recuerdas? Yo sí. Como si fuera ayer. No obstante me cuesta creer que esa pareja que se revuelca entre las sabanas fuéramos nosotros. Ahora la idea de paladear un segundo de felicidad se vuelve imposible de imaginar. Desde el rincón me culpas de lo que pasa. Lo veo en tu aptitud. Siempre te ha gustado cargar sobre mí toda la responsabilidad. Tal vez tengas razón. Quizás sea yo el único culpable. Claro que eso carece de importancia. Sé que está prohibido fumar, pero tengo los nervios destrozados y necesito un poco de nicotina. Me enciendo un cigarro. Tú nunca has fumado. Piensas que es un vicio caro además de estúpido. En eso no te voy a quitar la razón. Aun así permíteme este pequeño desahogo. Por cierto, se me ha olvidado contarte que el martes pasado estuvo en casa esa amiga tuya que viste siempre de negro. No consigo recordar su nombre. El caso es que vino con una tarta de queso que había hecho para ti. Quería que te la trajese cuando viniera a visitarte. La tarta tenía una pinta estupenda y esa misma noche me la comí. Estaba deliciosa. Espero que sepas perdonarme pero comprenderás que estoy harto de restaurantes y bares de carretera. Y si me comí la tarta fue más que nada porque echo de menos tus guisos y a falta de estos quise degustar algo que estuviese cocinado por alguien cercano a ti. Apoyas la espalda en la pared y dejas que se deslice hasta que quedas en cuclillas. Luego te tapas los oídos con las manos. ¿No quieres oír lo que digo? ¿Prefieres que me calle? Tienes razón, ya está todo dicho, para qué malgastar saliva. Es mejor guardar silencio y viajar a universos extraños. Para qué perder el tiempo con redenciones de última hora. Entro en el baño y arrojo la colilla del cigarro al inodoro. A veces me pregunto si no sería mejor dejar de visitarte y comenzar una nueva vida. Sabes perfectamente que puedo hacerlo. Con esfuerzo y dedicación podría llegar a olvidarme de ti. Y pasado algún tiempo buscar una mujer que te sustituya. Tiene gracia ¿verdad? Ríete todo lo que quieras… Por la puerta aparece una de las enfermeras.
-        ¿Qué ha pasado aquí?- dice señalando los restos del televisor.
-        No se preocupe, yo me haré cargo de los gastos.
Se acerca a tu lado para comprobar que estás bien. Aprovechando que la tienes cerca levantas las manos con intención de arañarle la cara, pero antes de que culmines tu ataque consigo sujetarte las muñecas. Me miras directamente a los ojos. Es la primera vez que lo haces desde que he llegado. Con la mirada me exiges que te suelte. Obedezco al instante. La enfermera se aparta a un lado. Le pido que nos deje solos. Asiente y sale. Se nota a la legua que te tiene miedo. Deberías dejar de atacar a la gente. Con esa aptitud es difícil que mejores. No te enfades, cariño. Si te digo esto es por tu bien. Qué más quisiera yo que sacarte hoy mismo de aquí, pero agrediendo al personal lo único que haces es empeorar la situación. Al mirar por la ventana aprecio un paisaje pleno de normalidad. Todo se rige de acuerdo a unas normas establecidas, no obstante al volver la vista a estas cuatro paredes esas mismas reglas dejan de tener sentido y se cristianizan en caos. Estoy cansado de seguirte a cierta distancia por este camino que andas. Cansado de buscar vida en tus ojos, cansado de dejar pasar el tiempo esperando el día que te dé por regresar. Al perder el control de tu vida pusiste patas arriba la mía. Es hora de hacer frente al desconcierto. Salir del remolino que me sacude. Nadar hasta la orilla y dejar que te lleve la corriente. Lo siento mi amor, ya no tengo fuerzas para mantenerte a flote. Debo dejarte marchar hacia esos universos extraños a los que yo nunca podré llegar. He venido a despedirme. Darte el adiós definitivo. Ya sé que siempre digo lo mismo y que luego termino volviendo. Esta vez va en serio. Lo he estado meditando y he llegado a la conclusión que merezco una vida alejado de ti. Puedes reírte todo lo que quieras, pero si tuvieras el valor de mirarme a los ojos sabrías que no miento. Antes de irme me gustaría darte un beso en la boca. Degustar tu lengua una vez más, la última. Un beso que rompa el vínculo que nos une. Solo te pido eso. Me acerco a ti muy despacio. Te cojo suavemente por la barbilla y atraigo tu boca hacia la mía. Entonces me clavas las uñas en la cara. Noto como la carne se abre al paso de tus dedos y la sangre caliente cayendo por el cuello. No hago nada por defenderme. Dejo que atravieses mi piel sin oponer resistencia. Es el precio que debo pagar por mi libertad y lo acepto.


pepe pereza

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