Logroño. 17 de
julio de 1999. Hoy cumplo treinta y cinco años. No hay felicitaciones. No las
necesito. Yo tampoco acostumbro a felicitar a nadie.
Estoy sentado
frente a la lavadora. Observo cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el
programa de centrifugado. No tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la
carcasa de poliuretano transparente. Un cíclope de pupila veloz con el que
mantengo una lucha de miradas. La fuerza centrífuga ha hecho de las prendas una
masa compacta y multicolor que gira y gira precipitadamente dejando un vórtice
en el centro. Pasan los minutos y sigo hipnotizado por el movimiento constante de
los círculos concéntricos. Permanezco atento sin nada que me distraiga. Giros y
más giros. Ziung-ziung-ziung-ziung… Ahora, el ojo de buey es un agujero negro,
mejor aún, un gran remolino en medio del océano. Ziung-ziung-ziung-ziung-ziung…
Un ciclón. Un huracán. Ziung-ziung-ziung-ziung… El movimiento va decelerando.
Zi-ung… zi-ung… zi-ung… z-i-u-n-g… El programa de lavado ha acabado. Poco a
poco el tambor deja de rotar hasta que se detiene. Llaman al timbre. Es el
Culebras. Dice que tiene prisa, que no puede quedarse porque debe atender a
otros clientes. Le pago con mis últimos ahorros y se va. Me quedo a solas con
las moscas.
El humo denso,
pegajoso y dulzón entra en mis pulmones. Mientras, el sol dibuja rectángulos en
las paredes. El salón se va llenando de humo y jazz. Louis Armstrong, hace
sonar su trompeta, Ella Fitzgerald, pone la voz. Hachís y jazz. La mezcla me
lleva a dobles dimensiones y universos alterados. Paz, sosiego y espirales de
humo… Tendría que escribir. Llevo semanas sin hacerlo. Debería ponerme a ello. Agarrar
lo que llevo dentro y sacarlo fuera, plasmarlo. Decir que estoy harto, que no
puedo más, que me hundo y no sé hacia dónde tirar. Cortázar decía: Siempre hay que mirar hacia adelante. Yo
prefiero mirar hacia dentro. En lo más profundo de mí es donde están las
palabras. Las mías. Me pongo frente al teclado y escribo:
Logroño. 17 de julio del 1999. Hoy cumplo
treinta y cinco años. No hay felicitaciones. No las necesito. Yo tampoco
acostumbro a felicitar a nadie. Estoy sentado frente a la lavadora. Observo
cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el programa de centrifugado. No
tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la carcasa de poliuretano
transparente. Un cíclope de pupila veloz con el que mantengo una lucha de miradas…
Hace demasiado
calor. El bochorno se pega al cuerpo como una segunda piel, asfixiándome. Es
mejor fumar y dejarse llevar por el razonamiento de la pereza. Louis toca la
trompeta, Fitzgerald canta y yo fumo. Cada uno a su tarea. Cada cual con su
instrumento. Siento ese letargo especial. El tiempo se detiene dentro de la
habitación mientras el mundo exterior sigue con su frenético avance. Entra
Nico. Va directamente a tumbarse en el centro del sofá. El gato se estira y
deja la cabeza colgando. Tal vez, debería escribir sobre él. Incluso Burroughs escribió
un libro sobre gatos. Pero no, prefiero seguir fumando.
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