miércoles, 20 de julio de 2016

ROCKDELUX - ENTREVISTA A DONALD RAY POLLOCK - FEBRERO 2013

ENTREVISTA (2013)
DONALD RAY POLLOCK
La vida era esto
Por Kiko Amat

Donald Ray Pollock erige en sus libros una Gran Verdad mediante fragmentos naufragados de su vida, poniendo sus entrañas extirpadas a secar y recubriéndolas de imaginación. Su debut de 2008, “Knockemstiff”, fue una colección enhebrada de emotivas historias lumpen sobre su antiguo pueblo. Tres años después, mezcló novela negra con monstruosidad y crueldad sureñas, estigmas sangrantes, redención y un impresionante retablo con lo peor y mejor de cada casa en “El diablo a todas horas”. Kiko Amat lo entrevistó a propósito de la edición del libro en España en 2012.
John Fante lo definió como La Verdad. “No quiero decir realidad autobiográfica”, decía al intentar describirla. “Es otra cosa. No sé cómo llamarla, pero es distinta de la autobiografía, y a la vez muy similar a ella”. Es difícil hablar de La Verdad; o la entiendes y eres capaz de distinguirla, o no. Pues esa verdad emocional existe, y le salta a uno a los ojos, uñas en ristre, al leer a determinados autores. Es esa narrativa llena de salvaje honestidad, confesión, compasión, brutalidad y humor, escrita en un lenguaje limpio, duro y hermoso, sin fingimiento, pomposidad ni afectación. Que se niega a guardar silencio –como decía el prólogo a “Fragmentos de un cuaderno manchado de vino” (2008), de Bukowski– “acerca de quienes más sufrían: los castigados, los pobres, los locos, los parados, los vagabundos en los callejones de mala muerte, los alcohólicos, los inadaptados, los niños maltratados, la clase obrera (...) Los agonizantes flacos y orgullosos”. Donald Ray Pollock (Knockemstiff, Ohio, 1954) posee la fuerza de la verdad, la que uno se arranca de las propias vísceras y anuda en eslabones de ficción, y esta vez, en “El diablo a todas horas” (2011; Libros del Silencio, 2012), la ha puesto al servicio de una adictiva, violenta y auténticamente emotiva historia sobre obsesión, fanatismo y sangre fácil en el Medio Oeste norteamericano.
“Mientras escribía los cuentos que figuran en mi primer libro permanecí fiel a ciertas cosas, especialmente a la pobreza y a la reputación de lugar duro que tenía mi pueblo, así que el lugar resultó mucho más ‘real’ para mí de lo que habría sido si todo hubiese sido inventado”

Harry Crews decía: “Me sedujo el crear mundos que nunca habían existido, pero también el enhebrar una sarta de mentiras que (...) terminaba siendo mucho más verdadera que lo que me había sucedido en la vida real”. ¿Podría eso aplicarse a tus obras? Cualquier escritor puede explicar el proceso creativo mejor que yo. Creo que cuando escribo entro en un mundo de sueños, pero, al igual que en los sueños, todo está influenciado por lo que ha pasado en mi vida. Mientras escribía los cuentos que figuran en mi primer libro –“Knockemstiff” (2008; Libros del Silencio, 2011)– permanecí fiel a ciertas cosas, especialmente a la pobreza y a la reputación de lugar duro que tenía mi pueblo, así que el lugar resultó mucho más “real” para mí de lo que habría sido si todo hubiese sido inventado. En otras palabras, el libro tenía unos cimientos basados en la realidad, y alrededor de ella construí, como dijo Crews, “una sarta de mentiras”.

Crews también dijo que “la mejor narrativa casi siempre va de lo mismo: gente haciéndolo lo mejor que puede con lo que les ha tocado en suerte, a veces actuando con honor, a veces no. A veces con amor y compasión y misericordia, a veces no”Creo que la mayoría de mis personajes encajan en esa descripción, pero probablemente la gran mayoría de personas en el planeta también lo hagan.

Al igual que Nelson Algren, Crews, Malcolm Braly o Edward Bunker, hablas de los del fondo del cubo, pero lo haces con completa empatía. Incluso les tienes estima a los más pérfidos. Solo hay un personaje en “El diablo a todas horas” que me cae algo mal y es Teagardin, el predicador pedófilo. Me sería extremadamente difícil, quizá imposible, escribir largo y tendido sobre personajes que siempre me cayeran gordos. Cuanto menos, siento simpatía por los que terminan siendo malos, porque, después de todo, yo los hice de esa manera.

Owen Jones, en su “Chavs: La demonización de la clase obrera” (2011; Capitán Swing, 2012), afirma que los orígenes opulentos quizá no te impidan sentir empatía hacia los desfavorecidos por el sistema, pero desde luego sí dificultan tu comprensión de lo que piensan y las condiciones en que viven. Supongo que la razón por que entiendes tan bien a tus personajes es que eres como ellos. Bueno, sin duda me crié en un ambiente de clase trabajadora. Mi padre apenas terminó el octavo grado (el equivalente a 2º de ESO) y luego trabajó cuarenta y dos años en una fábrica de papel. Tuvo la suerte de que era un empleo sindicado. Sacó algo de dinero y gozaba de seguro de salud y, por eso, aunque mi familia tal vez se habría definido a sí misma como clase media-baja, éramos ricos en comparación con algunos de los chicos con que crecí.

Escapar del entorno es la médula espinal de “Knockemstiff”, y en “El diablo a todas horas” también hay sueños de fuga. ¿Era escapar de tu destino el pensamiento dominante de tus años obreros? ¿Hay alguien que quiera permanecer en Ohio? En primer lugar, no creo que Ohio, aunque ciertamente no es un lugar atractivo ni glamouroso donde vivir, tenga gran cosa que ver con eso. Estoy seguro de que un montón de gente desearía escapar de la ciudad en España donde se crió, o de un mal matrimonio en Tokio, o de un pésimo trabajo en San Francisco. Ohio solo es el único lugar que conozco de verdad, por lo menos lo suficiente para escribir sobre él. Es cierto que el pensamiento primordial de mis años en la fábrica de papel era la fuga, pero es que igualmente siempre he sido el tipo de persona que piensa que sería más feliz viviendo en otro lugar. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que no era el caso.

La redención es el epicentro de este libro. Hay un montón de esperanza y necesidad de salvación. Les ofreces algo que no ofreciste a los personajes de “Knockemstiff”: la oportunidad de una vida mejor y un futuro más brillante. Si he de serte sincero, lo que sucede es que cuando escribí “El diablo a todas horas” pensé más en el lector, y sé que a la gente le gusta encontrar al menos un atisbo de esperanza o de optimismo al final de un libro. Cuando escribí las historias de “Knockemstiff” no tuve en cuenta al público en absoluto, porque no creía que jamás fuese a publicar lo que escribía. ¿Hace eso que “El diablo...” sea un libro menos honesto? No lo creo. En todo caso, el lector se convierte en otra influencia de la narración.
Recientemente entrevisté a Steve Earle por “No saldré vivo de este mundo” (2011; Alpha Decay, 2012) y me dijo que los novelistas tienen que ser responsables, mostrar los aspectos positivos de las personas, no solo la oscuridad. ¿Es algo que suscribes? Bueno, estoy bastante de acuerdo con eso, pero tengo que admitir que no creo demasiado en cosas como la “responsabilidad del novelista”. Pienso que si el escritor se esfuerza para escribir la historia con honestidad, todo, bondad y oscuridad, acabarán mostrándose, al menos hasta cierto punto.

Algunos críticos cursis describen tu trabajo como “pornográfico”, sugiriendo que es cínico mostrar solo los actos más horribles imaginables y las más bajas intenciones. Yo diría lo contrario: tu novela está llena de esperanza, porque la moraleja es que, incluso en Meade, rodeada de lo peor, la gente logra actuar con bondad. No escribo cuentos de hadas. Seamos realistas: aunque la mayoría de las personas suelen ser amables y cariñosas, unas cuantas son malas. Por añadidura, si alguien piensa que mi trabajo solo muestra “los actos más horribles imaginables”, es que no se han puesto al día de la actualidad. Mis personajes ni siquiera se acercan a lo que los seres humanos son verdaderamente capaces de hacer en términos de las “más bajas intenciones”. Las cosas que escribo son ligeras en comparación con, por ejemplo, la masacre de veinte niños en una escuela de Connecticut hace poco.

Por la misma razón, en tu última novela se aplica castigo. A pesar de que los inocentes se ven perjudicados, los malvados no se van de rositas. La gente debe responsabilizarse de sus crímenes, y creo que, en última instancia, la gente mala paga por sus pecados. No quiero ni pensar lo que el mundo sería si eso no fuese cierto. El castigo quizá no sea siempre la cárcel o la silla eléctrica o algún tipo de infierno en el más allá, pero al menos que anden con las almas podridas y nunca encuentren la paz.

Los finales relativamente agradables son tan fieles a la realidad como los malos finales. La vida real es una mezcla de los dos, ¿no te parece? Considera la cantidad de historias reales que tienen lugar en el mundo, todos los días. Hay miles de millones de ellas. Algunas personas son bendecidas y otras no; siempre ha sido así. La vida no sería tan dulce si a todo el mundo se le asegurara un final feliz.
Te voy a preguntar algo que también le pregunté a Earle: si, como Studs Terkel dijo, “la diferencia entre intérprete y artista es la afirmación del yo, el Aquí Estoy”, ¿cuánto de ti hay en “El diablo a todas horas”? ¿O quizá hay un poco de ti en cada personaje? (esperemos que no en Teagardin). Por supuesto. Incluso en Teagardin, joder. En el momento en que piensa en sentar cabeza en una vieja granja, y fantasea sobre sus hijos jugando en el patio al atardecer mientras él lee buenos libros en el porche... Eso es un pequeño pedazo de mí.

Venganza, secretos y culpa en “El diablo a todas horas”. Hay abundancia de las tres. Bueno, la narrativa debe ofrecer conflictos para ser interesante y, como he dicho antes, no escribo cuentos de hadas. Muy pocos de nosotros somos santos. En algún momento la mayoría de la gente ha fantaseado con vengarse de alguien, ¿no? Si retirásemos las complicaciones, secretos, culpa, lujuria, venganza... la mayoría de historias no merecerían ser leídas.

Se te compara con frecuencia a Cormac McCarthy, pero para mí “El diablo a todas horas” es una mezcla de Harry Crews, “Malas tierras” (Terrence Malick, 1973) y cualquier canción de Drive-By Truckers. Y el humor negro de Flannery O’Connor. Me influencian muchas cosas, incluyendo música y películas, o incluso algo que escucho por casualidad en la gasolinera. Me avergüenza que la gente me compare con Flannery O'Connor, ¡especialmente por ella! Sin embargo, McCarthy dijo una vez: “Los libros se hacen de libros”. Me parezco a otros autores, sin duda.

Última pregunta: ¿has visto alguna vez morir de forma violenta a un hombre? No violentamente. He visto a dos de mis amigos morir, pero ambos padecían cáncer. Odio decirlo, pero una muerte violenta habría sido mejor.


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