jueves, 29 de enero de 2015
miércoles, 28 de enero de 2015
lunes, 26 de enero de 2015
jueves, 22 de enero de 2015
YA A LA VENTA
50.000 MILLONES DE POLLOS
Cada segundo
Ejecutamos
Y consumimos
Aproximadamente
2.000 animales
345 millones al día
aproximadamente
140 millones de toneladas de peces
Según datos de la FAO
Correspondientes al año 2007
Las cifras de animales muertos
anualmente
Para consumo
Serían
las siguientes:
Ejecutamos
Y consumimos
Aproximadamente
2.000 animales
345 millones al día
aproximadamente
140 millones de toneladas de peces
Según datos de la FAO
Correspondientes al año 2007
Las cifras de animales muertos
anualmente
Para consumo
Serían
las siguientes:
50.000 millones de pollos
2.715 millones de patos
1.388 millones de cerdos
1.169 millones de conejos
648 millones de gallinas
635 millones de pavos
564 millones de ovejas
402 millones de cabras
301 millones de bóvidos
57 millones de otras aves
23 millones de búfalos
10 millones de perros
5 millones de caballos
y
1,5 millones de camellos
1,5 millones de camellos
(De JESUCRISTO ESTÁ A LAS PUERTAS Y CABALGA UN CABALLO ELÉCTRICO)
miércoles, 21 de enero de 2015
EL DESAYUNO
En cuanto abro los ojos sé que hoy va a ser
un día horrible. Me visto con desgana y antes de salir del dormitorio me digo
que tú no tienes la culpa de que yo me haya levantado con el pie izquierdo, que
debo ser paciente y tragarme el cabreo como si fuera un mal guiso. Tengo
suerte, estás duchándote y dispongo de la cocina para mí solo. Es lo que
necesito: soledad y silencio. Si consigo desayunar antes de que salgas del baño
quizás logre aplacar este mosqueo monumental con el que me he levantado.
Apareces cuando estoy delante del microondas. Estás radiante y llena de energía.
Me abordas con un torrente de palabras que soy incapaz de asimilar. Asiento a
todo lo que dices con la esperanza de que el microondas termine cuanto antes el
ciclo de calentado. Hablas y hablas sin parar. Me estalla la cabeza, pero sigo
asintiendo como un catatónico. A través del cristal ahumado veo girar la taza
que tanto ansío. Sé que pronto te irás
a trabajar. Sólo unos minutos más y podré disponer de todo el
silencio del mundo. Por fin suena el timbre de aviso. Saco la taza del
condenado aparato y bebo. Noto cómo el líquido baja por el esófago y llega al
estómago, abrasándolo. Ajena a mi agobio continúas dándole a la lengua,
construyendo frases a destajo. Toda una sobredosis de palabras. Palabras y más
palabras que se acumulan en los oídos. Te veo mirar el reloj. Ya falta poco, no
obstante, apuras el momento e insistes con tu endiablado monólogo. Sé que voy a
explotar. Aguanta, me digo, un poco más y lo habrás conseguido.
Blablablablablabla… El silencio es tan necesario por las mañanas que debería
ser obligatorio. Alguien tendría que redactar una ley que prohibiera hablar antes del
desayuno. ¿De dónde sacas tantas palabras? Son interminables, infinitas, duelen,
no por su significado sino por su abundancia. Ya deberías haberte ido. Pese a
ello, alargas tu discurso. Quisiera ordenarte callar. Decirte que cierres
la boca de una puta vez. Pero eso empeoraría las cosas. Se paciente, cuenta hasta
diez y toma aíre. Es cuestión de unos pocos minutos. Blablablablabalablabla... ¿Qué ha sucedido en este
intervalo de sueño para que tengas tanto que contarme? Lo único
que quiero es silencio. Llegarás tarde. Márchate antes de que
te mande callar. Evitemos una bronca. Blablablablablablablabla… Amor mío, no
tientes a la suerte. La adrenalina está ahí. La noto tensando músculos y
tendones. La siento subir por las vertebras. Voy a perder el control, lo sé. Cogeré
cualquiera de esos cacharros y lo estamparé contra la pared. A partir de ahí, no sé qué puede pasar. Así que,
por lo que más quieras, acaba de una vez y déjame solo. Pero
no, continúas rajando como un locutor colocado de farlopa. Maldita sea, añade otra puta palabra y dejaré salir a la bestia. En ese preciso
momento miras el reloj y te escandalizas de lo tarde que es. Dejas un beso en
el aire y sales corriendo de la cocina. Ha estado cerca, muy cerca.
pepe pereza
domingo, 18 de enero de 2015
JESUCRISTO ESTÁ A LAS PUERTAS Y CABALGA UN CABALLO EL´ÉCTRICO - RICARDO MORENO MIRA - EDICIONES LUPERCALIA
BIENAVENTURADOS
LOS HIJOS DE PUTA por Ricardo Moreno Mira.
Bienaventurados los cobardes,
porque ellos conocerán otro día
Bienaventurados los estúpidos, porque ellos serán felices
Bienaventurados los triunfadores, porque ellos follarán
Bienaventurados los hijos de perra,
porque ellos dominarán a sus hermanos
Bienaventurados los tiranos,
porque de ellos es la tierra y todos sus codiciados frutos
Bienaventurados los artistas, porque ellos podrán vender su alma
y alguien acabará comprándosela
Bienaventurados los ricos, y los hijos de los ricos,
porque ellos serán consolados
Bienaventurados los lobos, porque ellos conocerán la libertad
Bienaventurados las hienas, los buitres, los chacales
Porque ellos heredaran la tierra
Bienaventurados los que se arrastran, los gusanos,
los que ponen el culo, los que colocan crucifijos y follan niños
Los que saben agacharse y arrodillarse
porque ellos medrarán
Bienaventurados los que matan, porque ellos no morirán
Bienaventurados los gilipollas,
porque ellos no se conocerán a sí mismos
Bienaventurados los que suben, los que prosperan,
los que tienen calefacción y agua caliente
Bienaventurados los que tienen dinero,
los que pueden comprar y compran, los que tienen algo que vender y venden
Bienaventurados todos los hijos de puta de este mundo
porque yo soy uno de ellos
Ricardo Moreno Mira, de Jesucristo está a las puertas y cabalga un caballo eléctrico (Lupercalia, 2015).
Bienaventurados los estúpidos, porque ellos serán felices
Bienaventurados los triunfadores, porque ellos follarán
Bienaventurados los hijos de perra,
porque ellos dominarán a sus hermanos
Bienaventurados los tiranos,
porque de ellos es la tierra y todos sus codiciados frutos
Bienaventurados los artistas, porque ellos podrán vender su alma
y alguien acabará comprándosela
Bienaventurados los ricos, y los hijos de los ricos,
porque ellos serán consolados
Bienaventurados los lobos, porque ellos conocerán la libertad
Bienaventurados las hienas, los buitres, los chacales
Porque ellos heredaran la tierra
Bienaventurados los que se arrastran, los gusanos,
los que ponen el culo, los que colocan crucifijos y follan niños
Los que saben agacharse y arrodillarse
porque ellos medrarán
Bienaventurados los que matan, porque ellos no morirán
Bienaventurados los gilipollas,
porque ellos no se conocerán a sí mismos
Bienaventurados los que suben, los que prosperan,
los que tienen calefacción y agua caliente
Bienaventurados los que tienen dinero,
los que pueden comprar y compran, los que tienen algo que vender y venden
Bienaventurados todos los hijos de puta de este mundo
porque yo soy uno de ellos
Ricardo Moreno Mira, de Jesucristo está a las puertas y cabalga un caballo eléctrico (Lupercalia, 2015).
http://www.edicioneslupercalia.com/
miércoles, 14 de enero de 2015
KING KONG
En
la tele la anunciaron con bastante anterioridad, y todos los chavales estábamos
entusiasmados con la idea de visionarla. En el colegio, en la calle, en casa,
en todos los sitios, no hablábamos de otra cosa que no fuera de la película
King Kong. Me refiero a la original de 1933, la dirigida por Merian C. Cooper & Ernest B. Schoedsack. Claro que en aquellos
tiempos -principios de los setenta- tampoco había otras versiones.
-
¿La
verás, no?
-
No
me la pienso perder por nada del mundo.
-
He
oído decir que la chica sale casi desnuda.
-
Genial.
-
Y
que el gorila mide más de cincuenta metros.
-
¿Tanto?
-
O
más. Ten en cuenta que lucha con dinosaurios, así que imagínate…
Un
gorila gigante, dinosaurios y una chica medio desnuda. La película tenía todo
lo que un chaval de nuestra edad estaba deseando ver. Con ansiedad contábamos
los días que quedaban para su emisión, y según se acercaba la fecha más nos
íbamos excitando. En los recreos todos jugábamos a ser aventureros con la
peligrosa misión de adentrarnos en tierras inhóspitas para capturar al gran
mono. Por las noches, antes de dormir, y sabedor de que mi hermana pequeña después
no podría conciliar el sueño, le contaba terroríficas historias donde el
protagonista era atacado por un inmenso y aterrador gorila.
Así
estuvimos hasta que, por fin, llegó el día que estaba programada la película.
Esa mañana en el colegio nadie prestó atención a la lección, y cuando doña
Nati, la profesora, no estaba atenta, todos comentábamos por lo bajinis temas
relacionados con el film.
-
Esta
noche a las diez.
-
Sí,
por fin…
Por la
tarde los nervios fueron en aumento. Estábamos tan excitados que doña Nati tuvo
que regañarnos en varias ocasiones. Incluso amenazó con un examen sorpresa si no
nos tranquilizábamos. Ni con esas logramos calmar las ansias. En un momento
dado, el Moto, empezó a imitar a un gorila. Al Moto siempre se le dieron bien
las imitaciones. Y claro, aquello fue un cachondeo. Doña Nati, que no se había
enterado de nada por estar cara a la pizarra, volvió a sacar el tema del
examen, pero la hora de la salida de clase estaba próxima y todo quedó en agua
de borrajas.
De camino a
casa vi a mi padre entrando en una taberna. No me gustó verle entrar en aquel
antro. Tuve un mal presentimiento, no obstante, aparté los malos pensamientos y
seguí andando. En casa esperaba mi madre, rodeada de montones de pantalones a
medio hacer. Toda una prisión con muros de tela vaquera. Ella cosía a destajo
para una empresa textil y apenas le quedaba un segundo libre. Aun así, conseguía
sacar tiempo para nosotros y para atender la casa.
-
Haz tú la merienda, que voy muy retrasada.
Preparé un
par de bocadillos y salí al jardín para merendar en compañía de mi hermana.
-
Sabes
que King Kong se traga diez negros todos los días para desayunar.
-
No
quiero saber nada de ese mono estúpido…
Solo
quedaban cuatro horas para la película. Quise alegrarme, sin embargo, no me
hacía gracia que mi padre estuviera por ahí bebiendo. El alcohol sacaba lo peor que había en él. Cuando venía borracho se creaba tal tensión que se podía palpar el miedo
dentro de la casa. Recé para que esa noche no llegase en tales condiciones.
A las ocho
y media en punto mi madre tenía la cena puesta sobre la mesa. Ni rastro de mi
padre.
-
¿Dónde está papá? –quiso saber mi hermana.
Mi madre no
dijo nada. Se notaba que estaba preocupada. Aguardamos unos minutos por si aparecía.
Viendo que se retrasaba optamos por cenar sin él. Comimos en silencio, mirando
a la puerta cada vez que oíamos un ruido que venía de fuera.
Acabamos y recogimos
la mesa. Mi padre seguía sin dar señales de vida. Mientras mi madre fregaba la
vajilla, yo fui a acostar a mi hermana.
-
Cuéntame un cuento, pero uno en el que no salgan
gorilas.
La idea de
atemorizar a mi hermanita con historias lúgubres y sangrientas era muy
seductora, no obstante me reprimí. No quería que en medio de la película
apareciese por el salón alegando que había tenido una pesadilla. Puestos a
contar un cuento opté por un clásico: El patito feo.
Cuando mi
hermana se quedó dormida regresé al salón. Mi madre había tomado asiento junto
a la pila de pantalones y cosía a la vera del flexo. Miré el reloj que había encima
de la estantería. Faltaba media hora para que diese comienzo la película.
Encendí la tele y me dejé caer en el sofá.
-
Lo mejor es que tú también te vayas a la cama.
-
Pero, mamá, la película está a punto de empezar.
-
Me da igual.
-
Me prometisteis que me dejaríais verla.
Suspiró
profundamente y siguió dando puntadas con la aguja. El que calla otorga –me
dije. Así que seguí frente al televisor. Tenía el corazón a mil. La sola idea
de quedarme sin ver la película hacía que se me revolviera el estómago hasta el
punto de sentir nauseas. Aunque había convencido a mi madre, aún no podía
cantar victoria. Todo dependía de mi padre. Si llegaba en buenas condiciones,
la cosa iría bien. Claro que, siendo la hora que era, no quise hacerme
ilusiones. Rogué al cielo para que no apareciese hasta el final de la peli. Era
un pensamiento egoísta por mi parte, ya que cada segundo que mi padre se
retrasaba era un suplicio para mi madre.
La película
empezó a las 22:11 horas. Once minutos de retraso que se me hicieron eternos.
No obstante, ahí estaban los primeros fotogramas con el título en grandes
letras: KING KONG. La extraña y siniestra banda sonora de los créditos anticipada
los desasosiegos que vendrían a continuación. Lo siguiente era un primer plano
de un pergamino con unas frases escritas en inglés. Una voz en off las tradujo
al castellano: Y dijo el profeta: La
bestia contempló el rostro de la bella y su mano no mato. Y desde aquel día,
fue como si hubiera muerto. A continuación aparecían las imágenes de un
puerto cubierto de una espesa niebla y un vapor que cruzaba la pantalla… Justo
en ese momento, oí cómo una llave trataba de atinar en la cerradura de la
puerta. Mi padre entró tambaleándose. Llevaba la mirada vidriosa y el gesto
torcido. Mal asunto. Fue directamente al cuarto de baño y se encerró dentro. Hasta
nuestros oídos llegó el sonido de sus vómitos. Era asqueroso y a la vez
aterrador.
-
Vete a la cama antes de que salga.
-
Pero, mamá…
-
Haz lo que te digo.
El miedo y
la urgencia que reflejaban sus ojos eran tan reales que no insistí más. Me
levanté del sofá y salí del salón. De camino a mi cuarto odié a mi padre. Era
un ser despreciable que siempre daba prioridad a sus vicios. Un egoísta que
prefería satisfacer su sed de vino a llevarse bien con mujer y sus hijos. Por
su culpa me iba a perder la película.
Me metí en
la cama refunfuñando. Sabía que todos mis amigos estarían delante del
televisor. Yo iba a ser el único panoli del pueblo que no iba a ver el
largometraje. Momentos después, oí que mis padres empezaban a discutir. Sus
gritos se colaron en el dormitorio a través de las paredes. Una vez más la
escena se repetía. Pero por muy habituado que estuviera, aquello no dejaba de
ser espantoso. Los gritos dieron paso a los golpes. Escuché las suplicas y
lamentos de mi madre. Me revolví entre las sábanas lleno de angustia e
impotencia. Me habría gustado ser un adulto para protegerla. De hecho, deseé
ser un gorila gigante para aplastar de un manotazo al malnacido de mi padre. Espachurrarlo
como a una cucaracha.
martes, 13 de enero de 2015
lunes, 12 de enero de 2015
domingo, 11 de enero de 2015
sábado, 10 de enero de 2015
EL WENDIGO de VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ - Relato para VINALIA TRIPPERS Nº 13 DUELO AL SOL
Para
Algernon Blackwood
& Carlos Castaneda
& Carlos Castaneda
No debería tomar más peyote, piensa Klaus recordando su última cura con el brujo Genaro hace unos días, mientras apura con manos temblorosas una botella de whisky, no debería tomarlo más, al contrario de lo que el viejo me aseguró, cada experiencia es peor y más delirante, y las bajadas duran semanas... Piensa esto, Klaus, apurando nervioso la botella de whisky, mientras aviva en medio de la llanura las llamas de su fogata, que apenas alcanzan a iluminar unos metros de pradera en la noche... Más allá, todo inmensidad y negrura... y alaridos de coyotes y chotacabras... o de espíritus vengativos... Maldito el día en que nos encontramos a aquel indio, masculla entre dientes, todo desde entonces ha ido de mal en peor... Y acto seguido recuerda por enésima vez la historia: aquel piel roja enloquecido que se encontraron en las montañas, mientras bateaban un río de aguas heladas, sangrando por los ojos y con los pies llenos de quemaduras, aullando la palabra Wendigo... Se abalanzó sobre ellos como una bestia herida, seguramente pidiendo auxilio nomás, pero Warren perdió los estribos al verle desencajado y vociferando de aquella manera y le incrustó una bala entre las cejas... Y después las desapariciones: el propio Warren, primero, y luego Jack y Peter, silenciosamente y sin dejar rastro, en plena noche y mientras dormían, hasta quedarse él solo en las montañas... Y a continuación, ya de vuelta a casa, tras salir no sabe cómo del bosque y alcanzar las praderas, la paranoia y el miedo: esa sensación continua de sentirse observado y los silbidos ominosos del viento... Y el peyote de Genaro como remedio contra el terror después, que en el fondo, cree, le está volviendo más loco todavía... Todo esto piensa Klaus junto a su fogata esta noche, de regreso de la cabaña del brujo al otro lado de la frontera, mientras aviva atemorizado las llamas y apura compulsivamente la botella de whisky... Las curas de peyote que el brujo le recomendó no están surtiendo el efecto esperado, más bien al contrario, por más que le insista Genaro, están potenciando sus fobias... Sobre todo las últimas veces (y van ya cerca de diez), especialmente traumáticas, con aquellas visiones de un ser mitad hombre mitad coyote devorando su corazón... Que eso le hará enfrentarse a sus fantasmas, le asegura Genaro, que pronto los conjurará, que sea paciente y perseverante, dice, pero Klaus siente cómo con cada nuevo viaje pierde más la cabeza y se acentúan sus miedos, como en este mismo instante, de regreso de la cabaña del brujo a su casa, percibiendo cada vez más cercana la presencia de ese maligno ser... No debería tomar más peyote, piensa junto a la hoguera, mandaré al carajo al viejo, no creo ya en sus monsergas...Eso se dice Klaus tembloroso, mientras apura la botella de whisky a la luz tenue de las llamas, cuando una ráfaga de viento helado apaga de súbito la fogata sumiéndole en la oscuridad... El terror y la histeria se apoderan entonces de él... Y arranca, como alma que lleva el diablo, a correr sin rumbo en la noche...
Vicente
Muñoz Álvarez, de Vinalia Trippers: Duelo al sol(Producciones Vinalia
Trippers, 2014).
Ilustración
by Toño Benavides.
lunes, 5 de enero de 2015
jueves, 1 de enero de 2015
MI RELATO EN VINALIA TRIPPERS Nº 13
DUELO AL SOL
Cualquiera
que pasase por allí y los viese pensaría que eran dos estatuas. Los pistoleros
estaban enfrentados en medio de las dunas. Inmóviles. Atentos a cualquier gesto
del rival para obrar en consecuencia. Ninguno se atrevía a dar el primer paso.
Ambos preferían que fuese el otro quien tomase la iniciativa. El sol, tatuado
en el cielo, descargaba su furia contra los elementos. Si la escena la hubiese
dirigido Sergio Leone empezaría con un plano general del paisaje. Luego pasaría
a un primer plano del careto de los personajes. Seguramente iniciaría un zoom
hacia sus ojos y seguiría hasta que estos ocupasen toda la pantalla. Veríamos
planos detalle del sudor corriendo por sus sienes, manos tensas cerca de los
revólveres, botas con espuelas clavadas en la arena del desierto. En un momento
dado entraría la música de Ennio Morricone enfatizando la escena y, poco a
poco, el ritmo aumentaría hasta llegar al clímax final. Claro que aquello no
era una película. Aquello era real. Tan real como el sol asesino que les
quemaba la piel. Tampoco había banda sonora. Como mucho el zumbido de algún
insecto o el crujir de la arena bajo las suelas de las botas. El polvo que
arrastraba el aire caliente se adhería a las caras sudorosas de los pistoleros
haciendo de los semblantes parte del entorno. Los hombres se vigilaban con el
ceño fruncido. Conscientes de que en los próximos minutos alguien moriría. Uno
de ellos quiso de tragar saliva, pero tenía la boca tan seca que su lengua se
quedó pegada al paladar. El otro cuestionaba la existencia del infierno. Si lo
había, en el caso de palmar, iría allí de cabeza. No le cabía ninguna duda.
Arrastraba una montaña de pecados por los que debía apoquinar. El tipo de
enfrente no se quedaba atrás. Puestos a comparar, los dos eran igualmente
despreciables. Uno llevaba tantas muescas en el revólver como el otro. El que
saliera vivo de la contienda podría añadir una más en la empuñadura y romper el
desempate. El de la lengua pegada al paladar consiguió acumular un poco de saliva.
Tragó, pero no fue suficiente. Sopesaba la posibilidad de recibir un balazo. De
recibirlo ¿Dónde impactaría? ¿En qué parte de su cuerpo? ¿Sería un disparo
mortal o le dejaría malherido a la espera del tiro de gracia? Además, por qué
iba a ser él el que palmase. Él era rápido desenfundando y nunca fallaba un
disparo. Tenía muchas posibilidades de sobrevivir. Claro que el otro era capaz
de hacerte un agujero entre ceja y ceja en menos de lo que dura un pestañeo. El
caso es que ninguno bajaba la guardia. Tanto el uno como el otro estaban
preparados para hacer uso de su arma al menor movimiento del contrario. El
tiempo pasaba y allí seguían. Estatuas de sal en medio del desierto. Aguantando
el sol sobre los hombros e intentando aparentar arrojo cuando verdaderamente el
miedo a perder la vida les encogía el estómago. Una mata seca pasó rodando
impulsada por una ráfaga de viento ardiente como el aliento de un jalapeño. Los
caballos aguardaban juntos a que sus dueños acabasen la disputa. La rivalidad
de los hombres no afectaba para que las monturas hubieran congeniado. Estaban
sueltos, sin atar. No había sitio donde hacerlo. Allí solo había dunas,
serpientes y alacranes. Las riendas colgaban de sus cuellos a su libre
albedrío. En el cielo los buitres planeaban en círculos sobre sus cabezas.
Volaban tan alto que parecía que estuviesen en otro planeta. Entonces, se
escuchó una detonación. Y un cuerpo se desplomó en la arena.
Su primer pensamiento fue que la
pistola no debería estar cargada. Miró a su hermano. Alfonso yacía en el suelo
sin vida. La bala había entrado por uno de los orificios nasales atravesándole
el cerebro. En ese mismo instante el desierto se desvaneció y la realidad cayó
sobre Juan Carlos de Borbón como una avalancha de lodo y rocas.
pepe pereza